Este artista coloca nubes y arcoíris en lugares inesperados

Las singulares instalaciones Berndnaut Smilde cobran vida mediante la física y la química.

Por Alejandra Borunda
Publicado 2 jul 2018, 13:52 CEST
Himalayas
«Himalayas», serie Nimbus. 2015.
Fotografía de Nina Chen

A este artista holandés le encantaba hacer pequeños montajes cuando era niño: construir y romper interminables ciudades de Lego para elaborar objetos reales que se correspondieran con los espejismos que afloraban en su imaginación. En la escuela de bellas artes, pintó unos cuantos años antes de verse atraído por el mundo táctil de la escultura. Un día, se preguntó si podría esculpir una nube.

Las nubes son al mismo tiempo muy simples e infinitamente complejas. Cada una es una masa de gotitas de agua microscópicas condensadas a partir de un aire tan húmedo que no puede contener más líquido. A continuación, el vapor de agua condensa cualquier partícula que encuentre —una mota de polvo, una molécula orgánica flotante o una salpicadura de carbono negro— para formar las mullidas manchas o las tenues marañas que vemos en el cielo.

Para crear nubes bajo demanda, Smilde hizo sus deberes y empezó a experimentar en su estudio. Primero, humedeció el piso de su estudio y roció una fina neblina de agua en el aire para saturarlo de vapor. A continuación, compró una máquina de humo como las que se usan para crear niebla en una casa encantada y expulsó gotitas minúsculas de material en el que podía condensarse el vapor.

Pronto pudo crear una breve nubecita. Empezó a colocarlas en entornos arquitectónicos considerables, como una iglesia gótica, unos baños árabes en Turquía o un pasillo embaldosado en Francia. Tenía que darse prisa para sacar una fotografía en los pocos segundos antes de que la nube se desintegrara.

Smilde dice que le gusta poner partes del mundo natural en posiciones inesperadas y dejar que esta yuxtaposición provoque sensaciones extrañas en los observadores.

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    Smilde hace una demostración con el prisma del espacio artístico MU en Eindhoven, Países Bajos.
    Fotografía de Hanneke Wetzer
    Entre bastidores en la estación Kunst en Colonia, Alemania.
    Fotografía de Ronchini Gallery

    «Existen muchas referencias culturales e ideas sobre fenómenos meteorológicos como las nubes», afirma. «La gente se inventa historias sobre ellas y las interpreta a su manera».

    En 2015, Smilde empezó a pensar en un nuevo proyecto. Solía jugar con un pequeño prisma que tenía en su estudio, dándole vueltas y observando cómo dividía la luz blanca en un arcoíris que llenaba las paredes de colores.

    Pensó que quizá podría crear un arcoíris más grande y ponerlo en algún sitio que hiciera que las personas vieran este popular fenómeno natural desde una nueva perspectiva.

    Sabía que si quería crear un arcoíris gigante tendría que fabricar un prisma gigante. Entonces, Smilde era un artista residente del Museo de Arte Contemporáneo de Boulder en Colorado. Contactó con Steve Tomczyk, científico especialista en física solar en el Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos.

    Smilde construyó y Tomczyk calculó, y en poco tiempo habían diseñado el enorme prisma, que habían fabricado en una empresa de plástico local. Lo dejaron hueco y lo rellenaron con aceite mineral, que tiene las mismas propiedades ópticas que la capa exterior de plástico de 2,5 centímetros de ancho, de forma que descompone la luz de forma idéntica.

    Tras las cámaras del faro del cabo Leeuwin, en Australia Occidental.
    Fotografía de Bewley Shaylor
    Faro del cabo Leeuwin.
    Fotografía de Bewley Shaylor
    Arcoíris proyectado en un lado del Klokgebouw en Eindhoven, Países Bajos, para la exposición de 2016 «Weather or Not».
    Fotografía de Hanneke Wetzer

    Probaron el prisma una noche oscura en una granja a las afueras de Boulder. Empleando un enorme foco —una «luz de Batman», como dice Smilde—, el prisma creó un amplio arcoíris sobre el lateral de un granero a unos 100 metros de distancia.

    Pero lo que Smilde quería era dividir la luz en un lienzo aún más amplio.

    Finalmente, convenció a los gestores del faro del cabo Leeuwin en Australia para que le dejaran instalar su prisma frente a su bombilla de 1.000 vatios. Estuvo intentando encontrar la posición perfecta toda una tarde. A continuación, se puso el sol y la bombilla se encendió. Entonces, apareció el arcoíris. Cada siete segundos y medio, el rayo atravesaba el prisma, reflejando un arcoíris en el paisaje.

    Smilde quiere llevar sus nubes y prismas a muchos más lugares del mundo para poder observar cualquier paisaje de una forma nueva.

    «No me interesa intentar crear algo que dure para siempre», afirma. El arte que crea se disipa y desaparece, de forma que cada pieza está anclada a un momento y un lugar. Para él, eso significa que siempre hay más arte que crear y un nuevo lugar al que ir.

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