La vida continúa en Chernóbil 35 años después del peor accidente nuclear del mundo

Aunque hubo evacuaciones en masa tras la catástrofe radiactiva, las personas nunca abandonaron Chernóbil totalmente.

Por Jennifer Kingsley
fotografías de Pierpaolo Mittica, Parallelozero
Publicado 27 abr 2021, 13:28 CEST
Taller donde se descontamina el metal para su reventa

Las partículas radiactivas que están sobre la superficie del metal pueden limpiarse con chorros de arena para descontaminarlo y prepararlo para la reventa. Se paga muy bien, pero se corren muchos riesgos, ya que el polvo radiactivo vuela constantemente en el taller.

Fotografía de Pierpaolo Mittica

Cada 25 de abril, al anochecer, la gente se congrega alrededor de un ángel colocado sobre un plinto de piedra en la localidad de Chernóbil, al norte de Ucrania. El cuerpo del ángel está hecho de acero —la mayor parte son barras de refuerzo, formando una silueta que contrasta en el cielo— y sostiene una larga trompeta. Esta escultura representa el tercer ángel del Apocalipsis. Según la Biblia, cuando sonó esa trompeta, una gran estrella cayó del cielo, las aguas se volvieron amargas y muchas personas murieron.

En el aniversario del peor desastre en una central nuclear de la historia, las personas se congregan en el centro de la localidad de Chernóbil para conmemorar el suceso y a aquellos que perdieron la vida.

Fotografía de Pierpaolo Mittica

Los antiguos habitantes de la zona de exclusión visitan las tumbas de sus familiares y amigos difuntos en Chernóbil.

Fotografía de Pierpaolo Mittica

Las reuniones despiertan muchas emociones, sobre todo durante la primavera, cuando la gente regresa a Chernóbil para conmemorar el aniversario del desastre.

Fotografía de Pierpaolo Mittica

Esta parábola se ha convertido en un símbolo del desastre nuclear de Chernóbil, que comenzó a la 1:24 de la mañana del 26 de abril de 1986 cuando una explosión sacudió el reactor 4 de la Central Nuclear de Chernóbil, a solo 18 kilómetros de la localidad. Aunque tras el accidente hubo evacuaciones en masa, las inmediaciones nunca estarían vacías de personas ni podrían estarlo jamás. Una catástrofe radiactiva de esta magnitud es demasiado peligrosa para ser abandonada. Hasta la actualidad, más de 7000 personas viven y trabajan en los alrededores de la central y una cantidad mucho más pequeña ha regresado a las aldeas circundantes, a pesar del riesgo.

La noche del aniversario, residentes, trabajadores y visitantes externos se congregan para conmemorar un suceso tan complejo y con repercusiones tan duraderas que aún cuesta entenderlo 35 años después. Los reunidos sostienen velas de cera de abeja que les gotean en las palmas de las manos. Escuchan canciones y poemas interpretados por algunos de los supervivientes y el aire está cargado de emoción. Yuriy Tatarchuk, ex vice director del Departamento de Información de la Zona de Exclusión de Chernóbil, lo describe como «un momento agridulce. Es como el Día de la Victoria de cualquiera de las guerras, la gente llora y sonríe al mismo tiempo». Incluso aquí, tan cerca del epicentro del peor desastre de la historia en una central nuclear, reina un sentimiento de comunidad e incluso de hogar.

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    Desde 2016, una nueva unidad de contención con un tejado abovedado cubre los restos del reactor 4 de la Central Nuclear de Chernóbil. Es visible desde las ruinas del Hotel Polissya en la ciudad abandonada de Prípiat.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    En 1986, segundos antes de que explotara el reactor 4, la temperatura dentro del núcleo del reactor alcanzó 4650 grados Celsius; la superficie del Sol registra 5500 grados. La fuerza de la explosión, equivalente a 66 toneladas de dinamita, hizo que el techo del edificio de 20 pisos del reactor saltara por los aires, destruyó por completo todo lo que había dentro del núcleo y expulsó al menos 28 toneladas de restos muy radiactivos por los alrededores. También provocó un incendio radiactivo que ardió durante casi dos semanas y emitió una enorme columna de gases y aerosoles radiactivos a la atmósfera que se desplazó hacia el norte y el oeste con el viento. Decenas de sustancias radiactivas cayeron en la tierra, a menudo transportadas por la lluvia.

    La lluvia radiactiva incluía yodo-131, cesio-137 y plutonio-239, ninguno de los cuales existe de forma natural y que son extremadamente peligrosos para los humanos y otros animales. Cada sustancia se desintegra en el denominado «período de semidesintegración» o «semivida física», que es la cantidad de tiempo que tarda en reducir su radiactividad a la mitad. Para el yodo-131, que se acumula rápidamente en la glándula tiroidea y causa cáncer de tiroides, la semivida física es ocho días. Para el cesio-137, que persiste en el suelo y produce rayos gamma que tienen cientos de miles de veces más energía que los rayos de la luz solar, la semivida física es de unos 30 años. Y el plutonio-239, extremadamente radiotóxico cuando se inhala, tiene una semivida de 24 000 años. Aunque el patrón principal de lluvia radiactiva —que es turbia e impredecible— se estableció poco después del accidente, las partículas radiactivas aún siguen moviéndose en la actualidad, desplazándose en el viento y circulando en el agua.

    La ciudad de Prípiat se construyó para los trabajadores de la central nuclear. Sus 50 000 habitantes empezaron a evacuarla 36 horas después del accidente.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Prípiat sigue siendo una ciudad fantasma y aún está llena de pequeños detalles cotidianos, como estos buzones abandonados en un edificio.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Vladimir Verbitskiy vivía en su piso de Prípiat con sus padres antes de la evacuación de la ciudad en 1986. Volvió para trabajar como liquidador y después como guía turístico.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Aunque las partículas radiactivas viajaron a lo largo y a lo ancho, la limpieza se concentró en la zona de exclusión de Chernóbil, todo lo que hay en un radio de 30 kilómetros de la zona cero. Las evacuaciones comenzaron 36 horas después del accidente. Los primeros fueron los 50 000 habitantes de Prípiat, una ciudad a solo tres kilómetros de la central nuclear construida para los trabajadores y sus familias. Prípiat, con sus edificios, parques y monumentos públicos, sigue siendo una ciudad fantasma.

    Al pie de la estatua del ángel hay una gran losa de hormigón que tiene la forma de la parte ucraniana de la zona de exclusión. Durante el evento de conmemoración, se tiñe de un brillo naranja debido a las numerosas velas. Una larga hilera de señales se extiende desde el ángel por un bulevar arbolado. Cada señal lleva el nombre de una aldea ucraniana evacuada, y hay más de 100.

    Pero mientras decenas de miles de personas eran evacuadas de casas a las que nunca volverían, decenas de miles acudieron a la zona. La mayoría tenían órdenes de trabajar en la descontaminación, otros vinieron por la ciencia, mientras que otros desafiaron las órdenes y volvieron a sus aldeas en cuanto tuvieron la oportunidad.

    Cada una de estas señales lleva el nombre de una localidad ucraniana abandonada tras el accidente. En el aniversario, los antiguos residentes de la zona de exclusión vuelven para conmemorar la tragedia.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Los antiguos liquidadores y habitantes esperan para participar en las ceremonias del aniversario.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    El nombre oficial de la iniciativa de limpieza era «liquidación de las consecuencias del accidente de Chernóbil» y los obreros se llamaban liquidadores. Tenían un trabajo imposible. Las partículas radiactivas son invisibles y no tienen sabor ni olor, pero en los focos donde se acumulaban lo contaminaban todo: ladrillos, ganado, hojas en el suelo. Estas partículas no pueden destruirse; lo único que podían hacer los liquidadores era enterrarlas o tratar de sellarlas de algún modo. Algunos trabajaron en los pueblos arrasando cultivos, talando bosques e incluso enterrando la propia capa superior de la tierra.

    Alrededor de la central nuclear, algunos trabajos —como recoger los restos radiactivos o verter hormigón para sellar el reactor— eran tan peligrosos que los hombres podían absorber dosis letales de radiación en minutos. Las estimaciones de la cantidad de liquidadores que hubo varían mucho porque no existe un registro oficial de todos los participantes, pero la cifra ronda los cientos de miles, probablemente superando el medio millón. Procedían de varias partes de la antigua URSS y casi todos eran hombres jóvenes por aquel entonces. Es posible que el 10 por ciento sigan vivos en la actualidad. Treinta y una personas fallecieron como resultado directo del accidente, según el número oficial de muertes documentadas por la Unión Soviética.

    Evgeniy Valentey ha trabajado como informático en la zona durante 10 años, pero no puede sacarse el desastre de la cabeza: «Pienso en las personas victimizadas en el proceso de liquidación. En la Unión Soviética, el método era taparlo todo con vidas humanas».

    La vida en una ciudad abandonada

    Elena Buntova, así como otros científicos, respondieron a la llamada de Chernóbil por un motivo muy diferente al de los liquidadores. Esta doctora en biología acudió tras el accidente para estudiar los efectos de la radiación en la fauna y nunca se marchó.

    «En los primeros años después del accidente, los mejores científicos de toda la URSS vinieron a Chernóbil para trabajar, así que fue muy interesante cooperar con ellos», contó Buntova. Fue la oportunidad de toda una vida y también el lugar donde conoció a su marido, Sergei Lapiha. Él había crecido cerca de Chernóbil y se conocieron en una cafetería dentro de la zona de exclusión.

    Sergei Lapiha (derecha) y su mujer Elena Buntova se toman un café en el salón con su amigo Valeriy Pasternak. Todos han trabajado en la zona durante años.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Lapiha trabajaba como fotógrafo en el «sarcófago», la unidad de contención que sepulta los restos del reactor 4. Con los años, creó un registro fotográfico de las instalaciones que incluía un objeto destacado dentro del edificio del reactor, llamado «pata de elefante». Se trata de una masa vidriosa y negra de lava radiactiva que fluyó por el pasillo tras la fusión antes de solidificarse como si fuera una estalagmita gigante. Es tan radiactiva que pasar cinco minutos con ella sin protección sería una sentencia de muerte.

    Debido a su edad y sus lazos con el lugar, Buntova y Lapiha forman parte de un pequeño grupo de reasentados que han obtenido permiso del gobierno ucraniano para vivir en la zona a tiempo completo. Admiten que vivir en Chernóbil es arriesgado y perturbador, sobre todo porque los niños están prohibidos. Ambos tuvieron hijos antes de conocerse, pero como cualquiera de menos de 18 años es más susceptible a la radiación ionizante, sus hijos nunca pudieron entrar en la zona. En la actualidad, se aplica lo mismo a sus nietos. Con todo, han vivido aquí durante 30 años y ahora que han superado los 60 y están jubilados, no tienen pensado mudarse. Cuando les pregunto por qué, Lapiha se queda pensativo y responde: «Soy feliz en Chernóbil».

    Dentro de su casita de ladrillos me siento cómoda. Las personas como ellos han ocupado y reparado las casas abandonadas con el paso de los años. Hay mucho donde elegir. La localidad de Chernóbil albergaba 14 000 habitantes. En el salón, tienen plantas junto a la ventana, algunos sofás cómodos y una televisión, y un acuario lleno de peces. En el jardín, tienen abejas y cuidan de cuatro perros, todos rescatados de la zona de exclusión. Como Elena estudió la fauna como científica en el Centro de Ecología de Chernóbil, sabía lo contaminados que podían estar. Baloo es un enorme cruce de lobo y perro y el más joven de la manada. Mientras Lapiha toca la cara del perro y juega con él, diciendo «lobo listo, perro listo», no parece estar preocupado.

    Maria Semenyuk tenía 78 años cuando se sacó esta foto en 2015. Falleció el año siguiente en Paryshev, donde residió toda su vida, y la enterraron en el cementerio local. 

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Unas pocas personas se reasentaron en la aldea de Kupovate, una de las pequeñas comunidades de la parte ucraniana de la zona de exclusión.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    El habitante de esta casa de Kupovate falleció en 2015. No es raro ver lugares como este, donde todos los objetos de la vida de alguien han quedado abandonados.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    En Chernóbil, un hombre espera a que empiece el espectáculo en la Casa de la Cultura. Los conciertos, recitales y conferencias ayudan a mantener entretenida a la pequeña población.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Muchos de los reasentados que fallecieron en los últimos años querían ser enterrados en las aldeas donde nacieron. La zona de exclusión tiene muchos cementerios; este se encuentra en Opachici.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Poca gente vive en la zona de exclusión a tiempo completo. Aquellos que ignoraron la orden de evacuación y volvieron a sus pueblos natales tras el accidente tienen ya más de 70 u 80 años, y muchos han fallecido en los últimos cinco años. Los que quedan obtienen alimentos de sus huertos y del bosque circundante, como las grandes y abundantes setas que absorben muy bien el cesio-137, que emite radiación beta y gamma. Algunos residentes asan las setas en hornos de leña. Los árboles que queman como combustible también pueden ser radiactivos, así que el humo causa nuevas y pequeñas lluvias radiactivas en las inmediaciones. Aquí, la radiación es una compañera constante. En los lugares habitados, los niveles de fondo suelen ser bajos. En otros, son peligrosamente altos. Pero sin un dosímetro ni un contador Geiger, que muchas personas no tienen —y a veces no quieren— medirlos es imposible.

    Quién queda en la zona

    De las aproximadamente 7000 personas que entran y salen de la zona para trabajar, más de 4000 tienen turnos de 15 días al mes o cuatro días a la semana, unos horarios diseñados para minimizar la exposición a la radiación ionizante. Hay guardias de seguridad, bomberos, científicos y personas que mantienen las infraestructuras de esta comunidad única. Como Chernóbil es su hogar a tiempo parcial y no su residencia permanente, ocupan algunas de las habitaciones y apartamentos evacuados en 1986. Por las noches, la vida es silenciosa. Algunas personas leen o ven películas. Cuando hace calor, a veces incumplen las normas de seguridad y van a nadar al río.

    El personal de la sala de control del reactor 2 en una jornada normal. Aunque los reactores 1, 2 y 3 ya no producen electricidad, no podrán ser desmantelados hasta 2065.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Cada visitante debe pasar por un punto de control para entrar en Prípiat y presentar los permisos necesarios. Los guardas de la entrada trabajan en turnos de 12 horas.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Unos 100 científicos trabajan en los laboratorios de Chernóbil para supervisar la contaminación y estudiar los efectos de la radiación en el medioambiente. Tras el accidente, los expertos nucleares de toda la antigua URSS vinieron a Chernóbil para investigar las consecuencias del desastre.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    El resto del personal llega en tren cada día para trabajar en la central nuclear. Aunque la central ya no produce electricidad, el desmantelamiento de los tres reactores restantes no se completará hasta 2065, y existe una división entera del Instituto de Problemas de Seguridad de Centrales Nucleares dedicada a la contención del reactor 4. En 2016, se construyó una nueva unidad de contención que parece una enorme barraca Quonset, que debería durar cien años, aunque los materiales de su interior serán radiactivos durante milenios. 

    La zona de exclusión es menos radiactiva hoy que en el pasado, pero Chernóbil puede cambiar el tiempo. Treinta y cinco años es mucho para un ser humano y es importante para materiales como el cesio-137 y el estroncio-90, con semividas de unos 30 años. Pero no supone casi nada para los materiales radiactivos que tardarán milenios en desintegrarse. ¿Cómo de buena es una unidad de contención que dura un siglo cuando nos protege de algo con una semivida de 24 000 años? También hay nuevos peligros, como incendios forestales que queman árboles radiactivos y pueden crear nuevas zonas peligrosas.

    Según Bruno Chareyron, director del laboratorio de la Comisión para la Investigación Independiente y la Información sobre Radiación, actualmente la humanidad carece de soluciones técnicas y medios financieros para gestionar un desastre como este. En resumen, aunque miles de personas sigan trabajando en el lugar a diario, «la catástrofe nuclear de Chernóbil no es gestionable en absoluto».

    El gimnasio local de Chernóbil proporciona una oportunidad para practicar ejercicio y ocio, como este partido de tenis de mesa después de trabajar.

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    Incluso Chernóbil tiene cafeterías y lugares donde reunirse con amigos. «Quedarse en casa todo el tiempo en un lugar abandonado es deprimente», cuenta Yuriy Tatarchuk que pasó más de 20 años trabajando en la zona.

    Fotografía de Pierpaolo Mittica

    Muchos trabajadores se quedan en la zona a tiempo parcial, bien 15 días al mes o cuatro días a la semana. Mientras están aquí, viven en los pisos y residencias abandonadas y compran lo que necesitan en las tiendas locales.

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    Durante su jubilación, Sergei Lapiha se ofrece voluntario para mantener la iglesia ortodoxa local. Sus paredes exteriores son nítidas y blancas, con arcos de color azul y dos cúpulas doradas en el techo. Comparada con los edificios abandonados y los escombros que la rodean, la iglesia parece nueva.

    Antes de la reunión anual en el ángel de acero, se celebra una misa la noche del 25 de abril. Tras ella, los participantes salen y tocan la campana de la memoria, que cuelga de su propio arco en la esquina del patio de la iglesia. La tocan una vez por cada año transcurrido desde el accidente, así que este año sonará 35 veces.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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