La industria de la belleza genera muchos residuos plásticos. ¿Puede cambiar?

Champú, cremas, desodorantes: todos se venden envueltos en plástico. Pero algunas empresas intentan cambiarlo.

Por Alejandra Borunda
Publicado 26 abr 2019, 15:03 CEST
Muchos productos de higiene personal y de belleza vienen en forma líquida. Pero algunas empresas están reinventando estos productos en forma sólida, lo que disminuye la necesidad de envases de plástico.
Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen, National Geographic
Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos. Ayúdanos a evitar que mil millones de objetos de plástico de un solo uso lleguen al mar para finales de 2020. Elige al planeta. Comprométete en www.planetaoplastico.es.
Artículo creado en colaboración con la National Geographic Society.

Para Tara Pelletier, todo se reducía al desodorante.

Su empresa, Meow Meow Tweet, había desarrollado una fórmula para el desodorante que le encantaba. Funcionaba, olía genial y estaba listo para salir a las axilas de sus clientes. ¿A qué se debía la demora? El envase.

La mayor parte de los desodorantes del mercado vienen en cajas de plástico duro con muchos componentes pequeños, cada uno compuesto de un tipo de plástico diferente y muchos no reciclables, aunque un cliente tenga la dedicación suficiente como para separarlos.

Algunas empresas, como Kjaer Weiss, experimentan con envases rellenables, lo que disminuye la cantidad total de envases desechables que producen.
Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen, National Geographic

Pelletier pensó: ¿por qué tiene que venir un desodorante que utilizaba unas pocas semanas o meses envuelto en un plástico que perduraría más de lo que viviría?

Así que buscó una alternativa. Los tarros de vidrio con asas de metal funcionaron bastante bien, pero algunas personas se negaron a tener que sacar la pasta con los dedos. Los bioplásticos y plásticos biodegradables también presentaban desventajas medioambientales. Parecía que todas las opciones de envasado que encontraba eran alguna variante de lo malo.

Finalmente, tras meses de búsqueda, encontró una empresa que fabricaba tubos de papel robustos que contenían el producto a la perfección. Pensó que por fin había encontrado una solución.

Ella y sus compañeros de trabajo tuvieron que rellenar cada tubo a mano y sus márgenes de beneficios son escasos porque los tubos de cartón cuestan 60 veces más que las opciones de plástico producidas en masa. Y los tubos no son tan cómodos de usar como los envases de plástico con los que está familiarizada la mayoría de los consumidores. Pero ella dice que vale la pena, no solo porque tiene sentido a nivel ético, sino para contribuir a demostrar a otros de la industria que existen alternativas —alternativas viables, funcionales y creativas— al plástico, que se ha infiltrado en todos los aspectos del comercio moderno.

La pujante industria de la higiene personal, con un valor anual de casi 450.000 millones de euros, depende del plástico. ¿Ese champú? Envasado en una botella de plástico total o parcialmente no reciclable. ¿Ese gel de baño? Lo mismo. Pero para algunos productores, los envases de plástico omnipresentes y a menudo excesivos son demasiado. Para reducir su huella de plástico, intentan reinventar la naturaleza de los productos, los envases y la mismísima cadena de suministro.

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    Lush Cosmetics desarrolló una fórmula sólida de «bombas de baño» que remplaza el baño de burbujas.
    Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen, National Geographic

    ¿Cómo hemos acabado con tanto plástico?

    En un pasado no tan distante, los artículos de higiene personal no venían en envases de plástico. El jabón venía en forma de barra. Los perfumes, un símbolo de lujo, se envasaban en elaborados recipientes de vidrio. Los productos capilares eran polvos o pomadas envasados en tarros o latas.

    Tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el productor y consumidor más prolífico de productos de belleza e higiene personal, mientras que el mercado europeo se estaba recuperando.

    Durante la guerra, el ejército había impuesto códigos de higiene estrictos para prevenir la propagación de enfermedades entre las tropas y, cuando esos soldados volvieron a casa, llevaron con ellos sus hábitos de lavarse, afeitarse y cepillarse los dientes. Para mediados de los años 20, apareció una industria de «higiene personal»; en 1926, la empresa Lever (que más adelante se convertiría en Unilever, un gran empresa multinacional de productos de higiene personal) inició una campaña que destacaba cómo podía afectar el «olor corporal» a la carrera y las perspectivas sociales de una persona.

    Simultáneamente, también se disparó el mercado de cremas faciales, cosméticos y otros productos de higiene personal destinados a las mujeres, paralelamente al auge de las películas de Hollywood y la invención de los estándares de belleza y glamur americanos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos llegó hasta el extremo de declarar que el pintalabios era «una necesidad en tiempos de guerra», un componente fundamental de la vida cultural y el fortalecimiento de la moral.

    Durante el auge de los plásticos a mediados del siglo XX, la industria de la higiene personal se subió al carro de los plásticos junto a otras industrias. Los plásticos podían moldearse en envases ligeros, flexibles y resistentes. Los artículos que se habían envasado en el pesado y delicado vidrio podían transportarse más lejos y más fácilmente.

    Cuando alguien se bañaba en una bañera o en un río, los productos debían funcionar en dichas condiciones. Por eso los productos de limpieza capilar y corporal eran sólidos (y algunos, como Ivory, se formulaban para que flotasen en la superficie del agua y no se hundiesen).

    Pero con la llegada de las duchas a mediados de siglo, las fórmulas de los productos empezaron a cambiar. Las empresas desarrollaban líquidos y geles que se iban por el desagüe. Y los clientes empleaban y almacenaban los productos dentro de la ducha, de forma que tenían que resistir al agua.

    «Queremos productos líquidos que enjabonen, hidraten, exfolien y huelan bien y a fresco, todas estas características que consideramos unidas a la idea de limpieza», afirma Rachael Wakefield-Rann, consultora e investigadora del Instituto para Futuros Sostenibles de la Universidad de Tecnología de Sídney.

    Y con todas estas transiciones, la industria aumentaba. En 1919, era una industria de 60 millones de dólares en Estados Unidos. Para 1938, era de 400 millones de dólares. Para los años 70, ya valía miles de millones. La cantidad y variedad de productos aumentó, y con los productos vinieron cantidades enormes de envases.

    El producto se disuelve y hace espuma como un baño de burbujas tradicional, pero no se necesitan envases de plástico.
    Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen, National Geographic

    ¿Cómo están reduciendo el plástico estas empresas?

    En la actualidad, los productos de higiene personal llenan pasillos enteros de los supermercados. En Estados Unidos, esta industria se ha convertido en un gigante de 90.000 millones de dólares que compite con los sectores de las mascotas, los deportes y los préstamos privados en valor económico.

    Simultáneamente, la huella de plástico de la industria se ha disparado. La cantidad de recipientes de plástico en los productos estadounidenses (no solo en productos de higiene personal) ha aumentado más de 120 veces desde 1960, y casi el 70 por ciento de los residuos se acumulan en vertederos. A nivel mundial, la industria del envasado para productos de belleza e higiene personal, que utiliza principalmente envases de plástico, registra ventas por valor de 22.443 millones de euros.

    El problema —reducir o eliminar por completo los envases de plástico— no es precisamente pequeño.

    El enfoque más directo es uno adoptado por una serie de pequeñas empresas, como S.W. Basics, que priorizó el empleo de envases sin plástico desde el principio. Adina Gregoire, la fundadora, optó por el vidrio como recipiente principal por su reciclabilidad casi infinita, aunque al principio los botes y los tarros que usaba costaban 10 veces más que las alternativas de plástico. También reconoció que el vidrio tiene otros costes: transportar los productos cuesta más en dólares y emisiones de carbono que la alternativa más ligera de plástico, y los tarros pueden romperse, añadiendo desechos.

    Recientemente, han empezado a aparecer alternativas interesantes, principalmente plásticos de fuentes biológicas o biodegradables (aunque la mayoría de las opciones tienen desventajas). «No me puedo creer lo atrasado que va el mundo de los productos de consumo en términos de sostenibilidad», afirma. «Las opciones aún no existen y las marcas más pequeñas tienen que seguir el viento de cola de empresas más grandes que presionan a favor de I+D». Pero, asimismo, las marcas más pequeñas y sus clientes están impulsando el debate, según ella.

    En algunos casos, las empresas han intentado abordar el problema del plástico rediseñando sus productos.

    La cantidad de recipientes de plástico en los productos estadounidenses (no solo en productos de higiene personal) ha aumentado más de 120 veces desde 1960, y casi el 70 por ciento de los residuos se acumulan en vertederos.

    Hace más de 20 años, Lush Cosmetics, una empresa británica de higiene personal y belleza, decidió rediseñar su champú. Se dieron cuenta de que la mayor parte del champú era agua, contenida habitualmente en un recipiente de plástico desechable. Para deshacerse de la botella, tenían que deshacerse del agua.

    Finalmente, la empresa ideó una fórmula que incorporaría la mayor parte de los ingredientes principales de los champús tradicionales, pero en forma de pastilla sólida.

    «Al principio, la gente no entendía cómo usarlo ni lo que era», cuenta Brandi Halls, directora de comunicaciones de Lush. «Pero fue muy refrescante y emocionante enseñarles a ver algo de manera diferente».

    Rhoda Trimingham, experta en diseño sostenible en la Universidad de Loughborough, en Leicestershire, cree que en el futuro se producirá mucha más revisión ascendente y participativa. «Hay muchos productos en el mercado, como champús, acondicionadores e hidratantes, que son entre un 90 y un 95 por ciento agua», explica. «Así que en realidad están enviando toneladas de agua por todo el mundo en recipientes de plástico, que es malo para la huella de carbono, la huella hídrica y la huella de plástico».

    Otras empresas están investigando formas de dar la opción de rellenar recipientes resistentes y duraderos, preferiblemente no hechos de plástico.

    Una «bomba de baño» de Lush.
    Fotografía de Rebecca Hale y Mark Thiessen, National Geographic

    Kjaer Weiss, una marca de maquillaje danesa, pasó años desarrollando una carcasa de metal que conservaba esa sensación de «belleza de lujo» que su fundadora Kirsten Kjaer Weis quería transmitir en su maquillaje. Pero desde el principio pretendió que esa carcasa fuera rellenable. Un cliente podría cambiar recipientes pequeños y ligeros de pintalabios o base de maquillaje cuando se les agotara o se aburrieran de un color. Y los pequeños recipientes rellenables podían envasarse con materiales biodegradables en lugar de plásticos.

    «Era la clave de la marca, fabricar algo sustancial, no solo alimentar esa mentalidad de comprar y tirar», explica.

    ¿Otra estrategia para empresas grandes y pequeñas? Pensar minuciosamente en los productos que venden desde el principio. Priscilla Tsai, fundadora de Cocokind, dice que su empresa quería producir una máscara facial de un solo uso que ha demostrado ser muy popular en el mercado. Pero no había forma de envasarla de forma sostenible, de forma que decidieron no fabricarla ni venderla.

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    Según Trimingham, el plástico está tan incrustado en la cadena de suministro moderna que limitar su ubicuidad será sin duda un proceso doloroso, sobre todo porque la industria de la belleza y la higiene personal aumenta varias unidades de porcentaje al año. Esto significa que cada vez más productos llegarán a las manos de los consumidores cada año. Aunque los recipientes sean más eficientes, existen más factores. Se necesitará un esfuerzo concertado de empresas de todos los tamaños para hacer mella en el problema del plástico.

    Algunas de las mayores empresas de higiene personal, como Unilever y L’Oreal, han firmado los objetivos de «New Plastics Economy» de la Ellen MacArthur Foundation. L’Oreal tiene el objetivo de hacer que el 100 por 100 de sus envases sean reutilizables, rellenables o compostables para 2025, y fabricar el 50 por ciento de estos envases a partir de materiales reciclados. Según la empresa, han aumentado el porcentaje de plástico reciclado en sus envases en un 19 por ciento en 2018 frente al año anterior.

    Estos ajustes se producen mientras la conciencia de los consumidores y de los gobiernos respecto a la crisis del plástico alcanza un punto álgido y con el aumento de prohibiciones de plásticos de un solo uso y otras regulaciones. «Existe cada vez más conciencia por parte de las marcas de que si no colaboran para solucionarlo, la licencia social de utilizar envases de plástico podría desaparecer. Y esto tendría impactos enormes», afirma Adam Gendell, director adjunto de la Sustainable Packaging Coalition.

    Según Pelletier, de Meow Meow Tweet, el problema es amplio, pero no hay excusas para no intentarlo. «Hay soluciones a nuestra disposición», afirma. «Solamente tenemos que encontrarlas».

    Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos. Aprende cómo reducir el empleo de plásticos de un solo uso y comprométete. #PlanetaOPlástico.

    La National Geographic Society y Sky Ocean Ventures han puesto en marcha el Ocean Plastic Innovation Challenge, que pide a personas de todo el mundo que piensen y desarrollen soluciones novedosas para frenar la crisis de residuos plásticos del planeta. ¿Tienes una idea? Presenta tu solución antes del 11 de junio en oceanplastic-challenge.org

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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