Los supervivientes de Hiroshima
Koko Tanimoto Kondo tenía ocho meses cuando la bomba cayó a menos de kilómetro y medio de su casa, que se derrumbó. Su madre consiguió salir de entre los escombros y ambas sobrevivieron. Como otras supervivientes, las experiencias dolorosas de su infancia han empujado a la señora Kondo a trabajar por la paz. Ha dirigido un estudio de paz por todo Japón y comparte su historia en lugares de todo el mundo.
Akiko Funatsu sostiene un retrato de su difunto padre, que tenía 19 años en el momento del bombardeo y estaba fuera de la ciudad. Volvió unos días después y se expuso a una gran cantidad de radiación, pero tuvo suerte: vivió hasta el año pasado. Ahora, su hija trabaja como voluntaria en el Museo Conmemorativo de la Paz, donde comparte las historias de los supervivientes. Con el descenso del número de supervivientes, sus descendientes deben transmitir sus recuerdos a la próxima genreación para garantizar que los horrores de la destrucción nuclear nunca se olviden.
Shoso Kawamoto tenía 11 años cuando la bomba mató a sus padres, dejándolo huérfano. Como otros hibakusha (supervivientes de la bomba), otros ciudadanos japoneses lo discriminaron por miedos infundados. A los 20 años se enamoró de una mujer, pero su padre le prohibió casarse con ella, diciendo que sus hijos nacerían deformes por la radiación. Kawamoto, que tiene 86 años, nunca se casó ni tuvo hijos, pero le gusta regalar aviones y grullas de origami a los niños que visitan el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima, donde trabaja como voluntario. Si tiras de la cola, dice, las alas se mueven. En las alas de los aviones están escritas las palabras “Esperanza de paz”.
El Dr. Nanao Kamada, profesor emérito de biología de la radiación en la Universidad de Hiroshima, es uno de los muchos héroes no reconocidos que contribuyeron a la recuperación de la ciudad en los años posteriores al bombardeo. Se crio en el campo a unos 640 kilómetros de Hiroshima. Hasta 1955, cuando solicitó plaza en la facultad de medicina de la ciudad, no había pensado mucho en la bomba atómica. Pero en Hiroshima vio a gente que llevaba gorras y manga larga para ocultar sus quemaduras incluso cuando hacía un calor abrasador. Acabaría convirtiéndose en una autoridad en el tratamiento de los supervivientes de las bombas atómicas y la investigación sobre radiación.