El grito de paz desesperado de las madres, esposas e hijas de los rebeldes y las milicias congoleñas

En la República Democrática del Congo, activistas aterrorizadas por el conflicto durante décadas están interviniendo para intentar romper el ciclo de la violencia.

Liberata Buratwa, que dirige una red de mujeres activistas por la paz desde hace décadas, habla con personas desplazadas por una ofensiva rebelde en Rutshuru, una ciudad de la provincia de Kivu Norte, en el este de la República Democrática del Congo. Los enfrentamientos en curso han matado a más personas que cualquier otro conflicto desde la Segunda Guerra Mundial. "Llevo trabajando por la paz desde que era muy joven", afirma Buratwa. En 2008, en plena oleada de masacres, encabezó una delegación de mujeres para reunirse con el líder del temido grupo rebelde conocido por las siglas CNDP. "Le dijimos: 'hijo mío, la rebelión no te llevará a ninguna parte, el monte es para los animales, no para la gente'".

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham
Por CAMILLE MAUBERT Y SIFA BAHATI
Publicado 25 oct 2022, 15:11 CEST

Cinco mujeres con ropas de colores y pañuelos en la cabeza caminan apresuradamente por los campos de mandioca cerca de la aldea de Masumbuko, en el noreste de la República Democrática del Congo, de camino a reunirse con un comandante del ejército cerca del campo de desplazados donde las mujeres viven con otras miles de familias.

Cuando llegan al puesto del ejército, un puñado de soldados con uniformes desiguales las conducen entre búnkeres y trincheras hasta una cabaña de barro y bambú. En el interior, un joven comandante en pantuflas está sentado con confianza en su silla, aparentemente divertido por su presencia. 

"Estamos aquí para pedirles que se unan a un diálogo comunitario sobre las tensiones en el campamento", dice Love Kpakay, con los ojos bajos desde el banco de madera donde ella y las otras mujeres están sentadas impertérritas. "Necesitamos su ayuda para traer la calma. Le pedimos que aumente las patrullas y proteja a las mujeres cuando vayan al campo".

Helen Valinandi y Dekila Vahwere dirigen una reunión matutina con mujeres locales en Butembo (Congo) para mantenerse al día sobre la situación de seguridad y registrar las quejas relacionadas con las violaciones de los derechos humanos. La ciudad del este del Congo, un centro de comercio, está rodeada de milicias e insurgentes en constante enfrentamiento.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

El comandante la mira fijamente: "¿Cómo podéis llamaros mujeres líderes", le pregunta, "si habláis con voz temblorosa?".

Kpakay, de 39 años, y las otras cuatro mujeres forman parte de un pequeño movimiento de mujeres que están intentando romper un ciclo de violencia que ha matado a más personas que cualquier otro conflicto desde la Segunda Guerra Mundial. Desde 1996, las provincias de Ituri, Kivu del Norte y Kivu del Sur se han visto sacudidas por múltiples guerras desencadenadas por un número creciente de grupos armados, instituciones estatales débiles, un ejército disfuncional y continuas batallas por el acceso a la tierra y al poder. Los intentos de negociar acuerdos de paz y la presencia de una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas no han conseguido frenar el derramamiento de sangre y sus devastadores efectos sobre la población civil. Los que se encuentran en los campos de desplazados que salpican las colinas de Ituri llevan allí semanas o meses, esperando que la guerra termine para poder volver a sus hogares.

Miembros de una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas patrullan al anochecer entre las ciudades congoleñas de Kilo y Mongwalu como parte de las operaciones para proteger a los civiles atrapados en los intensos combates de la zona. La región cuenta con vastas reservas de oro, fuente de un conflicto continuo que ha desplazado a casi dos millones de civiles. Las atrocidades más recientes incluyen las masacres de 19 civiles que habían buscado refugio en una iglesia de Kilo, y de al menos 40 trabajadores mineros en Mongwalu.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham
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Una vista aérea de Butembo, Congo. La ciudad es un centro comercial de prósperos negocios madereros y agrícolas, así como de contrabando y mercados de oro informales. Se ha convertido en un campo de batalla entre insurgentes y milicias.

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Las estructuras salpican el paisaje de las aldeas rurales de Kivu del Sur, una de las 26 provincias de la República Democrática del Congo. Los civiles han sido víctimas de abusos generalizados contra los derechos humanos a lo largo de los años y la zona sigue siendo un área de conflicto donde cientos de personas han sido torturadas y asesinadas.

fotografías de Hugh Kinsella Cunningham

Sin dejarse intimidar por la respuesta del comandante, Kpakay (que lleva viviendo en los campamentos desde 2021, cuando huyó de su pueblo con sus cuatro hijos) continuó con su llamamiento para que aumentara la protección contra los ataques de los rebeldes. La visita no mejoró inmediatamente la seguridad en torno al campamento, pero Kpakay afirma que ayudó a mejorar las relaciones entre soldados y civiles y a reducir las tensiones y la vulnerabilidad de los desplazados por la violencia.

"Tenemos que encontrar el valor para sentarnos alrededor de la misma mesa", dice en su camino de vuelta al campamento. "Verán que encontraremos soluciones".

La activista por la paz Faila Kataliko se dirige a los soldados en un diálogo entre civiles y tropas del ejército en Beni, Congo. "Hemos recibido denuncias de intimidación, extorsión, violaciones y robos por parte de los soldados destinados aquí", afirma Kataliko. Los soldados que luchan contra los rebeldes en la región a veces se aprovechan de la población a la que se supone que deben proteger, dicen los activistas.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

Las mujeres que se aventuran a acudir a los puestos avanzados del ejército para denunciar la inseguridad corren inmensos riesgos. Los soldados desplegados en las zonas de conflicto actúan con casi total impunidad, y con frecuencia atacan a las mujeres y las niñas con violencia sexual. La ONU informó de que, en 2021, el ejército y la policía fueron responsables de cerca del 29% de la violencia sexual relacionada con el conflicto en el Congo.

"Dicen que el Congo es una capital de la violación", dice Justine Masika, que dirige una asociación en Goma que defiende a las víctimas de la violencia de género. "Pero yo digo que las mujeres del Congo son fuertes porque no se quedan como víctimas. Se convierten en agentes del cambio".

Cuando crecía, "no había masacres", dice Masika. "Pero la gente ya no respeta la vida humana. Matan a su antojo. Un día nos dijimos que las mujeres ya no podemos quedarnos de brazos cruzados".

Negociando con rebeldes

Liberata Buratwa, de 56 años, dirige desde hace décadas una red de mujeres activistas por la paz en Rutshuru, región fronteriza con Ruanda. En 2008, en plena oleada de masacres y altos el fuego fallidos, dirigió una delegación en la selva para reunirse con Laurent Nkunda, líder del temido grupo rebelde conocido por las siglas CNDP (Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo).

"Le dijimos: 'Hijo mío, la rebelión no te llevará a ninguna parte, el monte es para los animales, no para la gente", cuenta Buratwa.

Familias desplazadas que huyeron de sus hogares tras los intensos combates entre los rebeldes y el ejército congoleño, cocinan su cena de arroz y frijoles en un edificio escolar que sirve de refugio en Rutshuru, Congo. Unos 40 000 civiles han sido desplazados por los últimos enfrentamientos.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham
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Las tropas del ejército congoleño toman sus posiciones al anochecer a lo largo de la frontera entre el Congo y Ruanda.

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Niños desplazados por el conflicto en el Congo, devastado por la guerra, juegan con una pieza de artillería utilizada por los rebeldes en Kibumba.

fotografías de Hugh Kinsella Cunningham

Una mujer limpia el altar de una iglesia donde se han refugiado decenas de familias en la provincia de Ituri (Congo). Desde 1996, las provincias de Ituri, Kivu del Norte y Kivu del Sur se han visto sacudidas por múltiples guerras desencadenadas por un número creciente de grupos armados, instituciones estatales débiles, un ejército disfuncional y continuas batallas por el acceso a la tierra y al poder.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

Unos meses más tarde, el CNDP amenazó con atacar Goma la noche de Navidad, provocando el pánico masivo en la ciudad. Buratwa y su colega, Edoxie Nziavake, se adentraron de nuevo en el bosque para rogar que la población de Goma se salvara.

"Aquella noche reinaba la calma", recuerda Nziavake. "Cumplieron su promesa".

Las audaces visitas de las mujeres abrieron un canal de comunicación sin precedentes entre los rebeldes y el Gobierno que, combinado con la presión internacional, culminó con el Acuerdo de Paz de Ihusi de 2009. Aunque esa tregua duró poco (el grupo rebelde conocido como M23 impugnó el acuerdo), proporcionó un modelo para las estrategias de las mujeres.

Las mujeres se aventuraron con éxito en territorio rebelde y fueron escuchadas por los comandantes, dice la activista Gogo Kavira, porque se presentaron estratégicamente como madres. Los hombres, los soldados y los políticos pueden ser asesinados si se acercan a los rebeldes, explica. Pero "cuando es tu madre la que viene, o la señora de tu barrio, o la madre de tu novia, los hombres no pueden negarse a escuchar".

"Las mujeres hablan con el corazón", dice Kavira con una sonrisa. "Están ahí para ayudar, no para juzgar".  

Evaluando la seguridad

Una mañana de finales de mayo de 2022, los habitantes de Rutshuru volvieron a despertarse con el estallido de cohetes y morteros después de que los rebeldes del M23 atacaran la zona. Bajo las lluvias estacionales, miles de civiles huyeron para ponerse a salvo llevando niños, cacerolas, cabras, colchones. Columnas de tanques del ejército congoleño enviadas desde Goma cargaron en dirección contraria. Fueron seguidos por bandadas de mototaxistas que animaban el apoyo.

"Aquí la inseguridad es un ciclo", dice Buratwa, y añade que, aunque los rebeldes continúan con sus ataques, ella "no se siente intimidada" por la creciente violencia. "Llevo trabajando por la paz desde que era muy joven".

Durante la agitación, Buratwa acudió rauda a los mismos lugares donde cientos de familias ya se habían apresurado en buscar refugio: iglesias, escuelas e incluso en un estadio de fútbol. Reuniendo a una multitud junto a ella, preguntó a las familias recién llegadas qué caminos habían utilizado para huir, dónde se estaban produciendo los combates más intensos y en qué comunidades faltaban familiares. El intercambio de información es una parte fundamental del trabajo de los activistas. El testimonio desde el terreno es la única herramienta que tienen para evaluar la situación de seguridad y ayudar a las familias a tomar decisiones sobre el regreso a casa.

"¡Cada vez que empezamos a cosechar vuelve a empezar la guerra!", se quejaba una mujer descontenta a Buratwa. "Los rebeldes estarán saqueando nuestros campos ahora mismo".

Días después, Buratwa y cuatro mujeres desplazadas consiguieron una reunión con el general Peter Cirimwami, que comandaba la lucha contra el M23 en Rutshuru, para abogar por que los soldados protegieran a los civiles y rindieran cuentas de sus acciones durante las operaciones.

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Un cortejo nupcial recorre las colinas de la provincia de Kivu del Sur, en el Congo, donde un monumento cercano rinde homenaje a las 500 personas masacradas durante la guerra.

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La artista Lucie Kamusekera, de 80 años, expone sus obras en su casa de la ciudad de Goma, en la provincia de Kivu del Norte. Crea tapices cosidos con pasajes históricos en sacos de fábricas de tabaco. "Empecé a hacerlos hace mucho tiempo, cuando unas monjas belgas me enseñaron a coser flores y cojines. Durante las guerras de 1998, vi que había demasiados cadáveres, la muerte de demasiados hombres. Eso me tocó profundamente y cambié lo que hacía, de hacer árboles, pájaros y bufandas a la historia", dice. "Lo puse en la bolsa para la generación que viene y para los que no vivieron esos momentos, para preservar la memoria".

fotografías de Hugh Kinsella Cunningham
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La activista por la paz Liberata Buratwa organiza reuniones por teléfono en Rutshuru, Congo.

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Unas mujeres comparten risas al salir de una reunión organizada por la activista por la paz Mathlide Mihigo, que enseña los principios de los derechos humanos y la protección jurídica a las mujeres de la comunidad rural de Katana, en la provincia de Kivu del Sur (Congo).

fotografías de Hugh Kinsella Cunningham

Los soldados a veces llevan a cabo incursiones contra las comunidades que sospechan que albergan a los rebeldes. Los lugares donde se refugian los civiles tampoco son seguros.

En el Cuartel General del Ejército, el general celebraba un juicio bajo una palmera y con la línea del frente a la vista detrás de él.  "Padre general, sufrimos", dijeron las mujeres a Cirimwami. "Dormimos en el suelo. Queremos que la guerra termine, hay que asegurar la zona".

"Queridas madres, habéis venido a llorar por la paz", respondió Cirimwami, moviendo el dedo. "Pero estos rebeldes, son vuestros maridos y son vuestros hijos".

"General, los rebeldes se visten de civiles", respondió Buratwa, sosteniendo la mirada del general. "Pero sabemos quién es quién. Podemos trabajar juntos si mantienes a salvo los lugares de desplazamiento".

La colaboración entre los grupos de mujeres y las autoridades ha sido históricamente difícil, afirma Nelly Mbangu, abogada de Goma. Esto se debe, explica, a que la cultura patriarcal está muy arraigada en el Congo. Se espera que las mujeres obedezcan a los hombres, que nunca disientan o se quejen, y no se les permite expresar sus opiniones públicamente. Las que lo hacen se enfrentan a menudo a reacciones en forma de amenazas, acoso, exilio e incluso muerte.

Estas costumbres dificultan que las mujeres asuman funciones de liderazgo y hablen de la violencia que sufren, y mucho menos que encabecen la búsqueda de soluciones. Sin embargo, sus esfuerzos están surtiendo efecto poco a poco. En noviembre de 2021, las mujeres de la red de Mbangu fueron las primeras en advertir a la población de una inminente ofensiva rebelde.

Mujeres y niños se reúnen en uno de los numerosos campamentos para civiles desplazados por la guerra en la República Democrática del Congo.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

"Teníamos mujeres que vigilaban la situación en todo el territorio, y nos llegaban informes de hombres armados con trajes extraños", dice Mbangu. "Así que trabajamos con el administrador militar y pudimos alertar a todo el mundo dos días antes de que estallaran los combates. Creo que ahora él [el administrador militar] entiende la importancia de trabajar con las redes de mujeres".

Una nueva generación de pacificadores

Décadas de conflictos no resueltos por la tierra, los yacimientos mineros, el patrocinio y el poder han dejado a las provincias profundamente fragmentadas e inestables.

Pero a medida que se reconoce la contribución de las mujeres a la paz, éstas han empezado a resolver activamente las disputas en sus comunidades. "Muchos conflictos mortales comienzan como pequeños desacuerdos", dice Mathilde Mihigo, que trabaja para la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en la provincia de Kivu del Sur. "Una disputa entre dos cabezas de familia por el límite de sus campos se convierte en una pelea entre familias, luego divide al pueblo y sigue escalando".

Los grupos de mujeres están en primera línea de la paz, explica Mihigo: "Muestran un valor excepcional. Y esta determinación es la piedra angular de la paz".

Otra activista de Kivu del Sur, Jacquie Kitoga, afirma que mucha gente recurre a la violencia para resolver sus agravios, y los jóvenes se unen a los grupos armados por la desesperación de hacer oír su voz. "Muchos niños fueron reclutados y perdieron su alma en la selva", dice. "Creo que debemos enseñarles a gestionar los problemas de forma pacífica".

Mave Bora, de 22 años, está sentada con su bebé de siete meses y su hermano pequeño en la sala de un hospital de la provincia de Ituri (Congo). Bora, cuya madre fue asesinada durante un ataque en un campo de desplazados, se ha quedado sola para criar a los dos niños. "Mi deseo es que vuelva la paz", dice. "Todo nos lleva a pensar que la paz nunca será una realidad aquí. Yo nací en estos sangrientos conflictos que le costaron la vida a mi madre. Mis abuelos tampoco murieron por estar enfermos, los mataron los asaltantes en la última guerra".

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

Afirma que las mujeres y las niñas deben participar en el proceso de pacificación para que éste tenga éxito. "Un pájaro no puede volar con una sola ala".

A pesar de que la violencia continúa, la activista Espérance Kazi, de 29 años, dice que mantiene la esperanza a medida que más jóvenes se unen a sus esfuerzos. En Beni, una de las zonas más militarizadas del este del Congo, su asociación trabaja para crear una cultura de responsabilidad a nivel local y sofocar las tensiones antes de que se agraven. 

"Queda mucho por hacer", dice Kazi tras organizar una reunión entre soldados y miembros de la comunidad para tratar las acusaciones de robo y violación. "Pero hay cambios positivos que se pueden observar.

"Ahora tenemos representantes en cada distrito que empezaron a documentar las tensiones emergentes y a traernos la información para que podamos invitar a las partes a un diálogo", dice. "También hablamos con los jóvenes que se alistaron en los grupos armados por venganza y los convencimos de que se rindieran. Hoy se están reintegrando pacíficamente en la comunidad.

"Las mujeres que hablan en nombre de la paz siempre corren peligro", dice Kazi. "Pero seguimos porque nadie vendrá a resolver nuestros problemas por nosotras".

Georgette Ngabusi y Nama Fenerenda encabezan un diálogo con un líder del ejército congoleño cerca de un campo de desplazados en Bule, en la provincia de Ituri, que ha visto a casi dos millones de civiles desplazados por la violencia.

Fotografía de Hugh Kinsella Cunningham

Este reportaje ha sido producido en colaboración con el Centro Pulitzer.

Hugh Kinsella Cunningham es un fotoperiodista premiado, basado en la República Democrática del Congo desde 2019. Síguelo en Instagram @hughkinsellacunningham.

Con sede en la Universidad de Edimburgo, Camille Maubert es investigadora y profesional del desarrollo. Su trabajo se centra en la prevención del género y la violencia en el Congo.

Sifa Bahati vive en la zona afectada por el conflicto de Butembo (Congo). Trabaja para una emisora de radio local y es corresponsal independiente de la Fundación Thomson Reuters.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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