El río más importante del Sudeste Asiático se adentra en terreno desconocido

El Mekong ha sustentado civilizaciones durante milenios. Ahora está secándose y se ve afectado por la construcción de presas, la sobrepesca y la extracción de arena.

Por Stefan Lovgren
Publicado 3 feb 2020, 12:15 CET
Pescador en el Mekong
Un pescador a orillas del río Mekong a las afueras de Nong Khai, Tailandia, el 10 de enero.
Fotografía de Soe Zeya Tun, Reuters

Durante meses, solo se ha observado un delfín del río Irawadi en el río Mekong, lejos de su hábitat habitual en el norte de Camboya. Aparentemente, se quedó atrapado en una red de pesca y estaba desorientado. Los conservacionistas tratan de elaborar un plan para ayudar a este animal en peligro crítico de extinción antes de que sea demasiado tarde, pero se agota el tiempo.

A veces, los delfines desempeñan papeles metafóricos en el folclore camboyano. Este, extraviado y decadente, podría ser una analogía de cómo el Mekong ha perdido el rumbo. Mientras el destino del delfín pende de un hilo, el futuro del Mekong es igualmente incierto. Las señales de que toda la cuenca de un río que sustenta uno de los ecosistemas más ricos del planeta está siendo estrangulada son cada vez más evidentes.

Durante años, se ha advertido de una crisis medioambiental inminente en este curso de agua de 4345 kilómetros que atraviesa seis países asiáticos. El Mekong no ha podido resistir la persistente embestida de la construcción de presas, la sobrepesca y la extracción de arena. Con todo, hasta ahora el río ha seguido adelante y ha otorgado un botín casi indescriptible a los más de 60 millones de personas que dependen de él para ganarse la vida.

Entonces, en 2019 la situación cambió a peor. Comenzó cuando no llegaron las importantísimas lluvias del monzón a finales de mayo. Mientras la sequía asediaba la región, los niveles del agua del Mekong se desplomaron a su mínimo del último siglo. Al fin llegaron las lluvias, pero no duraron tanto como de costumbre y la sequía continuó.

En los últimos meses han empezado a pasar cosas raras. En algunos lugares del norte, el poderoso Mekong se ha quedado reducido a un goteo. El agua ha adquirido un color inquietante y ha empezado a llenarse de algas. Han disminuido las capturas del caladero interior más grande del mundo y los peces que capturan están tan demacrados que solo pueden usarse como alimento para otros peces.

«Allí donde mires hay indicadores de que este río, que ha proveído a tantos durante tanto tiempo, está al límite», explica Zeb Hogan, ictiólogo de la Universidad de Nevada, Reno, y explorador de National Geographic.

El Mekong se está adentrando en terreno inexplorado y Hogan y otros expertos se preguntan qué le espera a la vuelta de la esquina a un río que ha sustentado civilizaciones durante milenios.

En esta imagen aérea, sacada el 28 de octubre de 2019, vemos el río Mekong a 300 kilómetros de la presa de Xayaburi, en Laos. Los lechos fluviales secos en las zonas bajas del río han provocado indignación entre los conservacionistas y los aldeanos, que dependen de este ecosistema para obtener alimentos y ganarse la vida.
Fotografía de Suchiwa Panya, AFP/Getty Images

Alteraciones de las fluctuaciones naturales

El río Mekong, que nace en las gélidas cabeceras de las tierras altas tibetanas, atraviesa los escarpados cañones de China, o cuenca superior, y circula hacia los países de la cuenca inferior —Birmania, Laos, Tailandia y Camboya— hasta extenderse sobre un delta en Vietnam y desembocar en el mar de la China Meridional.

Se trata de un río muy interconectado, ya que los cambios en un lugar pueden tener consecuencias en otro. Su gran productividad —alberga más de mil especies de peces y podría haber muchas más por descubrir— depende en gran medida de las inundaciones estacionales que crean hábitats ideales para los peces y las aves acuáticas, y transportan sedimentos cruciales para la agricultura río abajo.

Sin embargo, los expertos sostienen que estos altibajos naturales están cada vez más alterados conforme los efectos de las presas hidroeléctricas y el cambio climático son más evidentes.

Durante años, una parte considerable del problema ha sido China, que opera 11 presas en el Mekong. En épocas de sequía extrema, como ahora, la parte china del río aporta hasta la mitad del caudal del río y las presas retienen más de 12 000 millones de metros cúbicos de agua, lo que altera mucho el caudal río abajo.

«Cuando llega la sequía, China controla el caudal del río», afirma Brian Eyler, director del programa del Sudeste Asiático del Stimson Center en Washington, D.C.

Los pescadores y agricultores del norte de Tailandia han tenido que enfrentarse a las fluctuaciones del caudal del río, ya que China almacena y libera agua de sus presas. Dichos cambios son perjudiciales para la migración de peces y los incrementos repentinos del nivel del agua suelen arrasar cultivos, ganado y equipo de pesca y agricultura, lo que afecta a las economías rurales.

Últimamente, la situación se ha vuelto más grave. Cuando China redujo un 50 por ciento la salida de su presa de Jinghong durante varios días de pruebas a principios de mes, el nivel del agua descendió tanto en algunos tramos del río que quedó prácticamente irreconocible y quedaron expuestas rocas gigantes y bancos de arena en mitad del curso de agua.

«Nunca he visto nada parecido», afirma Chainarong Setthachau, medioambientalista de la Universidad de Mahasarakham de Tailandia que lleva décadas estudiando el río.

Agua hambrienta

Se prevé que el impacto medioambiental de las presas aumente conforme Laos, el país más pobre de la región, siga intentando convertirse en «la batería del Sudeste Asiático» mediante la construcción de cientos de centrales hidroeléctricas en los próximos años. Ya tiene 60 presas operativas en los afluentes del Mekong y a finales del año pasado empezaron a funcionar dos de las varias presas que han planificado para el tallo principal del río, que hasta ahora carecía de presas fuera de China.

En busca de bebés de pez gato gigante en el Mekong
Sigue al explorador de National Geographic e ictiólogo Zeb Hogan en su búsqueda de pececillos en el Mekong.

La más grande de las dos, la presa de Xayaburi, llevaba años enzarzada en una batalla legal por temor a que afectara a la migración de los peces y a las comunidades de las zonas bajas del río. CK Power, la empresa tailandesa promotora de la presa, sostiene que ha invertido más de 600 millones de dólares para mitigar los impactos negativos mediante la instalación de escalas para peces y puertas especiales para que pase el sedimento, por ejemplo, aunque muchos medioambientalistas siguen preocupados.

Poco después de que la presa empezara a funcionar, el Mekong de color chocolate empezó a volverse de color azul en algunas partes del sur, una señal de que el río no llevaba los sedimentos marrones que suele transportar y que enriquecen las tierras de la cuenca. Estas condiciones se denominan «agua hambrienta» y pueden ser muy destructivas, ya que el agua devora las riberas y provoca erosión.

Muchos ecólogos sospechan que la presa de Xayaburi está bloqueando los sedimentos, aunque también podría deberse a que la debilidad del caudal hace que el sedimento se pose en el fondo y el agua azul de los afluentes domina el agua marrón. Sin embargo, es muy probable que la central no libere tanta agua como recibe, lo que contribuye a que los niveles del agua sean bajos.

«En estas condiciones de sequía, los operadores de la presa retendrán tanta agua como puedan», afirma Thanapon Piman, investigador adjunto del Instituto Medioambiental de Estocolmo en Bangkok.

El agua transparente y de flujo lento también ha permitido que crezcan algas en la arena y en el lecho rocoso del río. Normalmente, la corriente arrastraría este crecimiento, pero eso no está ocurriendo. En las últimas semanas, gran parte de los márgenes del río en Tailandia y Laos se han llenado de verde.

Por otra parte, el agua hambrienta ha llegado a Camboya. «Nos preocupa que se extienda más. Si la falta extrema de agua continúa, quizá no mejore la situación hasta el comienzo de la próxima estación lluviosa», afirma So Nam, director de gestión medioambiental de la Comisión intergubernamental del río Mekong.

El pulso se ralentiza

Sin embargo, depender del rescate de la Madre Naturaleza ha resultado cada vez más peligroso en la región del Mekong, que es particularmente vulnerable al cambio climático, según apuntan varios estudios. Las condiciones de El Niño —la mitad cálida y húmeda de un ciclo meteorológico natural— son responsables de la sequía actual y se prevé que duren varios años y se vean agravadas por el aumento de las temperaturas.

En lo que a la pesca respecta, ningún país sufre el calor tanto como Camboya. Alberga el lago más grande del Sudeste Asiático, el Tonlé Sap, o «el centro neurálgico del Mekong». Cada año, tras el comienzo de las lluvias, el tamaño del Tonlé Sap, conectado con el Mekong mediante su río epónimo, se expande y proporciona un hábitat fundamental para que los peces se alimenten y crezcan. Es de gran importancia comercial y normalmente se extraen 500 000 toneladas de peces cada año, una captura superior a la que se saca de todos los lagos y ríos de Norteamérica.

Sin embargo, el año pasado el agua llegó tan tarde del Mekong al Tonlé Sap y se retiró tan pronto que algunas partes del lago no llegaron a llenarse. Se documentaron muertes masivas de peces debido al agua poco profunda y baja en oxígeno. Según una estimación, las capturas podrían haber descendido hasta un 90 por ciento en el Tonlé Sap, lo que obligó a muchos pescadores a abandonar su trabajo. Según Rohany Isa, periodista de Camboya que cubre los problemas del Tonlé Sap, de los que continúan, muchos ya no capturan peces para el consumo humano, sino larvas de peces para alimentar a los peces de piscifactoría

Las malas condiciones pesqueras han continuado hasta la estación actual, con una circulación de agua —y de peces— mucho menor por el río Tonlé Sap. Normalmente, esta es la época en la que se produce la mayor migración animal del planeta, cuando miles de millones de peces —empezando por el bagre gigante del Mekong en peligro crítico de extinción— regresan al Mekong.

Pero los pescadores sostienen que no han visto a estos gigantes en peligro de extinción en los últimos meses y que además han descendido las capturas del trey riel, una carpa de fango conocida como «pez del dinero» en Camboya. Más de un tercio de los casi 60 operadores de «dai», que trabajan con redes fijas en el río Tonlé Sap, ni siquiera han empezado a pescar esta temporada.

El mes pasado, en una visita a uno de los dais localizado a 64 kilómetros al norte de la capital, Phnom Penh, los trabajadores tiraron lo que parecía una captura inmensa de trey riel en la cubierta de madera de una casa-barco flotante. Pero, como explicó el director de operaciones Sue Mao, la captura era mucho menor que la que era capaz de extraer un dai en un buen año: más de cinco toneladas de peces en solo una hora. Las carpas de fango también parecían mucho más pequeñas de lo normal.

«Son demasiado delgadas para preparar prahok», dijo Mao, refiriéndose a la pasta de pescado que es un alimento básico en Camboya.

Para cuando llegó el siguiente pico de pesca, a principios de este mes, las capturas de los dai habían menguado aún más y la mayoría de los operadores decidieron cerrar.

A Hogan, que dirige un proyecto de USAID llamado «Wonders of the Mekong», le preocupa que las poblaciones de muchas especies de peces y los caladeros que dependen de ellas se desplomen ante los años de sequía acumulada.

«Los peces pueden tener una resiliencia increíble, ya que son capaces de recuperarse de fenómenos naturales como la sequía. Ahora, el peligro es que el río está cambiando de formas que sobrepasan los límites de la variabilidad natural», afirma.

Eyler, el director del Stimson Center, afirma que lo que más le preocupa es el déficit de alimentos en el Tonlé Sap. «Normalmente, esa captura es una de las más grandes del mundo en una masa de agua y proporciona la mayor parte de las proteínas que necesitan 16 millones de personas en Camboya. El precio del pescado en los mercados camboyanos se ha disparado y podría surgir una crisis de alimentos en cualquier momento», explica.

La necesidad de colaboración regional

Con la reciente llegada de la estación seca, se teme que la situación empeore rápidamente. Los observadores advierten que, aunque las autoridades tailandesas han avisado de graves déficits de agua en los próximos meses, Camboya podría sufrir una escasez de alimentos considerable. Por su parte, en Vietnam aumenta la preocupación por el estado del delta. Allí, la erosión generalizada, provocada principalmente por la extracción de arena, ha provocado el derrumbe de varias casas y carreteras y se han declarado emergencias públicas en seis provincias.

Eyler sostiene que los responsables de tomar decisiones aún no se han dado cuenta de la gravedad de la situación. «Los gobiernos del Mekong no están reaccionando con la celeridad necesaria para comprender la crisis inminente y colaborar para mitigar los riesgos y mejorar la resiliencia», afirma. Añade que, en muchos casos, las autoridades no están al tanto de que disponen de herramientas para aliviar la sequía.

Hogan cree que las prioridades económicas deben cambiar para que el Mekong sobreviva. «Han cambiado el río para beneficiar a las personas que lo consideran una fuente de poder. Eso debe cambiar para que se valoren más la comida, la fertilidad y los servicios ecosistémicos que proporciona un río sano, conectado y que fluye sin obstáculos», afirma.

Esto quiere decir detener o, como mínimo, ralentizar la carrera para construir presas en el Mekong, algo que hasta ahora no parece estar pasando. Aunque algunos gobiernos, como el de Camboya, podrían replantearse los planes para la construcción de dos presas en el norte del país, hace poco Laos anunció que empezará a construir antes de lo previsto una polémica presa cerca de un lugar Patrimonio de la Humanidad en Luang Prabang.

Se considera que la cooperación regional es fundamental para cambiar las políticas y algunos quieren que la Comisión del río Mekong adopte un papel más importante. Durante años, se ha considerado que la organización es políticamente débil, ya que solo incluye a cuatro de los países de la cuenca y no incluye a China, que ha establecido su propia comisión, la Cooperación Lancang-Mekong. (En China, el Mekong se llama Lancang.)

Hace poco, los dos grupos han firmado un compromiso para colaborar más estrechamente. «Es un buen punto de partida. China se está abriendo más, y lo celebramos», afirma Anoulak Kittikhoun, director de asociaciones y estrategia de la Comisión del río Mekong.

Indica que cuando China llevó a cabo pruebas en la presa de Jinghong a principios de mes, avisaron de la reducción del caudal a los países río abajo con una semana de antelación. «En el pasado, no lo hacían», afirma Kittikhoun.

La mayoría de los conservacionistas parecen estar de acuerdo en que no es demasiado tarde para salvar el Mekong. «El Mekong está herido y hay cada vez más devastación en todas partes. Pero no se está muriendo. El valor ecológico incalculable del Mekong puede restaurarse y recuperar su funcionamiento para mantener el futuro de la región», afirma Pianporn Deetes, activista con International Rivers.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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