¿Cómo ocurrieron los «momentos eureka» de la ciencia?

De bañeras a manzanas caídas del árbol, aquí podrás averiguar qué es lo que realmente hace que los momentos en los que se «enciende la bombilla» ocurran.

Por Cathy Newman
Publicado 9 nov 2017, 4:17 CET
Isaac Newton y la manzana
La que fue la casa de Isaac Newton durante su infancia todavía se mantiene en pie con el manzano que supuestamente le dio la idea de las leyes de la gravedad.
Fotografía de Paolo Woods, National Geographic, Con Permiso Del British National Trust

La manzana que cayó del árbol dio pie a que el físico Isaac Newton formulara sus leyes de la gravedad. El erudito griego Arquímedes se da un baño y averigua cómo calcular el volumen y la densidad. Estos son los momentos más emblemáticos de la historia de la ciencia en los que se «encendieron bombillas». O, como dijo Arquímedes cuando tuvo su idea: «¡Eureka!».

En la actualidad, esa bombilla que se enciende es algo que se puede medir con escáneres cerebrales que muestran qué parte del hemisferio derecho del cerebro se ilumina en ese momento. Aunque Anna Marie Roos, historiadora de ciencia en la Universidad de Lincoln, nos advierte de que tenemos que hablar con cautela de estos «momentos eureka», ella también piensa que tienen mucho que decirnos sobre el proceso creativo.

La siguiente conversación con Roos tuvo lugar en Londres y en el lugar de nacimiento de Newton, Woolsthorpe Manor en Lincolnshire, Inglaterra, cerca del manzano que, según se dice, le proporcionó la inspiración para su teoría de la gravitación.

La historia de Newton y la manzana caída se encuentra en un manuscrito del siglo XVIII conservado en la Royal Society en Londres. Su autor fue William Stukeley, amigo y primer biógrafo del físico, que cita a Newtona afirmando que su idea sobre la naturaleza de la gravedad «fue ocasionada por la caída de una manzana, mientras estaba sentado a modo contemplativo». ¿No verifica esto la historia?

Newton no contó esta historia a Stukeley en Lincolnshire, donde se encuentra el árbol. Fue en 1726 en Londres, y Newton ya no era un genio que intentaba progresar. Newton contó la historia a un discípulo joven siendo ya mayor. Pero entonces, él era «el Gran Hombre», el estadista de la ciencia que reunía a sus acólitos en torno a él.

Estaban tomando un té bajo los manzanos en el jardín de Newton en Kensington, empezaron a hablar y Newton dijo: «Bueno, como sabéis, tuve la idea de la gravedad por primera vez cuando era joven, mientras estaba sentado bajo un manzano en Woolsthorpe». Puedo imaginarme a Stukeley, que era inteligente pero también bastante ingenuo, diciéndole a Newton: «Oh, ¿de verdad?».

Así que la historia está un poco adornada. La manzana no se cayó en la cabeza de Newton. ¿Pero por qué la historia ha pervivido durante tanto tiempo?

En primer lugar, las Memorias de Newton de Stukeley son una de las escasas fuentes que tenemos sobre sus primeros días. Otra razón de que existiese un plan para promover esta historia es que Newton había estado implicado en una disputa con el filósofo y matemático [Gottfried Wilhelm] Leibniz acerca del descubrimiento del cálculo. Leibniz lo había publicado de nuevo, pero Newton había tenido la idea antes. Así que, ¿qué mejor que la idea de que había sido un niño prodigio? Es una preciosa historia visual sobre la inspiración. La gente la recuerda, la cuentan y mejora cada vez que la cuentan de nuevo.

Keith Moore, bibliotecario de la Royal Society, describe con sarcasmo la historia de la manzana diciendo que fue «la cita jugosa del siglo XVIII». ¿Sería justo acusar a Newton de vender humo, o peor, de mentir?

No creo que Newton mintiera. Yo creo que realmente tuvo la idea. Creo que podrías ver eso como el núcleo de la verdad. Pero no creo que la manzana simplemente hiciera ¡pum! sobre su cabeza. Habría sufrido una contusión.

Pasemos a otro famoso momento eureka: el matemático griego Arquímedes y la historia de cómo resolvió un problema para el rey de Siracusa mientras se bañaba.

El rey Hierón II había encargado una corona real nueva, para la que había aportado oro. Cuando la corona llegó, el rey, que albergaba la sospecha de que el orfebre había sustituido parte del oro por plata y se había quedado con el oro, le pidió a Arquímedes que determinase si la corona era de oro puro sin dañarla. ¿Cómo iba a hacerlo? Se metió en la bañera y de repente se dio cuenta de que podía medir el volumen de la corona según la cantidad de agua desplazada y resolver el problema. Salió de la bañera gritando ¡Eureka! y corriendo por toda Siracusa, según cuenta el relato.

¿Entendía el volumen y la gravedad específica? Probablemente. ¿Atravesó Siracusa corriendo como una bala? Probablemente no. También es cierto que la mayoría de datos que conocemos sobre de Arquímedes se escribieron tras su muerte.

Entiendo. Así que las historias sobre los descubrimientos científicos, como ocurre con cualquier otro relato, se adornan un poco partiendo de un hecho real. Pero, ¿qué nos dicen estos momentos eureka sobre el proceso científico y la creatividad?

Bueno, tanto la historia de Newton como la de Arquímedes hablan sobre la necesidad de silenciar la mente y permanecer contemplativos. También sobre unir las cosas que parecen distintas: una manzana que cae y la gravedad, una bañera que rebosa y la gravedad específica. Nos dice que la creatividad necesita espacio para florecer. Y que muchos científicos tienen ideas creativas cuando juegan.

¿Por ejemplo?

A Alexander Fleming [el biólogo que descubrió la penicilina de forma fortuita] le encantaban los juegos. Cuando cultivas bacterias en placas, tienen colores y formas diferentes. Pintaba imágenes en el agar empleando diferentes colores [de las bacterias], por ejemplo, un dibujo de una bailarina. Tienes que tener un buen conocimiento básico de tu campo para poder relajarte un poco y ver lo que pasa.

Existe una parte de fantasía en este proceso.

El actor John Cleese compara la creatividad con una tortuga. Hay una idea. La tortuga sale poco a poco de su concha, mira a su alrededor, y si dices «oh, es una idea estúpida, no tengo tiempo», vuelve a esconderse. Pero si le das espacio para pensar de forma contemplativa y le das tiempo, la idea crece.

En otras palabras, se puede decir que una «historia eureka» es un haiku científico…

Es la esencia de una idea. No te da una perspectiva sobre los pasos o las partes preparatorias, pero a la gente le encanta porque simplifica las cosas y quita toda la parte de trabajo duro. Es una analogía que todo el mundo entiende. Las historias eureka comprimen décadas y décadas de trabajo en un solo momento de inspiración. Son como parábolas.

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