¿Por qué sabemos tan poco sobre los druidas?

Para el Imperio romano, la poderosa clase social celta era una amenaza, pero sus orígenes siguen siendo un misterio.

Por Erin Blakemore
Publicado 20 nov 2019, 15:57 CET
Arthur Pendragon
El líder druida moderno Arthur Pendragon observa cómo sale el sol durante el solsticio de invierno de 2005 en Stonehenge. Pese a lo poco que se sabe sobre el druidismo antiguo, la práctica ha resurgido en tiempos modernos.
Fotografía de Chris Young, Pa., Ap

¿Eran los druidas sacerdotes pacíficos o profetas peligrosos? ¿Adoraban a la naturaleza o fomentaban la rebelión? No se sabe mucho sobre la antigua clase social de personas conocidas como druidas, pero eso nunca ha impedido que la gente especule sobre su naturaleza real.

 

Los documentos detallados más antiguos de los druidas se remontan al siglo I a.C., pero es probable que ya hubieran establecido su papel especial dentro de las comunidades antiguas en las actuales Gran Bretaña, Irlanda y Francia mucho antes. La palabra procede de una transcripción latina de la palabra celta que se refiere a una clase social de personas entre los antiguos celtas que se dedicaban a las profecías y a los rituales.

Como los antiguos celtas no usaban la palabra escrita, todos nuestros registros sobre los druidas proceden de otros pueblos, sobre todo los romanos. Los druidas «se dedican a las cosas sagradas, llevan a cabo los sacrificios públicos y privados e interpretan las cuestiones religiosas», escribió Julio César en la década del 50 a.C. cuando Roma invadió la Galia (actual Francia). El emperador hizo referencia a su interés por la astronomía, la educación y el valor, y su hábito de sacrificar a otros galos para ganarse el favor de los dioses cubriendo a hombres vivos con maniquíes de mimbre y prendiéndoles fuego.

Representación del siglo XVII del hombre de mimbre, una práctica celta sugerida por Julio César que consistía en introducir víctimas en una efigie de mimbre y prenderle fuego.
Fotografía de Fine Art Images, Heritage Images, Getty

Otros escritores romanos también se obsesionaron con el amor de los druidas por la sangre. Plinio el Viejo escribió acerca del aprecio de los druidas por el muérdago y los sacrificios humanos. «Asesinar a un hombre era llevar a cabo el acto de devoción más alto y comerse su carne era garantizar las mayores bendiciones de salud», escribió. Tácito llegó a describir una batalla en Gales en la que los druidas «[cubrieron] sus altares con la sangre de los cautivos y [consultaron] a sus deidades mediante entrañas humanas».

Estos practicantes paganos representaban una amenaza existencial para los romanos, que temían el poder que ejercían los druidas sobre las comunidades celtas que Roma había conquistado. La experta en clasicismo Jane Webster sugiere que los ritos y las visiones apocalípticas de los druidas se consideraban actos de resistencia a los conquistadores romanos, quienes reprimieron a los druidas y sus rituales al comienzo del reinado de Augusto en el 27 a.C.

El cristianismo empezó a abrirse camino en Francia y las islas británicas en el siglo I d.C. y, con el paso de los siglos, ocultó muchas tradiciones celtas. Pero los druidas siguieron apareciendo en la literatura medieval, lo que sugería que los sacerdotes paganos se convirtieron más adelante en curanderos y magos. Con todo, como carecemos de registros escritos de los celtas precristianos, es casi imposible verificar cualquier alegación histórica sobre los druidas. Sin embargo, los druidas han pasado por varios resurgimientos con el paso de los milenios, como una reaparición en la época del Romanticismo y una versión del siglo XXI, el neodruidismo.

Aunque los historiadores habían desestimado los relatos romanos sobre la tradición religiosa supuestamente brutal de los druidas por considerarlos exagerados, la polémica sobre la posibilidad de que sus rituales fueran macabros reapareció —literalmente— en 1984. Aquel año, un cortador de turba encontró restos humanos en Cheshire, Inglaterra. No fue un hallazgo normal y corriente: el hombre de Lindow, como se conocería más adelante, había quedado preservado en la ciénaga durante casi 2000 años y fue golpeado en la cabeza, apuñalado y estrangulado antes de que lo tiraran en la ciénaga a su muerte. Su estómago contenía polen de muérdago, lo que llevó a la polémica especulación de que fue la víctima de un sacrificio ritual, quizá por parte de druidas, o que fue un príncipe druida.

Resulta tentador especular sobre la naturaleza real de los druidas, pero como la mayor parte de lo que se sabe sobre esta antigua clase social procede de fuentes secundarias, es imposible verificar mucha información. Además, el término parece haberse convertido en una denominación general para académicos, filósofos, profesores y hombres de fe interesados en la naturaleza, la justicia y la magia. La arqueología tampoco tiene grandes respuestas. «Entre los arqueólogos no existe consenso sobre qué relación tienen las pruebas materiales con los druidas incluso dentro del mismo país. No ha aparecido ni un solo objeto en ninguna parte que los expertos consideren druídico de forma universal e inequívoca», escribe Ronald Hutton en History Today. Tanto antaño como ahora, la idea de los druidas evoca magia y misterio.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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