Hallan en ámbar un fósil de dinosaurio más pequeño que un colibrí

Es probable que el pequeño dinosaurio carnívoro Oculudentavis khaungraae se alimentara de insectos en una selva del Cretácico hace 99 millones de años.

Por Michael Greshko
Publicado 12 mar 2020, 10:49 CET
Un fragmento de ámbar de 1,5 centímetros de largo contiene el cráneo completo de un Oculudentavis khaungraae, un nuevo tipo de dinosaurio que vivió en la Birmania moderna hace 99 millones de años.
Fotografía de Xing Lida
Nota: El 22 de julio de 2020, los autores del estudio original que describía al Oculudentavis lo retiraron de la revista científica Nature para "impedir que la información imprecisa permanezca en la literatura". En un comunicado publicado en la página web de Nature, los investigadores escriben que, aunque el fósil —un cráneo atrapado en ámbar— se describió de forma precisa, "un nuevo espécimen [fósil] arroja dudas sobre nuestra hipótesis" de que el cráneo pertenecía a un dinosaurio. Desde la publicación del estudio, algunos paleontólogos han alegado que el fósil podría pertenecer a un lagarto, aunque esta interpretación tiene que ser revisada por especialistas externos.

Un fósil conservado en ámbar hallado en Birmania contiene el cráneo del dinosaurio prehistórico más pequeño descubierto hasta la fecha: una criatura de aspecto aviar que vivió hace 99 millones de años y que no crecía mucho más que las aves modernas más pequeñas.

El fósil, descrito en la revista Nature, mide solo 1,5 centímetros de largo desde la parte posterior de la cabeza hasta la punta del hocico y tiene la anchura aproximada de la uña de un pulgar. Las proporciones del cráneo sugieren que el animal tenía casi el mismo tamaño que un colibrí zunzuncito, lo que sugiere que el nuevo dinosaurio habría pesado poco menos que una moneda de un céntimo.

La criatura parece estar emparentada con los dinosaurios con plumas Archaeopteryx y Jeholornis, parientes lejanos de las aves modernas. Los investigadores sospechan que, al igual que esos animales, el pequeño dinosaurio tenía alas con plumas, pero sin más fósiles no pueden determinar su habilidad para volar. Pese a las proporciones de colibrí de este dinosaurio, no se alimentaba de néctar. Su mandíbula superior contaba con 40 dientes afilados y sus enormes ojos (adaptados para avistar presas entre el follaje) presentan rasgos únicos entre los dinosaurios. El nombre del género de la criatura es Oculudentavis, derivado de las palabras latinas «ojo», «diente» y «ave».

Ninguna criatura viva en la actualidad presenta la misma constitución que el Oculudentavis. «Revela un nicho ecológico completamente diferente que no sabíamos que existía. Es gracioso, pero también es un enigma y todo sobre él es rarísimo», afirma la coautora del estudio Jingmai O’Connor, paleontóloga del Instituto de Paleontología y Paleoantropología de Vertebrados de China.

«Es verdaderamente uno de los hallazgos más raros y espectaculares. Como si capturara un relámpago del Cretácico en una botella, este ámbar preserva una instantánea sin precedentes de un cráneo de un dinosaurio en miniatura con rasgos nuevos e interesantes», escribe por email Ryan Carney, paleontólogo de la Universidad de Florida Central, que no participó en el estudio.

Un hocico con dientes afilados

Cuando Lida Xing vio el fósil por primera vez, pensó que era «demasiado extraño». El paleontólogo de la Universidad China de Geociencias y autor principal del nuevo estudio pensó que el hocico largo y los ojos grandes del animal apuntaban a que se trataba de un ave primitiva. Pero a Xing le sorprendió que tuviera tantos dientes, aparentemente más que cualquier otra ave con dientes del Cretácico. Un total de 23 dientes, cada uno de menos de medio milímetro de largo, sobresalían solo de la mandíbula superior derecha de la criatura.

Para poder analizar mejor el cráneo, Xing llevó el fragmento de ámbar a un centro de rayos X de alta potencia de Shanghái para capturar rasgos tan diminutos como la anchura de un glóbulo rojo. A continuación, envió los escáneres a O’Connor, que se especializa en dinosaurios emparentados con las aves. Lo que vio la dejó atónita.

«Este [fósil] era muy prístino y estaba muy bien preservado. Era superperfecto», afirma O’Connor.

Para desentrañar la edad relativa del dinosaurio, O’Connor y sus colegas escudriñaron los escáneres del cráneo y analizaron cuánto se habían fusionado sus huesos, una indicación de la madurez del animal. Los investigadores determinaron que el Oculudentavis murió en la adultez o cerca de dicha edad, lo que hace que su pequeñez sea aún más inusual.

Ojos singulares entre las aves

Esta criatura insólita también tenía unos ojos tan grandes que habrían sobresalido por los lados de la cabeza. Esto desconcertó a O’Connor, que decidió contactar con el «tío de los ojos» de la paleontología, Lars Schmitz, un investigador del Departamento de Ciencias de la Fundación W.M. Keck, en California, que estudia la evolución de la vista.

Cuando Schmitz vio los escáneres del cráneo por primera vez, advirtió que los ojos se parecían a los ojos proporcionalmente grandes de otras aves más pequeñas, lo que fortaleció la hipótesis de que el fósil de Oculudentavis pertenecía a un adulto.

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    Los reptiles y las aves presentan pequeños anillos óseos en los ojos que soportan los órganos visuales. Normalmente, las placas que forman estos anillos tienen forma de rectángulos estrechos, pero en el Oculudentavis, los huesos diminutos tienen forma de cucharas de helado. «La forma que vemos aquí no se ve en ninguna otra ave ni en ningún otro dinosaurio», afirma Schmitz.

    Los únicos animales modernos que presentan huesos oculares con la misma forma son los lagartos diurnos. Hasta donde saben los investigadores, el Oculudentavis usaba sus ojos de tamaño inusual para buscar comida durante el día, atrapando insectos con su hocico dentado.

    Según Jen Bright, bióloga y especialista en cráneos aviares de la Universidad de Hull, el ave moderna más similar sería el barrancolí, un ave caribeña de cuerpo pequeño que se alimenta de insectos. Sin embargo, el cráneo del barrancolí es el doble de grande que el del fósil de Oculudentavis. «Descubrir un fósil de vertebrado tan pequeño es alucinante», afirma. «Es muy raro, ¡me encanta!».

    O’Connor especula que los rasgos extraños del Oculudentavis podrían haberse desarrollado en este entorno prehistórico único. En ecosistemas con recursos limitados como las islas, la evolución puede obligar a los animales a miniaturizarse. Los restos de una criatura marina denominada amonites sugieren que los depósitos de ámbar birmano se formaron en islas o, al menos, en costas.

    «Los vertebrados más diminutos que viven en la actualidad son unas ranitas de Madagascar y son depredadoras, del mismo modo que tenemos la hipótesis de que el Oculudentavis lo era», afirma O’Connor.

    Excavando fósiles y controversias

    El Oculudentavis salió a la luz en 2016, cuando el coleccionista de ámbar birmano Khaung Ra adquirió dos especímenes de una mina, entre ellos el misterioso cráneo diminuto. Ra donó el fósil al Museo de Ámbar de Hupoge en Tengchong, China, dirigido por el cuñado de Ra, Guang Chen. El nombre de la especie del dinosaurio, khaungraae, conmemora la donación de Ra.

    El fósil es solo el último descubrimiento de las minas de ámbar del norte de Birmania, cuyos alijos de resina fosilizada albergan los restos de los moradores más diminutos de la selva antigua. En los últimos años, los paleontólogos han hallado insectos, una serpiente e incluso algunos restos de dinosaurios con plumas sepultados dentro del ámbar. No hay un científico que haya trabajado más para catalogar estos fósiles en ámbar que Xing, cuya investigación está financiada parcialmente por la National Geographic Society.

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    Conforme aumenta el valor científico del ámbar birmano, también lo hace la preocupación ética respecto a su estudio. Muchos fósiles en ámbar de gran importancia acaban en manos de coleccionistas privados, lo que plantea incógnitas sobre el acceso futuro de los científicos a los especímenes. Los mineros también trabajan en condiciones inseguras y las minas se encuentran en el estado birmano de Kachin, ubicación de un conflicto prolongado entre el ejército birmano y los rebeldes que luchan por la independencia de Kachin. En 2018, una ofensiva militar para apoderarse de las zonas mineras desplazó a miles de indígenas kachines, según el Kachin Development Networking Group.

    Según Xing, el Museo de Ámbar de Hupoge está trabajando para fundar un museo en Birmania y Xing y otros investigadores están intentando conseguir acceso científico a los especímenes en ámbar devolviéndolos al país una vez el conflicto de la región termine. «Lo mejor es dejar los [fósiles] en ámbar en el país [donde] se descubrieron», escribe por email.

    Mientras siguen trabajando para devolver los fragmentos de ámbar a Birmania, los científicos seguirán buscando más fósiles de Oculudentavis. Xing ya ha oído rumores de un enlace perdido. Supuestamente, el ámbar que contiene el cráneo de Oculudentavis procedía de un trozo más grande con plumas preservadas, pero para cuando Xing vio los restos, las dos piezas habían sido separadas, cortadas y pulidas, lo que le impidió confirmar que procedían de la misma fuente.

    Por su parte, a Schmitz le encanta la posibilidad. «No tengo palabras para describirlo. El cráneo es tan raro... quién sabe qué más aprenderemos además de lo que hemos descrito hasta ahora», afirma.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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