La primera persona que vio la foto del «punto azul pálido» aún la conserva en su armario

«En algún lugar de esa motita, yo estaba sentada en mi escritorio», cuenta la científica Candy Hansen.

Por Nadia Drake
Publicado 17 feb 2020, 15:19 CET
El 14 de febrero de 1990, la sonda Voyager 1 contempló la Tierra desde más de 6000 millones de kilómetros y capturó una imagen de nuestro planeta que el científico Carl Sagan describiría como «punto azul pálido».
Fotografía de NASA, JPL Cal-tech

Hace 30 años, la sonda Voyager 1 de la NASA ya había abandonado el reino de los planetas y se dirigía hacia el espacio interestelar. A casi 1600 millones de kilómetros de Neptuno, echó la vista atrás. Allí, sobre un cielo salpicado de estrellas, había un conjunto de planetas: el anillado Saturno, el gigantesco Júpiter, el blanquísimo Venus y la pálida, azul y acuosa Tierra.

El Día de San Valentín de 1990, la Voyager ensambló de forma metódica un retrato familiar de los mundos del sistema solar. Carl Sagan había propuesto la observación casi una década antes, pero su idea fue rechazada en varias ocasiones por diversos motivos, como el temor de que la imagen no tuviera ningún valor científico. Pero la Voyager se acercaba hacia la frontera del sistema solar y sus cámaras se apagarían de forma inminente. Desde su ubicación a 6000 millones de kilómetros, la sonda tendría la oportunidad de sacar una foto de su planeta.

«En realidad, esta fue la última oportunidad», afirma Candy Hansen, del Instituto de Ciencia Planetaria, que ayudó a planificar la secuencia de la foto. (Ahora, Hansen es la responsable de la JunoCam, que viaja a bordo de la sonda Juno de la NASA y envía imágenes preciosas de Júpiter.)

Por aquel entonces, Hansen formaba parte del equipo de imagen de la Voyager en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JPL, por sus siglas en inglés). Como representante del experimento, su trabajo consistía en planificar las observaciones de la sonad y comprobar las imágenes resultantes para asegurarse de que todo funcionara tal y como lo habían planeado. Esto se traduce en que de los miles de millones de habitantes del planeta Tierra, ella fue la primera humana que observó la imagen que denominamos «punto azul pálido».

Contempla el viaje de las sondas Voyager más allá de los confines del sistema solar

«Fue un momento sobrecogedor. Nuestra sonda había sacado desde muy lejos una foto de nuestro hogar y en algún lugar de aquella motita brillante, yo estaba sentada en mi escritorio», recuerda Hansen.

Treinta y cuatro minutos después de fotografiar la Tierra, las cámaras de la Voyager se apagaron. En esta imagen icónica, un puntito discreto de luz cuelga en medio de un haz de luz solar, con un aspecto cósmicamente intrascendente. El legado de la foto es que ha inspirado la respuesta contraria: el reconocimiento de la importancia de la Tierra, su fragilidad y su singularidad.

«Ahí está. Es nuestro hogar. Somos nosotros. Sobre él ha transcurrido y transcurre la vida de todas las personas a las que queremos, la gente que conocemos o de la que hemos oído hablar y, en definitiva, de todo aquel que ha existido... sobre una mota de polvo suspendida en un haz de luz solar», escribió Sagan en su libro, Un punto azul pálido. «Y en nuestra oscuridad, en medio de esa inmensidad, no hay ningún indicio de que vaya a llegar ayuda de algún lugar capaz de salvarnos de nosotros mismos».

Hansen ha hablado con National Geographic sobre lo que significó para ella el punto azul pálido entonces, qué significa ahora y dónde ha guardado la fotografía original. (Entrevista editada para hacerla más concisa y clara.)

¿Cómo te convertiste en la primera humana que vio el punto azul pálido?

Empecé a trabajar para el equipo de imagen de la Voyager en 1977 como ayudante del vicerrepresentante del experimento. El equipo de imagen, que era un grupo de científicos repartidos por el país, contaba con que el representante experimental del JPL pusiera todo en marcha en su nombre.

Mi trabajo consistía en planificar todas las observaciones y los comandos de cámara para los sobrevuelos. Había ayudado a Carl con sus observaciones desde el principio. Era su visión. Pero como la persona in situ en el JPL, mi trabajo consistía en rellenar el formulario que indica «esta es mi solicitud, esto es lo que queremos hacer», ir a las reuniones y hacer el trabajo sucio.

Nos habían rechazado varias veces, pero en 1989, por fin se dieron cuenta de que sería la última oportunidad y obtuvimos permiso para seguir adelante con esta observación. Así que participé en la planificación de la observación y en el análisis de las imágenes.

¿Cómo diseñasteis la observación?

Uno de los diseñadores de secuencias y yo estudiamos cómo proceder. La idea de Carl era hacer un mosaico del cielo con todos los planetas de fondo, pero no había espacio suficiente en la grabadora. Así que se nos ocurrió obtener una imagen de cada planeta, en color, y de algunas estrellas. Acabamos con una imagen desordenada que conectaba todos los planetas con imágenes de gran angular y después tomamos las fotos del Sol.

Más adelante, empezaron a llegarnos las imágenes.

Entonces, estabais comprobando las imágenes y asegurándoos de que las observaciones habían funcionado.

Sí. Como sacábamos primero las primeras que llegaban a la grabadora, empezamos desde Neptuno y seguimos hacia dentro. Primero vi las imágenes de Neptuno y pensé: «Vale, aquí está Neptuno, ahora viene Urano... Ah, sí, ahí está Urano, y ahora Saturno, y ahora Júpiter». Estos planetas relativamente grandes acabaron siendo puntitos relativamente grandes.

Enseguida pude reconocer las manchas de polvo de cada imagen, era capaz de sacar una imagen e identificar rápidamente qué era mancha, que era polvo y qué era Neptuno. Fui trabajando de forma bastante sistemática.

Cuando saqué la imagen donde debería haber estado la Tierra, al principio no la vi.

Oh, no.

Comprobé otros dos filtros y pensé: «¿Cómo se nos puede haber pasado la Tierra?». Tenemos el resto de los planetas, pero nuestra idea era capturar la Tierra. Fue un momento de terror, de pánico, de que algo se hubiera estropeado tras todos estos años de espera para conseguir esta oportunidad.

Me quedé sentada pensando qué hacer. ¿Qué íbamos a decir? De repente, me percaté de que sobre un haz de luz dispersa había una mota brillante que me pareció ni polvo ni una mancha. Así que busqué los otros dos filtros. Como era de esperar, estaba en las tres imágenes y supe que no era ni un artefacto ni cualquier otra cosa, ya que sabía cómo reconocer esas cosas.

Era la Tierra.

Sí, estaba ahí. Fue un momento sobrecogedor. Nuestra sonda había sacado desde muy lejos una foto de nuestro hogar y en algún lugar de aquella motita brillante, yo estaba sentada en mi escritorio. Y era aún más impresionante que estuviera en medio de un haz de luz dispersa.

Lógicamente, sabía que era solo luz dispersa en la óptica de la cámara. Lo sabía. Pero en el fondo me pareció muy especial que el Sol brillara sobre nosotros. Cuando me calmé, empecé a hacer llamadas para que la gente supiera que la habíamos conseguido, que estaba bien, que tenía tres colores y el resto ocurrió a continuación.

¿Sabías que estabas observando una imagen que tendría una repercusión tan grande?

Sí, lo sentí. Siempre lo sentí. En cierto sentido, tuve que vender la observación. Así que había pensado bastante en ella. Pero pensar en ella y sentir su impacto emocional son cosas diferentes.

Echando la vista atrás, me he dado cuenta de lo atemporal que es esta imagen. Cuando la sacamos en 1990, la Guerra Fría continuaba. Estados Unidos y la Unión Soviética aún se apuntaban el uno al otro con sus cabezas nucleares. Así que el mensaje de aquel momento era que no estropeáramos el planeta bombardeándonos mutuamente.

Y hoy ese mensaje aún es relevante. No estropeemos nuestro hogar calentando nuestra atmósfera; es el cambio climático. En ese sentido, es verdaderamente atemporal. Es la sensación de que solo tenemos una casa. Marte no es tan habitable. Ni la Luna. Tenemos un mundo que es nuestro hogar y debemos cuidarlo.

Creo que la gente lo sabe conceptualmente, pero ver la Tierra (también me viene a la cabeza la foto de «Earthrise»), ver el planeta en su conjunto parece dotar ese punto de emoción.

Sí. Y esa imagen, «Earthrise», es importantísima para nuestra visión de nosotros mismos.

Al ver la imagen del punto azul pálido hoy, ¿aún tienes el mismo tipo de reacción que al verla por primera vez?

Sí. Aún me da escalofríos. Es ese todo, una imagen que vale mil palabras... Bueno, quizá esta valga un millón.

Colocamos las imágenes en el auditorio [Theodore] von Kármán del JPL. Ocupaban un tramo enorme de la pared y estaban como montadas, las grandes angulares conectadas y después los pequeños angulares de los propios planetas. La persona encargada de todo eso me contó que siempre tenía que remplazar la foto de la Tierra, porque la gente se acercaba y la tocaba. ¿No te parece maravilloso? ¡Ahí es donde vivimos!

Me pregunto cuántas imágenes de la Tierra tuvo que remplazar.

¡Ni idea! Estaría bien averiguarlo, ¿verdad?

O dónde están todas las originales.

Eso sí que puedo decírtelo. Las guardo en una caja en mi armario.

¡No me digas!

Sí. No los datos digitales, claro, esos están en el archivo. Pero las copias físicas originales que clavamos y que teníamos por ahí están en una caja en mi armario.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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