Un arqueólogo revela los búnkeres nucleares de la Guerra Fría de Polonia

Estos emplazamientos clandestinos albergaban cientos de cabezas nucleares, un secreto letal ocultado a los habitantes del país.

Por Erin Blakemore
Publicado 22 ene 2019, 12:35 CET

Si te adentras lo suficiente en los bosques de Polonia, podrías encontrarte con los restos de una base nuclear soviética. Sus túneles vacíos y búnkeres sumergidos, despojados por los lugareños en busca de chatarra y dominados poco a poco por los árboles, son lo único que queda del programa de la Guerra Fría para convertir el Bloque del Este en un arsenal nuclear.

Pero los libros de historia apenas contienen información sobre estos emplazamientos secretos. Esto inspiró al arqueólogo Grzegorz Kiarszys para buscar información sobre su misterioso pasado. Sus hallazgos —y un apasionado argumento a favor del valor arqueológico de estudiar la Guerra Fría— aparecen en la revista Antiquity.

Kiarszys empleó la arqueología para estudiar búnkeres en Podborsko, Brzezńica-Kolonia y Templewo, que albergaron instalaciones militares soviéticas que contenían un peligroso secreto.

Izquierda: Una fotografía aérea censurada de 1975 de la base militar nuclear de Podborsko; derecha: un fragmento de un mapa topográfico civil de 1970 de la misma zona, sin indicaciones de la presencia de instalaciones militares.
Fotografía de GUGiK

A finales de la década de 1960, la URSS se dio cuenta de que sería incapaz de llevar armas nucleares a Polonia lo bastante rápido en caso de un ataque de la OTAN. Por eso elaboró un plan para albergar cabezas nucleares por todos sus estados satélites, entre ellos Polonia.

Aunque Polonia pagó para construir los almacenes, sus ciudadanos no tenían ni idea de que su país albergaba cientos de cabezas nucleares. La URSS controlaba las armas y los miembros del ejército soviético estaban a cargo de los puestos avanzados.

Kiarszys empleó fotografías aéreas, escaneado láser, estudios de campo, imágenes por satélite desclasificadas y documentos como informes de la CIA desclasificados para desvelar la historia de este proyecto supersecreto, cuyo nombre en clave era «Vistula». Cartografió los lugares y registró restos físicos como los senderos creados por los soldados que patrullaban y los grafitis grabados en los árboles. Descubrió facetas de la historia de las bases que no aparecían en ningún documento oficial, entre ellas pruebas de que mujeres y niños habían vivido allí.

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    Izquierda: Los senderos de patrullas en torno a una instalación secreta se registran mediante escaneado láser aéreo. Derecha: El escaneado láser también revela los restos del campo de fútbol y la pista de carreras de Brzeźnica Kolonia.
    Fotografía de Grzegorz Kiarszys

    «Nunca pones un arma de destrucción masiva con gente que es inestable o está sola», afirma Kiarszys. «Los generales sabían que debía existir una ilusión de vida cotidiana en esas instalaciones». Explica que fue como una póliza de seguros. Descubrió juguetes de plástico en áreas de eliminación de residuos y utilizó fotografías compartidas por exsoldados rusos en redes sociales para corroborar la presencia de mujeres y niños en las bases. «La parte más importante de este lugar fueron esas mujeres y niños». La labor de Kiarszys los devuelve a los registros históricos.

    Dichos registros todavía son turbios. Los archivos rusos están cerrados, de forma que los documentos sobre el programa desaparecieron por completo cuando se enviaron a la URSS a finales de 1969. Los ciudadanos polacos supieron que su país había albergado armas nucleares en 1991, cuando la Unión Soviética ya se había retirado. «Causó mucha impresión», afirma Kiarszys. «Los gobiernos soviético y polaco nos garantizaron que nunca había habido un arma nuclear en el territorio de Polonia». Cuando los polacos se enteraron de la existencia de las bases, dejaron sus marcas: primero, las saquearon durante la crisis económica que vino con el fin de la Guerra Fría y, ahora, como visitantes que pintan grafitis en las paredes y los árboles circundantes. Desde que se desveló su existencia, estos lugares se han convertido en objeto de innumerables leyendas urbanas y teorías de conspiración.

    Imágenes por satélite estadounidenses desclasificadas de las bases nucleares soviéticas en: A) Podborsko; B) Brzeźnica Kolonia; y C) Templewo. Las imágenes se sacaron en 1969.
    Fotografía de U.S. Geological Survey, EROS Data Center

    En el caso de Kiarszys, la arqueología le ofrece la oportunidad de combatir esos mitos y complementar —quizá incluso rescribir— la historia de la Guerra Fría. «Fue un conflicto que cambió la faz de la Tierra», afirma. «Podemos usar los métodos arqueológicos para estudiar la antigüedad, pero también para estudiar conflictos modernos».

    «Es hora de que la arqueología use los restos físicos de la Guerra Fría para descubrir cosas que no quedaron registradas en documentos oficiales o que se han olvidado», afirma Todd Hanson, autor de The Archaeology of the Cold War. (Hanson no participó en el estudio actual.) Corregir la documentación histórica no es la única razón de investigar los conflictos del pasado reciente. «Perdemos nuestro pasado muy rápidamente», afirma. Conforme la Guerra Fría va cayendo en el olvido, sus restos físicos se escabullen poco a poco. Pero si Kiarszys y otros arqueólogos del conflicto se aprovechan, nunca se olvidará.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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