Los últimos descubrimientos planetarios suponen grandes avances en la búsqueda de vida extraterrestre

Con el hallazgo de mundos cada vez más intrigantes en el mismo «vecindario» que nuestro Sol, la búsqueda de alienígenas dará un atrevido paso adelante.

Por Nadia Drake
Publicado 9 nov 2017, 4:15 CET
Ilustración de un planeta orbitando Proxima Centauri
Esta ilustración de un artista muestra la vista de la superficie del planeta Proxima b mientras orbita la enana roja Proxima Centauri, la estrella más cercana al Sistema Solar. La estrella doble Alfa Centauri AB también aparece en la imagen más arriba, a la derecha de la propia Proxima. Proxima b tiene una masa ligeramente superior a la Tierra y orbita en la zona habitable en torno a Proxima Centauri, donde la temperatura sería adecuada para permitir la existencia del agua líquida en su superficie.
Fotografía de Eso, M. Kornmesser

Podemos afirmar con seguridad que nuestra galaxia está repleta de mundos extraterrestres.                                         

La Vía Láctea es un enjambre de exoplanetas y una gran parte de ellos son pequeños, rocosos y templados, como el planeta en el que vivimos. Esto significa que la búsqueda de vida en otros lugares del universo va más allá de la simple pregunta de si estos mundos son comunes. Ahora la pregunta –mucho más compleja– es si estos mundos lejanos podrían también albergar vida.

«Ya no nos preguntamos si los planetas rocosos se encuentran en zonas habitables de las estrellas», explicó Olivier Guyon, de la Universidad de Arizona durante la conferencia Breakthrough Discuss de la semana pasada, celebrada por Breakthrough Initiatives. «Hasta donde podemos decir, están por todas partes. Estamos moviéndonos hacia la búsqueda de la vida. Tenemos mucho trabajo por delante».

La cuestión de si los planetas son una característica distintiva o un «virus» de las galaxias solo se ha podido resolver en los últimos cinco años, a medida que los instrumentos con lentes de mayor precisión han desentrañado los indicios de los planetas a partir de la lejana luz estelar y nos los han desvelado a los terrícolas.

Lo que resulta tentador de estos mundos es que circulan en torno a las estrellas más próximas al Sol y se encuentran en órbitas que permitirían que el agua líquida fluyera sobre su superficie. Los científicos ni siquiera están cerca de poder establecer qué características determinan que dicho planeta es, de hecho, habitable, ni tampoco de analizar las diversas formas en las que la vida puede dejar su firma, ya sea biológica o tecnológica.

Aun así, algunos de los planetas más intrigantes son relativamente cercanos, lo que los convierte en el objetivo obvio de la búsqueda de la vida, así como en posibles destinos para la primera ola de naves interestelares.

Para seguir aprendiendo: Encuentran un sistema solar con siete planetas parecidos a la Tierra

Planetas por todas partes

El vecindario solar está lleno de pequeñas y tenues estrellas rojas llamadas enanas M. Aunque son el tipo de estrella más común en la galaxia, estas enanas no siempre han sido consideradas un lugar adecuado para buscar planetas habitables, sino que se han convertido en «la moda» en los últimos dos años. Ahora, basándonos en datos de varios estudios, sabemos que una de cada cuatro enanas M tiene un planeta del mismo tamaño y temperatura que la Tierra, como explica Courtney Dressing, de Caltech.

Por ejemplo, nuestra estrella vecina, una enana roja a 4,25 años luz llamada Proxima Centauri, tiene un planeta.

De hecho, existe al menos un planeta alrededor de esta pequeña estrella. En la reunión de Breakthrough, Guillem Anglada-Escude, de la Queen Mary University de Londres, hizo referencia a otras dos señales intrigantes entre los datos de su equipo. Actualmente, todavía no se puede confirmar que ninguna de las dos señales sean la huella de un planeta, pero el equipo espera que observaciones adicionales puedan desvelar la respuesta.

Esta imagen de Hubble muestra a Alfa Centauri A y Alfa Centauri B, los miembros más brillantes del trío estelar conocido como Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al nuestro. La tercera estrella, Proxima Centauri, es más débil pero es la más cercana a la Tierra de entre las tres.
Fotografía de Esa, Hubble & NASA

Un poco más lejos, otro mundo candidato orbita una estrella tenue y templada a seis años luz del sol. Bautizada en honor al astrónomo E. E. Barnard, la siguiente estrella más próxima ha sido la hipotética huésped de varios planetas durante décadas, desde que el astrónomo holandés Peter van de Kamp anunció erróneamente en la década de 1960 que al menos un gigante gaseoso vivía allí.

Si el mundo recién detectado se encuentra realmente ahí, entonces tiene más masa que la Tierra y probablemente es demasiado frío para ser considerado habitable. Pero los planetas no se forman de manera aislada, por lo que ofrece esperanzas de futuros hallazgos en torno a la estrella de Barnard.

«Este verano nos dedicaremos a cazar planetas templados, pero no existe un candidato claro que posea dichas características», afirmó Anglada-Escude.

Y la estrella de Luyten, una enana roja a 12,3 años luz del Sol, alberga no uno sino dos planetas confirmados, uno de los cuales se encuentra en una órbita habitable. Existen algunas otras estrellas a unos 30 años luz más o menos que podrían tener sus propios mundos. Que tantos exoplanetas potencialmente habitable estén ahí fuera, cerca de nosotros, «es un argumento a favor de la propuesta de desarrollar técnicas de imagen directa que nos lleven a establecer una caracterización», dice Anglada-Escude.

«Creo que existe la posibilidad de que un planeta tenga vida en las órbitas de una de las enanas M de las que ya hemos oído hablar», afirma Dressing refiriéndose a los planetas en torno a Proxima Centauri y a dos pequeñas estrellas más distantes llamadas TRAPPIST-1 y ÑHS 1140 que han llenado los titulares más recientes.

En otras palabras, ya no es suficiente saber que esos planetas están ahí. Es la hora de conocerles en persona.

Interpretar las huellas de la vida

Sería necesario que los mejores candidatos en los que buscar señales de vida —al menos en el futuro próximo— orbitasen lo suficientemente cerca de la Tierra para que los telescopios obtuvieran las mejores imágenes y también que estuviesen posicionados de forma que cruzasen por delante de su estrella desde nuestra perspectiva. De esa forma, la luz de la estrella puede filtrarse a través de una atmósfera potencial y permitirnos leer sus contenidos.

Esta es una de las numerosas tareas, entre otros proyectos, que el Satélite de Sondeo de Exoplanetas en Tránsito (TESS, por sus siglas en inglés) y el telescopio espacial James Webb de la NASA se preparan para realizar durante la próxima década. Si todo va según el plan, TESS encontrará más planetas que valgan la pena explorar, y el telescopio James Webb usará su poderosa lente para escrutar cualquier atmósfera distante en busca de moléculas que revelaran la presencia de la vida.

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    Durante la reunión de Breakthrough, Lisa Kaltenegger, de la Universidad de Cornell, y otros científicos propusieron que una especie de mezcla de gases que contienen metano y oxígeno, como el ozono, podrían suponer el descubrimiento de la vida extraterrestre si los encontrasen flotando en el aire alrededor de un planeta rocoso y templado. Pero ni siquiera esa es una prueba fehaciente. Probar que las formas de vida son las verdaderas responsables de dichos gases promete ser una tarea controvertida y hercúlea.

    Además, hay múltiples vías de surgimiento de vida con las que estamos poco familiarizados, como metabolismos alienígenas que podrían dejar huellas inesperadas. Jack O’Malley-James, de Kaltenegger y Cornell, sugirió el año pasado que las formas de vida en el planeta de Proxima, por ejemplo, podrían haber evolucionado para usar los rayos UV predominantes de la estrella generando proteínas fluorescentes. De esta forma, los telescopios de la Tierra podrían llevar a cabo la tarea de buscar las llamadas biofirmas fluorescentes.

    Reconocer la vida en todas sus posibles formas biológicas no es una pregunta que atormente únicamente a los expertos en exoplanetas, sino algo con lo que también están lidiando los científicos en busca de vida en los océanos helados del sistema solar exterior.

    «Tenemos un banco de datos para la vida: nuestro propio planeta», explica Kaltenegger. «Así que por ahora usaremos lo que sabemos de la Tierra. Si obtenemos un segundo banco de datos, algo que espero que ocurra, creo que nuestras prioridades cambiarían».

    Luego está la pregunta de las «tecnofirmas», que podrían tomar la forma de retransmisiones de radio alienígenas, rayos de láser pulsado, calor residual generado por civilizaciones avanzadas, parpadeos raros en los brillos estelares o incluso la total desaparición de las estrellas «anfitrionas». En otras palabras, los científicos a la caza de manifestaciones de civilizaciones avanzadas deberían esperar lo inesperado y buscar lo más extraño, aunque probar un origen tecnológico en vez de uno astrofísico también será bastante difícil.

    «Necesitamos asumir esta idea de que quizá sean pequeñas cajas grises en vez de pequeños hombrecillos verdes lo que acabemos detectando», afirmó Jill Tarter, del Instituto SETI.

    Un segundo origen

    Pero el simple hecho de encontrar vida, sin importar lo lejana o extraña que sea, no nos dice necesariamente cómo se generó o si el proceso fue diferente a los orígenes de la vida en la Tierra. Esta es una pregunta incluso más difícil e inquietante, según afirma el astrobiólogo de la NASA Chris McKay.

    Probar un segundo origen —y por lo tanto poder realizar observaciones más profundas acerca de la prevalencia fundamental de la vida— es algo que puede hacerse desde lejos, según dice McKay, aunque está al límite de lo posible.

    Los astrónomos podrían buscar la «quiralidad» de las moléculas alienígenas y ver si coinciden con las que tenemos en la Tierra. Aquí, las moléculas que construyen nuestras proteínas son asimétricas y poseen quiralidad hacia la izquierda, lo que significa que son las imágenes reflejadas de hipotéticas formas hacia la derecha y que desvían la luz hacia una dirección particular.

    No existe una respuesta fácil acerca de por qué o cuándo los aminoácidos de la Tierra se convirtieron en «zurdos» (un tema que todavía se debate), pero los bioquímicos piensan que, en general, la quiralidad es esencial para un funcionamiento molecular eficiente.

    Encontrar pruebas de moléculas con quiralidad hacia la derecha en los gases de un exoplaneta o en las columnas de humo de una luna helada de este sistema solar supondría una prueba sólida (aunque no necesariamente definitiva) de un segundo origen, según explica McKay.

    El siguiente gran salto a la hora de indagar las cuestiones relacionadas con mundos alienígenas es visitar uno de cerca, y aquí es donde el proyecto Starshot de Breakthrough entra en juego. Si el equipo tiene éxito, la humanidad enviará una nave espacial nanométrica al sistema Alfa Centauri en las próximas décadas y tomará las primeras imágenes de un exoplaneta desde el interior de su propio sistema.

    Hay muchas razones por las que tener esperanza, aunque responder las preguntas más profundas y difíciles que puede hacer la humanidad requerirá necesariamente perseverancia, paciencia y audacia. Quizá algún día podamos tener una respuesta definitiva a si estamos solos en el cosmos. Por ahora, debemos conformarnos con saber que existen otros planetas girando en los cielos.

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