Las preciadas trufas europeas, en apuros ante la intensificación de las sequías

Los veranos en el sur de Europa son cada vez más cálidos y secos, condiciones nada propicias para las trufas.

Por Alejandra Borunda
Publicado 12 jul 2019, 13:52 CEST
Trufas negras
Las trufas negras son preciadas en todo el mundo por su aroma y su sabor. El cambio climático complica su crecimiento.
Fotografía de Lorenzo Moscia, Archivolatino, Redux

Algo iba mal en los sombríos robledales del nordeste de España.

Era cada vez más difícil encontrar las fragantes y adoradas trufas entre las raíces de los árboles, eso le contaron los truficultores locales al científico Ulf Büntgen, de la Universidad de Cambridge. Quizá los árboles locales estaban enfermos o quizá algo estaba cambiando en el hábitat local, decían.

Büntgen habló con truficultores de Italia. Más adelante, con los de Francia. Escuchó la misma historia por todo el Mediterráneo occidental. Algo no iba bien con estos hongos, esquivos y valiosísimos, que para muchos agricultores representan una fracción importante de sus ingresos anuales.

Büntgen es climatólogo y, ante la repetición de estas historias a lo largo de una región tan amplia, pensó: quizá el responsable sea un patrón climático. Y quizá el cambio climático esté agravando los problemas.

Ha tardado bastantes años en determinar los detalles, pero ahora su equipo ha hallado ese vínculo. En un estudio publicado en julio en Environmental Research Letters, determinan que la producción de trufas es muy sensible a la cantidad de precipitaciones estivales antes de la cosecha.

En el Mediterráneo occidental, los patrones de precipitaciones estivales han cambiado a lo largo de los últimos 40 años: las sequías de verano son más intensas y las temperaturas han aumentado. El resultado ha sido un estrés creciente en el delicado equilibrio del sistema natural que necesitan las trufas para sobrevivir.

«Si se observan unos patrones tan sincronizados en un dominio tan vasto, el impulsor suele ser el clima», afirma Büntgen.

La trufa y el roble

Las trufas valen mucho dinero: se estima que el mercado internacional alcanzará un valor de más de 5000 millones de euros en diez años.

Esto se debe en parte a que son un hongo muy tiquismiquis. Algunas variedades, como la preciadísima trufa blanca, no pueden cultivarse. Solo se encuentran en unos cuantos robledales y encinares antiguos e intactos de Europa y, en general, se venden por miles de euros el kilo.

Otros tipos, como la trufa negra o de Périgord, pueden cultivarse, aunque de forma imperfecta.

Los hongos crecen bajo tierra, normalmente entre la profunda y fina red de raíces de los robles y las encinas en un tipo de simbiosis especial. Las trufas dan sorbitos de azúcar y agua de las raíces de sus árboles y, a cambio, alimentan al árbol con los nutrientes del suelo, o esa es la teoría. Los detalles exactos de esta asociación son una especie de caja negra, porque los científicos no tienen forma de estudiar las interacciones subterráneas. En cuanto excavan una trufa para estudiarla, su hábitat queda destruido, de forma que no puede seguir analizándose.

Desde el siglo XIX, los truficultores de España, Italia y el sur de Francia han cultivado una gran cantidad de árboles beneficiosos para las trufas y han cuidado de los bosques de formas que, según creen, fomentaría el crecimiento de los hongos. Pero ante la intensificación de las prácticas agrícolas del continente, los robledales antiguos suelen destruirse, lo que provoca la desaparición de las trufas.

Como consecuencia, en los años 50, truficultores, científicos y comunidades empezaron a intentar averiguar cómo cultivar los preciados hongos y desarrollaron «plantaciones» semiestructuradas de árboles capaces de sustentar el crecimiento de las trufas. En la actualidad, más de 40 000 hectáreas de plantaciones de trufas salpican España, Francia e Italia y proporcionan el 80 por ciento de las trufas del mercado legal.

Muchos truficultores han instalado sistemas de irrigación para mantener la salud de los árboles durante los cálidos y secos veranos del sur de Europa. Otros han experimentado con biodiversidad beneficiosa en sus bosques de trufas o han probado técnicas de inoculación diferentes, entre otras medidas. Pero aun contando con todas las herramientas y estrategias, la cosecha anual es incierta. Uno de los posibles factores estresantes, según creen algunos científicos y truficultores, es un clima cambiante.

«No cabe duda de que [los truficultores] son conscientes de los impactos climáticos», afirma Yildiz Aumeeruddy-Thomas, antropólogo cultural del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia que ha trabajado con comunidades truficultoras de toda Europa. «Estros truficultores son observadores de primera mano de las complejas interacciones entre el tiempo atmosférico y el medio ambiente para las trufas».

El cambio climático viene a por las trufas

Para estos minuciosos observadores del sistema de las trufas, había un conjunto de condiciones ideales: lluvias abundantes en primavera. Los veranos cálidos con algo de lluvia. Los inviernos suaves. Algunos años eran buenos y las trufas abundaban.

Pero otros años eran malos. Y eran peores los años con veranos largos, cálidos y secos. Cuando Büngen y sus colegas empezaron a estudiar los 49 años de datos de los que disponían, observaron que las condiciones estivales intensas se han vuelto más habituales en partes de Europa meridional entre 1970 y principios del siglo XXI, y que coincidían con los años en los que la cosecha de trufas era escasa.

Descubrieron también que la temperatura no era el factor principal de este patrón, sino la cantidad de lluvia que caía en verano antes de la cosecha anual, en invierno. El calor parecía agravar la situación, ya que unas temperaturas más altas aumentan el estrés por sequía que sufren los árboles. Pero de los años 90 en adelante, el factor que más parecía importar era la lluvia.

Sorprendentemente, el patrón se sostuvo en las plantaciones de árboles irrigadas, lo que apunta a que la preciada y cara agua con la que los truficultores rociaban sus robles estaba desperdiciándose.

Los climatólogos prevén que las sequías se intensificarán más con el calentamiento del planeta. Paul Thomas, científico experto en hongos de la Universidad de Stirling, en Reino Unido, sostiene que es probable que esto empuje a las trufas negras a sus límites de supervivencia en Europa.

«Para 2017, muchas zonas climáticas donde hoy hay trufas negras serán inadecuadas por el cambio climático», afirma. «Y no podremos irrigarlas necesariamente, porque es probable que el agua sea más escasa».

«El de las trufas es un futuro muy difícil», afirma.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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