Las emisiones humanas multiplicaron por 53 las probabilidades de que ocurrieran olas de calor marinas

Tres olas de calor marinas en 2016 que mataron a ballenas, aves, corales y marisco de Australia a Alaska fueron mucho más probables debido al cambio climático.

Por Craig Welch
Publicado 16 ene 2018, 13:22 CET
Olas de calor marinas
Una serie de olas de calor marinas han derretido el hielo y matado a vida marina durante los últimos años. Los científicos estudian sus causas.
Fotografía de Paul Nicklen, National Geographic Creative

Las consecuencias para Alaska fueron duras: murieron docenas de ballenas, así como miles de araos comunes y frailecillos coletudos, mientras que la vida marina de los trópicos apareció muerta en las redes extraídas de los mares subárticos.

Sin embargo, una inusual masa de agua caliente llamada the blob, que apareció en Alaska y permaneció allí durante 2016, no fue un hecho aislado. En el norte de Australia en 2016, las altas temperaturas en el océano blanquearon cientos de kilómetros de corales, mataron manglares y aniquilaron almejas gigantes. En la costa de Nueva Zelanda, una ola de calor marino acabó con los abulones negros y trajo consigo una enfermedad que mató a las ostras.

De mismo modo que los cambios atmosféricos pueden traer sequías y olas de calor, los cambios en el tiempo o en la circulación oceánica también pueden provocar olas de calor marinas mortales, que pueden afectar profundamente a la vida marina. Pero hasta hace poco los científicos apenas entendían el papel que desempeñaba el cambio climático en estos fenómenos marinos extremos.

Ahora, una nueva investigación, la primera de su tipo, deja claro que las emisiones humanas de gases de efecto invernadero han hecho que sea mucho más probable —en ciertos casos, docenas e incluso cientos de veces más probable— que aparezcan masas de agua caliente.

«Parece que todas las grandes [masas] en los últimos años están relacionadas con el cambio climático», afirma Eric Oliver, profesor adjunto de oceanografía física en la Universidad de Dalhousie, coautor de un par de estudios que examinan los tres fenómenos. El más reciente se publicó este mes en el Bulletin of the American Meteorological Society.

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De hecho, aunque el calor excesivo en el golfo de Alaska y el mar de Bering provocó la proliferación de algas tóxicas más larga registrada, reestructuró todo el mundo marino y probablemente contribuyó a agravar un brote de estreptococos que mató a cientos de ostras marinas a las afueras de Homer, Alaska, mientras ocurría los científicos encontraron dificultades a la hora de determinar si las temperaturas en aumento, producto de la quema humana de combustibles fósiles, habían contribuido.

Pero tras revisar la investigación de Oliver, describieron este nuevo estudio como «un trabajo sólido».

Las olas de calor marinas aumentan

Los investigadores suelen tener dificultades a la hora de determinar hasta qué punto provoca el cambio climático un huracán o una época de sequía, y Oliver sabía que sus colegas se enfrentaban a un problema similar con las olas de calor marinas, que repentinamente se habían generalizado. Estos fenómenos estaban batiendo todo tipo de récords.

La ola de calor del mar de Tasmania fue el periodo de calor oceánico más largo e intenso en esa región desde el 1900. La ola de calor marina del norte de Australia provocó los daños más catastróficos y extensos en la zona norte de la Gran Barrera de Coral que se han registrado hasta la fecha. Y el fenómeno en Alaska, en el que se registraron aumentos de las temperaturas en la superficie del mar de más de 15 grados Celsius en miles de kilómetros cuadrados de océano, fue totalmente nuevo, según contó el año pasado Chelle Gentemann, geógrafa física de Seattle, a National Geographic. «No hay nada como esto en nuestro registro histórico», dijo.

Pero al igual que en tierra, las temperaturas oceánicas oscilan de forma natural a lo largo de meses o años como parte de la variabilidad normal del planeta.

«La atmósfera recibe mucha atención cuando hablamos de calentamiento global», afirma Oliver. «Pero un 93 por ciento del calor del cambio climático se almacena en el océano, por eso no es inesperado observar un aumento de las olas de calor marinas».

Pero ¿cuánto contribuyó el calentamiento del planeta en estos tres casos?

Para averiguarlo, Oliver y sus colegas emplearon una serie de registros de temperatura y modelos climáticos para explorar las probabilidades de estos fenómenos en un mundo sin gases de efecto invernadero y cómo eso se podía comparar a lo que observamos en 2016. Los resultados fueron sorprendentes.

En las costas de Alaska, donde las temperaturas del mar tienden a variar más que en lugares más cercanos al ecuador, era 7 veces más probable que una ola de calor marina durase un año y fuera tan intensa como resultado del cambio climático. En el norte de Australia, los hallazgos fueron aún más radicales. Los científicos estimaron que el cambio climático hizo que fuera 53 veces más probable que un fenómeno durase tanto como este: 224 días.

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    Pero fue la ola de calor de ocho meses en el mar de Tasmania, una región donde las olas de calor anteriores solo duraban entre 60 y 90 días, la que experimentó el mayor cambio. Los científicos descubrieron que el cambio climático multiplicó por 330 las probabilidades de que tuviera lugar una ola de calor de tal duración en comparación con las probabilidades sin emisiones humanas de gases de efecto invernadero.

    Dicho fenómeno estaba vinculado a los cambios en los vientos del oeste en el interior del Pacífico sur que alteraron ligeramente las corrientes oceánicas, transportando más agua caliente. «Y se ha argumentado que estos cambios encajan con el cambio climático», afirma uno de los coautores, Neil Holbrook, de la Universidad de Tasmania.

    Los dos científicos más familiarizados con la masa de agua caliente de Alaska dicen que el trabajo del equipo de Oliver tiene lógica. Usando modelos climáticos para comparar condiciones más «naturales» con las actuales descubres «que el calentamiento global causado por los humanos ha aumentado considerablemente el riesgo de experimentar grandes olas de calor marinas», afirma Nate Mantua, ecólogo de paisajes de la NOAA estadounidense en California. «Creo que realmente es así de simple, al menos desde la perspectiva de los modelos climáticos globales».

    De hecho, Nick Bond, climatólogo de la Universidad de Washington que bautizó a la masa de agua como the blob, ha usado modelos para intentar comprobar cómo podrían cambiar dichas olas de calor marinas en los próximos años. Por ahora, no hay buenas noticias.

    «Descubrimos que los fenómenos como la reciente ola de calor marina en Alaska aparecerán mucho más en las próximas décadas según las simulaciones de modelos climáticos», afirma Bond. «Y lo más importante es que las más intensas superan los fenómenos entre 2014 y 2016».

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