En busca de tiburones blancos con robots submarinos

Unos nuevos drones remotos proporcionan a los científicos la oportunidad de explorar lugares donde bucear es demasiado peligroso.

Por Madeleine Foote
Publicado 16 oct 2018, 13:59 CEST
El barco del equipo, llamado Silver Fox, se desplaza por aguas poco profundas que aportan relativa protección a las focas frente a los tiburones.
Fotografía de Madeleine Foote, National Geographic

Una gran mancha de sangre apareció en la superficie del océano, al sur de la costa del archipiélago de los Farallones, en California. «Es una foca», dijo el biólogo marino David McGuire mientras señalaba las diminutas perlas de grasa en medio del remolino carmesí. El asesino probable era uno entre las decenas de tiburones blancos que cazan frecuentemente en las aguas de la isla, quizá una de las Hermanas, un trío de hembras de cinco metros de largo que vuelven al archipiélago una y otra vez, o Tom Johnson, el tiburón blanco más viejo conocido, visto en los Farallones por primera vez en 1987.

Aquí, el cebo de animales está prohibido, de forma que observar el comportamiento natural de un tiburón blanco con una presa en la superficie requiere algo de suerte y bucear para acercarse a los voraces escualos conlleva un grave riesgo.

Pero este día, McGuire y el emprendedor David Lang, ambos exploradores de National Geographic, se mostraban optimistas y pensaban que conseguirían un primer plano de los esquivos superdepredadores desde la seguridad de su barco. Mientras el capitán apagaba los motores, Lang se inclinó hacia uno de los lados y colocó un ROV sumergible no mucho mayor que un ordenador portátil justo en medio del agua ensangrentada. Suelta poco a poco una parte de su cable de 100 metros, que lo conecta a su piloto y su pantalla de vídeo. Los propulsores del diminuto robot zumbaron y burbujearon y el dispositivo desapareció en las sangrientas tinieblas.

Los Farallones, un archipiélago de islas rocosas accidentadas a unos 43 kilómetros de la costa de San Francisco, son un terreno de pruebas ideal para los robots de Lang. Las islas, antaño un campamento de cazadores de focas rusos y lugar de numerosos naufragios, forman parte de un área marina protegida que está prohibida al público. Una docena de especies de aves marinas y cinco especies de focas habitan sus afloramientos rocosos, pero a McGuire le emociona el ecosistema que se esconde bajo la superficie del agua, un mundo dominado por el tiburón blanco.

También resulta extremadamente difícil explorarlo. McGuire lleva 20 años buceando en torno al archipiélago y ha superado muchos retos, además de los tiburones hambrientos: oleaje intenso, riscos que han hundido barcos y temperaturas gélidas que limitan el tiempo de inmersión. Hasta los ejercicios de conservación rutinarios, como las prospecciones de abulones y erizos, deben realizarse en pesadas jaulas antitiburones. Por estas razones, pocos científicos han estudiado la vida submarina en torno a los Farallones. «Probablemente podría mencionar a todas las personas que han buceado por aquí más de una vez. Hasta con equipo moderno, es bastante traicionero», contó, señalando que una vez en la vida es suficiente para la mayoría.

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    Eric Stackpole, cofundador de Open ROV, lanza un Trident por la borda en las aguas del «Shark Alley», un terreno de caza de tiburones blancos en la costa de San Francisco.
    Fotografía de Jon Callaghan

    El agua ensangrentada es una preocupación diferente. Nadie en su sano juicio intentaría bucear en ella, por si un tiburón te confundiera como una parte de su comida. Sin embargo, observar el comportamiento de los tiburones blancos, unas de las especies clave del océano, es importante para resolver numerosos misterios respecto a los animales y sus patrones migratorios. Dichos estudios, según McGuire, «han desvelado un comportamiento inesperado». Por ejemplo, los científicos saben desde hace poco que los tiburones blancos bucean a una profundidad mucho mayor de lo que se creía —más de 900 metros— y que migran miles de kilómetros.

    Sin observaciones a largo plazo, resultaría imposible tomar decisiones de conservación fundamentadas para proteger a la población, que lleva disminuyendo desde los años 70, cuando la película Tiburón los vilipendió a escala mundial. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) clasifica al tiburón blanco como especie amenazada, pero afirma que los datos demográficos de la especie deben actualizarse para obtener una perspectiva más clara.

    Una mancha de sangre en Hurst Shoal indica la presencia de una matanza reciente llevada a cabo por los tiburones de las proximidades. No se recomienda bucear en el agua, ya que la distancia del cardumen de la orilla no proporciona refugio frente a los tiburones.
    Fotografía de Madeleine Foote, National Geographic

    Creando ojos submarinos

    Para resolver los misterios del gran tiburón blanco, McGuire necesitaba una nueva forma de estudiarlos.

    David Lang y su amigo Eric Stackpole no pensaban en tiburones hace cinco años, cuando experimentaban con un robot sumergible en el garaje de Stackpole. Pensaban en oro. Según una leyenda de la fiebre del oro, el sistema de Hall City Cave al norte de San Francisco alberga un tesoro hundido en el fondo de un pozo inundado. Lang, marinero autodidacta, y Stackpole, ingeniero, querían construir un ROV asequible que alcanzase lugares inaccesibles para los humanos. «Los ROV han existido durante décadas, pero hasta ahora han permanecido en el sector de la industria pesada y el ejército. Son grandes, caros y su manejo requiere una formación específica», afirma Lang.

    Al final no encontraron el tesoro, pero en el proceso de construir un robot lo bastante duradero y manejable como para superar los retos del buceo en cuevas, crearon una nueva herramienta para la investigación submarina.

    Ahora, desde un almacén de Berkeley, su experimento se ha convertido en una empresa, OpenROV, que fabrica la última versión de su robot operado de forma remota, el Trident. Es lo bastante pequeño como para transportarlo en una mochila y es capaz de sumergirse a 90 metros de profundidad emitiendo imágenes en directo y en alta definición a la superficie. Sus precios a partir de los 1.500 dólares suponen una fracción del coste de un ROV comercial de gran tamaño. A diferencia de los buzos humanos, el Trident puede permanecer a esa profundidad durante horas sin preocuparse por los bajos niveles de oxígeno o los efectos fisiológicos posiblemente mortales que provoca salir a la superficie demasiado rápido. Además, tampoco tiene miedo de los tiburones.

    De forma similar a los drones baratos y manejables, que han cambiado la exploración humana de paisajes terrestres, Lang y Stackpole cree que una nueva clase de ROV puede ayudar a transformar la exploración submarina. El submarinismo, una tecnología mejorada por Jacques Cousteau en los años 40 y 50, cambió nuestra idea de los océanos, pero sigue siendo una forma de exploración submarina cara y que requiere muchos recursos. Tiene muchos riesgos y solo proporciona fácil acceso a los primeros 30 metros bajo la superficie. En consecuencia, muchas comunidades costeras apenas saben nada sobre la naturaleza salvaje que yace bajo esa profundidad, lo que ha obstaculizado la gestión de recursos, la conservación y la recopilación de datos de referencia durante años.

    “Es una invitación para formar parte de una nueva generación de exploradores.”

    por DAVID LANG, EXPLORADOR DE NATIONAL GEOGRAPHIC

    A medida que mejora la tecnología de Lang y Stackpole, decenas de áreas marinas protegidas en la costa californiana han empezado a utilizar sus robots para supervisar toda una serie de proyectos, desde el crecimiento de zosteras en el condado de Orange hasta la recuperación de las lubinas gigantes en Catalina. Un científico de la Universidad de Boston que trabaja en el área protegida de las islas Phoenix en el Pacífico sur, uno de los terrenos submarinos más prístinos del planeta, emplea los Trident para supervisar la salud de los arrecifes. El planetario Adler, en Chicago, tiene un programa que permite a los estudiantes usar los Trident para buscar meteoritos en el lago Michigan, y en un lago del Yukón, un equipo de exploradores aficionados usó uno para localizar un avión perdido hace casi medio siglo.

    Dichos proyectos están a punto de alcanzar una nueva escala. El 15 de octubre, National Geographic anunció que se asociaría con OpenROV para donar 1.000 Trident a científicos, investigadores y estudiantes de todo el mundo para avanzar en proyectos similares. «Tenemos la oportunidad de llevar esta herramienta al frente de la conservación y empoderar a la gente que más la necesita», afirma Lang. «Es una invitación para formar parte de una nueva generación de exploradores».

    Los marineros denominaban a los Farallones los Dientes del Demonio, no por los tiburones sino por las torres de granito en el agua, que agujereaban el fondo de sus naves. Ahora, las islas forman parte del refugio nacional de fauna silvestre de los Farallones y están cerradas al público.
    Fotografía de Madeleine Foote, National Geographic

    En busca del escenario del crimen

    En los Farallones sur, la sangre se estaba dispersando. Un piloto guiaba el ROV en una búsqueda metódica por la zona de la matanza, pero no fue capaz de encontrar un cadáver de foca ni tiburones.

    El robot siguió enviando imágenes en tiempo real a medida que el equipo exploraba la región, incluida Hurst Shoal, una zona demasiado peligrosa para el buceo al estar demasiado lejos de la orilla como para huir de los tiburones. McGuire me contó que, pese a sus dos décadas explorando los Farallones, nunca había visto las aguas de esta parte de la isla. «No conozco a nadie que se haya sumergido tan lejos. Estás totalmente expuesto», afirma.

    A medida que la tarde avanzaba, este mundo nunca visto apareció en la pantalla y McGuire se alegró de observar el ecosistema sano por primera vez. Anémonas de color rojo, estrellas de mar verdes y granates y erizos violetas plagaban el lecho oceánico, y peces de todas las formas y tamaños nadaban entre rocas enormes y grietas oscuras. Poco después, el equipo avistó la cabeza pálida y arrugada de una anguila lobo que se asomaba de su madriguera, a la espera de su próxima comida. El animal miró al ROV con cautela.

    Durante la tarde, McGuire observaron varias especies cuya presencia se desconocía a tanta distancia de la orilla, como un Ophiodon elongatus, un pez piedra chino y una molva de tamaño excepcional, pero no dejó de buscar indicios de tiburones blancos. Las Hermanas y Tom Johnson estaban ahí, en alguna parte, y con el nuevo par de ojos submarinos de Lang, no iba a dejar de buscarlos.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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