Así son las vidas de las comunidades indígenas amazónicas amenazadas en Perú y Brasil
Cinco familias awá de Posto Awá, un puesto avanzado creado por la agencia de asuntos indígenas del gobierno brasileño, salen de excursión al bosque. Los awá como ellos, que viven asentados en comunidades y echan de menos el bosque —sobre todo los miembros más ancianos que crecieron en él— organizan estas incursiones para reconectar con sus raíces tradicionales. Brasil no inició su política actual de no contacto con los grupos indígenas aislados hasta 1987.
En Posto Awá, un puesto avanzado indígena en la Amazonia brasileña, los aldeanos disfrutan de un baño matutino. Es probable que se coman a las tortugas de patas rojas y amarillas que sostienen.
Un incendio prendido por los awás asentados despeja los campos de mandioca frente al puesto del gobierno en Juriti. Practican una mezcla de agricultura, pesca, caza y recolección, mientras que los awás nómadas aislados viven principalmente de la caza y la recolección.
Un cazador awá vuelve a casa con una pequeña corzuela. A veces, los cazadores ven rastros de los isolados. Hasta cien awás viven como nómadas en la selva amazónica, a pesar de que está aumentando la presión por parte de los leñadores y pobladores ilegales.
Cuando los awás asentados, como estas cinco familias de Posto Awá, pasan tiempo en el bosque, se quitan su ropa occidental para que los awá aislados no los ataques pensando que son forasteros. Las mujeres acampan y vigilan a los niños, y más tarde los hombres cazarán de noche con arcos y flechas.
Una mujer awá limpia y despieza un armadillo en la aldea de Posto Awá. Hoy, la mayoría de los awás viven en comunidades asentadas cerca de los puestos del gobierno donde tienen más acceso a artículos como herramientas de metal, armas, medicamentos e incluso teléfonos móviles.
Los cazadores awás se preparan para asar un puercoespín durante una excursión por la selva. El bosque aún forma parte de la identidad de los awás, que transmiten el saber tradicional en las cacerías en familia.
Kaiau, de cinco años, lleva una cría de sakí barbudo negro en la cabeza. Los awás cazan monos por su carne. Cuando matan a una madre, pueden criar a la cría huérfana como mascota y llevar al animal con ellos.
Ayrua, que tiene un sakí barbudo negro como mascota, fue contactada por los agentes de asuntos indígenas en 1989. Los awás de los puestos del gobierno aún cazan animales como tapires, pecaríes y varios tipos de monos como complemento para sus dietas.
Ximirapi lleva un mono capuchino en la cabeza. Abandonó el asentamiento de Posto Awá en los años noventa para ir al puesto de Tiracambu, atraída por la posibilidad de mejor caza y las condiciones menos hacinadas.
Gazielly fotografiada con la mascota de su familia, un mono capuchino. Vive en la comunidad awá que se asentó en el puesto del gobierno de Tiracambu.
Los ancianos awás bailan en estado similar a un trance para comulgar con los karawara —ancestros— y otros espíritus del bosque. La ceremonia desempeña un papel vital en la vida espiritual de la tribu, ya que ayuda a proteger las tradiciones amenazadas por los colonos que invaden su territorio en busca de tierras y los leñadores y mineros que les roban sus recursos.
Los miembros de la tribu guajajara trabajan como guardianes forestales voluntarios. Este equipo se dedica a proteger la Tierra Indígena Araribóia de las incesantes invasiones de los leñadores ilegales y a varias familias awás que aún viven en la reserva.
Los trenes de kilómetro y medio de largo pasan traqueteando frente a las comunidades indígenas de Posto Awá y Triacambu desde la mayor mina de hierro a cielo abierto hacia el puerto atlántico de São Luís, donde cargan el mineral de hierro en barcos, muchos de ellos destinados a China. Cuando se construyó el ferrocarril en los años setenta y ochenta, atravesó las tierras tradicionales de los awás.
El río Yuruá fluye cerca de la frontera entre Perú y Brasil. La tala ilegal en los bosques protegidos de la zona produce madera de especies como la caoba de hoja grande para los mercados internacionales. La tala también pone en peligro la supervivencia de las 15 tribus aisladas que quedan en el país.
Cuando los misioneros contactaron con algunos de los miembros de la tribu mastanahua en 2003, solo Shuri, sus dos esposas y su suegra decidieron poner fin a su aislamiento en el bosque. Comercian con los vecinos locales y siguen en contacto con los 20 miembros migratorios del grupo.
El parque nacional Alto Purús, en Perú, alberga al menos dos tribus aisladas. Sin la protección que garantiza el parque, fundado en 2004, es probable que las tribus se hubieran visto obligadas a salir del aislamiento debido a los traficantes de drogas y de madera ilegal.
La ciudad de Pucallpa, en el río Ucayali, es el centro de la industria maderera de la Amazonia peruana. Hasta hace una década, la demanda global de caoba estaba mermando rápidamente los bosques circundantes, cuyos tramos más grandes se encuentran en reservas protegidas.
Los leñadores forzaron el contacto con Candida Campos Orbe y su familia en los años noventa para despejar el bosque de grupos aislados que pudieran interferir con sus actividades. Ahora, su familia y ella viven en una casa en Victoria II, una aldea junto al río Yurúa. Se considera que están en una fase denominada «contacto inicial», que significa que han abandonado el aislamiento, pero aún no están completamente asimilados.
En el río Yurúa, Gerson Mañaningo Odicio vive en la ruta de los nómadas, que a veces roban alimentos cosechados y objetos a los aldeanos, como machetes y ropa. Perú no compensa estas pérdidas, lo que provoca resentimiento y puede causar violencia contra los nómadas.
Durante un viaje de pesca en familia en 2005, la madre de Robaldo Malengama Mañaningo y Dicia Malengama Mañaningo fue asesinada por los miembros de la tribu aislada mashco-piro.
La tribu mashco-piro asesinó a la mujer de Eduardo Aguilar Malengama (la madre de Robaldo y Dicia) en un ataque que podría haber sido una represalia contra los leñadores. Como venganza, la aldea formó una milicia y mató a varios miembros de la tribu.
En un intento de despejar el bosque de tribus aisladas que pudieran amenazar sus actividades, los leñadores utilizaron a intermediarios locales para contactar con Rosaura Vásquez Ríos y otros chitonahuas en los años 90.
Esta imagen, sacada desde un avión, muestra un asentamiento aislado en la Reserva Comunal de Purús. Se cree que las cabañas pertenecen a miembros de la tribu mastanahua. Las comunidades indígenas vecinas pueden acceder a la zona para actividades de subsistencia, lo que a veces genera conflictos con los grupos aislados que viven allí.
Estas dos niñas huní kuin viven en la remota comunidad de Curanjillo, cuyas granjas son saqueadas de vez en cuando por grupos aislados. La localidad se encuentra junto a un arroyo que los indígenas aislados utilizan para llegar al río Curanja.
La comunidad huní kuin de Santa Rey, de 200 habitantes, es titular de un gran tramo de tierra comunal. El gobierno peruano garantizó títulos de propiedad de tierras a varios pueblos indígenas junto al río Curanja en los años noventa.
La hija de Rosaura, Miluska Jimena Sánchez Canayo, vive en Victoria II, pero fue río arriba hasta la localidad de Puerto Breu, donde su familia intercambia carne de animales salvajes, plátanos y peces por artículos como jabón y gasolina.