La caza de osos de los matagi, una tradición sagrada y polémica en Japón

En 2017, el fotógrafo Javier Corso pasó dos semanas documentando la vida de los cazadores matagi, cuyas tradiciones espirituales se ven amenazadas. Ese viaje fue el punto de partida para una beca Explorer de National Geographic para Corso.

Por Alexandra Genova
fotografías de Javier Corso
Publicado 15 nov 2017, 13:49 CET
Ito Ryoichi
Ito Ryoichi lleva un chaleco y unos zapatos tradicionales de los cazadores matagi. En la actualidad, los cazadores solo llevan estas prendas para rituales específicos; sin embargo, todavía llevan cuero cuando cazan para protegerse del frío.
Fotografía de Javier Corso

En las profundidades de las tierras altas del norte de Honshu, en Japón, los matagi comienzan su cacería de invierno. Rezan antes de entrar en el reino sagrado de la montaña, donde pasan horas escuchando, esperando y observando, detectando señales prácticamente imperceptibles que indican que un oso tibetano anda cerca.

El grupo de hombres se divide: unos actúan como vigilantes y los demás, como señuelos. Antes de que el tirador dispare, rodean lentamente a su presa. Manchas rojas de sangre aparecen en la nieve virgen a medida que arrastran el cadáver del oso hacia una llanura cercana para destriparlo y desmembrarlo empleando un cuchillo tradicional matagi. Parte de los intestinos del oso se dejan como ofrenda a la diosa de la montaña.

Todos los miembros de la partida de caza tienen exactamente los mismos derechos sobre la carne y la piel del animal sin importar quien haya disparado. Tras matarlo, transportan el cadáver del oso hasta una llanura cercana para destriparlo y desmembrarlo.
Fotografía de Javier Corso

La ritualidad y la precisión espiritual del acto de matar lo diferencia de la caza moderna. Los matagi son una comunidad de cazadores cuyos orígenes se remontan al siglo XVI. Cada asentamiento en el norte de Honshu posee sus propios rasgos particulares, pero todos se consideran los guardianes del equilibrio natural. Sin embargo, como el oso tibetano —su presa principal— se considera una especie amenazada, la cacería es una actividad controvertida.

En 2017, el fotógrafo Javier Corso pasó 15 días con los matagi, sacando fotografías que ilustran cómo su práctica se basa en 400 años de historia. Corso trabajó en el proyecto como parte de la OAK stories, una agencia de periodistas, fotógrafos y directores que se centra en historias locales. Trabajó con Alex Rodal, director de investigación de OAK, que investigó sobre los matagi durante seis meses antes de emprender el proyecto.

Tras ese viaje, se dieron cuenta de que había "mucho más que contar", asegura Corso ya en 2022. A su vuelta a España, empezaron a preparar todo para pedir una beca Explorer de la National Geographic Society que le concedieron en 2018 y desarrollaron en primavera de 2019.

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     "Quería mostrar los orígenes de esta comunidad para que la gente entienda qué hacen y por qué lo hacen", afirma Corso; "quería transmitir la serenidad de la cacería y su comunión con la montaña".

    Además de la crudeza visceral de la matanza, las fotografías de Corso transmiten una identidad profundamente vinculada a la tierra y a los animales a los que cazan.

    La cacería es una práctica tan intensamente espiritual que Corso ha sido el primer fotógrafo al que se le ha permitido documentarla, aparte de al fotógrafo japonés Yasuhiro Tanaka.

    Corso y su equipo pasaron cinco días con un grupo matagi, ganándose su confianza y conociendo su cultura, antes de ser invitados a la montaña. "Me impresionó mucho su forma de cazar", explica Corso; "Era muy respetuosa". Aunque llevaban ropa moderna, muchos cazaban con las mismas armas que utilizaban sus ancestros hace siete generaciones.

    Sin embargo, en los últimos años han visto muy restringida la práctica de su ritual de caza. Tras el desastre nuclear de Fukushima en 2011, el estado prohibió que muchas comunidades matagi comercializaran la carne de oso durante seis años, por miedo a la contaminación. "Se vieron obligados a encontrar otras formas de mantenerse", explica Corso.

    Además, ahora existen muchas restricciones burocráticas en torno a la caza. "Conseguir una licencia para cazar un oso tibetano es un proceso muy tedioso y caro, y debes renovarla cada tres años, aunque no participes directamente en la matanza", afirma Alex Rodal; "esto disuade a los jóvenes de involucrarse".

    Como ocurre en muchas comunidades pertenecientes a los pueblos indígenas de América del Norte, sus prácticas culturales están gravemente amenazadas. "Si algún día el oso tibetano se extingue, los matagi no serán los culpables", añade Rodal; "creo que los matagi desaparecerán antes que los osos".

    Un grupo de cazadores matagi fotografiados a principios del siglo XX. Cazaban principalmente con lanzas hasta cambiar a los rifles poco antes de la Segunda Guerra Mundial.
    Fotografía de Javier Corso

    Javier Corso forma parte de OAK Stories. Puedes ver más fotografías suyas en su página web.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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