Las moscas de la fruta disfrutan cuando eyaculan

Descifrar los mecanismos cerebrales implicados en el placer podría contribuir a que los científicos aprendan a ayudar a personas adictas a la heroína y la cocaína.

Por Katarina Zimmer
Publicado 23 abr 2018, 14:07 CEST
Mosca de la fruta
Una mosca de la fruta común, Drosophila melanogaster, alimentándose en España.
Fotografía de Albert Lleal, Minden Pictures, National Geographic Creative

No hay duda de que los humanos disfrutamos del sexo. Algunos estudios sobre roedores sugieren que esto podría ser similar en otros mamíferos, pero ¿y el resto del reino animal?

Una nueva investigación demuestra que el proceso de la eyaculación podría ser placentero para las moscas de la fruta macho.

Este estudio implica que el placer sexual puede tener lugar en «animales simples, no solo en mamíferos, como se presuponía», afirma la líder del estudio Galit Shohat-Ophir, neurocientífica en la Universidad de Bar-Ilan, en Israel.

La investigación previa de Shohat-Ophir determinó que las moscas de la fruta macho aparentemente encuentran algo gratificante en el apareamiento. Pero no estaba claro de qué parte del proceso disfrutan: el largo ritual de cortejo, las feromonas enviadas por la hembra o la copulación en sí.

Luces rojas

Para descubrirlo, Shohat-Ophir y sus colegas de la universidad y del Campus de Investigación de Janelia, Virginia, crearon moscas macho mediante ingeniería genética para que un grupo en particular de células nerviosas de su abdomen se activara con una luz roja. Estas neuronas producen una proteína, llamada corazonin, que controla el proceso de eyaculación.

A continuación, el equipo colocó a las moscas alteradas en un escenario y encendieron la luz roja en un extremo. La mayoría de moscas se dirigieron directamente a la zona de luz roja, donde se activaron sus neuronas abdominales, haciendo que eyacularan.

«La preferencia por esa zona fue bastante inmediata», afirma Shohat-Ophir. 

En otro experimento, los investigadores examinaron los cerebros de los insectos modificados. Tras varios días estimulando repetidamente el corazonin en sus neuronas, las moscas parecían tener altos niveles de una proteína llamada neuropéptido F, que aumenta en gran medida durante situaciones gratificantes, como al comer azúcar.

Pero otro indicador de que las moscas de la fruta disfrutaban del sexo es su reacción al alcohol, según investigaciones previas de Shohat-Ophir. Las moscas macho privadas de sexo prefieren una bebida alcohólica antes que una sin alcohol, aparentemente como recompensa alternativa. Pero si se aparean o se activa el corazonin de sus neuronas, rechazan el alcohol.

Estas moscas pueden «respirar» bajo el agua gracias a sus pelos
Un «pulmón externo» permite a estas moscas vivir donde prácticamente ninguna otra criatura es capaz de vivir: el lago Mono, en California.

En general, Shohat-Ophir dice que tiene sentido que la eyaculación sea placentera: cualquier sentimiento que motive a un animal a seguir apareándose debería ser favorecido por la evolución.

Sexo y drogas

David Anderson, neurobiólogo del Instituto Tecnológico de California, está de acuerdo con esta explicación. «El apareamiento es muy importante para la supervivencia de cualquier especie y por ello cualquier mecanismo que aumente la fiabilidad del apareamiento, como conducta, debería ser seleccionado positivamente en la evolución».

Sin embargo, no está convencido de que las moscas encuentren la eyaculación gratificante per se. Por ejemplo, hay otras neuronas que manifiestan corazonin ubicadas en el cerebro que podrían no tener nada que ver con el sexo.

Estas neuronas cerebrales podrían activarse también con la luz roja y podrían ejercer su propio efecto sobre el sistema de recompensa del cerebro, según Anderson, que no participó en el nuevo estudio.

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    Según él, los experimentos que llevó a cabo el equipo para asegurarse de que el efecto está provocado por las neuronas abdominales son insuficientes.

    Pero ambos expertos están de acuerdo en que los estudios tienen valor más allá de la comprensión de la vida sexual de los insectos; por ejemplo, a la hora de descifrar la neurofisiología básica de la adicción a las drogas.

    La cocaína y la heroína se vuelven adictivas porque acceden al sistema de recompensa de nuestro cerebro, que evolucionó para hacer que los animales recurrieran a conductas necesarias para su supervivencia, como el apareamiento, según Anderson.

    Si no podemos desentrañar tales mecanismos cerebrales «en un organismo simple como una mosca de la fruta, ¿cómo vamos a entenderlos en algo tan complicado como un humano?», se pregunta.

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