Las joyas subacuáticas de Cuba tendrán que enfrentarse a la realidad del turismo

Jardines de la Reina, la gran reserva marina de Cuba, es un paraíso oceánico que tendrá que enfrentarse a la realidad del turismo.

Por David Joubilet, Jennifer Hayes
fotografías de David Joubilet y Jennifer Hayes
Publicado 26 feb 2018, 11:15 CET
Bancos de peces
Los bancos de roncos amarillos (Haemulon sciurus) y pargos amarillos (Lutjanus apodus) ocupan el espacio que queda entre las grandes ramificaciones de los corales asta de ciervo (Acropora palmata). El coral asta de ciervo, de crecimiento rápido pero frágil, es una especie en peligro crítico. Ha desaparecido casi por completo en la mayor parte del Caribe, pero aún quedan poblaciones en los Jardines de la Reina.

Habían pasado 15 años desde la última vez que exploramos los Jardines de la Reina. En este tesoro de cayos, manglares y arrecifes situado a unos 80 kilómetros de la isla de Cuba, nos habíamos quedado deslumbrados con su exuberante fauna marina.

Regresamos a Cuba ansiosos por ver los efectos del paso del tiempo y del cambio climático en este parque nacional que actualmente abarca unos 2.200 kilómetros cuadrados. En nuestra primera inmersión descendimos hasta una extensa colonia de corales asta de ciervo, una especie en peligro crítico en todo el Caribe. Nos vimos envueltos en un denso bosque, en el que observamos impresionados cómo roncos y pargos se peleaban por el espacio entre las ramas del coral como si estuvieran jugando al juego de la silla. Es exactamente lo que esperábamos encontrar; estábamos en una cápsula del tiempo líquida, transportados a un mundo de coral tapizado de peces, el mismo Caribe que habíamos visto unas décadas antes.

Noel López, instructor de buceo que lleva 20 años observando estas aguas, nos guio hasta un arrecife más profundo en donde hallamos cuatro especies de mero, entre ellos un mero guasa del tamaño de una lavadora. El arrecife parecía incluso más poblado de grandes peces y tiburones que cuando lo visitamos por primera vez.

Una mañana nos adentramos en los manglares y nadamos a través de un bosque inundado que estaba poblado de bancos de peces plateados. Luego salimos a aguas abiertas para bucear junto a decenas de tiburones lustrosos que formaban un perfecto carrusel a nuestro alrededor. Al anochecer regresamos a los manglares y nos sumergimos en las aguas oscuras con la ayuda de potentes linternas. Seguimos a un cocodrilo americano mientras cazaba silenciosamente cual submarino militar. Fue increíble encontrarnos con semejante abundancia de presas y superpredadores en un único sistema, y además en el mismo día.

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    La puesta del sol arroja una luz dorada sobre los corales de la costa meridional del país. Bautizado por Cristóbal Colón en honor a la reina Isabel de Castilla, este remoto sistema de cayos, manglares y arrecifes parece apenas afectado por el paso del tiempo y la actividad humana.

    El biólogo marino Fabián Pina Amargós subraya que este oasis oceánico goza de buena salud porque Cuba protege activamente esta reserva en la que las mareas y las corrientes contribuyen a retener los nutrientes y las larvas. Por el momento, este ecosistema marino ha demostrado su resiliencia al blanqueamiento del coral, pero se enfrenta a la misma amenaza que los demás arrecifes cuando el océano se calienta, se acidifica y aumenta su nivel.

    El embargo que Estados Unidos impuso a Cuba parece que llega a su fin, y el encanto de las aguas cubanas sin duda atraerá a más estadounidenses. Urge buscar el equilibrio entre el ecoturismo y la conservación. Los cubanos saben lo que se juegan: son las joyas vivas del Caribe.

    Un cocodrilo americano (Crocodylus acutus) se despierta de su siesta vespertina en un lecho de hierba de tortuga para volver al refugio casi impenetrable que ofrece el laberinto de raíces de los mangles. Los científicos creen que los cocodrilos son los arquitectos del ecosistema de manglar porque abren vías que mejoran la circulación de los nutrientes. El aumento del número de superpredadores, como son los cocodrilos o los tiburones, es un indicador clave de un ecosistema equilibrado.

    [Artículo publicado originalmente en la revista National Geographic España. Algunos textos en castellano pueden haber sido extractados por motivos de espacio en la edición impresa.]

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