En esta aldea asolada por la guerra solo viven mujeres y niños

La guerra civil en Colombia acabó con todos los hombres de La Puria, una aldea indígena que todavía lidia con las consecuencias del conflicto.

Por Rachel Brown
fotografías de Iván Valencia
Publicado 26 mar 2018, 13:10 CEST
Una mujer emberá katío
Una mujer emberá katío lanza una mirada penetrante al fotógrafo mientras lleva un machete y una cesta de comida. Los aldeanos de La Puria siguen una subsistencia tradicional, cazando fauna y practicando horticultura a pequeña escala.
Fotografía de Iván Valencia

En el montañoso noroeste de Colombia, a tres horas caminando desde la localidad más cercana a lo largo de senderos tomados por las guerrillas, se encuentra la aldea de La Puria. Es el hogar de unos cien indígenas emberá katío. En su idioma, ẽberá puede significar ser humano, persona indígena u hombre.

Pero aquí no hay hombres.

Décadas de guerra civil en Colombia han debilitado La Puria. Algunos hombres fueron reclutados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (las FARC) o el Ejército de Liberación Nacional (el ELN), las dos mayores organizaciones guerrilleras de extrema izquierda del país. Otros fueron víctimas del conflicto, ya que ambas organizaciones guerrilleras y los paramilitares de extrema derecha emplearon tácticas violentas, como el secuestro, la colocación de minas terrestres y el tráfico de drogas.

Ahora, en La Puria solo quedan mujeres, niños y madres adolescentes, según explica Iván Valencia, fotoperiodista colombiano que pasó meses documentando la aldea en 2017.

Las mujeres han asumido la tarea típicamente masculina de aventurarse al bosque para cazar y recolectar alimentos, armadas con machetes y con sus bebés atados a la espalda. La actual jefa es una mujer de 26 años, madre de cuatro hijos. Las carcajadas de los niños resuenan entre las casas que las propias madres han construido. Muchos de estos niños son hijos de madres adolescentes que fueron violadas por soldados que pertenecían a un grupo guerrillero disidente local.

Aún ahora, los niños de La Puria soportan las marcas de la guerra. El año pasado, durante una actividad artística terapéutica en la escuela de la aldea, casi todos los niños usaron las ceras y el papel de colores para dibujar imágenes de personas armadas.

Un lenguaje pacífico

Por primera vez desde la década de 1960, el conflicto ha cesado. Aunque en 2016, un referéndum civil rechazó por poco un tratado de paz acordado entre los dirigentes de las FARC y el gobierno colombiano, y meses más tarde se ratificó un acuerdo revisado. Aunque el camino hacia una paz verdadera es incierto, el alto el fuego todavía se mantiene.

Incluso después de la guerra, «están completamente abandonados por el estado», dice Valencia sobre los habitantes de La Puria. Sin ayuda del gobierno en lo que concierne a sanidad y trabajos públicos, la desnutrición y las condiciones antihigiénicas agravan los problemas a los que ya se enfrentan en la Colombia rural de posguerra. «He visto que las consecuencias [de la guerra] continúan».

María, madre adolescente, camina con su hija, cuyo padre ha desaparecido.
Fotografía de Iván Valencia

Pero todavía queda algo de luz. Valencia recuerda su sorpresa ante los vívidos habitantes de La Puria: «Tras haber caminado tanto tiempo por la selva, recuerdo haber llegado a un lugar muy colorido. Muchas indígenas llevan colores brillantes, color en medio del gris y la tristeza».

Para los aldeanos de habla emberá y el fotógrafo de habla hispana, el lenguaje visual fue la única forma de comunicación que compartían.

«Nos comunicamos a través de la cámara», afirma Valencia. «Somos extraños en su mundo. Debe respetarse a una persona empleando su propio vocabulario».

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