La historia del Programa Mercurio en siete objetos

De aeronaves que traspasaron barreras hasta coches icónicos: estos objetos definieron el nacimiento del programa espacial estadounidense.

Por Simon Ingram
Publicado 6 oct 2020, 14:55 CEST
Objetos de la era espacial

Objetos de la era espacial para un estilo de vida de la era espacial: de aeronaves experimentales a cohetes, pasando por coches, estos artefactos construyeron la estética de la carrera espacial de Estados Unidos para «abrir un agujero en el cielo».

Fotografía de Smithsonian National Air and Space Centre, NASA, Alamy

En la década de 1950, en Estados Unidos, las miradas apuntaban al cielo. La Segunda Guerra Mundial había terminado, la Guerra Fría se caldeaba y con ella se fraguaba una carrera entre los dos adversarios, Estados Unidos y la URSS. El premio era el hito tecnológico definitivo: llevar a los humanos al espacio.

El auge de los avances que alimentaron esta «carrera espacial» fue rápido, erigido paralelamente en las ruinas del desarrollo frenético que había definido los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. También fue un empeño tremendamente costoso y, de vez en cuando, se basaba en inteligencia de origen turbio, gran parte de ella recopilada por exnazis expertos en armamento utilizados por los soviéticos y contratados por la NASA (entonces NACA) en el marco de la Operación Paperclip. La competición a ambos lados del Telón de Acero provocó inevitablemente la era más enloquecida del vuelo espacial, que culminó con el Programa Mercurio de Estados Unidos, el primer programa de misiones espaciales tripuladas del país.

El programa seleccionó a pilotos de pruebas de todas las ramas militares y los problemas que tuvo que resolver fueron formidables. Se sabía poco sobre la capacidad humana para soportar la ingravidez y el calor de la reentrada, las fuerzas G extremas, los rayos cósmicos potencialmente mortales y la viabilidad de trazar un rumbo de ida y vuelta al espacio dentro de los límites necesarios para la vida. El extenuante proceso de selección de los primeros «astronautas» estadounidenses ofrecería a los pocos elegidos la posibilidad de aspirar a la gloria o el olvido, posibilidades determinadas por el más mínimo error.

Los «7 de Mercurio» —el nombre otorgado a los pilotos de pruebas seleccionados para el primer programa de astronautas estadounidense— se hicieron famosos y todas sus familias se convirtieron en el centro de atención internacional. Sus vidas fueron dramatizadas por Tom Wolfe en su libro Elegidos para la gloria, que ahora es una nueva adaptación de Disney+. (The Walt Disney Company es accionista mayoritario de National Geographic.)

Fotografía de NASA

Fue una época de personajes y estilos de vida exuberantes, con muchas ambiciones y peligros omnipresentes. Y en el nuevo mundo en tecnicolor de las televisiones, las revistas y los informativos, los siete astronautas seleccionados y sus familias se convirtieron en una cohorte de celebridades.

El Programa Mercurio, dramatizado en el libro de Tom Wolfe de 1979 Elegidos para la gloria —y que ahora es una nueva adaptación de Disney+— también definió el aspecto de la era espacial, con una estética extraída del próspero y liberado telón de fondo de la América de los años cincuenta. Fue una época de coches inspirados en naves espaciales, de pilotos que aspiraban a convertirse en astronautas y de una tecnología que traspasó los límites de lo posible.

Estos son siete objetos que, de formas grandes y pequeñas, ayudaron a definir esta era.

1.  Bell X-1

El comienzo del vuelo espacial humano vendría de la mano de Chuck Yeager, que rompió la barrera del sonido en 1947 a bordo del avión Bell X-1 al que apodó «Glamorous Glennis» por su mujer.

Yeager había sido un soldado en la Segunda Guerra Mundial antes de empezar a hacer vuelos de prueba cuyo fin era mejorar el diseño de las aeronaves, pero que abrieron la posibilidad a ideas más ambiciosas para el vuelo tripulado. Días antes de su vuelo histórico, Yeager se rompió dos costillas al caerse de un caballo. Para colocarse en el asiento, incluso sin lesiones, prácticamente había que hacer contorsionismo y el piloto tuvo que fijar el mango de una escoba a la puerta de la aeronave para poder cerrarla.

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    El Bell X-1, pilotado por Chuck Yeager, fue el primer avión que rompió la barrera del sonido.

    Fotografía de Smithsonian National Air and Space Museum

    «El miedo se agazapaba en los profundos recovecos de la mente; presente, reconocido, pero controlado», escribiría Yeager más adelante, después de que el X-1 —poco más que un cohete naranja con alas— se propulsara a 6000 metros de altura desde un buque nodriza B29 al grito de «¡caída!». El X-1 encendió los propulsores y ascendió a casi 14 000 metros, acelerando a través de la barrera del sonido hasta 1.06 M (o aproximadamente 1300 kilómetros por hora) cinco minutos después. El vuelo supersónico duró 18 segundos y después Yeager aterrizó sin motores en un lecho lacustre de California.

    Chuck Yeager (dcha.) y el actor Sam Shepard posan junto a una réplica del Bell X-1 utilizada para la adaptación de Philip Kauffman de Elegidos para la gloria (1983). Shepard interpretó a Yeager en la película; el propio Yeager fue asesor técnico.

    Fotografía de Everett Collection, Alamy

    Vista de piloto del interior del Bell X-1 en la que vemos el instrumental de 1947, similar al de los aviones de combate de la época. Arriba a la derecha vemos el máchmetro.

    Fotografía de Smithsonian National Air and Space Museum

    Pese a personificar la cualidad implacable descrita por Tom Wolfe como «lo que hay que tener», Yeager nunca fue astronauta. Regresó al mando de combate y se retiró como general de brigada en 1975 tras su despliegue durante la Guerra Fría y la guerra de Vietnam. La última vez que rompió la barrera del sonido fue en un F-15 en 2012 y —con 97 años en el momento de la publicación— ha sobrevivido a los siete astronautas originales del Programa Mercurio. Según contó a Wired en 2014, la experiencia de Yeager en los inicios de la era espacial fue diferente al glamur de los años posteriores: «No teníamos casas gratis ni fama. Nos partíamos la espalda por 250 dólares al mes. Muchos morimos en el proceso».

    Ubicación actual: Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian, Washington D.C.

    2. La cabina para primates

    Un aspecto polémico del Programa Mercurio fue el uso de animales como sujetos de estudio. Una serie de criaturas se convirtieron en protoastronautas durante los primeros vuelos, del mismo modo que los competidores de la NASA en la «carrera espacial», la URSS. La afición de esta última a enviar perros al espacio tenía un fin similar: probar la capacidad de las criaturas vivas para soportar los rigores del vuelo espacial. A diferencia de los perros rusos más famosos (como Laika, que hizo un viaje solo de ida), la NASA envió animales con la intención inicial de devolverlos sanos y salvos a la Tierra. Entre ellos figuraron los primeros terrícolas en el espacio: un grupo de moscas de la fruta enviadas en la cápsula delantera de un misil V-2 nazi capturado en 1947, que regresó sano y salvo a la Tierra en un paracaídas.

    Ham colocado en su «sofá», hecho a medida para él, igual que los del resto de los astronautas del Programa Mercurio. Enero de 1961.

    Fotografía de NASA

    Los infames «astrochimps» fueron la última prueba antes de que los humanos emprendieran el viaje al espacio y tuvieron un proceso de selección propio. Finalmente, seis de 40 chimpancés llegaron a la fase prevuelo. Optaron por utilizar chimpancés porque eran «inteligentes y normalmente dóciles... [y] un primate con el tamaño y la sapiencia suficientes para proporcionar un facsímil razonable del comportamiento humano».

    No fueron meros pasajeros, sino que su misión era demostrar que podían realizarse tareas básicas en el espacio, así que los adiestraron para tirar de una palanca tras ver una luz azul. Para esto se utilizó un proceso que implicaba una pequeña descarga eléctrica en las plantas de los pies si daban una respuesta errónea y un pellet de plátano como recompensa a cambio de una respuesta correcta.

    Ham, que fue seleccionado inmediatamente antes del vuelo por ser «particularmente enérgico y con buen humor», despegó el 31 de enero de 1961 y alcanzó una altitud de 252 kilómetros sobre la Tierra y «18 G», y logró tirar de la palanca tras ver la señal. En este vuelo de 16 minutos, experimentó unos seis minutos de ingravidez. 

    Muchos vuelos de animales tuvieron finales trágicos tras aterrizar; Ham estuvo a punto de no ser la excepción. Su cápsula comenzó a inundarse tras el amerizaje, pero consiguieron rescatarlo y lo describieron como «aparentemente impertérrito», aunque los comentaristas posteriores no estuvieron de acuerdo e insistieron en que la sonrisa de Ham era en realidad una mueca de dolor. Su imagen apareció en la portada de revistas como Life y protagonizó varios documentales.

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      Izquierda: Ham dentro de su cápsula de soporte vital. La cápsula —una alternativa al traje espacial— se construyó alrededor del asiento, o sofá, para protegerlo en caso de despresurización. Derecha: con un «apretón de manos», Ham saluda al comandante de su buque de recuperación, el USS Donner, tras el amerizaje.

      Fotografía de NASA

      Un segundo chimpancé, Enos, viajó a la órbita el 29 de noviembre de 1961, antes del primer vuelo orbital de John Glenn en febrero del año siguiente. También regresó sano y salvo, aunque el chimpancé sufrió descargas eléctricas incluso cuando respondía correctamente debido a una avería.

      Al igual que Enos, Ham solo recibió su nombre (un acrónimo del Holloman Aerospace Medical Centre, donde lo adiestraron) tras regresar del espacio. Antes del vuelo lo llamaban simplemente Número 65, para dar anonimato a la personalidad del animal en caso de que la misión fracasara y en cualquier titular periodístico subsiguiente.

      Ham falleció en 1983 en un parque zoológico de Carolina del Norte. Los planes para exhibir al chimpancé se recibieron con polémica, así que sus restos —salvo su esqueleto, utilizado en la investigación— se enterraron en el Salón de la Fama del Espacio Internacional en Alamogordo, Nuevo México.

      Aunque se consideró un éxito, el vuelo también hizo que se cuestionara la forma en que se empleaban los primates en interés del progreso del vuelo espacial. Finalmente, la NASA prohibió esta práctica en 1997, cuando se retiró del proyecto de investigación Bion de EE. UU. y Rusia tras la muerte de un mono llamado Multik.

      Tras ver la grabación de Ham durante su vuelo de 1961, la primatóloga Jane Goodall se quedó horrorizada. «Nunca he visto tanto terror en el rostro de un chimpancé», contó a Henry Nichols, de The Guardian, en 2013.

      Ubicación actual: Las colecciones del Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian incluyen varias cápsulas de primates. Ham está enterrado en el Salón de la Fama del Espacio Internacional, en Nuevo México.

      3. Traje espacial MR-3 de Alan Shepard

      Aunque John Glenn se convertiría en el primer humano estadounidense en orbitar alrededor del planeta, Shepard tendría la distinción de ser el primer humano estadounidense que entró en el espacio. El traje que llevó, diseñado por el fabricante de neumáticos B.F. Goodrich, se desarrolló a partir de un traje para altitudes elevadas que ya utilizaba la Marina estadounidense y que pasó varias fases de diseño conforme avanzaba el Programa Mercurio.

      Con una capa exterior de nailon aluminizado y un interior de nailon de neopreno, los trajes nunca se presurizaban por completo durante los vuelos del Programa Mercurio. Esta característica del traje se había incluido en caso de pérdida accidental de presión en cabina —algo que nunca ocurrió—, pero redujo drásticamente la movilidad. La principal queja era que los trajes daban mucho calor.

      Alan Shepard vestido para el lanzamiento de la cápsula «Freedom 7» el 5 de mayo de 1961. Aunque su vuelo solo iba a durar 15 minutos, Shepard pasó más de ocho horas en la plataforma de lanzamiento con el traje puesto. Su «accidente» cortocircuitó la telemetría médica.

      Fotografía de NASA

      Cada traje se hacía a medida del astronauta y Shepard fue el primero que utilizó uno en el espacio. Debido a la brevedad de su vuelo, el diseño tenía una carencia: mientras esperaba varias horas en la plataforma de lanzamiento porque el lanzamiento se había atrasado, Shepard se vio obligado a orinar dentro de su traje de 29 000 dólares.

      John Glenn lo tuvo más fácil: para 1962, su traje espacial contaba con un prototipo de recipiente para orinar. Fue necesario, ya que Glenn depositó casi 800 mililitros de orina durante su vuelo espacial de cinco horas. Esta cantidad, según señalaron los médicos más adelante, era muy superior a la de la vejiga humana, lo que abrió un debate interesante sobre el efecto de los vuelos espaciales en la excreción de fluidos.

      Ubicación actual: almacenado en el Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian.

      4. Cápsula Liberty Bell 7

      Las abreviaturas de la misión Mercurio eran una combinación del nombre del programa y el tipo de cohete —de ahí Mercurio-Redstone (MR) y Mercurio-Atlas (MA)— seguidos del número de la misión. Las cápsulas unipersonales eran bautizadas por el astronauta, todas ellas con el sufijo «7» en referencia al equipo del Programa Mercurio. Alam Shepard llamó a su cápsula Freedom 7; la de John Glenn era Friendship 7; la de Carpenter Aurora 7; la de Schirra, Sigma 7 y la de Cooper Faith 7. Virgil ‘Gus’ Grissom, el segundo astronauta del Programa Mercurio, llamó a la suya Liberty Bell 7. La aeronave tenía una grieta blanca pintada en referencia a la Campana de la Libertad original. Es posible que esta broma de diseño tentara demasiado al destino.

      La NASA, que tenía que crear una nave diseñada para soportar fuerzas inauditas, tripulada por astronautas con poca experiencia y que aún no habían afrontado algunos retos, en una carrera para ser los primeros en llevar a un humano al espacio antes que los rusos, estaba diseñando a gran velocidad guiándose por su instinto. Quizá por eso cabía esperar que algunas cosas fueran mal. Uno de los primeros contratiempos se produjo cuando Gus Grissom amerizó el 21 de julio de 1961 en la Liberty Bell 7 tras un vuelo casi perfecto.

      Parte de la evolución de las cápsulas había dotado de nuevas características a la Liberty Bell. Primero, una sola ventana más grande y, en segundo lugar, un nuevo sistema de escotilla explosiva, diseñado para facilitar que los astronautas salieran rápidamente por la compuerta sellada con 70 pernos.

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        1961: Virgil 'Gus' Grissom posa frente a la cápsula Liberty Bell 7, con su «grieta» blanca pintada.

        Fotografía de NASA

        Un helicóptero de la Marina estadounidense intenta izar la Liberty Bell 7 del agua tras la explosión inesperada de la compuerta tras el amerizaje. En el agua puede verse la cabeza de Gus Grissom. El astronauta tuvo dificultades para permanecer a flote, ya que no le había dado tiempo a sellarse bien el traje.

        Fotografía de NASA

        Grissom se desvió de la trayectoria de amerizaje en el Atlántico y, mientras esperaba al helicóptero de rescate, había terminado algunas tareas postvuelo. De repente, escuchó un ruido sordo procedente de la escotilla. La escotilla ya no estaba; podía ver el cielo y el agua del mar entrando en la cápsula, por lo que se vio obligado a evacuar. La tripulación del helicóptero, que supuso que Grissom estaba flotando cómodamente, trató de recuperar la cápsula. Sin embargo, el motor sufrió fatiga y tuvieron que llamar un segundo helicóptero, después de lo cual abandonaron a Grissom y la cápsula Liberty Bell. Lo que no sabían era que el astronauta tenía problemas de flotabilidad, ya que su traje no estaba preparado para ello y se estaba llenando de agua.

        Grissom fue rescatado y la Liberty Bell se hundió hasta el fondo, donde permanecería hasta que una expedición de 1999 la recuperó a una profundidad gélida de 4800 metros. (A modo de comparación, el Titanic yace a 3800 metros.)

        La cápsula Liberty Bell 7 se recuperó a una profundidad de 4800 metros —más profundidad que el Titanic— en 1999. Dentro había artefactos como el cuchillo de emergencia de Grissom, varias monedas conmemorativas y una balsa salvavidas de emergencia que aún podía contener aire.

        Fotografía de NASA, Alamy

        La cápsula Liberty Bell 7, rescatada del fondo del mar, se ha restaurado y se expone en el Cosmosphere de Hutchinson, Kansas.

        Fotografía de Cosmosphere, Hutchinson, Kansas

        Grissom, alterado por el fallo de la escotilla y el mal rato que pasó en el agua, se vio envuelto en una controversia y se especuló si el astronauta había explotado la escotilla por accidente o de forma deliberada. Refutó ambas alegaciones e insistió en que la etapa final había que ejercer una gran presión en un émbolo que, según apuntó Grissom en el libro We Seven estaba «tan alejado que tendría que haberlo alcanzado a propósito para tocarlo. Yo no hice eso».

        En una misión posterior, Wally Schirra expulsó su escotilla de forma manual mientras estaba sano y salvo en cubierta tras amerizar. El corte y el moratón resultantes de la fuerza necesaria para provocar la explosión demostraron que Grissom no había explotado su propia escotilla, ya que no presentaba heridas similares. Fuera o no un intento deliberado de defender a su amigo, pareció funcionar.

        Pese a estas dificultades técnicas, los programas Mercurio y Géminis pasarían sin víctimas humanas tras el despegue. Ni siquiera el programa Apolo perdería a astronautas en el espacio, aunque sí que hubo bajas. En una ironía trágica, sería la escotilla de la Apolo 1 la que impidió que Grissom, Ed White y Roger Chaffee escaparan de un incendio eléctrico durante una prueba en la plataforma de lanzamiento en 1967; los tres miembros de la tripulación fallecieron.

        Ubicación actual: La cápsula Liberty Bell 7 se expone en el Cosmosphere en Hutchinson, Kansas.

        5. El «Celestial Training Device»

        «Dígame cuándo y dónde quiere que aterrice, y lo haré al revés y le diré cuándo despegar». Eso dijo Katherine Johnson, la genio de las matemáticas responsable de los cálculos necesarios para garantizar que los viajes del Programa Mercurio a los desconocido fueran menos desconocidos, al menos numéricamente.

        Enviar una cápsula metálica al espacio desde un planeta que rotaba entrañaba muchos escollos posibles si querías devolver a un astronauta a casa, por no hablar de evitar una colisión en el proceso o un amerizaje a cientos de kilómetros de donde estuviera el barco de rescate. Eran cálculos complejos: imagina disparar una pelota de tenis al cielo desde un cañón e intentar predecir la ventana abierta por la que aterrizará en una ciudad a 300 kilómetros de distancia. Y la mayoría de estos cálculos eran nuevos: como recordaría Johnson más adelante, «escribimos nuestro propio libro de texto... porque no había ningún otro texto sobre el espacio».

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          Katherine Johnson trabaja con su regla de cálculo y el «Celestial Training Device» (izquierda) que la ayudaba con sus cálculos.

          Fotografía de Langley Space Centre, NASA

          Era un hervidero perverso de velocidad versus gravedad, ascensión, declinación, todo ello contrapuesto a la rotación de la Tierra. Se utilizaron computadoras mecánicas para los cálculos, pero fue una computadora humana quien garantizó que los cálculos fundamentales concordaran. Además de las reglas de cálculo y la geometría de toda la vida, otra herramienta crucial fue el icónico «celestial training device» —un globo dentro de un globo— que Johnson utilizó para las misiones orbitales más complejas. Supuestamente, su cotejo se debió a la insistencia de John Glenn, que bromeaba sobre la labor numérica de Johnson: «Si ella dice que son correctos, estoy listo».

          John Glenn contempla el Celestial Training Device, el «globo dentro de un globo».

          Fotografía de NASA

          Johnson, que tuvo que superar los estereotipos de raza y género para hacerse un lugar en la historia del vuelo espacial, también proporcionaría las coordenadas para la misión Apolo a la Luna y trabajó en el programa del transbordador espacial. Falleció en febrero de 2020.

          Ubicación actual: desconocida

          6. La cámara Hasselblad 500C modificada

          A principios de los años sesenta, las primeras fotografías de la Tierra sacadas por humanos se convertirían en una publicidad muy potente en una carrera espacial muy cara: la recompensa a la enorme inversión de dinero de los contribuyentes y el interés público. Aunque todas las cápsulas contaban con una cámara de vídeo automática, según cuenta Albert J. Derr en Photography Equipment and Techniques: A Survey of NASA Developments, «no se le dio prioridad a la fotografía en los dos primeros vuelos suborbitales de astronautas estadounidenses porque era esencial que se concentraran en manejar la nave espacial».

          El soviético Yuri Gagarin tampoco llevó cámara en el vuelo histórico que superó a los estadounidenses por menos de un mes el 12 de abril de 1961, así que John Glenn sería el primero en llevar una cámara para fotografiar la Tierra el 20 de febrero de 1962.

          La cámara de Glenn era una Ansco Autoset 35mm de Minolta que había comprado en una tienda de Florida. Se había modificado con un botón para accionar el obturador y avanzar la película parecido al gatillo de una persona, un filtro especial para la fotografía ultravioleta experimental y un ocular a distancia para poder usarla con el casco. A Glenn le gustaba la cámara porque tenía un ajuste de exposición automático, lo que facilitaba utilizarla al llevar guantes. También se llevó una Leica 1g aprobada por la NASA, con la que sacó imágenes en color de la Tierra.

          Izquierda: Una de las dos cámaras que llevó John Glenn a bordo de la cápsula «Friendship 7», una Minolta Hi-Matic modificada (renombrada como Ansco Autoset) y reacondicionada para la fotografía ultravioleta. Derecha: La imagen que Glenn consideró la primera instantánea manual de la Tierra, sobre el norte de África; 20 de febrero de 1962.

          Fotografía de NASA, John Glenn

          Las fotografías de Glenn fueron lo bastante atmosféricas para abrir el apetito del público, pero sería el diestro fotógrafo Wally Schirra quien iniciaría la asociación de la NASA con la cámara que capturaría algunas de las imágenes más icónicas. La cámara era una Hasselblad 500C modificada, un modelo de fabricación sueca de 6x6 centímetros con un objetivo Zeiss. Para evitar el acabado plateado y el reflejo de la ventana de la nave espacial, la cámara se pintó de color negro mate. A un lado se colocó un nuevo visor paralelo y se añadió un carrete con capacidad para 100 fotografías (frente a las 12 habituales) para no tener que cambiarlo en plena órbita.

          La Hasselblad 500C de Wally Schirra tras la modificación. La cámara también fue utilizada por Gordon Cooper en la misión final del Programa Mercurio. Se subastó en 2014 y alcanzó un precio de 234 000 euros.

          Fotografía de RR Auction, Keith Haviland

          El astronauta Wally Schirra prueba la Hasselblad modificada antes del vuelo Mercurio-Atlas 8 en 1962.

          Fotografía de NASA

          Finalmente, tras cubrirla de velcro para sujetarla a la cápsula y quitarle cualquier peso adicional, la Hasselblad estuvo lista para el despegue. Las imágenes de Schirra serían extensas, nítidas y coloridas. Le otorgarían a la Hasselblad modificada un puesto en las misiones Géminis y, más adelante, en las misiones Apolo a la Luna, donde Neil Armstrong empuñaría una versión más avanzada de la cámara, creando un efecto icónico.

          Ubicación actual: Las cámaras de Glenn están en el Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian; la cámara Hasselblad utilizada en las misiones Mercurio se vendió a un coleccionista británico privado en 2014.

          7. Chevrolet Corvette de 1961

          Con sus líneas de la era espacial, su acústica descarada y un rendimiento a la par, es fácil comprender por qué el coche deportivo de Chevrolet resultaba atractivo para los pilotos de cohetes. Pero el motivo por el que el Corvette se convirtió en un tótem del programa de astronautas no fue accidental. Que el Corvette fuera el coche elegido por los primeros astronautas se debió al entusiasmo del astronauta «Smilin» Al Shepard por el coche y a un vendedor de Florida con iniciativa que vio una oportunidad publicitaria.

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            Un modelo de 1961 del Chevrolet Corvette similar a los primeros coches «arrendados» por los astronautas con el lucrativo trato de Jim Rathmann.

            Fotografía de Alamy

            El presidente de General Motors ofreció a Shepherd —que ya conducía Corvettes— un modelo personalizado tras el primer vuelo del Programa Mercurio en 1961. Oliendo la oportunidad, el vendedor de Florida Jim Rithmann ofreció coches similares a todos los astronautas a cambio de un precio de arrendamiento anual de un dólar, ya que la promoción de artículos regalados estaba prohibida según los contratos de los astronautas. La mayoría de los astronautas del Programa Mercurio optaron por un Corvette; John Glenn fue el blanco de las burlas cuando optó por un coche familiar más sobrio. Las bromas con el coche se volverían legendarias y muchos especularon que uno o más de sus conductores acabarían mal al volante.

            Con el progreso del programa espacial, los Corvettes también avanzaron. A partir del modelo de los años cincuenta, se convirtieron en la encarnación del coche deportivo de los años setenta. Los tratos de coches por un dólar anual se extenderían a los programas Géminis y Apolo. La NASA no estaba muy contenta con la publicidad asociada y temía que el entusiasmo de sus astronautas por el coche significara un apoyo a la empresa.

            Se desconoce el paradero de muchos de los coches de los astronautas; entre ellos está el Stingray restaurado de 1967 de Neil Armstrong y un par de modelos personalizados para la tripulación de la Apolo 12, expuestos en el Corvette Museum de Kentucky. Se cree que Shepard —que posee la distinción de ser el primer estadounidense en el espacio y el único astronauta de una misión Mercurio que también ha pisado la Luna, en la Apolo 14— tuvo al menos 10 Corvettes. Uno de ellos, un modelo de 1968, se puso en venta hace poco en malas condiciones. El vendedor había remplazado el motor después de que el astronauta hiciera explotar el original, supuestamente. ¿Cuánto cuesta tener un coche maltrecho que representa una era empapada de adrenalina?: poco más de 110 000 euros.

            Ubicación actual: la mayoría de los coches restantes están en colecciones privadas; el Corvette Museum de Kentucky expone dos coches de astronautas de las misiones Apolo.

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