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Página del fotógrafo
Romain Veillon
El agua traída en ferrocarril irrigaba los jardines de Kolmanskop. Ahora, la ciudad abandonada está colapsando, al haber sido reclamada por el desierto.
Se necesitan permisos para entrar a Kolmanskop, que ahora es propiedad de una empresa privada que la mantiene como lugar turístico, y los visitantes deben formar parte de una excursión guiada en alemán o inglés.
Los lujos excesivos de los ciudadanos contrastaban con las condiciones en las que vivían los trabajadores que les daban su riqueza. Los integrantes de las tribus desplazadas por la zona de minería solían ser contratados como mineros y los obligaban a vivir en complejos de barracones hacinados durante meses.
Al principio, había tantos diamantes que los trabajadores podían sacarlos de entre la arena. Eran visibles incluso a la luz de la luna. Conforme pasaban los años, la minería se intensificó.
Aunque estaba ubicada en medio de una franja desolada del desierto, Kolmanskop contaba con varios lujos, como un hospital con dos médicos alemanes, un bar, una fábrica de hielo, una bolera, una sala de conciertos donde tocaban compañías de ópera europeas, pero donde también actuaban gimnastas y actores locales.
El nombre de la zona parecía anunciar su destino: se llama Kolmanskop, o Kolman’s Knoll, por un trabajador que había abandonado su carro de bueyes allí durante una tormenta de arena años antes de la fundación de la ciudad.
La ciudad ya experimentaba un declive a principios de la década de 1930, apenas unas décadas después de su auge repentino. Para 1956, había quedado abandonada.
Kolmanskop, un fascinante recordatorio del tiempo, la destrucción y la mortalidad, está desapareciendo en el desierto.
Las condiciones áridas del desierto del Namib preservan las exuberantes decoraciones de la localidad de principios del siglo XX, pero las dunas podrían tragarse esos restos.