La placa dental fosilizada desvela que los filisteos consumían alimentos de lugares remotos

Un estudio del sarro de personas enterradas hace más de 3000 años en el actual Israel demuestra que comían alimentos asiáticos como la soja y la cúrcuma.

Por Andrew Curry
Publicado 8 ene 2021, 14:34 CET
Mercado en la antigua Megido

Una representación artística de un mercado en la antigua Megido muestra a los comerciantes vendiendo trigo, mijo y dátiles, que crecen en el Mediterráneo oriental, pero también garrafas de aceite de sésamo y cuencos de cúrcuma obtenidos en el sur de Asia.

Fotografía de Nikola Nevenov

Desde hace ya tiempo, los investigadores han estado de acuerdo en que la historia del Nuevo Testamento de los tres Reyes Magos refleja un próspero comercio a larga distancia que trajo aceites y resinas exóticos desde el mar Arábigo y de lugares más al este a la región mediterránea en tiempos romanos. Pero un nuevo y sorprendente hallazgo ha revelado que los antiguos residentes del actual Israel disfrutaban de frutas y especias del sur de Asia hace ya 3500 años.

Un reciente análisis de placa dental fosilizada extraída a más de una docena de esqueletos que datan desde el Bronce Medio hasta principios de la Edad del Hierro (ca. 1500-1100 a.C.) ha desvelado restos de plátano, cúrcuma y soja, que por aquel entonces se cultivaban en la lejana Asia meridional.

El descubrimiento, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, se suma a las evidencias artísticas y arqueológicas que demuestran que las antiguas civilizaciones mediterráneas importaban alimentos como pollos, pimienta negra o vainilla desde lugares tan remotos como India e Indonesia.

«Antes pensábamos que la gente obtenía la comida a nivel local e importaba piedras preciosas desde lugares lejanos», afirma Philipp Stockhammer, coautor y arqueólogo de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich. «Pero incluso en la Edad del Bronce se parecían mucho a nosotros, importaban su comida desde todas partes».

El sarro como fuente de pruebas

El sarro es la placa endurecida que se acumula en los dientes. Hasta hace poco, se consideraba basura que había que retirar de las muestras arqueológicas. Sin embargo, descubrimientos recientes han demostrado que en realidad se trata de una fuente de información muy abundante que atrapa desde el ADN antiguo hasta bacterias y proteínas.

Se identificaron restos de sésamo e incluso plátano en los dientes de personas enterradas en el yacimiento de Tell Erani, cerca de Megido.

Fotografía de Philipp Stockhammer

«Si dejaras de cepillarte los dientes, en 2000 años podría saber qué comías», cuenta Stockhammer.

Para descubrir qué consumía la gente del Levante en tiempos antiguos, un equipo internacional analizó la placa de las bocas de 16 esqueletos. Algunos restos se excavaron en Megido, una antigua ciudad-estado más conocida por su nombre bíblico, Armagedón. Megido prosperó en la Edad del Bronce, un hecho que reflejan las tumbas de miembros de la élite de las que se extrajeron muestras para la investigación, aunque no contaba con la vasta riqueza y el alcance imperial de sus vecinos más grandes. «Era rica y estaba bien conectada, pero no era un actor importante; nada comparado con Egipto o Mesopotamia», afirma Stockhammer.

Aunque el sarro de las tumbas de la clase alta de Megido demostró que consumían muchos granos, como trigo y mijo, y frutos como dátiles, también disfrutaban de manjares mucho más remotos. Las muestras de varias personas revelaron evidencias de que consumían soja y cúrcuma —una especia de color naranja—, cultivos autóctonos de Asia meridional y oriental que los arqueólogos no creían que fueran familiares en el menú de la antigua región mediterránea.

«Incluso a partir de este pequeño número de muestras, observamos la aparición de algo que no es de esperar en ese lugar y en aquella época», afirma Matthew Collins, experto en proteínas antiguas de la Universidad de Copenhague que no participó en el estudio.

Los investigadores también rasparon el sarro de los dientes de personas enterradas en torno al 1100 a.C. en un asentamiento cercano llamado Tell Erani, que los arqueólogos han vinculado al pueblo conocido como filisteos en la Biblia. Las tumbas más sencillas de Tell Erani reflejan un lugar con menos riqueza y los autores se preguntaron si también tendría importaciones menos exóticas. Sus resultados desvelaron restos de sésamo, que también estaba presente en las muestras de Megido.

Aunque el aceite, la pasta y las semillas de sésamo son ingredientes habituales en la cocina levantina actual, la planta es autóctona de Asia meridional. Los arqueólogos habían descubierto semillas de sésamo en la tumba del faraón egipcio Tutankamón, enterrado en torno al 1400 a.C., pero muchos investigadores dudaban que el sésamo fuera común en la dieta local hasta mucho después.

Sin embargo, el descubrimiento dental más sorprendente fue el de un hombre de unos 50 años enterrado en Tell Erani: una proteína que provoca la maduración en los plátanos. «[Las tumbas de Tell Erani] son tumbas muy humildes, sin evidencias de un grupo de élite», afirma Stockhammer. «No parece que sea un rey que ha comido su primer plátano».

Evidencias de lo «invisible»

El sarro ha proporcionado una herramienta valiosísima para identificar alimentos que, de lo contrario, se preservan de forma infrecuente en la mayoría de los entornos arqueológicos, como las especias y los aceites. Aunque eran pilares de las antiguas rutas comerciales, «estas dos clases de alimentos son casi invisibles en el registro arqueológico», afirma la coautora Christina Warinner, paleogenetista de la Universidad de Harvard y del Instituto Max Planck para el Estudio de la Historia Humana en Jena, Alemania. «Esto nos permite ver alimentos de un valor económico elevado que, de lo contrario, no dejarían rastro», como los aceites de sésamo y soja y frutas exóticas como los plátanos.

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    Las tumbas de la Edad del Bronce en Megido demuestran que los miembros de la élite consumían alimentos a base de soja y cúrcuma, ambas autóctonas de Asia meridional y oriental.

    Fotografía de Philipp Stockhammer

    En el caso de los plátanos, cuesta mucho encontrar pruebas arqueológicas: el fruto domesticado no tiene semilla y su piel blanda se descompone rápidamente. Por eso es improbable que se transportaran racimos de plátano a Megido. Más bien, es posible que la gente importara y consumiera rodajas de plátano desecado, que habrían sobrevivido fácilmente a un largo viaje por mar.

    Entre las evidencias que pueden extraer los investigadores de la placa dental fosilizada, las proteínas vegetales —a diferencia del ADN animal, las proteínas de la leche o los cristales microscópicos hallados en las duras cáscaras y tallos de grano— se descomponen con facilidad. Por consiguiente, rara vez se preservan en el sarro, lo que da la impresión engañosa de que la leche, la carne y la avena dominaban el menú en la antigüedad. Los investigadores emplearon un nuevo método para extraer más proteína del sarro y pasaron más tiempo que otros estudios anteriores comparando lo que habían descubierto con bibliotecas de proteínas vegetales en busca de coincidencias.

    Creen que es muy probable que más residentes mediterráneos disfrutaran de alimentos vegetales como el sésamo y los plátanos, pero que las proteínas no se quedaron atrapadas en su placa o no sobrevivieron en los siglos posteriores. «Solo tenemos la punta del iceberg», afirma Stockhammer. «Esto no quiere decir que solo un individuo consumiera plátanos, sino que solo hay uno en el que han quedado preservadas pruebas suficientes».

    Como es difícil determinar cuándo se formó el sarro, también es posible que el consumidor de plátanos de Tell Erani fuera un comerciante o un marinero que comió la fruta mientras viajaba por Asia antes de morir en las orillas del Mediterráneo, lo cual sería una evidencia igual de extraordinaria de viajes a larga distancia en la prehistoria.

    Estas nuevas pruebas se añaden a una creciente toma de conciencia de que la Edad del Bronce era sorprendentemente global, con vínculos comerciales a larga distancia desde China al Mediterráneo. «Ya no es sorprendente», afirma Ayelet Gilboa, arqueóloga de la Universidad de Haifa y directora del Instituto Zinman de Arqueología en la Universidad de Haifa, que no participó en el estudio. «En la última década se ha producido una transformación de nuestras percepciones del comercio a larga distancia en la prehistoria».

    Hace cinco años, por ejemplo, cuando Gilboa publicó una investigación que demostraba que unas vasijas halladas en un yacimiento no muy lejos de Megido contenían canela, «la gente dijo que era imposible», cuenta Gilboa. «Pero cuanto más excavamos, vemos que las pruebas estaban ahí desde el principio, pero nadie les prestaba atención».

    «Ahora tenemos muchas más pruebas de que al principio del segundo milenio antes de Cristo, como mínimo, los bienes recorrían largas distancias», añade. «Esto demuestra que las sociedades a pequeña escala operaban dentro de una gran red».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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