Fotografías exclusivas del nuevo iceberg que se ha desprendido en la Antártida

Los científicos de la NASA han conseguido un primer plano de un nuevo iceberg de 183 kilómetros cuadrados. Nuestro equipo también estaba en el avión.

Por Brian Clark Howard
fotografías de Thomas Prior
Publicado 12 nov 2018, 12:32 CET
Iceberg B-46
Cañones de hielo curvados marcan el borde del nuevo iceberg, denominado B-46, mientras se desprende de la gruesa plataforma de hielo flotante del glaciar Isla Pine en la Antártida Occidental. En primer plano vemos banquisa rota sobre la superficie oscura del mar de Amundsen.
Fotografía de Thomas Prior, National Geographic

Mientras el avión se aproximaba volando bajo sobre la vasta expansión blanca, un equipo de científicos emocionados se apiñó en las ventanas, cámaras en mano. Su instrumental les había advertido de que algo especial estaba a punto de aparecer en el desolado paisaje de la Antártida Ocidental.

«Sobrevolamos el B-46», dijo la voz del piloto por los auriculares.

El avión de la NASA voló a una altura de 1.500 pies sobre el nuevo iceberg B-46, consiguiendo buenas imágenes de su límite delantero mar adentro.
Fotografía de Thomas Prior, National Geographic
El B-46 es básicamente una parte larga desprendida de la parte delantera de la plataforma de hielo de la isla Pine, el límite flotante de un glaciar que fluye hacia el mar. El iceberg ya está desprendiéndose en secciones que se convertirán en icebergs individuales.
Fotografía de Thomas Prior, National Geographic

Tras unos instantes, aparecieron grietas. Unas fisuras enormes en bloque atravesaban la gigantesca capa blanca del glaciar isla Pine, una parte de la capa de hielo de la Antártida Occidental que se desplaza rápidamente. El sonido de los obturadores de las cámaras llenó la ruidosa cabina del DC-8. Reinaban las exclamaciones y las amplias sonrisas. «Es enorme», dijo alguien. «Es increíble», dijo otra persona.

Otro fragmento gigantesco de hielo acababa de desprenderse del glaciar.

La aeronave siguió su sección transversal a 457 metros sobre el hielo y atravesó la fisura principal: un enorme cañón blanco que marcaba el punto de desprendimiento de un nuevo iceberg del resto de la plataforma de hielo flotante del glaciar. Se estima que el nuevo iceberg, al que los científicos han llamado B-46, ocupa unos 183 kilómetros cuadrados. Los acantilados de sus bordes miden entre 50 y 70 metros de alto.

«Se trata de un rasgo novedoso», afirmó Brooke Medley, glacióloga del Centro de vuelo espacial Goddard de la NASA en Maryland. «Estoy segura al 99 por ciento de que somos los primeros que lo vemos con nuestros propios ojos».

El glaciar isla Pine se encuentra en el mar de Amundsen, en el oeste de la península Antártica. Pese a ser remoto, se trata de uno de los glaciares más famosos y estudiados del mundo, ya que es uno de los que cambian más rápidamente. A medida que el glaciar se derrite, principalmente por el agua marina cálida que las corrientes y vientos cambiantes impulsan bajo la plataforma flotante, contribuye en gran medida al aumento del nivel del mar.

En septiembre, un equipo de científicos que estudiaba fotografías por satélite descubrió una grieta en la plataforma de hielo. «Es posible que comenzara antes, pero era el invierno polar y no teníamos constancia de ello», afirmó Medley.

Medley, que también es la subdirectora científica del proyecto Operación IceBridge de la NASA, explica que creen que el iceberg B-46 se desprendió apenas unas semanas antes, en torno al 27 de octubre, basándose en las imágenes por satélite. Desde 2009, el proyecto ha sobrevolado ambos polos con instrumental muy sensible en diversas aeronaves —entre ellas la DC-8, usada esta semana— para estudiar cómo cambian las regiones cubiertas de hielo conforme el planeta se calienta.

Una ruptura rápida

La velocidad de la ruptura del iceberg ha sorprendido a los científicos. Y cuando se desprendió, «podría haberse llevado consigo icebergs más pequeños», añade Medley.

De hecho, el iceberg es tan grande y reciente y está todavía tan cerca del glaciar adyacente que es difícil verlo en su totalidad desde una altitud de 1.500 pies: sería como sobrevolar Manhattan a pocos metros por encima de la punta de la antena del Empire State.

«Es complicado comprender la escala de lo que estamos viendo», afirmó Medley desde su estación de trabajo en el DC-8, tras una serie de monitores. «Pero resulta asombroso. Espectacular».

Además de los cañones de hielo principales que marcan las fronteras exteriores del iceberg, también está atravesado por grietas más pequeñas, lo que indica que se está descomponiendo en fragmentos más pequeños. También se han observado más fisuras que atraviesan el propio glaciar.

Es probable que el B-46 siga rompiéndose en las próximas semanas a medida que el viento y las corrientes del océano Antártico lo golpean.

Grandes secciones del B-46 flotan frente a la plataforma de hielo de la isla Pine. A los científicos les preocupa que toda la plataforma de hielo llegue a desintegrase algún día, liberando al glaciar tras ella.
Fotografía de Thomas Prior, National Geographic

Aunque es una gran masa de hielo, el B-46 no es la más grande en la memoria reciente. En 2015, un iceberg de 582 kilómetros cuadrados se desprendió del glaciar isla Pine (o PIG, el nombre afectivo que le dan los científicos, por sus siglas en inglés. Y en julio de 2017, un área de hielo de unos 5.800 kilómetros cuadrados se desprendió de la barrera de hielo Larsen C en la península Antártica.

El panorama global

Aunque estos fenómenos de desprendimiento de hielo pueden ser puramente naturales, han atraído cada vez más la atención de la comunidad científica y del público por sus posibles vínculos con el cambio climático. Conforme los glaciares terrestres del mundo se derriten ante el calentamiento de las temperaturas —sobre todo en Groenlandia y la Antártida—, el nivel del mar global aumenta. A su vez, esto amenaza con hundir zonas bajas, desde Florida a Bangladesh.

«La isla Pine y el vecino glaciar Thwaites contribuyen en gran medida al aumento del nivel del mar a nivel mundial, del cinco al diez por ciento, aunque solo componen en torno al tres por ciento de la Antártida», explicó John Sonntag, científico de Goddard (NASA) y «friki de la meteorlogía» autoproclamado, que también estaba en el vuelo.

Los glaciares que bordean la Antártida están apuntalados por sus barreras de hielo flotantes. Si esas barreras de hielo se derriten y se descomponen en fragmentos más pequeños, liberan presión de la vasta cantidad de hielo continental tras ellas. Si los glaciares enteros se desprendieran en el mar, podrían aumentar varios metros el nivel del mar, lo que implica posibles consecuencias catastróficas para la civilización humana.

A principios de este siglo, el glaciar isla Pine producía icebergs grandes una vez cada seis años, aproximadamente. Pero en los cinco últimos años, se han producido cuatro fenómenos como estos. Desde los años 70, el borde del glaciar se ha retirado decenas de kilómetros. Este derretimiento se ve impulsado por el agua que, en el mar de Amundsen, se ha calentado más de 0,5 grados Celsius en las últimas décadas.

«La importancia que tiene esta zona para nuestra especie es espectacular», afirmó Sonntag.

Medley advierte de que resulta difícil vincular un fenómeno de desprendimiento específico al cambio a largo plazo. «Dicho esto, podemos analizar la frecuencia de los fenómenos».

El comportamiento de los glaciares es complejo y existen vacíos importantes en nuestro conocimiento. De hecho, recopilar datos para ayudar a llenar esos vacíos es el objetivo principal del sobrevuelo del polo sur, como parte de la campaña de primavera y verano australes de la Operación IceBridge de la NASA. En particular, los científicos quieren cartografiar mejor el lecho marino bajo las barreras de hielo (que influye en la velocidad a la que se retira el hielo) y, más precisamente, desentrañar las densidades y las masas de la nieve y el hielo (que pueden afectar al ritmo de derretimiento).

Jim Yungel, ingeniero del centro Goddard de la NASA que supervisa el instrumental de las aeronaves, explica que los datos preliminares de los láseres y los radares a bordo del DC-8 sugieren que el B-46 tenía fracturas de 60 metros de profundidad, como mínimo.

Por ahora, es difícil determinar cuánto contribuirá el nuevo iceberg a los cambios generales en la Antártida Occidental, o determinar si es un síntoma de estos.

Pero, según Medley, «el hecho de que se desprendiera tan rápidamente resulta preocupante».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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