Escenas de la nueva Guerra Fría que tiene lugar en el Ártico

Los ejércitos se apresuran a controlar un Ártico que se derrite.

Por Neil Shea
fotografías de Louie Palu
Publicado 26 oct 2018, 14:12 CEST
Marines de los Estados Unidos y Boinas Verdes
Los Marines de los Estados Unidos y los Boinas Verdes patrullan la tundra cerca de una estación de radar a las afueras de Barrow, Alaska, durante un ejercicio de entrenamiento. Las tropas participaban en una operación militar estadounidense anual llamada «Artic Edge».
Fotografía de Louie Palu
Las fotografías de este artículo han contado con el apoyo de las becas de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation y el Pulitzer Center.

Durante la mayor parte de la historia humana, la cima del mundo ha permanecido fuera de juego, demasiado distante y peligrosa para el tipo de explotación que ha modificado otras regiones. Pero ahora, el Ártico se calienta a más velocidad que cualquier otro lugar del planeta y su banquisa, una barrera protectora —que antes mantuvo a raya las ambiciones comerciales y militares—, se está derritiendo.

En la actualidad, el Ártico se describe de forma rutinaria como frontera emergente y muchas naciones polares, así como muchas otras sin fronteras con el Ártico, quieren obtener acceso a las abundantes reservas de peces, gas, petróleo y otros recursos minerales de la región. En casi todos los aspectos, Estados Unidos va muy a la zaga de otros países en esta carrera, entre ellos Rusia, Noruega y hasta China. Pero es posible que eso esté a punto de cambiar.

El lunes, el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo habló en una reunión del Consejo Ártico, una organización internacional compuesta por las ocho naciones árticas, así como representantes de los pueblos indígenas de la región.

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    Los miembros de una tripulación aérea canadiense, con escarcha en la cara, regresan a las comidas y duchas calientes tras soportar una semana de temperaturas tan bajas como -60°C durante un curso de supervivencia.

    «Este es el momento de que Estados Unidos actúen como nación ártica y por el futuro del Ártico», declaró Pompeo. «Porque lejos de la árida zona rural que muchos creen que es... el Ártico encabeza la oportunidad y la abundancia».

    Para muchos científicos, analistas y pueblos indígenas, la rápida y grave transformación que se produce en el Ártico, como la pérdida de hielo y el derretimiento del permafrost, se consideran consecuencias negativas del cambio climático, malos presagios de que lo peor está por llegar. Pero Pompeo reformuló dichos presagios como oportunidades.

    Ante el consejo, declaró que la desaparición de la banquisa puede aumentar el comercio, ya que permitiría que los buques de carga atraviesen el Ártico por el paso del Noroeste y la denominada Ruta del Mar del Norte. Pompeo afirmó que esas vías marítimas podrían convertirse en los «canales de Suez y Panamá del siglo XXI» y que «podrían acortar el tiempo de viaje entre Asia y Occidente hasta 20 días».

    Soldados y aviadores de la OTAN aprenden a excavar refugios temporales en la nieve desplazada en el centro de entrenamiento del ejército canadiense de Chrystal City, cerca de la bahía Resolute en Nunavut.

    Las declaraciones de Pompeo muestran un marcado contraste con políticas estadounidenses anteriores, que muchos expertos en el Ártico han descrito como «reticencia americana». Hasta este momento, el gobierno del presidente Donald Trump parecía desinteresado en la región y la mayor parte de los presidentes anteriores invirtieron poco en la región.

    Con el gobierno de Trump, el cambio climático y el calentamiento global se han vuelto prácticamente innombrables, hasta el punto de la negación, y Pompeo no utilizó ninguno de los términos en su discurso. El año pasado, Trump retiró los fondos a un plan de la Guardia Costera para construir más rompehielos. Más adelante, reautorizó esa medida, aunque Estados Unidos solo cuenta con un rompehielos capaz de navegar entre hielo grueso.

    Este nuevo interés por el Ártico —por parte de Pompeo y el gobierno— puede remontarse a unas atrevidas medidas por parte de Rusia y China, países uqe han invertido significativamente en la infraestructura de gas y petróleo del norte. Rusia también ha expandido su presencia militar en el Ártico, convirtiéndose el actor dominante en tiempo frío. Y China se ha autodeclarado «estado cercano al Ártico» y ha expresado su deseo de contar con un lugar en la mesa de la toma de decisiones polares.

    Pompeo declaró que daba la bienvenida a la cooperación con ambos países y, a continuación, les advirtió en contra de tomar medidas de provocación. Criticó la militarización de Rusia por ser «desestabilizadora» y declaró que las acciones árticas de ambos países se juzgarían en el contexto de su comportamiento en otros lugares. En particular, mencionó la «agresiva acción [de Rusia] en Ucrania» y las reivindicaciones territoriales de China sobre el mar de la China Meridional.

    El hecho de que dos antiguos rivales cooperasen en el Ártico pareció preocupar bastante a Pompeo.

    «¿Queremos que el océano Ártico se transforme en un nuevo mar de la China Meridional, sembrado de militarización y reivindicaciones territoriales?», preguntó. «¿Queremos que el frágil ecosistema ártico quede expuesto a la misma devastación ecológica provocada por la flota pesquera de China en los mares de sus costas, o la actividad industrial no regulada en su propio país? Creo que la respuesta es evidente».

    El discurso de Pompeo se produjo en un contexto de competición creciente —y posible conflicto militar— que se ha ido acumulando durante años. Las narrativas se centran en el deshielo y el aumento del tráfico de barcos, movimientos de tropas y nuevas bases, pero rara vez se centran en los problemas de los indígenas, la fauna silvestre o las alteraciones climáticas a mayor escala que podrían producirse.

    «No solo nos afectará primero, sino que para nosotros es más difícil abordarlo porque estamos aislados y tenemos recursos limitados», afirmó Joe Savikataaq, jefe de gobierno de la provincia canadiense de Nunavut. «Nosotros estamos aquí arriba y parece que estamos en tierra de nadie».

    Las tripulaciones aéreas aprenden a usar bengalas de emergencia durante un entrenamiento de supervivencia en entornos fríos en el Northern Warfare Training Center del ejército de los Estados Unidos en Black Rapids, Alaska.

    El comienzo de este conflicto puede remontarse a una tranquila y luminosa mañana de agosto de 2007, cuando dos submarinos rusos descendieron 4.200 metros al fondo del océano Ártico y plantaron una bandera de titanio en el polo norte. Fue una jugada audaz, llevada a cabo premeditadamente, y las imágenes emitidas por todo el mundo de la tricolor rusa sobre el lecho marino fueron condenadas enseguida en Occidente.

    «No estamos en el siglo XV», afirmó Peter MacKay, entonces ministro del Exterior de Canadá, en CTV televisión. «No puedes ir por el mundo plantando banderas y diciendo “reclamamos este territorio”».

    Técnicamente, MacKay tenía razón; la maniobra de Rusia no tenía peso legal. Pero su reprimenda tenía cierta nota de petulancia, como si en realidad deseara que hubiera sido idea de Canadá. Diez años después, resulta fácil entender la reacción de MacKay. El 2007 fue uno de los años más cálidos registrados hasta la fecha y el casquete polar estival del Ártico —la inmensa banquisa que cubre el polo norte incluso en verano— había disminuido hasta los niveles más bajos registrados. El mar polar congelado, que ha desbaratado las ambiciones humanas durante siglos, parecía estar derritiéndose y Rusia estaba reclamando un derecho simbólico en lo que yacía bajo él.

    «En el verano de 2007 se produjo la mayor pérdida de hielo ártico en la historia humana y no se predijo ni según los modelos climáticos más agresivos», afirma Jonathan Markowitz, profesor adjunto de relaciones internacionales en la Universidad de California del Sur. «Este susto hizo que todos entendieran de repente que el hielo estaba desapareciendo rápidamente y algunas naciones decidieron empezar a tomar medidas».

    En la década transcurrida desde esa «conmoción», el Ártico se ha transformado debido al aumento de las temperaturas, la desaparición del hielo y la atención internacional. Los países con territorio ártico —algunas naciones sin fronteras polares— se han apresurado para conseguir ventaja en la última frontera de la Tierra. Emprendedores, prospectores y políticos han girado al norte al reconocer que menos hielo implica un mayor acceso a las abundantes poblaciones de peces, el gas, el petróleo y otros recursos minerales de la región.

    Los soldados estadounidenses caen sobre la Donnelly Training Area cerca de Fort Greely, Alaska. En octubre de 2018, el área de entrenamiento albergó a unos 6.000 soldados durante unas maniobras militares de guerra llamadas Arctic Anvil.

    «Las predicciones respecto al océano Ártico eran erróneas», afirmó Michael Sfraga, director de la Iniciativa Polar en el Centro Wilson de Washington, D.C. «Ahora, el océano se abre ante nosotros, en tiempo real. Nunca había ocurrido antes».

    Pero la inversión en el Ártico ha sido desigual y algunos estados superan a otros por mucho. Rusia y Noruega han sido las naciones árticas más proactivas, según Markowitz, con un gran gasto en infraestructuras de gas natural y petróleo. La flota rusa capacitada para atravesar el hielo es la mayor del mundo, con unos 61 rompehielos y otros 10 en proceso de construcción. La flota de rompehielos de Noruega ha crecido de los cinco a los 11 buques. Los astilleros surcoreanos están hasta arriba construyendo buques de carga rompehielos y China ha invertido miles de millones en la red de gas natural líquido de Rusia.

    Sin embargo, los chinos no son meros inversores pasivos y sus maniobras en el Ártico suelen dar pie a algunos de los titulares que más ruido hacen. En 2016, una empresa minera china intentó comprar una base naval abandonada en Groenlandia. En 2017, el primer rompehielos chino navegó por el paso del Noroeste en un estudio científico. Y en 2018, el gobierno chino publicó un libro blanco que describía sus planes en el Ártico y su intención de desempeñar un mayor papel en la región.

    Otras naciones árticas, entre ellas Estados Unidos, Canadá y Dinamarca, prestan mucha menos atención a sus territorios septentrionales. Sfraga y muchos otros han llamado a Estados Unidos un «poder ártico reticente» y Markowitz señala que, aunque Canadá suele hablar de apostar más fuerte en el Ártico, hay pocas acciones tras esas palabras.

    «Los intereses nacionales dependen en gran medida de los ingresos», afirma Markowitz. «Lo que ganen los estados influye en lo que sacan, y los estados que fabrican cosas —como Estados Unidos— están mucho menos interesados en proteger los recursos árticos. Por otra parte, los rusos no fabrican mucho. No tienen un Sillicon Valley ni una ciudad de Nueva York y consideran el Ártico una futura base de recursos estratégica».

    En las temperaturas gélidas del Alto Ártico, para sobrevivir hay que encontrar refugio o hacerte el tuyo propio. Aquí, en un curso de supervivencia en el centro de entrenamiento Crystal City en la bahía Resolute del paso del Noroeste, los instructores inuit Jolie Qaunaq (izquierda) y And Issigaitok enseñan a soldados y pilotos canadienses, británicos y franceses a construir un iglú con bloques de nieve.

    El desequilibrio de las aproximaciones al Ártico ha preocupado a algunos observadores y ha generado titulares que suelen describirlo como una especie de Salvaje Oeste o un campo de batalla gélido donde los estados se enfrentarán en la próxima Guerra Fría. La invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y las actuales jugadas de China para conseguir dominio militar en el mar de la China Meridional han intensificado la inquietud.

    Markowitz, que lleva años supervisando el desarrollo militar en el Ártico, afirma que Rusia mantiene 27 bases militares operativas sobre el círculo polar ártico, más del doble de las que tenía antes de la «conmoción» de 2007. Estados Unidos solo tiene una base en el Ártico, un centro de la fuerza aérea en terrenos prestados por Groenlandia. Canadá, en segundo lugar por detrás Rusia por el tamaño del territorio septentrional, solo cuenta con tres bases árticas pequeñas.

    Sin embargo, las fuerzas canadienses y americanas operan bases al sur del círculo polar ártico, en Alaska y los Territorios del Noroeste, y Sfraga afirmó que ambos países son capaces de enviar aeronaves, tropas y submarinos al territorio ártico. Los dos países están expandiendo poco a poco su infraestructura militar adaptada a condiciones frías. Canadá está construyendo una base de repostaje en la isla de Baffin y, a principios de año, Estados Unidos anunció que pretendía restablecer la Segunda Flota de la Marina, que contrarrestará la actividad rusa en el Atlántico norte.

    Esperando ayuda durante un ejercicio de entrenamiento de búsqueda y rescate, un Ranger canadiense yace en un charco de hielo fundido cerca de la comunidad del río Clyde en la isla Baffin. Los Rangers son un grupo de reservistas voluntarios que proceden en su mayoría de comunidades nativas de las regiones septentrionales y remotas de Canadá.

    Mientras tanto, las fuerzas canadienses y estadounidenses, junto a otros miembros de la OTAN, siguen entrenando para los conflictos en condiciones climatológicas frías. La OTAN ha iniciado su mayor maniobra de entrenamiento en Noruega desde el final de la Guerra Fría: durará dos semanas y participarán 50.000 efectivos de 31 países. Esta enorme operación, llamada Trident Juncture, plantea una situación de invasión del norte de Noruega, lo que haría que sus aliados acudieran a defenderla. Esto revela lo extremo que puede ser practicar para la guerra en el norte.

    Aunque el enemigo imaginario de Trident Juncture no tiene nombre, Noruega comparte fronteras árticas tanto por tierra como por mar con Rusia y la tensión entre ambas naciones ha ido en aumento en los últimos años. A algunos observadores les preocupa que futuras disputas entre los países vecinos por los derechos de pesca o de extracción de minerales coloquen a la alianza de la OTAN en un conflicto para el que no está preparada.

    Con todo, el Ártico sigue siendo una de las regiones más tranquilas del mundo, donde el contacto entre países es relativamente abierto y estable. Rusia, Noruega, Estados Unidos y otros cinco países árticos son miembros del Consejo Ártico, un grupo formado en 1996 para fomentar la comunicación y la cooperación en el polo. Mientras las fuerzas de la OTAN se reúnen en Noruega, el consejo sigue coordinando reuniones sobre ciencia, problemas medioambientales y operaciones de búsqueda y rescate en el Ártico.

    Sfraga y Markowitz están de acuerdo en que el Consejo Ártico, que se encuentra fuera del marco militar de la OTAN, aporta una de las mejores vías a seguir para reducir las tensiones. Algunos expertos también apuntan al polo sur —donde un tratado internacional ha preservado la Antártida «solo para propósitos pacíficos»— como modelo de lo que podría ser posible en el Ártico.

    Por ahora, muchos analistas militares y políticos consideran que el Ártico es un campo de batalla improbable. El calentamiento global ha empezado a transformar la región, pero las cualidades que han frustrado las ambiciones humanas en el norte durante cientos de años siguen siendo poderosas.

    «Sigue adelante» es un principio fundamental en las operaciones militares del ártico, ya que cualquier cosa —o persona— que permanezca inmóvil a temperaturas bajo cero corre el riesgo de congelarse. Aquí, el capitán canadiense Wayne LeBlanc y el cabo mayor Jeff Valentiate se dirigen al norte en la isla Cornwallis.

    «Si llegara a producirse una guerra en el Ártico, estarías luchando contra dos enemigos», afirmó el general de brigada Mike Nixon el año pasado en la sede de la Joint Task Force North de Canadá en Yellowknife. «Y el más peligroso sería el frío».

    Nixon tuvo la precaución de decir que la actividad militar de Rusia en el Ártico sigue muy por debajo de los niveles de la Guerra Fría y descartó la idea de posibles apropiaciones de tierras o invasiones. Según él, el frío es demasiado intenso, el casquete es vasto y grueso y las distancias polares son gigantescas. Plantar una bandera en el fondo del mar es una cosa. Enviar tropas a través del hielo, otra muy diferente.

    «Si alguien decidiera lanzar un ataque en el polo, se convertiría enseguida en la mayor operación de búsqueda y rescate que el mundo ha visto jamás», afirmó Nixon.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com el 25 de octubre de 2018. Se ha actualizado para incluir las recientes declaraciones del secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo en el Consejo Ártico.

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