Ante la drástica extensión de los incendios forestales, puede que algunos bosques no se recuperen

La mayor frecuencia y amplitud de los incendios forestales en todo el mundo dificulta la recuperación hasta en ecosistemas que dependen del fuego para sobrevivir.

Por John Pickrell
Publicado 31 ene 2020, 12:07 CET
Buchan, Australia
En esta fotografía aérea vemos los árboles chamuscados en los incendios cerca de Buchan, Australia, el 9 de enero. Según los expertos, algunos bosques no se recuperarán de los incendios forestales.
Fotografía de Carla Gottgens, Bloomberg/Getty Images

Los denominados bosques húmedos del sudeste de Australia albergan las angiospermas más altas de la Tierra. El Eucalyptus regnans, nombre científico del fresno de montaña australiano o eucalipto regnans, quiere decir «rey de los eucaliptos», un nombre muy adecuado si tenemos en cuenta que estos gigantes pueden superar los 90 metros de altura.

Muchos de los eucaliptos australianos, especialmente los de los bosques más secos, son capaces de tolerar el fuego y pueden producir nuevos brotes semanas después de haber estado envueltos en llamas. Pero hasta estas especies tenaces tienen sus límites.

Los bosques primarios de fresno de montaña y fresno alpino, una especie cercana, son los tipos de eucaliptos con menos tolerancia a los incendios de gran intensidad. En el estado de Victoria, la tala y el desbroce ya habían esquilmado estos árboles. Ahora, los bosques corren más peligro debido a los incendios que han quemado más de 10,5 millones de hectáreas en el este de Australia en los últimos meses.

Surrounded by scorched trees, Steve Bear, Station Fire Reforestation Project leader with the U.S. Forest Service, surveys the area where Ponderosa Pine seedlings were planted in the Station Fire burn area at Barley Flats, in the Angeles National Forest.

Fotografía de Allen J. Schaben, Los Angeles Times/Getty Images

David Lindenmayer, ecólogo de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, explica que algunos de los bosques arrasados este año han experimentado cuatro fuegos de matorral en los últimos 25 años, es decir, que no han tenido la oportunidad de recuperarse.

«Deberían arder cada 75 a 125 años como máximo. Se trata de un cambio extraordinario en los regímenes de incendios. Los fresnos de montaña necesitan tener entre 15 y 30 años antes de poder producir cantidades viables de semillas para remplazarse tras los incendios», afirma.

La pérdida de estos árboles dominantes es un problema relevante, ya que proporcionan un hábitat vital para especies de animales amenazadas como la lechuza tenebrosa (Tyto tenebricosa), la rana excavadora gigante (Heleioporus australiacus) y el petauro gigante (Petauroides volans), un marsupial arbóreo.

«El ecosistema se ha desplomado, se ha convertido en algo distinto... con más probabilidades de que lo colonicen plantas enclenques y generalistas. Van a converger en vegetación menos interesante y distintiva que sustentará a menos plantas y animales amenazados», explica John Woinarski, biólogo de conservación de la Universidad Charles Darwin del Territorio del Norte de Australia.

Conforme el cambio climático calienta el planeta, la situación de Australia refleja lo que está pasando en bosques de todo el mundo, de California a Canadá, de Brasil a Borneo. Incluso los bosques compuestos por especies que prosperan con ciclos de fuego y crecimiento pierden resiliencia ante unos incendios forestales que cada vez son más frecuentes, graves y extensos. Según una investigación publicada a principios de este mes, el cambio climático aumenta considerablemente el riesgo de que los incendios forestales estimulen las condiciones secas y cálidas y los fenómenos meteorológicos de alto riesgo. En los últimos 40 años, la duración de las temporadas de incendios ha aumentado un 20 por ciento en más de un cuarto de la superficie terrestre vegetada del mundo.

Por ejemplo, California sufrió los peores incendios de su historia en 2018. Los incendios de récord también afectaron a otros lugares con ecosistemas áridos de tipo mediterráneo, como Grecia y Portugal. Las selvas tropicales también se han visto afectadas; datos satelitales recientes demuestran que la deforestación de la Amazonia ha alcanzado su máximo de los últimos 11 años, ya que muchas veces se prenden incendios deliberadamente para despejar el terreno. Incluso los bosques boreales y la tundra arden; en 2019, el fuego consumió millones de hectáreas en Alaska y Siberia.

«Están ardiendo lugares que la gente creía que no podían arder», afirma Craig Allen, ecólogo que estudia las repercusiones del cambio climático en los bosques en el Centro de Ciencias de Fort Collins del Servicio Geológico estadounidense en Nuevo México.

La gran sequía

Allen explica que una de las cosas que están cambiando a nivel internacional es que el aire está calentándose. Cuando el aire se calienta puede contener más agua y extraer humedad del ambiente, secando el suelo y estresando a los árboles. Esto propicia que los ecosistemas sean más inflamables y que los insectos ataquen los árboles, lo que incrementa la cantidad de árboles muertos, que aumentan el riesgo de incendio.

«El aumento de las temperaturas incrementa la disponibilidad de combustible y alarga las temporadas de incendios. En el oeste de Norteamérica, la época de incendios es dos o tres meses más larga que hace 30 años», afirma.

Según Camille Stevens-Rumann, científica que estudia cómo responden los ecosistemas a las perturbaciones en la Universidad del Estado de Colorado en Fort Collins, también está aumentando la cantidad de años con incendios forestales graves.

«Mientras que antes, quizá había uno por década o con menos frecuencia; ahora vemos incendios grandes y perjudiciales año sí año no», afirma.

El año pasado fue el más seco y caluroso en Australia en los 120 años de los que se tienen registros. Una sequía sin precedentes dejó los bosques secos y preparados para arder en los incendios que comenzaron en septiembre y alcanzaron su pico a finales de diciembre, quemando vastos tramos de Queensland, Nueva Gales del Sur y Victoria.

«Los lugares que han ardido conservarán las marcas de este año durante siglos. Es probable que los bosques más secos, más propensos a arder, remplacen a los bosques húmedos en muchos lugares», explica Joe Fontaine, ecólogo de incendios en la Universidad Murdoch en Perth, Australia Occidental.

Igualmente, Allen explica que los incendios cada vez más intensos y frecuentes en Norteamérica actúan como filtro y están desplazando a la vegetación dominante. Durante más de un siglo, la gestión forestal ha extinguido la mayoría de los incendios de los pinos ponderosa de la región, lo que ha provocado un aumento enorme de la densidad arbórea. Pero los fenómenos meteorológicos extremos dificultan la extinción de incendios y, cuando arden, lo hacen con tal intensidad que matan a «árboles madre», fundamentales para sembrar la próxima generación tras el incendio.

«Los bosques de pinos ponderosa están adaptados a la perfección a los incendios forestales de alta frecuencia y baja intensidad, que queman la hierba y las agujas de pino del sotobosque. Pero si los incendios graves alcanzan las copas de los árboles, los pinos no lo toleran y mueren como individuos maduros que no se regeneran», afirma.

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    Las semillas de pino ponderosa rara vez se dispersan a más de 150 metros, por lo que cuando los árboles mueren dejan vacíos enormes. En algunos bosques de montaña del oeste de Norteamérica, «se está produciendo una conversión generalizada de bosques de coníferas dominantes —abetos, píceas y pinos— a zonas con una proporción mayor de gramíneas y matorrales».

    Un cúmulo de perturbaciones

    Si los bosques no pueden recuperarse del todo de los incendios, las especies animales que dependen de estos ecosistemas tendrán cada vez más problemas. Parte del problema es que las especies que ya tienen dificultades con los incendios frecuentes ya sufren el estrés de otros factores relacionados con el clima, como la sequía, las olas de calor o las infestaciones por plagas. Si este cúmulo de perturbaciones complican más la recuperación es «una pregunta crucial e importantísima» que hay que responder, afirma Fontaine.

    Su equipo ha estudiado el Banksia hookeriana de Australia Occidental, un arbusto que tolera el fuego y que contiene sus semillas en un cono leñoso que solo se abre tras el fuego. Han descubierto que desde los años 80, el cambio climático ha provocado que la cantidad de semillas que produce descienda un 50 por ciento. Si combinamos la mayor intensidad del fuego con el cambio climático, el arbusto se enfrenta a un destino sisífico.

    «Cifras como esta hacen que el cambio climático pase de ser teórico a ser una bofetada», afirma Fontaine.

    Según Stevens-Rumman este patrón es una mala noticia para muchas especies de animales de Norteamérica que prefieren bosques primarios, como el cárabo californiano y el lince del Canadá. Los incendios actuales de Australia han quemado más de un 80 por ciento del hábitat de unas 50 especies amenazadas. Las áreas de distribución enteras de algunas han quedado destruidas, como la del ratón marsupial o dunnart (Sminthopsis) de la isla Canguro —un marsupial carnívoro del tamaño de una musaraña— y el Trachymene scapigera, una hierba sensible al fuego.

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    Que estas plantas y animales desaparezcan de un paisaje quiere decir que también podrían perderse interacciones importantes entre las especies, lo que podría tener repercusiones imprevistas en el funcionamiento del ecosistema y su capacidad para recuperarse de los incendios.

    En Portugal, parecía que muchas flores silvestres volvían a la vida tras los incendios, pero un estudio publicado el año pasado determinó que las especies de polillas fundamentales para polinizarlas transportaban solo una quinta parte del polen que transportaban en zonas sin quemar. Esto supondrá una dificultad para la regeneración futura.

    Sin embargo, no todas las especies disminuirán con el aumento de los incendios forestales. Más de un siglo de extinción de incendios en Norteamérica ha provocado el descenso del pico ártico, que se camufla para confundirse con los árboles quemados. Stevens-Rumman explica que está recuperándose debido al incremento de los incendios.

    En Australia, muchos depredadores —como los varanos, algunas aves rapaces y felinos y zorros introducidos— buscan las cicatrices de los incendios para cazar a los supervivientes que quedan expuestos en paisajes desprovistos de cubierta vegetal. Entre otros animales que prosperan tras los incendios figuran los escarabajos del género Melanophila, que ponen los huevos en madera recién quemada, donde se desarrollan sus larvas. Stevens-Rumann añade que hasta las especies que son relativamente comunes pueden beneficiarse tras los incendios.

    «Si abres ese bosque y hay muchos arbustos y gramíneas, tendemos a ver una reaparición de animales como ciervos y alces».

    Rayos de esperanza

    Aunque los incendios más intensos y extensos son una realidad cada vez más habitual, los expertos coinciden en que la situación no es del todo desesperada. Woinarski afirma que debemos ser más ambiciosos, creativos y audaces en nuestro enfoque de la conservación en un mundo donde los desastres ambientales sean más generalizados.

    «Se trata de un reto importante y no contamos con todas las soluciones a corto plazo».

    Por ejemplo, en Norteamérica es habitual sembrar tras los incendios, pero no en Australia. Lindenmayer afirma que lanzar semillas de fresno de montaña desde helicópteros sería algo para tener en cuenta en el futuro. Plantar bosques con vegetación no autóctona y resistente al fuego es una idea más radical. Y mejorar la gestión de las tierras es otra parte de la solución.

    «Hay un proverbio finés que dice: “El fuego es un buen sirviente, pero un mal amo”», dice Stevens-Rumman, aludiendo al hecho de que los humanos pueden usar el fuego como herramienta siempre y cuando la mantengan bajo control.

    Durante decenas de miles de años, los aborígenes australianos lograron prevenir los grandes incendios reduciendo el combustible, como las hierbas secas y la hojarasca, con quemas pequeñas y frecuentes. Ahora hay cada vez más llamamientos para recuperar ese tipo de quema tradicional.

    «Extinguimos el 98 por ciento de los incendios que se prenden en Estados Unidos. Esto se traduce en que solo el dos por ciento llegan a las noticias o son grandes. Pero si usamos más de ese 98 por ciento para deshacernos de las grandes cargas de combustible y creamos un paisaje que se parezca más a un mosaico, es posible que detengamos la propagación de estos incendios grandes y extremos», afirma Stevens-Rumman.

    Sin embargo, la trayectoria del cambio climático nos depara un aumento inevitable de las sequías, las olas de calor y otros factores impulsores del fuego. Allen explica que, dentro de varias décadas, 2019 se considerará un año normal o incluso un año relativamente fresco y húmedo.

    «Sin casi darnos cuenta se nos ha presentado un futuro muy agorero», añade Woinarski. «Estamos presenciando el principio del deterioro de muchos de nuestros queridos sistemas ecológicos. Para nosotros será una tragedia, pero será una tragedia aún peor para nuestros descendientes».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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