¿Podrían ser beneficiosos para el medio ambiente los hipopótamos de Pablo Escobar?

Los hipopótamos sueltos del narcotraficante están revolucionando su nuevo hogar, pero ¿es algo bueno o malo? Depende de a quién le preguntes.

Por Christie Wilcox
Publicado 3 feb 2020, 13:34 CET

Cuando mataron al narcotraficante Pablo Escobar en 1993, el gobierno colombiano asumió el control de su lujosa propiedad en el noroeste de Colombia, que incluía un zoológico personal. Trasladaron a la mayoría de los animales, pero los cuatro hipopótamos —con los que Escobar se había encariñado—quedaron abandonados en un estanque. Ahora hay decenas de ellos.

Durante más de una década, el gobierno colombiano ha sopesado cuál es la mejor forma de controlar a la población creciente, una estrategia respaldada por la mayoría de los expertos en conservación. Pero no todos están de acuerdo. Ante la falta de pruebas directas de que los animales resulten perjudiciales, algunos ecólogos sostienen que no hay motivo para sacrificarlos ni trasladarlos. De hecho, los hipopótamos pueden remplazar a especies que los humanos condujeron a la extinción hace miles de años, una idea denominada renaturalización o resilvestración.

Cuando abandonaron a los hipopótamos, se puso en marcha un experimento de renaturalización accidental que lleva en marcha más de 25 años. Los primeros resultados de este experimento están llegando a cuentagotas y, al igual que estos grandes animales, están enturbiando las aguas.

¿Cómo afectan al medio ambiente?

Los hipopótamos han salido del antiguo rancho de Escobar y se han trasladado al principal río de Colombia, el Magdalena. Según Jonathan Shurin, ecólogo de la Universidad de California que estudia a los animales, están repartidos por un área cada vez mayor y nadie sabe cuántos hay exactamente, pero se estima que podría haber una población de entre 80 y 100.

Es al menos un par de decenas superior a las estimaciones de solo hace dos años. Debido a que había cuatro en 1993, parece que la población crece de forma exponencial. «En un par de décadas, podría haber miles».

Los hipopótamos suponen un inconveniente considerable para el gobierno. David Echeverri, investigador de Cornare, la agencia medioambiental del gobierno colombiano que supervisa la gestión de los animales, afirma que no le cabe duda de que actúan como especie invasora. Si se permite que sigan descontrolados, desplazarán a animales endémicos como las nutrias y los manatíes. También suponen un peligro para los residentes, ya que pueden ser territoriales y agresivos, aunque aún no se han producido heridos graves ni víctimas mortales.

Ante la indignación pública tras el asesinato de un hipopótamo en 2009, se cancelaron los planes de sacrificarlos. Echeverri explica que el gobierno ha investigado maneras de esterilizarlos o trasladarlos a centros de cautividad. Pero los animales pesan miles de kilogramos y no son muy aficionados de que los humanos los manipulen, así que el traslado y la castración son medidas peligrosas, difíciles y caras. En septiembre de 2018 consiguieron trasladar a un hipopótamo joven a un zoo colombiano, pero costó 15 millones de pesos (casi 4000 euros).

Para científicos y conservacionistas, la cuestión última es cómo afectarán los hipopótamos al medio ambiente. Los animales son extranjeros y en sus hábitats autóctonos pueden influir drásticamente en el paisaje. Como se alimentan en tierra pero orinan y defecan en el agua, pasan nutrientes de entornos terrestres a entornos acuáticos. Y cuando alteran la composición química del agua pueden hacer que los peces sean más vulnerables a los depredadores. Con el simple movimiento de sus enormes cuerpos por zonas lodosas, pueden crear canales por los que fluye el agua, lo que altera la estructura de los humedales.

De hecho, afectan tanto a la ecología local que los consideran «ingenieros del ecosistema». Aunque esto los convierte en integrantes fundamentales de las comunidades africanas, también quiere decir que pueden tener efectos considerables en los hábitats donde los introducen.

Pequeñas diferencias

Para comprender cuáles son los impactos medioambientales de los animales, Shurin colaboró con Nelson Aranguren-Riaño, de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, en un proyecto financiado por la National Geographic Society. Compararon lagos artificiales donde había hipopótamos con los que no frecuentaban y analizaron varios factores, como la diversidad ecológica, los microbios y la productividad de la zona.

La investigación, publicada a finales de enero en la revista Ecology, halló diferencias pequeñas pero perceptibles. «Los lagos con hipopótamos tienen una química y una biología distinta a los lagos sin hipopótamos», afirma Shurin. Eso se debe principalmente a que los animales fertilizan con sus heces las masas de agua que frecuentan. Puede resultar problemático, ya que estos nutrientes adicionales provocan proliferaciones de algas tóxicas e incluso mortalidad (algo que los hipopótamos han provocado en cuencas hidrográficas con efectos antropogénicos en África).

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    Aunque la mayoría de los hipopótamos aún vive en la antigua propiedad de Escobar, algunos se han trasladado al río Magdalena.
    Fotografía de Luis Antonio Gonzalez Montana

    Shurin insiste en que las diferencias son pequeñas, «cuantificables, pero no drásticas», afirma. «No era como pasar de un lago con agua limpísima y transparente a un lago verde; era como pasar de un lago muy verde a un lago aún más verde».

    Esto podría deberse a que los lagos analizados en el estudio ya se ven afectados por las actividades humanas. A continuación, Shurin y sus colegas querrían estudiar los lagos de llanuras inundables del río Magdalena, donde se han establecido hace poco los hipopótamos. Pero, según él, no debería ignorarse su impacto por pequeño que sea. «Si ahora tienen un impacto detectable —siendo relativamente raros—, entonces cuando sean más habituales se prevé que dicho impacto aumentará».

    Llenar un nicho

    Pero quizá no todo sea malo. Algunos científicos han sugerido que los pulsos de nutrientes y las capturas de peces por parte de los hipopótamos son una característica —no una desventaja— de su presencia. La adición de nutrientes o las aguas desoxigenadas podrían influir sutilmente en qué especies dominan las comunidades acuáticas, o quizá incluso incrementar la diversidad total de especies creando hábitats variables dentro del río, según sugieren algunos investigadores. Las matanzas de peces grandes podrían haber servido de fuente de alimento regular para los carroñeros.

    Se descubrió que los lagos con hipopótamos contenían niveles superiores de cianobacterias, que también se denominan algas verdeazuladas. Pero los hipopótamos aún no han afectado a la calidad ni la variedad de invertebrados y zooplancton.

    Jens-Christian Svenning, biólogo de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, no cree que se deba suponer lo peor. En 2017, en una carta de la revista Perspectives in Ecology and Conservation, un colega y él sostenían que los hipopótamos de Escobar eran una de las varias especies introducidas en Sudamérica que podrían proporcionar «servicios ecosistémicos» que aportaban grandes herbívoros ya desaparecidos.

    En el caso de los hipopótamos, los servicios podrían ser la canalización de nutrientes de la tierra al agua, la alteración de la estructura de los humedales y el control de las plantas herbáceas al comérselas.

    Sudamérica ha perdido decenas de especies de herbívoros gigantes en los últimos 20 000 años aproximadamente, entre ellas los toxodontes —parecidos a los hipopótamos y que podrían haber sido semiacuáticos— y los tapires. Aunque aún quedan varias especies de tapir, todas están descendiendo. «Los hipopótamos podrían contribuir a la restauración parcial de estos efectos, lo que probablemente beneficie a la biodiversidad autóctona en general», afirma Svenning. Él permitiría que los hipopótamos siguieran, por ahora, y los supervisaría para garantizar que no se conviertan en un problema.

    Shurin indica que es posible que los animales proporcionen un servicio valioso a las plantas autóctonas que antes dependían de mamíferos grandes ya extintos para dispersar sus semillas. «Queremos analizar sus heces y ver qué contienen», afirma.

    Aunque dice que es posible que asuman papeles que llevan vacíos desde hace milenios, quizá no sea algo que los humanos de la zona quieran. Nadie sabe exactamente cómo afectará este tipo de renaturalización a la fauna autóctona —como los manatíes, las tortugas de río o las nutrias—, y más hipopótamos podrían significar más conflictos con las personas.

    «Ahora mismo, la gente coexiste con ellos», afirma. Pero eso podría cambiar si esta población de animales antipáticos crece de forma exponencial. «Se teme por la seguridad pública».

    Una historia de supervivencia

    Para Arian Wallach, ecóloga de la Universidad de Tecnología de Sídney, en Australia, la cuestión no es si pueden llenar a la perfección o no un nicho perdido. Insiste en que los hipopótamos se consideran vulnerables a la extinción y cree que es una ventaja tener una población fuera de África. «El hecho de que haya hipopótamos salvajes en Sudamérica es una maravillosa historia de supervivencia, de organización, de innovación», afirma.

    Wallach no es la única que tiene sensaciones positivas; los animales tienen muchos fans. «Hay un contingente local que ve valor en ellos y quiere que se queden», explica Shurin. «El carisma de los hipopótamos y el hecho de que sean celebridades crea una situación bastante compleja», añade Echeverri.

    También atraen a los turistas y con los turistas llega el dinero, lo que podría contrarrestar las preocupaciones respecto a los animales. Según algunas estimaciones, hasta 50 000 turistas visitan Hacienda Nápoles cada año.

    Por ahora, sin planes inmediatos para trasladar ni esterilizar a los animales, las criaturas seguirán valiéndose por sí mismas y expandiéndose. Shurin tiene ganas de estudiar las repercusiones a largo plazo de su residencia, asumiendo que se queden. «Es un gran experimento y vamos a averiguarlo», afirma.

    Artículo publicado originalmente el 26 de septiembre de 2018. Se actualizó el 31 de enero de 2020 con nueva información de un estudio reciente sobre los hipopótamos.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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