El equinoccio vernal: datos sobre el primer día de la primavera

Te contamos por qué ocurren los equinoccios y cómo las culturas de todo el mundo celebran esta alineación bianual.

Por Nadia Drake
Equinoccio vernal
Tulipanes en Países Bajos.
Fotografía de Albert Dros, National Geographic Your Shot

Este artículo se publicó el 20 de marzo de 2018 y se ha actualizado el 20 de marzo de 2023.

Dos veces al año, a medida que el sol se desplaza sobre el cielo, su centro atraviesa el ecuador terrestre.

Esta alineación celeste da lugar al equinoccio, un día en el que hay (casi) las mismas horas de luz y oscuridad, y el sol se eleva exactamente por el este y se pone exactamente por el oeste. En 2023, el equinoccio vernal o de primavera comenzará en el hemisferio norte el día 20 de marzo a las 22 horas 24 minutos hora oficial peninsular española según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional. El organismo científico también asegura que la primavera de 2023 durará 92 días y 18 horas.

Para la mayoría, el equinoccio solo anuncia un cambio de estación. En marzo, el equinoccio vernal marca la llegada de la primavera en el hemisferio norte y del otoño en el hemisferio sur, y ocurre lo contrario durante el equinoccio de septiembre.

Pero en muchas culturas antiguas de las Américas, los equinoccios eran algo más: un momento de celebración, sacrificio y migración.

Durante milenios, observar la trayectoria cambiante del sol fue fundamental para sobrevivir y difícil de ignorar. Las andanzas celestes de nuestra estrella anunciaban el inicio de las estaciones de cultivo y de cosecha y advertían sobre la llegada inminente del invierno, por eso no es raro encontrar calendarios solares entre los objetos que han dejado las civilizaciones desaparecidas. Otras culturas mantienen sus tradiciones vivas y todavía realizan ceremonias sincronizadas con el equinoccio.

¿Qué es un equinoccio?

Calendarios antiguos

Muchas personas han oído hablar del calendario maya, pero otros son menos conocidos. En el desierto peruano al norte de Lima, en un sitio arqueológico llamado Chankillo, un enorme observatorio astronómico se eleva sobre una colina. El templo, que se remonta al menos al 500 a.C., es un complejo conjunto de 13 torres dispuestas en línea de norte a sur, parecida a una columna vertebral.

A medida que el sol se desplaza, se pone y sale entre las torres en momentos predecibles, apareciendo a la izquierda de la primera torre en el solsticio de verano, en el centro en el equinoccio y a la derecha de la última torre en el solsticio de invierno.

«Las torres de los extremos finales marcan claramente los solsticios, aunque el argumento del equinoccio es más indirecto», explica el arqueólogo Iván Ghezzi, de la Universidad Católica de Perú, quien describió la vinculación del lugar con el sol en 2007.

Se desconoce la identidad de los constructores del observatorio, pero como muchas culturas antiguas de las Américas, parecían rendir culto al sol. «Chankillo es mucho más que un mero observatorio astronómico», afirma Ghezzi. «Era un gran centro ceremonial».

Chankillo, que sigue siendo profundamente enigmático, es uno de los muchos ejemplos de estructuras construidas para alinearse con el equinoccio, como Woodhenge, el círculo de postes de madera dispuesto como Stonehenge que se encuentra en un yacimiento prehistórico llamado Cahokia, al sur de Illinois, o las viviendas de tierra orientadas hacia elementos astronómicos construidas por los Skidi Pawnee.

(Relacionado: ¿Qué es un equinoccio y en qué consiste?)

Luces, sombras y sacrificios

Pero a veces no basta con marcar las alineaciones astronómicas; otro método antiguo de trazar el vagabundeo del sol por el cielo implica usar luces y sombras para pintar imágenes especiales. Aquí la luz del sol hace todo el trabajo, dando lugar a formas iluminadas o proyectando sombras. Un ejemplo de ello se encuentra en Chichén Itzá, donde los mayas elaboraron una escultura que se transforma en una serpiente ardiente en el equinoccio, representando a su deidad Kukulcán.

En 1977 se descubrió otra imagen con luz cuando la artista en roca Anna Sofaer exploraba los petroglifos del suroeste de Estados Unidos. Allí, en la cima del Fajada Buttle de Nuevo México, Sofaer descubrió lo que se conoce como Sun Dagger («Daga del Sol»), marcas creadas a partir de dos espirales grabadas en la roca. Durante el solsticio y el equinoccio de verano, una «daga» de luz atraviesa las espirales cuando el sol brilla a través de los bloques de roca; en el solsticio de invierno aparecen dos dagas a cada lado de la espiral, o más bien aparecían. Los bloques de roca han cambiado y las imágenes ya no aparecen.

Este lugar se encuentra en el cañón Chaco, donde una antigua civilización prosperó durante milenios antes de abandonar la ciudad misteriosamente.

Más pruebas, huesos de aves enterrados, sugieren que los habitantes del cañón Chaco conmemoraban el equinoccio sacrificando guacamayos macaos. Pero no eran los únicos: aparentemente, esa práctica era bastante común entre los indios pueblo del suroeste y el norte de México.

«En muchas zonas del antiguo Nuevo Mundo, los guacamayos macaos se asociaban de forma simbólica con el sol y el fuego, probablemente por sus plumas rojas y amarillas», afirma el antropólogo Andrew Somerville, actualmente en la Universidad Autónoma Nacional de México, que ha trabajado mucho en un yacimiento llamado Paquime en el norte de México. «Al sacrificar un símbolo del sol en esta festividad solar se ponía un fin ritual a la estación seca y se aceleraba la llegada de la primavera y de las lluvias de verano».

Algunas tradiciones nativo americanas en el equinoccio todavía siguen vivas. Para los lakota, del Medio Oeste de Estados Unidos, el equinoccio vernal no solo marcaba el comienzo de una migración estacional en las Black Hills de Dakota del Sur, sino también una serie de ceremonias que celebraban la vida en la Tierra y enviaban las almas de los muertos a descansar brevemente en el núcleo de la Vía Láctea.

«Nuestra gente ha hecho eso durante todos estos años», afirma Victor Douville, profesor de un curso de etnoastronomía en la Universidad Sinte Gleska en la reserva de Rosebud en Dakota del Sur. Hace milenios, según Douville, los lakota se dieron cuenta de que cada primavera, el sol se eleva en la constelación conocida como el Sauce Seco.

«Dichas estrellas se parecen a las protuberancias de una rama, y la rama representa el sauce rojo», afirma Douville.

La corteza interior de ese sauce rojo es el ingrediente principal empleado para elaborar el tabaco para la ceremonia equinoccial de la pipa sagrada, que pretende reavivar el fuego sagrado de la vida en la Tierra. La ceremonia es la primera de cuatro que culminan con la danza del sol en el solsticio de verano.

Durante mucho tiempo, los expertos pensaron que solo las sociedades agrícolas asentadas señalaban los movimientos del cielo. Pero los lakota, que seguían a grandes manadas de búfalos por el Medio Oeste estadounidense, también sincronizaban sus movimientos con los del sol y las estrellas. Las antiguas tradiciones que acompañaban a sus migraciones siguen vivas en la reserva de Rosebud en la actualidad.

«Los ancianos todavía conocen la tradición», afirma Douville. «Y cuando desaparezcan, todavía tendremos la lengua».

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