Oler excrementos contribuye a la buena salud de los mandriles

Como los humanos, los mandriles de África central tienen estrategias para evitar las enfermedades.

Por Jenny Morber
Publicado 9 nov 2017, 4:15 CET
Los monos huelen excrementos
Un macho joven comiendo corteza.
Fotografía de Nory El Ksabi

No comemos en el suelo. Nos lavamos las manos. Nos apartamos de todo aquello que parece claramente infectado y poco higiénico. Todo esto forma parte de nuestros hábitos para evitar aquello que podría hacernos enfermar, y un nuevo estudio revela que nuestros parientes primates también lo hacen.

Lo que pasa es que el método de los mandriles es un poco más desagradable: oler los excrementos de sus compañeros.

Mediante la detección del olor de parásitos intestinales en las heces de los miembros de su grupo, estos monos de África central identifican cuál de ellos está enfermo y de este modo evitan acicalarlo.

El acicalamiento es una práctica importante entre los mandriles: apacigua conflictos y construye relaciones, al mismo tiempo que mantiene el pelo y la piel libres de plagas. Pero este comportamiento social también puede extender parásitos, como la bacteria E. coli y otros microbios que provocan disentería.

«Descubrimos que los parásitos gastrointestinales se encontraban presentes en el pelo. Por ello es arriesgado acicalar a un individuo infestado», afirma la líder del estudio Clemence Poirotte, ecologista que trabaja en el Mandrillus Project, una colaboración entre múltiples naciones para estudiar la única población de mandriles en el mundo que está acostumbrada a la presencia de humanos.  

Poirotte y sus colegas estudiaron un grupo de unos 150 mandriles durante dos años mientras vagaban por las sabanas y las selvas tropicales de Gabón.

«La población está tan bien acostumbrada que no les importa nuestra presencia. Tenemos el privilegio de simplemente observar qué ocurre», explica Poirotte.

«Cada día que pasé con esta población ha sido probablemente lo más guay que he hecho en mi vida».

Culo veo, culo quiero

Durante su trabajo de campo, el equipo observó que «cuando un individuo tenía parásitos, era acicalado en menor medida, pero específicamente menos acicalado en la zona del trasero», afirma Poirotte. Esto se trata de una idea inteligente, ya que los parásitos se transmiten a través de las heces. Es algo así como utilizar papel higiénico en un baño público, pero evitar tocar la taza del váter.

Para poner a prueba su teoría de que los mandriles no acicalaban a individuos infectados para evitar la transmisión de parásitos, los investigadores trataron a varios de ellos con medicación antiparasitaria, por vía oral e intravenosa tras atraparlos.

Tras el tratamiento, 12 individuos disfrutaron de ser acicalados con más frecuencia, tres de ellos hasta diez veces más que antes. Para reafirmar aún más esta teoría, el hecho de estar infectado no cambiaba la frecuencia con la que dicho mandril acicalaba a los otros, solamente cuántas veces le acicalaban los otros monos.

«Los resultados se encontraban en total concordancia con nuestras predicciones, así que es algo genial», explica Poirotte, cuyo estudio fue recientemente publicado en Science Advances.

El siguiente paso era averiguar cómo sabían los mandriles que sus compañeros tenían parásitos.

Los investigadores dieron a los mandriles cautivos en recintos de zonas forestales de Gabón unos palos de bambú manchados con heces. Uno de los palos tenía heces de mandril llenas de parásitos, mientras que otro tenía excrementos prácticamente sin parásitos. Un investigador que desconocía qué palo era cada uno registró el comportamiento de los mandriles.

Como era de esperar, los monos olieron y examinaron estos palos de bambú, evitando las muestras infectadas. La propia Poirotte fue incapaz de distinguir la muestra con parásitos de la que no tenía, aunque afirma que había muestras que tenían peor olor que otras.

Su próxima tarea es examinar cómo los parásitos afectarían a la salud de los mandriles.

Inspiración para futuros estudios

Benjamin Hart, veterinario y profesor emérito de la Universidad de California, Davis, afirma que los mandriles probablemente mantienen sus parásitos en niveles que puedan «gestionar».

Si un animal tiene demasiados parásitos, puede matarlo, pero las infecciones moderadas no parecen una amenaza tan grande, añade.

Hart espera que esta investigación sirva de inspiración para exámenes similares en otras especies.

«Este estudio proporciona un análisis completo y puede servir como modelo para otros que quieran investigar el papel del olfato en la detección de parásitos», explica. «Creo que el estudio es excelente».

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