Esta cueva ritual maya ha permanecido «intacta» durante mil años

La exploración de la cueva de Balamku (o cueva del Dios Jaguar) revela antiguas prácticas religiosas y podría albergar pruebas del auge y el declive del imperio maya.

Por Gena Steffens
Publicado 5 mar 2019, 16:39 CET

Los arqueólogos que buscan un pozo sagrado bajo la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en la península de Yucatán de México, se han topado por accidente con más de 150 objetos de rituales —que han permanecido intactos durante más de mil años— en una serie de cámaras de cuevas que podrían albergar pruebas sobre el auge y la caída de los antiguos mayas. El hallazgo de la cueva, llamada Balamku o «Dios Jaguar», fue anunciado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) durante una conferencia de prensa celebrada en Ciudad de México.

La cueva de Balamku, descubierta por agricultores en 1966, fue visitada por el arqueólogo Víctor Segovia Pinto, que escribió un informe en el que indicaba la presencia de una gran cantidad de material arqueológico. Pero, en lugar de excavarla, Segovia ordenó a los agricultores que sellaran la entrada y todos los documentos del descubrimiento parecen haber desaparecido.

Explora la cueva del antiguo dios jaguar maya
La cueva de Balamku, cerca de Chichén Itzá, fue descubierta en 1966 por Víctor Segovia Pinto. Por motivos desconocidos, cerró la cueva y se perdieron todos los documentos de su hallazgo. Ahora, más de 50 años después, el explorador de National Geographic Guillermo de Anda y su equipo han redescubierto la cueva mientras buscaban la capa freática bajo Chichén Itzá.

Balamku permaneció sellada durante más de 50 años, hasta que el explorador de National Geographic Guillermo de Anda y su equipo de investigadores del proyecto Gran Acuífero Maya (GAM) la reabrieron durante su investigación del subsuelo de Chichén Itzá. La exploración de la cueva ha sido financiada parcialmente por una beca de la National Geographic Society.

De Anda recuerda arrastrarse por los estrechos túneles de Balamku durante horas hasta que su linterna frontal iluminó algo completamente inesperado: un montón de ofrendas que habían dejado los antiguos residentes de Chichén Itzá, tan bien conservadas e intactas que se habían formado estalagmitas alrededor de los quemadores de incienso, vasijas, platos decorados y los otros objetos de la caverna.

«Me quedé sin habla y empecé a llorar. He analizado restos humanos en el Cenote Sagrado [de Chichén Itzá], pero nada de eso es comparable a la sensación que tuve al entrar yo solo por primera vez en esa cueva», afirma de Anda, investigador del INAH y director del proyecto Gran Acuífero Maya, cuyo objetivo consiste en explorar, comprender y proteger el acuífero de la península de Yucatán de México. «Casi puede sentirse la presencia de los mayas que depositaron aquí estas cosas».

Una segunda oportunidad sin precedentes

Solo para acceder a la primera de siete cámaras de ofrendas rituales identificadas hasta ahora en Balamku, los arqueólogos tuvieron que arrastrarse a lo largo de cientos de metros de pasadizos tortuosos y estrechos. En el informe original sobre la cueva (localizada recientemente por el arqueólogo e investigador James Brady, de la Universidad del Estado de California, Los Ángeles), Segovia identificó 155 objetos, algunos de ellos con el rostro del dios de la lluvia tolteca Tláloc y otros con marcas del ceiba, un árbol sagrado e importante representación del universo maya. Por su parte, la cercana cueva de Balankanché, un lugar ritual excavado en 1959, contiene solo 70 objetos como estos.

«Balamku parece ser la “madre” de Balankanché», afirma de Anda. «No quiero decir que la cantidad sea más importante que la información, pero cuando ves que hay muchísimas ofrendas en una cueva cuyo acceso es mucho más complejo, eso quiere decir algo».

La razón de que Segovia decidiera sellar un hallazgo tan maravilloso sigue siendo un tema de debate. Pero, al hacerlo, dio a los investigadores una «segunda oportunidad» sin precedentes de responder a algunas de las preguntas más desconcertantes que siguen suscitando polémica entre los expertos en la civilización maya, como el nivel de contacto e influencia intercambiado entre las diferentes culturas mesoamericanas y qué ocurría en el mundo maya antes de la caída de Chichén Itzá.

La entrada al inframundo

«Para los antiguos mayas, las cuevas y los cenotes eran entradas al inframundo», afirma Holley Moyes, experta en la arqueología y el uso religioso de las cuevas mayas de la Universidad de California, Merced, que no formó parte del proyecto. «Son unos de los espacios más sagrados para los mayas y han influido en la planificación y en la organización social. Son fundamentales y de gran importancia en la experiencia maya».

Pero hasta que empezó a tomar forma el concepto de arqueología maya en los años 80, a los arqueólogos les interesaba más la arquitectura de los monumentos y los artefactos intactos que el análisis de los residuos y materiales hallados dentro de y en torno a los objetos. Cuando se excavó Balankanché en 1959, las cuevas todavía se cartografiaban a mano en plena oscuridad y los objetos se retiraban de los lugares donde los encontraban, los limpiaban y los devolvían más adelante. De todos los quemadores de incienso de Balankanché que todavía tenían material que podría aportar pruebas definitivas sobre la cronología de la cueva, por ejemplo, solo se analizó uno.

Los investigadores del proyecto Gran Acuífero Maya consideran que el redescubrimiento de Balamku es una oportunidad para poner en marcha un modelo totalmente nuevo de arqueología en cuevas, empleando tecnología de última generación y campos especializados como la cartografía 3D y la paleobotánica. Estas nuevas perspectivas podrían darnos una idea más detallada de qué ocurría exactamente en los rituales mayas en cuevas, así como la historia de la gran ciudad de Chichén Itzá, que cayó por razones desconocidas en el siglo XIII.

«Balamku no solo puede desvelarnos el momento de la caída de Chichén Itzá», afirma de Anda. «También el momento de su comienzo. Ahora contamos con un contexto sellado, con una gran cantidad de información que incluye materia orgánica que podemos utilizar para comprender el desarrollo de Chichén Itzá».

Futuros estudios del lugar arrojarán luz sobre los detalles de las sequías catastróficas que probablemente provocaron el colapso de la civilización maya. Aunque esta zona siempre sido proclive a sufrir ciclos drásticos de variabilidad climática, algunos investigadores han sugerido que la deforestación excesiva en las tierras bajas mayas, que albergaron a entre 10 y 15 millones de personas, podría haber agravado el problema y provocado que la región fuera inhabitable.

Según Fredrik Hiebert, arqueólogo residente de National Geographic, comprender estos ciclos pasados puede resultar ventajoso para la vida moderna. «Estudiando estas cuevas y cenotes, es posible extraer lecciones de cómo usar mejor el medio ambiente hoy en día, en términos de sostenibilidad para el futuro».

A tal respecto, de Anda cree que la arqueología alberga el potencial de convertirse en una ciencia mucho más útil.

«Siempre se ha considerado lo contrario: un campo de la ciencia precioso e interesante, pero sin demasiada utilidad», afirma. «Creo que aquí podremos demostrar lo contrario, porque cuando empecemos a comprender estos contextos maravillosos, podremos comprender también las huellas del pasado de la humanidad y qué ocurría en la Tierra durante uno de los momentos más importantes de la historia».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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