Aumenta la caza ilegal de lémures amenazados en Madagascar durante el confinamiento por la pandemia

Datos preliminares plantean un panorama inquietante para estos animales y su hábitat.

Por Dina Fine Maron
Publicado 15 dic 2020, 12:45 CET
Lémur ratón Microcebus berthae

Los lémures ratones como el Microcebus berthae, en peligro crítico de extinción, son tan pequeños que caben en la palma de la mano. Como las personas están recurriendo a los bosques como fuente de comida y combustible durante la pandemia, exacerbando décadas de deforestación, las 107 especies conocidas de lémures de Madagascar corren más riesgo.

Fotografía de Bruno D'amicis, National Geographic

Tiana Andriamanana se alarmó al ver los incendios que engullían los bosques de Madagascar en marzo. Se había acostumbrado a ver quemas ilegales para la expansión agrícola, pero unas llamas tan extendidas a principios de año eran muy inusuales.

La quema se intensificó a finales de marzo, tras el anuncio del confinamiento nacional por el coronavirus. Las personas empezaron a huir de la capital, Antananarivo, y de otras ciudades, subiéndose a vehículos hacinados destinados a zonas rurales. Esperaban «poder trabajar la tierra y después producir una cosecha que los ayudara a sobrevivir la crisis sanitaria y económica», afirma Andriamanana, directora ejecutiva de Fanamby, una organización de conservación sin ánimo de lucro de Madagascar responsable de la gestión de cinco áreas protegidas.

Pero trabajar la tierra para plantar cultivos alimentarios como arroz, cacahuetes y maíz significa que hay que talar árboles. Pronto aparecen nubes de humo —señales de quemas ilegales— sobre las áreas protegidas. En algunas partes del país, se empezaron a talar más árboles para quemarlos y convertir la madera en carbón vegetal, una fuente de combustible más ligera y fácil de transportar que la leña.

Todas estas actividades ilegales en los bosques de Madagascar preocupan especialmente a Andriamanana y a otros conservacionistas debido a la grave situación de las 107 especies de lémures de la isla, unos primates con ojos como platos, hocicos largos y colas peludas que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. Casi un tercio de ellos se encuentran en peligro crítico de extinción y la mayoría de las especies restantes se consideran amenazadas, en gran medida debido a la deforestación de las últimas décadas.

La tala de los bosques amenaza la biodiversidad espectacular de la isla, fundamental para un sector turístico cuyo valor anual era de casi 1000 millones de dólares, hasta que la pandemia lo cerró.

Fotografía de Adriane Ohanesian, National Geographic

El aislamiento geográfico de Madagascar y los diversos tipos de bosque han dado lugar a un país de las maravillas biológico que alberga miles de animales y plantas endémicos que, como los lémures, sufren la presión humana.

Muchos investigadores de lémures abandonaron el país en marzo; otros no han podido viajar a las zonas remotas donde suelen trabajar. Pero los informes de campo publicados por patrullas de conservación forestal que colaboran con las autoridades de Madagascar, las encuestas realizadas en los hogares por equipos de investigación malgaches y el análisis de imágenes por satélite revelan que la situación de los lémures está empeorando, no solo por la pérdida de hábitat, sino por el incremento de la caza ilegal.

Madagascar es uno de los países más pobres del mundo. La desnutrición es un problema generalizado: casi uno de cada dos niños de menos de cinco años sufre retrasos del crecimiento. En zonas rurales, muchas personas han dependido de la caza de animales en el bosque, pero con el recrudecimiento de la pobreza debido a la pandemia, los lémures son una fuente más frecuente de carne, según Cortni Borgerson, antropóloga de la Universidad Estatal de Montclair, en Nueva Jersey, que se especializa en la caza y el consumo de lémures.

Antes de la pandemia, el turismo era una piedra angular de la economía de Madagascar y sustentaba más de 300 000 puestos de trabajo, y la observación de lémures era una actividad popular. Los ingresos del turismo ascendían a unos 900 millones de dólares anuales en un país donde la mayoría de las personas viven con menos de dos dólares al día. Con todo, sin los vuelos internacionales, muchos de los empleos como guías de naturaleza se agotaron, así como los puestos de los cocineros y los trabajadores de los hoteles, entre otros. Sin ingresos fijos, las personas han recurrido a los bosques para obtener comida y combustible.

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    El Indri indri, en peligro crítico de extinción, es el lémur más grande del mundo.

    Fotografía de Taylor Maggiacomo

    «La COVID ha provocado un grave retroceso por el cese temporal del ecoturismo, que es el sustento de algunas de las comunidades», afirma Russell Mittermeier, director de conservación de la organización sin ánimo de lucro Global Wildlife Conservation y del grupo de especialistas en primates de la Comisión de Supervivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

    «Las personas que trabajan en conservación hacen lo que pueden», afirma Andriamanana. «Es un desastre, pero es un desastre en todas partes debido a la COVID-19».

    La tala de árboles

    De todas las amenazas para los lémures de Madagascar, la tala de árboles es la más inquietante, según Edward Louis, un célebre investigador de lémures y director general de Madagascar Biodiversity Partnership, una ONG regional.

    Antes de la pandemia, estas escenas —visitantes contemplando un grupo de sifacas diademados en peligro de extinción en el parque nacional de Andasibe-Mantadia— eran comunes en los bosques de Madagascar.

    Fotografía de Adriane Ohanesian, National Geographic

    Si una persona tala dos o tres árboles de 50 años en un día —una cifra normal, según Louis—, la reducción acumulada del hábitat de los lémures puede resultar desastrosa. A medida que menguan las franjas de bosque, la fragmentación aísla a las poblaciones y provoca endogamia. Asimismo, Louis dice que la escasez de hábitat puede provocar disputas territoriales, lo que a veces hace que los lémures macho maten a los jóvenes que no están emparentados con ellos.

    Llegar a comprender la escala de la deforestación —y la pérdida resultante de hábitat de los lémures— es difícil, sobre todo durante la pandemia. Las imágenes por satélite del país para 2020 no estarán disponibles hasta mayo de 2021, como pronto, según los plazos de los años anteriores, señala Lucienne Wilmé, coordinadora nacional del programa malgache de Global Forest Watch, una iniciativa virtual de supervisión forestal que proporciona datos globales sobre la deforestación.

    «Los datos de Global Forest Watch se basan en el porcentaje de cubierta forestal, así que si hay agujeros, se ven», afirma Wilmé. Pero los «agujeros» en el bosque podrían no traducirse en la ausencia de árboles; más bien, podrían mostrar lugares donde parecen faltar árboles que pierden sus hojas en épocas distintas del año. «Es muy complicado y muy diferente de un bosque a otro», afirma.

    Para conseguir un panorama más completo, la organización también depende de los informes suplementarios y las observaciones sobre el terreno de los grupos de investigación y organizaciones sin ánimo de lucro regionales. Ese trabajo de campo —que es muy exigente en partes remotas y poco accesibles del país— se ha vuelto aún más difícil durante la pandemia debido a las restricciones de viaje. Asimismo, la poca fiabilidad del servicio de internet puede hacer que compartir datos sea casi imposible, indica Wilmé.

    Según Andriamanana, la deforestación ha aumentado una media de un 10 por ciento desde 2019, una cifra basada en el seguimiento de casi 600 000 hectáreas de terrenos protegidos gestionados por Fanamby. Para principios de octubre, el grupo estimaba que se habían talado ilegalmente más de 48 hectáreas.

    Un lémur pardo se aferra al pelo de una mujer en un hotel en el este de Madagascar. Los lémures viven en el hotel para que los huéspedes disfruten observándolos.

    Fotografía de Adriane Ohanesian, National Geographic

    Aunque esa cifra pueda parecer insignificante, no lo es, insiste Andriamanana. La mayoría de las pérdidas ocurrieron en Alaotra-Mangoro, en el este de Madagascar, y en Menabe, en el oeste. Estas regiones albergan especies en peligro crítico de extinción como el Indri indri, el lémur más grande, y el Microcebus berthae, un lémur ratón tan pequeño que cabe en la palma de la mano.

    Andriamanana prevé que contará más reducciones debido a las quemas ilegales más frecuentes que suelen ocurrir en octubre y noviembre antes del comienzo de la temporada lluviosa.

    A veces, los cazadores utilizan trampas hechas con un tronco y un cuadrado de ramitas para capturar lémures ilegalmente por su carne, como en esta área protegida.

    Fotografía de Adriane Ohanesian, National Geographic

    La deforestación también se ha intensificado en algunas partes de las 43 áreas protegidas, que en total equivalen a 1,7 millones de hectáreas, gestionadas por Madagascar National Parks (MNP), señala Mamy Rakotoarijaona, su director general. En un año promedio, se pierden casi 7000 hectáreas de bosque, según Ollier Duranton Andrianambinina, director del departamento de comunicación y sistemas de información del parque.

    Pero este año, Andrianambinina teme que las pérdidas sean aún mayores. Aunque MNP desplegó nuevas tecnologías en 2019 para mejorar las alertas de incendios y la vigilancia en los bosques, la pandemia ha restringido las patrullas de los guardabosques.

    La fiebre del carbón vegetal

    Pese a las restricciones de viaje por el coronavirus y las leyes que prohíben la tala en áreas protegidas, las personas empobrecidas en las localidades del sur han viajado a las reservas forestales del norte en busca de empleos cortando leña para producir carbón vegetal, según Edward Louis, de Madagascar Biodiversity Partnership. «Es un gran negocio y las personas necesitan ingresos».

    Su organización ha trabajado con las autoridades locales para que los guardabosques patrullen en Montagne des Français, un área protegida de bosque seco en el norte, y en Kianjavato, un área protegida en el sudeste donde la organización trata de preservar un pasillo que une las zonas restantes de bosque natural.

    En Montagne des Français, el hábitat exclusivo del lémur saltador de Sahafary —un animal de color pardo grisáceo de 18 centímetros de alto conocido por sus gritos estridentes—, las patrullas han identificado zonas taladas recientemente para la producción de carbón vegetal. Casi un 80 por ciento de los lémures saltadores han sido aniquilados en las dos últimas décadas debido a la pérdida de hábitat y la caza, y se cree que han sobrevivido menos de cien.

    «Acabo de volver del bosque de Manombo, en el sudeste, y vi la reserva [forestal] especial arder cada día, lo que me entristece porque he investigado a los lémures de ese bosque desde 1997», dijo Jonah Ratsimbazafy, primatólogo malgache y presidente de la Sociedad Primatológica Internacional, una organización de investigación y conservación, a finales de noviembre.

    “El porcentaje perdido coincide con el porcentaje comido.”

    por CORTNI BORGERSON, EXPLORADORA DE NATIONAL GEOGRAPHIC

    Mientras la pandemia continúa, «los próximos seis meses, más o menos, serán fundamentales para todo Madagascar», afirma Louis, que, aunque actualmente trabaja desde Nebraska, está en contacto constante con sus equipos en el país. Señala que la demanda de árboles y carne continúa y las consecuencias a largo plazo de la pérdida del hábitat de los lémures podrían no resultar evidentes durante un tiempo.

    El consumo de lémures

    Antes de la COVID-19, los lémures y otros animales del bosque, como los fosas, de aspecto gatuno, y los tenrécidos, parecidos a musarañas, se capturaban como fuente de comida, aunque la caza de lémures ha estado prohibida desde los años sesenta.

    La antropóloga y exploradora de National Geographic Cortni Borgerson estima que cada año se mataban y consumían al menos 1600 lémures rufos rojos y 10 000 lémures de cabeza blanca.

    Borgerson dice que sus análisis más recientes, aún sin publicar, revelan una tendencia perturbadora: las familias desesperadas por alimentarse o por vender carne en los mercados locales recurren cada vez más a la caza. Dice que, en particular, las poblaciones del lémur rufo rojo, en peligro crítico de extinción, y de lémur de cabeza blanca, una especie amenazada, están en sus niveles más bajos en 10 años.

    Basándose en los informes actuales de sus equipos de investigación en el parque nacional de Masoala, donde ha trabajado durante casi 15 años, Borgerson estima que la densidad de lémures de cabeza blanca en la región ha descendido un 56 por ciento, de más de 20 animales por kilómetro cuadrado en 2019 a menos de 10 este año.

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      Muchos de los lémures de Madagascar, animales que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo, pasan la mayor parte del tiempo en árboles altos como estos del parque nacional de Ranomafana.

      Fotografía de Adriane Ohanesian, National Geographic

      Lo que ocurre con los animales que desaparecen no es un misterio. «El porcentaje perdido coincide con el porcentaje comido», afirma. Borgerson llegó a esta conclusión tras comparar los datos semanales de las personas que informaban del consumo de alimentos en el hogar recopilados por sus equipos de investigación con los recuentos de densidad de lémures.

      La población de lémures rufos rojos también se ha desplomado una media del 63 por ciento en el último año, afirma Borgerson. Cree que la mayor parte de esa pérdida se debe a la pérdida de hábitat y casi un cuarto, a la caza.

      Los informes de Ollier Duranton Andrianambinina, de MNP, parecen corroborar los hallazgos de Borgerson; también indican un aumento de la caza de lémures. Entre enero y septiembre de este año, sus patrullas observaron incrementos en la caza muy superiores a lo normal: 564 lémures capturados en trampas y 132 casos en los que encontraron a personas cazando.

      Aubin Andriajaona, administrador de Montagne des Français para Madagascar Biodiversity Partnership, dice que la deforestación en esa zona «aumentó mucho» entre marzo y junio y que las patrullas a veces se topaban con partes del cuerpo de lémures y trocitos de pelo.

      Concienciar y ofrecer alternativas

      Tiana Andriamanana dice que, a veces, los equipos de patrulla de Fanamby se encuentran con personas que no son conscientes de que quemar árboles es ilegal. Cuando eso ocurre, los equipos no pueden detenerlas, pero sí explicarles que dichas quemas son ilegales y por qué los árboles son valiosos.

      Explica que la pandemia subraya la necesidad de reducir la dependencia de los empleos del ecoturismo y crear otras oportunidades de trabajo que alivien la pobreza que impulsa las actividades ilegales.

      Louis está de acuerdo con ella. Sugiere que los negocios existentes —la fabricación de aceites esenciales y productos de aromaterapia, así como la producción de vainilla, café y mangos— deberían desarrollarse más y organizarse en consorcios.

      Pero apunta que, para proteger a los lémures y preservar los bosques silvestres que quedan en Madagascar, lo más urgente es controlar la pandemia. La reforestación seguirá siendo una prioridad para remplazar lo perdido, reconectando hábitats de lémures fragmentados y expandiendo las zonas de separación alrededor de las áreas protegidas.

      «Necesitamos hacer que las comunidades locales sean autosuficientes en lo que se refiere a la seguridad alimentaria y la seguridad sanitaria», afirma Andriamanana. «Si no tenemos eso, siempre aprovecharán el bosque».

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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