Fotografías: Una década después del desastre, la fauna y la flora abundan en Fukushima

Un fotógrafo documenta el retorno de plantas y animales a una aldea japonesa abandonada después del accidente nuclear de Fukushima.

Por Douglas Main, MANABU SEKINE
fotografías de Manabu Sekine
Publicado 11 mar 2021, 12:38 CET
Un zorro en una aldea de Fukushima

Una nueva generación de animales se ha adentrado en zonas abandonadas después de que el desastre nuclear del 2011 obligara a más de 160 000 personas a evacuar la región. Ese es el caso de este joven zorro.

Fotografía de Manabu Sekine

Hace diez años, el mundo presenció el segundo peor accidente nuclear de la historia —por detrás de Chernóbil— en la central nuclear de Fukushima Daiichi, en el nordeste de Japón, después de que un terremoto de magnitud 9 sacudiera el suelo durante seis minutos. Menos de una hora después, un tsunami azotó las costas del norte del país, trayendo murallas de agua marina de más de 36 metros de alto que inundaron lugares a diez kilómetros tierra adentro. Los generadores de emergencia anegados de la central nuclear fallaron, provocando la fusión y subsiguiente explosión de tres reactores.

Más de 160 000 personas huyeron de una superficie de 800 kilómetros cuadrados que rodeaba la central a medida que se extendía la lluvia radioactiva. Muchas todavía no han regresado a sus casas.

Con todo, la desaparición repentina de las personas supuso una ventaja imprevista para la naturaleza: a lo largo de la última década, plantas y animales han reclamado la zona de exclusión, donde los niveles de radiación aún son demasiado altos para que vuelvan los humanos. Un estudio del 2020 desveló que jabalíes, macacos y mapaches japoneses, por ejemplo, son más abundantes ahora en la zona de exclusión que en las zonas cercanas ocupados por humanos a pesar de los elevados niveles de radiación. (El estudio no analizó los efectos de la radiación en la salud de los animales a nivel individual.) Se observó un fenómeno similar en la zona de exclusión que rodea Chernóbil, en Ucrania.

Las pantallas que funcionan con energía solar rastrean los niveles de radiación en la región que rodea la central de Fukushima Daiichi. A pesar de las medidas de descontaminación, en algunas zonas los niveles aún son demasiado altos para que las personas regresen.

Fotografía de Manabu Sekine

El fotógrafo Manabu Sekine recorrió una zona abandonada cerca de la aldea de Iitate, donde se ordenó la evacuación de la mayoría de la población, unas 6000 personas, en la primavera del 2011. Sus imágenes muestran la abundancia de fauna y flora, descrita en la edición japonesa de abril del 2021 de la revista National Geographic. A continuación, detalla sus observaciones. (Lee aquí el artículo en japonés.)

Pese a la ausencia de los residentes, los rododendros siguen floreciendo cada primavera en la zona de Nagadoro.

Fotografía de Manabu Sekine

Los jabalíes son muy comunes en la zona de exclusión y sus poblaciones están creciendo. Como dañan los cultivos en zonas cercanas a las que ha vuelto la gente, el gobierno local fomenta la caza. Con todo, no puede comerse su carne, ya que acumula Cesio-137, que es radiactivo.

Fotografía de Manabu Sekine

En Iitate, los inviernos pueden ser muy fríos y a veces los macacos japoneses se meten en las casas abandonadas para entrar en calor.

Fotografía de Manabu Sekine

Tras el accidente nuclear en la central de Fukushima Daiichi, llovieron niveles elevados de material radiactivo sobre la aldea, volviéndola inhabitable.

Los vecinos se han ido, pero yo me pregunté: ¿qué le ha ocurrido a su fauna y su flora?  Visité la zona unos meses después del accidente, en junio del 2011.

A pesar de mis expectativas, las plantas, árboles y flores de la zona contaminada estaban vivas y eran muy coloridas. Abejas y mariposas revoloteaban por los jardines de los aldeanos. Me alivió ver plantas y animales y su fortaleza me sorprendió. Pero ¿afectaría a las criaturas en el futuro vivir en un entorno con alta radiación?

Liebres y otros animales visitan con regularidad este granero podrido, documentado por una cámara trampa.

Fotografía de Manabu Sekine

Antes, las bolsas llenas de residuos contaminados estaban esparcidas por la aldea de Iitate y en el 2019 el gobierno puso en marcha un proyecto en la zona de Nagadoro. Consistía en clasificar la tierra del proceso de descontaminación y utilizar la que tuviera una concentración baja de materiales radiactivos para la agricultura.

Fotografía de Manabu Sekine

Los cosmos, protegidos de los animales por una valla, rebosan de color. La primavera del mismo año, se levantó la orden de evacuación para toda la aldea, salvo para el área de Nagadoro.

Fotografía de Manabu Sekine

Unos años después, volví. Los arrozales desatendidos se habían secado y estaban cubiertos de hierba. Los sauces habían brotado y se habían convertido en bosquecillos. Las castañas y los caquis, antes cultivados por los aldeanos, ahora alimentaban a los animales salvajes. Las casas en ruinas y los campos se habían convertido aparentemente en la zona de cría perfecta para los jabalíes, que proliferaban. Ahora se han convertido en una amenaza para los residentes del límite de la zona de exclusión.

Aunque la fauna y la flora no parecen haberse visto afectadas por la radiación, no podemos decir si es del todo cierto, ni ahora ni en el futuro.

Por lo que yo veo, estos seres vivos parecen estar más afectados por la presencia de los humanos que por la radiación. He visto la naturaleza que prospera aquí y sé que eso es cierto.

Artículo publicado originalmente en la edición japonesa de abril del 2021 de la revista National Geographic.

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