¿Cómo afecta la contaminación atmosférica a nuestro cerebro y a otros órganos?

Nuevas pruebas científicas demuestran que los cielos plagados de esmog son perjudiciales para el cerebro, pero los investigadores no están seguros de cómo ni por qué le afectan.

Por Sarah Gibbens
Publicado 3 sept 2018, 12:15 CEST
Planta siderúrgica
El humo sale de una gran planta siderúrgica en China. La Organización Mundial de la Salud estima que nueve de cada 10 personas del mundo respiran aire contaminado.
Fotografía de Kevin Frayer, Getty Images

Respirar aire contaminado daña nuestros pulmones, pero nuevas investigaciones demuestran que también podría cambiar nuestra forma de pensar.

Un estudio publicado a principios de esta semana en Proceedings for the National Academy of Sciences determinó que la exposición a largo plazo a partículas en suspensión, dióxido de azufre y dióxido de nitrógeno había provocado deterioro cognitivo a los participantes del estudio a medida que envejecían. Los hombres con menos nivel de formación se habían visto especialmente afectados y obtuvieron notas bajas en pruebas verbales y matemáticas.

Los científicos y las autoridades sanitarias todavía trabajan para desvelar exactamente cómo interactúan los contaminantes atmosféricos con el cerebro.

«Especulamos que resulta probable que la contaminación atmosférica provoque más daños en la materia blanca del cerebro, que se vincula a la capacidad lingüística», explica Xin Zhang, una de las autoras del estudio e investigadora en la facultad de estadística de la Universidad Normal de Pekín.

Estudios anteriores han determinado que, de media, los cerebros de las mujeres poseen más materia blanca que los de los hombres, lo que implica que los daños en la materia blanca harían que los hombres, con menos materia blanca, corrieran un mayor riesgo de sufrir deterioro cognitivo.

«Será preciso investigar más para entender los mecanismos», señala Zhang.

Aunque el estudio chino pone de manifiesto un vínculo importante, tendrá que replicarse para cuantificar cómo la contaminación atmosférica modifica el cerebro, según Jonathan Samet, decano de la Facultad de Salud Pública de Colorado. Explica que la investigación sobre la contaminación atmosférica y la salud cerebral se ha intensificado en la última década y señala que se entiende mejor cómo las partículas penetran y recubren los pulmones.

«Los pulmones son el portal de entrada», explica Samet. «El área de los pulmones tiene el tamaño de una pista de tenis, de forma que hay mucha superficie que puede verse afectada. Respiramos 10.000 litros [de aire] al día».

Al igual que Zhang, Samet afirma que es preciso investigar más para entender los mecanismos precisos de la forma en que las partículas contaminantes penetran en el cerebro, a qué funciones afectan y cuánto duran una vez dentro.

«Podrían desplazarse por los nervios olfativos desde la nariz al cerebro, o introducirse en la sangre», afirma Samet. Sospecha que también podrían provocarse daños mediante la inflamación.

Además de los pulmones y el cerebro, algunos estudios han vinculado la contaminación atmosférica a la mala salud cardíaca y la diabetes.

«Es sorprendente la cantidad de órganos que se ven afectados», añade Samet.

El toxicólogo medioambiental Dan Costa, de la Universidad de Carolina del Norte, explica que se debe a que la estructura interna del cuerpo humano está muy interconectada. Se ha demostrado que la contaminación atmosférica afecta mínimamente no solo a los pulmones, sino también al cerebro, al corazón y al aparato reproductivo.

«Cuando algo potencialmente tóxico entra [en el cuerpo], sus implicaciones están por todas partes», afirma. Sospecha que los contaminantes llegan al cerebro por el torrente sanguíneo.

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Toda la sangre que sale de los pulmones atraviesa el corazón, desde donde se bombea al resto del cuerpo. Costa sospecha que esto activa el sistema inmune, provocando inflamación. Explica que, con el paso del tiempo, un exceso de partículas tóxicas puede provocar un exceso de inflamación, que podría acelerar el ritmo de envejecimiento del cerebro.

Costa señala que estudiar el cerebro es complicado. Y esta frontera de la investigación relativamente nueva es todavía más compleja debido a las numerosas variables que pueden alterar la composición química cerebral.

«El cerebro tiene una red de procesos complejísima», añade Costa. «Posee un nivel de funcionalidad superior al de otros órganos».

La contaminación atmosférica en la actualidad

Hoy en día, las personas viven más de lo que lo hacían hace 70 años, cuando se emitía hollín negro a la atmósfera. Costa explica que esto podría explicar en parte por qué los médicos solo han empezado a observar ahora las formas en que la contaminación atmosférica penetra en el cuerpo.

«No nos dimos cuenta de sutilezas que sí vemos ahora», añade.

Costa, que hasta hace poco trabajaba en la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), afirma que se cree que las partículas en suspensión, generadas por incendios forestales o la combustión de combustibles fósiles, son el contaminante atmosférico más perjudicial para la salud. Pero determinar los impactos de una sola partícula puede ser complicado porque las regiones con aire de mala calidad suelen tener más de un tipo de contaminante.

En las dos últimas décadas, los datos de la EPA demuestran que los tres contaminantes identificados en el estudio de Pekín han descendido en Estados Unidos. Sin embargo, siguen presentes en regiones en vías de desarrollo con grandes centros urbanos industriales.

Este año, la Organización Mundial de la Salud publicó un informe que determinaba que nueve de cada 10 personas del mundo respiran aire de mala calidad. En Estados Unidos, la American Lung Association sitúa esa cifra en cuatro de cada 10 personas.

«Estamos llegando al punto de lograr muchas victorias fáciles», afirma Samet. Las centrales eléctricas a carbón y los generadores diésel siguen siendo una de las fuentes de contaminación atmosférica más peligrosas.

Samet sospecha que para hacer frente a otras formas de contaminación atmosférica se necesitará un cambio de mentalidad, mejorando el transporte público o la planificación urbana.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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