Los sumideros de carbono en España: ¿Qué papel tienen y por qué debemos protegerlos?

A pesar de su papel clave en la mitigación del cambio climático, más del 85 por ciento de los humedales de España han desaparecido y el resto de los llamados sumideros de carbono azul están gravemente degradados.

Bosque en Andorra.

Fotografía de Andorra Bosques
Por Cristina Crespo Garay
Publicado 25 nov 2021, 18:32 CET

Tres de los mayores retos medioambientales a los que se enfrenta nuestra sociedad, el cambio climático, la lucha contra la deforestación y la pérdida de biodiversidad, están estrechamente relacionados en muchos de sus puntos más importantes. A todos sus niveles, el mantenimiento, la protección y el fomento de los ecosistemas que actúan como sumideros de carbono se ha puesto de manifiesto como una herramienta decisiva en la lucha contra el cambio climático.

“Tenemos un exceso de CO2 antropogénico en la atmósfera acumulándose a un ritmo de cuatro gigatoneladas cada año y estamos siendo capaces de devolver, en menos de dos siglos, lo que la naturaleza había retirado en cientos de millones de años”, ha alertado hoy Miguel Ángel Mateo, investigador del Centro Español de Investigaciones Superiores (CSIC), en el seminario El carbono azul en el corazón de un clima saludable, organizado por IUCN Centre for Mediterranean Cooperation. “El problema es haber puesto en conexión, debido a la degradación de los ecosistemas, compartimentos que no deberían haberse puesto en conexión”.

Los llamados sumideros de carbono son compartimentos que, de forma natural, absorben el carbono y lo almacenan durante decenas, cientos o incluso miles de años, en el caso de los suelos oceánicos. "Se dice que aquellos que no retienen el CO2 más de 50 años no son muy interesantes", explica Mateo. "De hecho, los proyectos de compensación de carbono hablan siempre de márgenes de entre 30 y 50 años”.

“Los principales sumideros de carbono que tenemos en España son nuestros bosques, nuestros océanos, las costas, los suelos y también los humedales, que tienen un potencial muy grande de absorber emisiones de CO2”, explica por teléfono a National Geographic Enrique Segovia, director de conservación y experto en bosques de WWF España. “Nos interesa por tanto hablar de aquellos ecosistemas donde las entradas de carbono son muy superiores a las salidas. Si es lo contrario, serían sistemas en erosión como la posidonia, que ha sido destruida y está liberando muchísimo carbono”, afirma Mateo.

Bosques de biodiversidad

Los bosques y los suelos absorben un 29 por ciento del exceso de CO2 que emitimos cada año a la atmósfera, según datos del CSIC. “Su papel es fundamentalmente la de absorber CO2, pero hay que tener en cuenta que, en España, el 80 u 85 por ciento de la superficie es mediterránea. Los bosques mediterráneos tienen un crecimiento lento, generan mucha biodiversidad, mucho paisaje y mucho alimento de calidad”, explica Segovia; “pero, sin embargo, son bosques cuya absorción de CO2 es muchísimo menor que otros bosques de crecimiento mucho más rápido, como los bosques atlánticos. Solemos decir que los bosques españoles son sobre todo de biodiversidad, más que bosques de carbono, aunque evidentemente también lo son”.

Por su parte, a pesar de ser otro punto clave en la absorción de carbono, los suelos españoles están muy empobrecidos. “Se comportan como un organismo vivo al que prestamos muy poca atención y son muy importantes para el funcionamiento de todo el sistema”, afirma Mateo. Los datos actuales alertan de que más del 60 por ciento tienen unos índices muy bajos de biodiversidad, según datos de WWF. “Tenemos suelos muy explotados por una agricultura en algunos casos muy industrializada y fenómenos importantes de erosión”, afirma Segovia.

El cráter de Batagaika de Siberia oriental, de 800 metros de ancho y que sigue creciendo, es el más grande de entre los muchos del Ártico. A medida que se derrite el permafrost mezclado con hielo enterrado, el suelo se derrumba y forma cráteres o lagos.
Fotografía de Katie Orlinsky

El carbono azul y los grandes sumideros del mundo

A nivel global, entre los casos especiales de absorción de carbono por los suelos, encontramos el permafrost, una capa permanentemente helada que se están derritiendo por el calentamiento global y reemite, por tanto, el CO2 a la atmósfera. “Son reservorios que empiezan a emitir entre 0,3 y 0,6 gigatoneladas de carbono al año por culpa de la aceleración y la descomposición bacteriana”, explica Mateo.

Entre estos casos especiales se encuentran también las turberas, responsables de la emisión del 5,6 por ciento de las emisiones antropogénicas anuales y cuya explotación como combustible de estufas está muy arraigado en zonas como Inglaterra.

Los ecosistemas costeros, dominados por grandes masas de vegetación, acumulan lo que los expertos denominan carbono azul. Los océanos, que absorben entre un 27 y un 30 por ciento del exceso que emitimos, actúan como una ‘bomba de solubilidad’. “El CO2 que entra se disuelve en el agua y, en este caso sin mediación de los organismos vivos, forma un sistema de carbón que, debido a que el agua fría se hunde a zonas muy profundas, queda retenido en un ciclo que puede durar miles de años", explica Mateo.

"El problema es que esta máquina no es capaz de reaccionar al aumento de la velocidad en que emitimos CO2 a la atmósfera”. Entre sus consecuencias, los océanos están sufriendo grandes modificaciones como la acidificación del agua, que está deteriorando poblaciones clave para el ecosistema marino.

Los tres miembros fundamentales del carbono azul son los manglares, las marismas y las praderas marinas. Muchos expertos comienzan a incluir en este grupo a las macroalgas. Estos ecosistemas retiran CO2 a través de la fotosíntesis y, además, una gran parte de ese carbono absorbido queda enterrado bajo su suelo, donde queda durante cientos o miles de años.

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“Es la gran diferencia respecto a un bosque, ya que solamente en el 2 por ciento del suelo oceánico se entierra el 50 por ciento del carbono de los suelos del océano, 50 veces más que en los bosques tropicales”, afirma Mateo. Los stocks que almacena el carbono azul representan entre 5 y 10 veces lo que emitimos anualmente en la humanidad. “La importancia del carbono azul no es tanto lo que retiran anualmente, sino lo que llevan retirando durante miles de años; es un gran depósito de carbono que debemos proteger”.

Sin embargo, esos sumideros de carbono se están deteriorando a una gran velocidad. "Entre las últimas tres y cinco décadas, se han perdido entre el 20 y el 50 por ciento de los ecosistemas de carbono azul que teníamos en el planeta”.

En España "los datos sobre los humedales son escalofriantes: más del 80, 85 por ciento de nuestros humedales han desaparecido, y los que funcionan están en un estado lamentable. Ejemplo de ello son el Mar Menor, el Parque Nacional de Doñana o el Parque de las Tablas de Daimiel. Hay un enorme potencial de recuperar marismas en muchas zonas españolas y, a su vez, muchos humedades de interior cuya recuperación y restauración puede ser muy importante para la biodiversidad, para el ciclo del agua y para el ciclo del carbono como sumideros de carbono", afirma Mateo.

Cambio de paradigma: Rumbo a la descarbonización

En Europa, por el deterioro de los ecosistemas de carbono azul que tenemos – marismas y praderas marinas – se emiten unas 90 millones de toneladas de CO2 anuales. En el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre cambio climático se han alcanzado importantes acuerdos en esta materia, aunque los expertos coinciden en que las negociaciones futuras deberán ser mucho más ambiciosas.

En esta línea, España ha incrementado su sumideros de carbono a través del Plan Forestal español 2002-2032, según el informe los Sumideros de Carbono a nivel local de la Red Española de Ciudades por el Clima. En él se plantean objetivos ambiciosos de reforestación de 3,8 millones de hectáreas y la adopción de la Ley de Economía Sostenible, que pretende establecer un sistema de incentivos para fomentar los sumideros de carbono y compensar sus emisiones.

La única solución, según Miguel Ángel Mateo, es limitar el uso de los combustibles fósiles. “Tenemos que cambiar de paradigma, no limpiar la suciedad que emitimos, sino evitar ensuciar”. Si esto no es posible, la segunda opción es proteger y potenciar los sumideros naturales, es decir, capturar más cantidad de CO2.

En el año 1997, el Protocolo de Kyoto ya entendía que la vía B, aumentar la captación de los sistemas naturales y artificiales, es algo que hay que hacer. A día de hoy, casi todos los proyectos de compensación de carbono que se están llevando a cabo son con manglares, ya que son las grandes joyas del carbono azul al ser un enorme depósito y, a su vez, árboles, las dos grandes características de los sumideros de carbono.

“Pero esta vía tiene un problema, he visto cómo todas las Cumbres del Clima se quedan en palabras o en acuerdos no vinculantes que no se cumplen. Yo lo que veo es que el mundo sigue explorando nuevas maneras de obtener petróleo y gas. El mundo ya se empieza a repartir el pastel de los combustibles fósiles que extraeremos de la Antártida, que se está descongelando por el cambio climático”, concluye Mateo. “Trabajar conjuntamente en ambas vías es lo más sensato. Hay que pasar de las palabras a los hechos”.

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