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Página del fotógrafo
Thomas Nicolon
Con la lengua, una víbora cornuda olfatea su entorno. Cada año, las serpientes venenosas matan a unas 30 000 personas en el África subsahariana, pero muchas muertes no se documentan. La cifra real podría ser el doble. (De «En África, las mordeduras de serpiente son una crisis sanitaria «desatendida»», mayo 2020.)
Ágil y arbórea, la mamba verde oriental —una de las cuatro especies mortales de mamba africana— vive en la región costera del sur de África oriental. Las mambas evitan a los humanos en la medida de lo posible, pero sus ataques liberan un veneno neurotóxico que actúa rápidamente, provocando insuficiencia respiratoria y muerte por asfixia.
Una víbora rinoceronte en los bosques de la República Democrática del Congo. Este animal debe su nombre a las escamas agrandadas del hocico, que parecen cuernos. Son serpientes lentas, nocturnas y difíciles de ver entre la hojarasca.
Una víbora del Gabón camuflada en el suelo del bosque en la República Democrática del Congo. Esta serpiente, una depredadora por emboscada, puede permanecer inmóvil durante horas y atacar a cualquier cosa que la pise. El veneno de la víbora del Gabón interfiere con la coagulación sanguínea y descompone los tejidos. Las víctimas que sobreviven podrían necesitar que les amputen una extremidad.
Una cobra de bosque abre la «capucha», una postura defensiva, en la República Democrática del Congo. África alberga unas 20 especies de cobras, unas serpientes de gran tamaño que se adaptan bien a hábitats modificados por los humanos, como las plantaciones de frutas y los barrios suburbanos. El veneno de las cobras bloquea las señales nerviosas y provoca la muerte por parada respiratoria.
Una víbora bufadora, que hincha el cuerpo y sisea para advertir a posibles agresores, toma el sol en las rocas cálidas de Guinea occidental. Esta especie, que se distribuye por gran parte de África, es una de las cinco serpientes más mortales del continente y su mordedura causa estragos en el tejido vivo.
El herpetólogo Baldé Mamadou Cellou junto a la colección de serpientes del Instituto para la Investigación Biológica Aplicada de Kindia, en Guinea, una clínica mundialmente famosa por tratar las mordeduras de serpiente.
Cellou enseña su mano hinchada 30 minutos después de que le mordiera una víbora bufadora. Los médicos utilizaron un rotulador para marcar la progresión de la hinchazón y del dolor. Le administraron seis viales de antídoto Inoserp-Pan Africa. Rechazó los analgésicos para «comprender mejor lo que sienten los pacientes».
El jefe de la aldea de Lolifa, Ikomo Bokombola Pierre, sostiene dos trampas para peces que contienen serpientes en el oeste de la República Democrática del Congo. Las trampas de pesca subacuática, que se utilizan por toda la cuenca del Congo, suelen atrapar serpientes, una fuente de carne potencialmente letal para los pescadores.
Rémi Ksas, director del centro, coloca una serpiente ularburong en su jaula en Venom World, una empresa a las afueras de París que cría y ordeña serpientes venenosas. El preciado líquido se vende a fabricantes de antídotos.