Inquietantes imágenes del interior de una ciudad fantasma de Namibia

En Kolmanskop, los edificios llenos de arena de una antigua localidad dedicada a la minería de diamantes atraen a miles de turistas.

Por Paul Cooper
fotografías de Romain Veillon
Publicado 25 mar 2019, 17:13 CET

El papel pintado de vivos colores se despega de las paredes, las casas en ruinas han sido dominadas por la arena: esta es Kolmanskop, una ciudad fantasma en el desierto del Namib, en el sur de África, en medio de una región conocida como «la zona prohibida». Y la historia de cómo llegó allí es tan extraña como ver la ciudad hoy en día.

Una historia extraña y dolorosa

Una tarde de 1908, un trabajador del ferrocarril de Namibia llamado Zacherias Lewala sacaba la arena de las vías con una pala cuando vio algunas piedras que brillaban bajo la luz. El jefe alemán de Lewala las identificó: eran diamantes. Lewala no fue recompensado por su hallazgo.

Pronto hordas de prospectores acudieron a la zona. Para 1912, había surgido una ciudad que producía un millón de quilates al año, o el 11,7 por ciento de la producción mundial de diamantes.

La rica Kolmanskop se convirtió en un oasis de riqueza en medio del desierto. Tenía carnicero, panadero, oficina de correos y una fábrica de hielo, y el agua dulce se traía en ferrocarril. Incluso albergó actuaciones de grupos europeos de ópera. Reinaba una especie de excentricidad demencial. Una familia tenía un avestruz como mascota que aterrorizaba a otros ciudadanos y lo hicieron tirar de un trineo en Navidad.

Pero Kolmanskop —parte de la colonia de África del Sudoeste Alemana— se construyó sobre un legado de violencia colonial. Solo cuatro años antes del hallazgo de los diamantes en Kolmanskop, el pueblo herero de Namibia había luchado contra los colonizadores alemanes, cuyas represalias tuvieron una ferocidad genocida: mataron a más de 60.000 hereros.

Auge y caída

Los buscadores de Kolmanskop se enriquecían de la noche a la mañana con solo recoger diamantes del suelo del desierto, pero las autoridades alemanas querían ejercer un mayor control sobre estas riquezas. Tomaron medidas duras, declarando una amplia zona de Namibia una Sperrgebiet, o zona restringida, prohibiendo la entrada a los ciudadanos de a pie, y reservando los derechos de prospección a una empresa con sede en Berlín. Los integrantes de las tribus desplazados de sus tierras por la construcción de la zona solían ser contratados como trabajadores en las minas de diamantes, obligados a vivir en complejos de barracones hacinados durante meses.

Pero no duraría. La minería intensiva agotó la zona en la década de 1930 y, en 1928, la ciudad quedaría condenada con el descubrimiento de los campos de diamantes más abundantes hasta la fecha en las terrazas de las playas del sur. Los ciudadanos partieron en masa, abandonando sus hogares y posesiones.

Para 1956, Kolmanskop había quedado totalmente abandonada. Las dunas que se habían infiltrado sobre las vías del ferrocarril de Lewala han atravesado las puertas y porches de las casas y llenado las habitaciones de suaves bancos de arena.

Durante su breve auge, casi mil personas —colonizadores alemanes y sus familias, así como miembros de tribus locales que trabajaban en las minas— vivieron en Kolmanskop.
Fotografía de Romain Veillon
Fotografía de Romain Veillon

Una segunda vida (y muerte)

En 2002, se concedió a una empresa privada local llamada Ghost Town Tours una licencia para gestionar Kolmanskop como atracción turística, llevando en bus a los visitantes a la zona prohibida para que explorasen y fotografiasen las ruinas cubiertas de arena. Hoy, hasta 35.000 turistas visitan la ciudad cada año, llevando dinero a la cercana localidad costera de Lüderitz.

Visitar ruinas no es nada nuevo: durante milenios, la gente ha sentido atracción por ciudades rotas y monumentos derribados, lugares de contemplación silenciosa que nos recuerdan nuestra propia arrogancia y el poder del tiempo.

Thóra Pétursdóttir y Bjørnar Olsen, editores del libro Ruin Memories: Materialities, Aesthetics and the Archaeology of the Recent Past, describen nuestra fascinación por las ruinas.

«Se desvelan objetos enmascarados, el interior se convierte en el exterior», escriben. «Las paredes derrumbadas, las ventanas rotas y los cajones abiertos exponen lo íntimo y lo privado, arrojando luz sobre lo oculto, lo olvidado o lo desconocido».

Pétursdóttir y Olsen sostienen que las paredes derrumbadas y las habitaciones llenas de arena de estas jóvenes ruinas —su edad se mide en décadas, no en milenios— desafían nuestras suposiciones sobre el orden y el progreso del mundo moderno.

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    Kolmanskop, un fascinante recordatorio del tiempo, la destrucción y la mortalidad, está desapareciendo en el desierto.
    Fotografía de Romain Veillon

    Pero ni siquiera duran los recordatorios de que nada es para siempre. Pese a las iniciativas de conservación en curso y el límite anual de la cantidad de turistas, los estudios llevados a cabo en 2010 evidenciaban un «deterioro marcado» de varias estructuras de Kolmanskop.

    En poco tiempo, la ciudad podría desaparecer en el desierto.

    Hasta entonces, esas ruinas surrealistas nos recuerdan el poder de nuestras sociedades para construir, pero también el derroche material y el sufrimiento humano que somos capaces de desencadenar. Hoy, los turistas visitan un testimonio de las maldades del sistema colonial, un monumento melancólico a un mundo que desaparece de una vez por todas bajo las arenas cambiantes de la historia.

    Paul Cooper es un novelista residente en Reino Unido, estudiante de doctorado y presentador del podcast Fall of Civilizations. Síguelo en Twitter @PaulMMCooper.
    Romain Veillon fotografía lugares abandonados de todo el mundo. Lee su libro Ask the Dust o síguelo en Instagram @romain_veillon.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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