La acidez del océano aumenta: ¿qué significa?

Debido a las emisiones de carbono, el océano está cambiando, lo que pone en riesgo a un sinfín de organismos marinos. Estos son los científicos a la vanguardia de la investigación.

Por Eric Niiler
Publicado 18 jun 2018, 12:12 CEST
Planeador submarino
Un planeador autónomo flota a unos 3,2 kilómetros de Atlantic City tras ser desplegado por un equipo de la Universidad de Rutgers. Los investigadores usan el planeador para tomar muestras del pH oceánico para entender cómo el aumento del dióxido de carbono en la atmósfera aumenta los niveles de acidez del agua.
Fotografía de Eric Niiler

Grace Saba recupera el equilibrio en la popa de un barco que se mece lentamente mientras su tripulación y ella dejan caer un torpedo amarillo de 1,8 metros al mar. Vitorean cuando el dispositivo sale a la superficie, enciende su señal electrónica y empieza un viaje de tres semanas por la costa de Nueva Jersey.

«Hemos tardado siete años en hacer esto», afirmó Saba, que lleva trabajando en el experimento desde 2011. «Soy tan feliz que creo que voy a llorar».

Saba es profesora adjunta de ecología marina en la Universidad de Rutgers, donde estudia cómo los peces, las almejas y otras criaturas reaccionan ante el aumento de los niveles de acidez del océano. La acidificación es una consecuencia del cambio climático; un experimento lento pero exorable en el que las emisiones de dióxido de carbono industriales a la atmósfera se absorben y a continuación sufren reacciones químicas en el mar. El aumento de la acidez del océano ya ha blanqueado los arrecifes de coral de Florida y matado a las valiosas ostras del Pacífico noroeste.

Ahora, científicos como Saba quieren saber qué les ocurrirá a los animales que viven en el noroeste de los Estados Unidos, región que alberga peces de gran importancia comercial, caladeros salvajes de almeja americana, vieiras y almejas blancas que no pueden salir de las aguas cada vez más ácidas.

«Están atrapadas allí», afirmó Saba.

El instrumento parecido a un torpedo es en realidad un dron subacuático, conocido como planeador Slocum, que transporta un sensor de acidez oceánica. Esta es la primera ocasión en la que los oceanógrafos han unido ambas tecnologías —un planeador y un sensor de pH— para hacerse una idea de los cambios en curso en los caladeros de gran importancia comercial de los Estados Unidos nororientales.

El planeador viajará 209 kilómetros desde Atlantic City hasta el límite de la plataforma continental sumergida, y volverá. Completará una serie de inmersiones al fondo del océano, tomando muestras de la temperatura, salinidad y pH del agua mientras navega. El planeador aportará datos sobre la composición química cambiante del agua, más rápidamente que las pruebas llevadas a cabo cada cuatro años en buques oceanográficos.

El aumento de la acidez

Saba y Liza Wright-Fairbanks, graduada de Rutgers, esperan comparar las mediciones de pH oceánico con las de las zonas donde desovan los peces costeros. Las larvas y los peces en fase de desarrollo son los organismos más vulnerables al aumento de la acidez.

«No tenemos mucha información sobre el pH en toda la columna de agua, sobre todo en la Costa Este y en los caladeros comerciales de aquí», afirmó Wright-Fairbanks. «Dan mucho dinero al país, pero si los moluscos no pueden sobrevivir, tampoco podrán los pescadores».

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Según los científicos, el nivel de pH de los mares del mundo ya ha descendido, de media, de 8,2 a 8,1 en la escala de pH (los números más bajos implican mayor acidez). Es un descenso de un 26 por ciento durante el siglo pasado (ya que la escala del pH es logarítmica). Pero conforme el océano absorbe más emisiones industriales de dióxido de carbono, se espera que su pH alcance las 7,7 unidades de pH para finales de siglo, según Aleck Wang, profesor de química marina en la Woods Hole Oceanographic Institution.

El resultado es que, para 2100, «vamos a empezar a ver cómo se disuelven las conchas de carbonato cálcico», afirmó Wang. «No queda tanto tiempo». Si matan a estos organismos con concha fundamentales como los corales, las ostras y muchas especies de plancton, las aguas ácidas podrían cambiar drásticamente la cadena trófica oceánica.

Los pescadores del golfo de Maine ya están observando cambios estacionales en la acidez del océano que algún día podrían amenazar una industria de marisqueo por valor de más de 518 millones de euros para la economía de Maine. Más al sur, en la región del Atlántico Medio, a los marisqueros también les preocupa su futuro.

«Todos tratamos de averiguar el camino correcto a seguir», afirmó A.J. Erskine, dueño de un criadero de ostras comercial en el río Potomac, Virginia. «No sé si existe una solución, pero cuantos más datos tengamos, más sabremos. Si no conocemos el pH, ¿cómo podremos abordar este problema?».

Erskine forma parte de un grupo de pescadores, científicos y gestores pesqueros estatales conocido como Mid-Atlantic Coastal Acidification Network que presiona para que se investigue y se preste más atención a este problema. Recientemente, científicos de la Universidad de Delaware y de la NOAA desplegaron la primera boya permanente que medirá los niveles de dióxido de carbono en la bahía de Chesapeake, el mayor estuario del este de los Estados Unidos. La boya amarrada ayudará a los investigadores a averiguar si la bahía puede soportar más CO2 de la atmósfera al mismo tiempo que se enfrenta a la contaminación antropogénica procedente de las granjas y fábricas circundantes.

En otro intento de estudiar la acidificación, investigadores de la NOAA han lanzado en superficie drones a vela de 7 metros de largo en el Pacífico y el Ártico para recopilar datos de viento, temperatura y acidez. Esperan poder usar los drones a vela móviles para remplazar las envejecidas boyas en superficie que están ancladas al lecho marino.

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    Grace Saba, de Rutgers, toma muestras del agua para entender mejor los cambios en el océano.
    Fotografía de Eric Niiler

    Mientras algunos científicos tratan de desarrollar corales que sean más resistentes a las aguas ácidas, Erskine dice que una posible solución podría consistir en encontrar ostras, almejas y otros peces que también sean resistentes.

    «Para hacerlo, habría que manipular los tanques en los criaderos», afirmó Erskine. Claro que eso solo funciona en especies de acuicultura. «Es más difícil si hablamos de la bahía de Chesapeake o el golfo de Maine».

    Apuestas de futuro

    De vuelta en el barco, Saba, Wright-Fairbanks y el profesor investigador de Rugers Travis Miles pasan la mañana en el mar probando el planeador Slocum. Quieren asegurarse de que su instrumental funcione a la perfección antes de ponerlo en piloto automático y encomendarle su misión medioambiental. Por turnos, cada uno tira por la borda una botella gris de plástico para muestras atada a una cuerda, dispositivo conocido como CTD (Conductivity Temperature Depth). Estas mediciones a la antigua de la calidad del agua se comparan con las lecturas del sensor del planeador.

    Tras haber desplegado el planeador, el barco tripulado de 14 metros regresa a un puerto cerca del casino Golden Nugget en Atlantic City. Wright-Fairbanks acaba de empezar su doctorado en Rutgers y este experimento sobre la acidez del océano se incluirá en sus estudios de tesis durante los próximos años.

    Recuerda cómo le picó el bichito de la ciencia estando todavía en el colegio. Durante un campamento de ciencias en verano en las Bahamas, Wright-Fairbanks llevó a cabo un experimento que consistía en dar a unos peces la opción de nadar en un tanque con agua ácida o nadar en otro con un tiburón hambriento.

    «La mayoría optaba por el tiburón», afirmó Wright-Fairbanks.

    Para estos científicos, está claro que los océanos del mundo están cambiando debido al aumento de las temperaturas y de la acidez. Su trabajo podría ayudar a responder a las preguntas de qué especies sobrevivirán, cuáles migrarán a otros hábitats más adecuados y cuáles acabarán siendo un recuerdo distante.

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