Este parque nacional hawaiano fue una zona de cuarentena aislada

Kalaupapa, un lugar histórico de Hawái, arroja luz sobre la historia de prejuicios, resiliencia y «aloha» que vivieron los pacientes de lepra.

Por Sunny Fitzgerald
Publicado 18 may 2020, 12:11 CEST
Kalaupapa

Durante un siglo, Kalaupapa, en la isla hawaiana de Molokai, fue una zona de cuarentena para personas con la enfermedad de Hansen (o lepra). Ahora, este sitio tropical es un parque nacional.

Fotografía de Jonathan Kingston

Aunque muchos parques nacionales estadounidenses han cerrado para mitigar la propagación de la COVID-19, un parque nacional remoto de Hawái debe seguir funcionando, pero no para los visitantes, sino para sus residentes.

El parque nacional histórico de Kalaupapa se encuentra en una península aislada, separada del resto de la isla de Molokai por una muralla de acantilados de 600 metros de alto. A diferencia de otros parques históricos que conservan el pasado, la guarda de interpretación Miki`ala Pescaia dice que Kalaupapa sigue escribiendo su propia historia.

Kalaupapa alberga a menos de una docena de expacientes de la enfermedad de Hansen, los únicos residentes restantes de los miles de afligidos a quienes exiliaron conforme a la nueva legislación de cuarentena, la «Ley para prevenir la propagación de la lepra».

No hay carreteras que conecten la península al Molokai «de arriba»; se accede en avión, barco o mula (esta última opción no suele estar disponible debido al mal estado de los senderos por los corrimientos de tierra). En Kalaupapa no hay departamento de bomberos, policía, hospitales ni ventiladores mecánicos. Cualquiera que necesite atención médica es trasladado por aire a una isla vecina. Si hay una emergencia de noche, «quedas en manos de tus vecinos hasta la mañana. La ambulancia aérea solo vuela de día», explica Pescaia.

Con recursos médicos limitados y una comunidad de ancianos considerada de alto riesgo a la COVID-19, este refugio creado para impedir la salida de los enfermos hace lo que puede para impedir su entrada.

El número de turistas que visitan el estado de Hawái ha descendido drásticamente de más de 30 000 al día antes de la pandemia a unos 100 en los últimos días. El estado de Hawái ha establecido una cuarentena obligatoria de 14 días tras llegar. Pero algunos vuelos siguen aterrizando en el estado y algunos visitantes díscolos están ignorando las normas de la cuarentena y poniendo en peligro la salud de los residentes. Kalaupapa no corre riesgos. El Departamento de Salud de Estados Unidos ha restringido las visitas al parque y ya no otorga permisos a los visitantes. Kalaupapa está cerrado hasta nuevo aviso.

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    La iglesia de Siloé en la actualidad.

    Fotografía de Jonathan Kingston

    La iglesia de Siloé antes de 1885, conocida como la Iglesia del Espíritu Sanador. Se construyó en 1871 en Kalawao, una de las dos zonas de asentamiento originales de la península de Kalaupapa, Molokai, a donde trasladaron por la fuerza a los pacientes con la enfermedad de Hansen a partir de 1866. La iglesia se llamaba así por la historia de la Biblia en la que Jesús devolvía la vista a un hombre tras ungirle los ojos con arcilla y decirle que se los lavara en el estanque de Siloé.

    Fotografía de Hawaii State Archives

    La enfermedad arraiga

    La enfermedad de Hansen (también denominada lepra) es una enfermedad infecciosa crónica provocada por una bacteria que, según se cree, se propaga mediante el contacto prolongado con una persona infectada no tratada, mediante las gotitas que salen de la nariz y la boca. Afecta a los nervios, la piel, los ojos y las vías respiratorias superiores. Si no se trata, puede causar daños permanentes y desfiguración.

    Aunque ahora puede administrarse un tratamiento multimedicamentoso, no había cura para la enfermedad de Hansen cuando llegó a las orillas de Hawái y el estigma vinculado a ella puede rastrearse hasta el 2000 a.C. Aproximadamente el 95 por ciento de la población del mundo es inmune a la bacteria que provoca la enfermedad de Hansen. Sin embargo, los virus, las bacterias y las enfermedades traídas por los extranjeros han tenido impactos devastadores a los hawaianos, que estuvieron inmunológicamente aislados durante siglos antes del contacto con los europeos.

    Entre 1865 y 1969, trasladaron a la fuerza a unos 8000 residentes hawaianos sospechosos de tener la enfermedad de Hansen a la península de Kalaupapa para que se valieran por sí mismos; casi todos eran hawaianos nativos. Muchos fueron arrebatados a sus familias cuando aún eran pequeños; el paciente más joven de Kalaupapa tenía solo cuatro años.

    La iglesia de santa Filomena en la actualidad.

    Fotografía de Richard A. Cooke III

    La iglesia de santa Filomena en el pasado. Se construyó en 1872 cerca de la iglesia de Siloé. Santa Filomena se asocia al padre Damián (que está junto a los pacientes en esta foto histórica), quien cuidó de los pacientes con la enfermedad de Hansen desde 1873 hasta 1889, cuando falleció. Lo canonizaron como santo patrón de los leprosos en 2009.

    Fotografía de Corbis via Getty Images

    Durante muchos años, no hubo instalaciones médicas adecuadas ni profesionales sanitarios en la península. Los pacientes tenían que cuidar los unos de los otros y fueron los kama'aina (los nativos hawaianos que habían vivido en la península durante cientos de años antes de la llegada de los enfermos) quienes los ayudaron.

    «Cuando el gobierno siguió enviando a más y más gente y dejó de entregar provisiones, ahí fue cuando empezaron las dificultades», afirma Valerie Monson, directora ejecutiva de Ka ‘Ohana O Kalaupapa, una organización sin ánimo de lucro fundada a petición de los residentes de Kalaupapa para defender la comunidad, fundar un monumento conmemorativo y conectar a los descendientes con sus antepasados de Kalaupapa.

    Un nuevo propósito

    La cura para la enfermedad de Hansen llegó a Hawái en 1949, pero la ley de la cuarentena no se derogaría hasta 1969 (más de un siglo después de su aprobación). Entonces, los expacientes pudieron abandonar la península legalmente, pero no todos lo hicieron. «La mayoría había vivido aquí durante gran parte de sus vidas», explica Monson. «Para entonces, Kalaupapa era su hogar». Además, algunos expacientes que habían perdido el contacto con la familia fuera de Kalaupapa no tenían a dónde ir.

    Cuando la población de expacientes de Kalaupapa empezó a disminuir en los años posteriores, los residentes empezaron a preguntarse qué pasaría cuando no quedara nadie. Los expacientes «evaluaron una serie de organizaciones y optaron por el Servicio de Parques para que viniera y comisariara la historia», afirma Pescaia.

    El asentamiento de Kalaupapa actual.

    Fotografía de Jonathan Kingston

    El asentamiento de Kalaupapa en el pasado. La localidad de Kalaupapa, uno de los dos sitios de Molokai donde vivían los pacientes con la enfermedad de Hansen, es accesible por un sendero agotador que asciende casi 600 metros y tiene 26 curvas zigzagueantes.

    Fotografía de The Picture Art Collection / Alamy Stock Photo

    En 1980, el Servicio de Parques Nacionales (NPS, por sus siglas en inglés) declaró Kalaupapa Parque Histórico Nacional. El NPS arrendó las tierras al Departamento de Tierras Hawaianas y llegó a un acuerdo con el Departamento de Tierras y Recursos Naturales. El Departamento de Salud siguió implicado y hasta la actualidad sigue actuando como administrador de ambas agencias estatales. Asumir la gestión del parque no solo consiste en administrar la tierra; también supone un compromiso para proteger la comunidad y preservar sus recursos históricos y culturales.

    Como guardabosques, Pescaia cuenta que su trabajo consiste en interpretar las historias que le han confiado los expacientes y facilitar que los visitantes comprendan la cultura, historia, lecciones y recursos naturales de Kalaupapa. Pero eso no es todo: «Una de las funciones esenciales [del NPS] consiste en proporcionar seguridad y comodidad a la comunidad de pacientes restantes», afirma Pescaia. «Así que incluso durante este cierre [en el que muchos parques y negocios han cerrado debido a la COVID-19], sabemos que nuestro deber es proporcionar servicios esenciales para nuestra comunidad de pacientes y quienes viven aquí, debido a nuestra ubicación aislada».

    Romper el estigma

    Pescaia, el NPS y la comunidad también deben tener en cuenta la salud mental de los expacientes, que se quedaron traumatizados por el distanciamiento físico prolongado, la discriminación y el estigma vinculado a la enfermedad.

    «En el pasado no se podía tocar a los pacientes», explica Pescaia. «Había un edificio de fumigación para rociar su correo, su ropa... Todo estaba segregado. Había baños separados para los pacientes y los na kokua (los asistentes). Había vallas que atravesaban el medio de la mesa en la casa comunal. Podías hablar con los pacientes a través de la valla, pero no tocarlos».

    Incluso después de curarse y de derogar la ley, algunos expacientes sufrieron discriminación continua. Algunas personas,  inseguras de cómo interactuar con ellos de forma segura, aún los trataban de forma diferente y tenían miedo de tocarlos o de estar cerca de ellos. Tras décadas de aislamiento, el contacto físico se convirtió en algo importantísimo para su curación mental. Pescaia afirma que los abrazos y los saludos diarios son una fuente de consuelo. «Cuando extienden la mano, no dudamos. Es un acto de confianza y de aloha».

    Superar nuevos retos

    Ahora que el contacto físico podría poner en peligro a los expacientes ante la COVID-19, Pescaia y la comunidad tienen que abstenerse de sus apretones de manos y abrazos habituales. Las restricciones de la interacción física son fundamentales para detener la propagación de la COVID-19, pero los nuevos protocolos han liberado recuerdos dolorosos. «Los expacientes han compartido historias de cómo era antes, de la discriminación a la que se han enfrentado a lo largo de sus vidas», afirma Pescaia. «Ha sido muy impactante estar en su espacio y escucharlos».

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      Un arcoíris enmarca la península de Kalaupapa, en Molokai, donde se encuentra el asentamiento de Kalaupapa en el que antes vivían pacientes con la enfermedad de Hansen.

      Fotografía de Jonathan Kingston

      Pescaia y la gente del NPS se toman muy en serio estas historias. La seguridad es la prioridad y en Kalaupapa eso incluye el bienestar psicológico. «Con cada cambio de política, tenemos que sopesar qué supone mantener la seguridad física y emocional de los expacientes», afirma.

      Tras años de condiciones difíciles, normas estrictas y aislamiento extremo antes de que se derogara la ley de cuarentena, los expacientes no son muy proclives a volver a una vida de restricciones. Así que el NPS hace todo lo que puede para honrar sus experiencias y protegerlos al mismo tiempo.

      Pescaia cree que la gente de todo el mundo puede ayudar a honrar y proteger a los residentes de Kalaupapa reflejando su fortaleza de espíritu ante la adversidad y mostrando aloha en sus acciones cotidianas. Sugiere ofrecer ayuda a alguien que lo necesite; mostrar compasión antes de juzgar, sobre todo a pacientes de COVID-19 u otras enfermedades; y ser consciente de cómo afectan a los demás las decisiones que tomamos.

      «Tu comportamiento puede poner en peligro a otras personas», afirma. «Todos podemos esperar. Podemos ceder unas semanas a cambio [de la salud y la seguridad de todos]. Esto es aloha: cuidar de todos y solucionarlo juntos».

      Sunny Fitzgerald cubre temas de viajes, sostenibilidad, cultura y salud. Puedes leer sus artículos en National Geographic, el Washington Post, la BBC, la CNN y Lonely Planet.
      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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