Un narrador que recorre el mundo se topa con una civilización de 2000 años junto a un río legendario

Las vasijas de barro bajo los campos de trigo y cacahuetes contienen los restos de los miembros de Pyu, una civilización de la Edad del Hierro en el río Irawadi, en Birmania.

Por Paul Salopek
Publicado 6 nov 2020, 12:40 CET
Río Irawadi

A orillas del río Irawadi prosperó una civilización antigua cuyos miembros llevaban joyas en el pelo, elaboraban arte con jade y comerciaban con Indonesia y las Filipinas.

Fotografía de Frank Bienewald, LightRocket/Getty Images
Out of Eden Walkdel escritor y miembro de National Geographic Paul Salopek, es una odisea narrativa de una década por todo el mundo. Recorre los caminos de la primera migración humana desde África hasta la punta de Sudamérica. Este es su último comunicado desde Birmania.

Para llegar al río Irawadi sagrado desde Swhebo, una localidad anodina del norte de Birmania, hay que sudar tinta y caminar hacia el este por caminos ardientes.

El sudor ya te cae sobre los párpados antes del amanecer. Una hora después, el sol hierve en sus altos hornos todo el color del mundo. Un herrero enciende un secador eléctrico como fuelle. Tus oídos transportan su fuerte silbido durante kilómetros: así sonaría el fin del universo, su incineración.

Sin darte cuenta, te has adentrado en el imperio pyu de la Edad del Hierro. La civilización de 2000 años de antigüedad tenía ciudades amuralladas, estupas altas y calles de piedra. Todo ello dormita hoy bajo los campos de color arcilla del valle de Mu.

Por aquel entonces, la vida era espaciosa y rica: una versión de Xanadú en el Sudeste Asiático. Los ciudadanos adinerados vivían en casas de madera con tejados de estaño. Comían con cubiertos de oro, llevaban joyas en el pelo y creaban obras de arte con vidrio verde, cristal y jade. Su comercio llegaba hasta puertos distantes de los actuales Vietnam, Indonesia y Filipinas. En el siglo I d.C., los embajadores romanos que se dirigían a China pasaron por aquí. Los cronistas de la dinastía Tang contaron que los residentes de la civilización pyu eran budistas pacíficos que aborrecían la guerra. Llevaban algodón en lugar de seda para no sacrificar a los gusanos de seda. Los difuntos de la civilización pyu aún yacen enterrados, dentro de vasijas de arcilla, bajo los cultivos de trigo y cacahuetes de este año. De vez en cuando, los agricultores los encuentran. Fantasmas de un imperio fluvial. Restos tan antiguos y tan poco queridos que ya apenas parecen humanos.

Cuando llegas a las orillas brillantes del Irawadi, los agricultores cosechan chiles. Nudillos retorcidos entre hojas suaves. Te regalan una bolsa de pimientos, rojos como rubíes, sin mediar palabra. Así perdura la civilización pyu.

 

PARA LLEGAR hasta el atemporal río Irawadi —la amplia y silenciosa aorta de Birmania— hay que caminar sobre huesos.

Un ejemplo son los huesos bajo Mawlaik.

Mawlaik es una pequeña localidad portuaria ubicada en las orillas fangosas del Chindwin, un gran afluente occidental del Irawadi. Durante la Segunda Guerra Mundial fue un puesto colonial de encofrado. Los británicos lo abandonaron con poco decoro cuando los japoneses lo invadieron. (Salieron corriendo para salvar la vida, en tropel.) Más adelante, fue el turno de los japoneses de evacuar Mawlaik cuando su avance hacia la India se vino abajo.

«Muchos japoneses se suicidaron en vez de rendirse», cuenta el historiador informal de la localidad, un profesor de inglés jubilado llamado U Than Zin que aún deletrea las palabras. «Muchos de los japoneses que se retiraron estaban enfermos o heridos. ¿Lo has entendido? H-E-R-I-D-O-S. Así que se colgaron en las casas».

U Than Zin me contó que los habitantes de Mawlaik arrojaron a los japoneses muertos en los cráteres provocados por las bombas. Los taparon con barro y construyeron casas nuevas sobre ellos.

«Toda esta ciudad está construida sobre huesos», dijo. «No tengo sentimientos negativos al respecto. Yo no vi a los muertos. Era muy joven. Mis parientes me dijeron que me escondiera. Y me escondí. E-S-C-Ó-N-D-E-T-E. Es lo único que recuerdo de aquella época».

Caminando hacia el humeante río Irawadi en las semanas posteriores, recorres muchos viejos puentes Bailey dejados por los británicos. Se caen a pedazos, pero aún los usan. Sus placas de acero sueltas y oxidadas chirrían y tañen a cada pisada, provocando un sonido metálico en un mundo sordo.

PARA LLEGAR a la ribera humeante del río Irawadi desde Ye-U hay que seguir un surco.

Comienza hace al menos 8200 años, en los arrozales primordiales donde se encorvan las mujeres con la cara amarillenta por la pasta thanaka. Se adentra por las plantaciones de larguiruchos árboles de la laca, de cuyos troncos sobresalen unas boquillas de bambú que gotean. Desemboca en los cálidos campos de cacahuetes.

«¿Crees que caminar es difícil?», clamaron las mujeres que cosechaban. «¡Ven a recoger cacahuetes!».

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    Una recolectora de cacahuetes muestra su cosecha cerca de la localidad de Ye-U.

    Fotografía de Paul Salopek

    El surco serpentea entre campos de sésamo, caupíes, habichuelas, legumbres. Bajo una gran higuera a orillas del propio Irawadi, por fin llegas hasta su creador, un joven agricultor con una gorra que no me dice su nombre. Ha conducido a sus dos bueyes de labranza sobre el lecho fluvial seco, removiendo terrones. En la frente hay un acordeón de frustración. No quiere ser agricultor. «En la ciudad es mejor», dice suspirando.

    Quiere lo que todos queremos. Ser como Pyusawhti, el primer rey héroe de la antigua dinastía Pagan, que nació del huevo de un dragón que flotó a la deriva por el Irawadi y fundó una capital con 10 000 templos. En otras palabras, una historia que avanza. Un futuro.

    CUANDO LLEGAS a orillas del legendario Irawadi, sigues los senderos ribereños.

    Los caminos oscilan como bailarines entre pueblos de casas de paredes de bambú. Las casas están colocadas sobre pilares, como las casas de las aves. Las canoas están amarradas bajo ellas. Cada pocos kilómetros hay monasterios budistas con dragones guardianes de piedra blanqueada. Estos retiros están unidos por la red de caminos de losas musgosas de los peregrinos.

    En el río, los pescadores dan golpecitos con los remos en las bordas de sus canoas para invocar a los delfines del Irawadi, una especie carente de pico que ha colaborado durante siglos con los humanos en la caza. Ahora, los delfines aparecen con menos frecuencia. Quedan menos de 80 en el río. La contaminación y la pesca con descargas eléctricas han sido su ruina.

    El Irawadi fluye a lo largo de más de 1900 kilómetros, desde los glaciares de la alta frontera tibetana hasta las cálidas aguas del mar de Andamán. En su ribera occidental, justo frente a Mandalay, se encuentra la campana de Mingun. Esta campana titánica fue forjada hace 210 años por el rey Bodawpaya y pesa 55 toneladas. Tócala con un bastón de madera y obtendrás grandes bendiciones. Tócala en los nacimientos y en las muertes. Tócala durante las epidemias. Tócala durante las elecciones y las revoluciones.

    Junto a ella, entre dolor y alegría, el río fluye.

    Este artículo se publicó originalmente en la página web de la National Geographic Society, dedicado al proyecto Out of Eden Walk. Ha sido traducido del inglés. Puedes explorar la página web aquí.

    Paul Salopek ha sido galardonado con dos premios Pulitzer por su trabajo periodístico como corresponsal en el extranjero para el Chicago Tribune. Puedes seguirlo en Twitter @paulsalopek

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