El cartel colombiano de los perezosos: ¿dónde está su capo?

En el noreste de Colombia, los bebés de oso perezoso cazados furtivamente se venden a los turistas como mascotas. Durante décadas, un hombre controlaba en solitario su comercio.

Por Natasha Daly
fotografías de Juan Arredondo
Publicado 12 ene 2022, 15:41 CET
Un joven ofrece una cría de perezoso en una carretera de Altos de Polonia, Colombia

Un joven ofrece una cría de perezoso de tres dedos a los transeúntes en una carretera de Altos de Polonia, en el noreste de Colombia. La ciudad es uno de los puntos calientes de la región para el comercio ilegal de perezosos.

Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

Para ser un cazador de perezosos, hay que ser un escalador extraordinario.

Yilber Benites y Yarlis Morales se quitan las camisetas y las chanclas, se suben al árbol y desaparecen. Destellos de carne y tela se entrelazan entre las ramas que empujan mientras los jóvenes, ambos de 20 años, ganan altitud. La piel desnuda, según dicen, les ayuda a agarrarse a la corteza, lo que hace mucho más fácil escalar una Cecropia imponente y disminuye el riesgo de una caída fatal.

Cazadores furtivos en Altos de Polonia examinan a una madre perezosa y a su cría recién nacida después de cogerlas desde lo alto de un árbol en noviembre de 2019. Los cazadores furtivos quieren a los bebés, que son pequeños y dóciles, cuando tienen unos meses de edad para aumentar sus posibilidades de supervivencia. Este recién nacido era demasiado joven para llevárselo.

Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

Estamos a unos tres kilómetros de Altos de Polonia, el pueblo donde viven en el departamento colombiano de Córdoba. Los he seguido a través de matorrales y campos de cultivo, escalando y deslizándose por debajo de las vallas mientras buscaban perezosos. Escalar es la parte fácil, dice Benites, pero encontrar un perezoso puede llevar días.

A unos 15 metros de altura, Benites empieza a cortar con un machete la base de una rama. Puedo distinguir una bola de pelo marrón envuelta en la rama, que se agita con cada golpe.

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    "¡Hay un bebé!", dice un grito emocionado. La bola de pelo es una madre perezosa con un bebé en brazos.

    Un último golpe de machete, y la rama se astilla y cae, frenada por las ramas y el follaje. Los hombres se apresuran a levantar la rama. La madre se aferra a ella, con los ojos muy abiertos, apretando a su recién nacido contra el pecho. Lentamente mueve su brazo libre en un arco, como si creara un escudo alrededor de su cuerpo. Los hombres le retiran el brazo para ver al bebé.

    Demasiado pequeño, dicen. Si lo cogen ahora, morirá.

    Llevan a los perezosos de vuelta a la base del árbol, y la madre, con su bebé aún agarrado con fuerza, sube corriendo a un lugar seguro.

    No tenía ni idea de que un perezoso pudiera moverse tan rápido.

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      La madre perezosa, aturdida por la caída, mueve el brazo hacia los cazadores furtivos en un movimiento defensivo. La gente suele pensar erróneamente que los perezosos son tranquilos y no se alteran por la manipulación humana; sus rostros incluso dan la impresión de estar sonriendo. Pero los animales se estresan con facilidad, y muchos de los cazados furtivamente en la naturaleza mueren rápidamente en cautividad.

      Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

      Durante tres años de reportaje sobre la industria del turismo de animales salvajes, me familiaricé con la demanda de perezosos en América Latina y en otros países como mascotas de vídeos virales y como adornos fotográficos para los turistas que visitan el Brasil y el Perú amazónicos. También había visto lo que los turistas no ven: cómo estos animales dóciles y delicados, casi siempre bebés, son mantenidos en pequeñas jaulas y cómo a menudo mueren tras semanas de cautiverio. Pero lo que no había visto era el lado del suministro del comercio ilegal de perezosos: cómo llegan del árbol a la jaula.

      Había llegado a Colombia para encontrar a un hombre llamado Isaac Bedoya, descrito por los medios de comunicación colombianos como el comerciante de perezosos más famoso de América Latina. Las autoridades de vida silvestre del país estiman que él y sus cómplices han capturado y vendido hasta 10 000 perezosos para el comercio de mascotas durante las tres décadas anteriores a su detención en 2015.

      Dos años después, Bedoya, a pesar de estar bajo arresto domiciliario, fue sorprendido vendiendo perezosos de nuevo, pero por razones que siguen sin estar claras, la policía no presentó nuevos cargos. Desde entonces, no ha habido nuevas informaciones en la prensa sobre su paradero o actividades. ¿Sigue siendo Bedoya el principal comerciante y, si no lo es, quién ha ocupado su lugar?

      En Córdoba, comencé mi búsqueda, acompañado por el fotógrafo Juan Arredondo, y Natalia Margarita, nuestra guía de campo colombiana, que es de Bogotá.

      Los perezosos

      Los perezosos son incomprendidos, dice la bióloga Tinka Plese. La gente los considera lentos y tontos, dice, y esa percepción errónea les confiere un sentido de novedad que los hace populares como mascotas. Plese dirige la Fundación AIUNAU, un centro de rescate cerca de Medellín para perezosos confiscados a cazadores furtivos, huérfanos o rescatados del comercio de mascotas. El centro ha rehabilitado y liberado al menos 300 perezosos desde 1996.

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        Yilber Morales, de 20 años, coloca una cría de perezoso capturada en una caja en su casa de Altos de Polonia. Morales forma parte de una tercera generación de residentes que se ganan la vida cazando furtivamente y vendiendo animales salvajes en la carretera cercana al pueblo, una arteria muy transitada por los veraneantes colombianos que se dirigen a la costa atlántica.

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        Morales utiliza la linterna de su teléfono para comprobar cómo está el joven perezoso, capturado el día anterior a petición de un comprador. De diciembre a febrero suelen ser los meses de mayor actividad, cuando él y sus amigos pueden vender al menos 30 perezosos. "Tengo muchas ganas de parar", dice Morales, que mantiene a su madre y a sus nueve hermanos. "Siento que no tengo otra opción".

        fotografías de Juan Arredondo, National Geographic

        Hay dos especies de perezosos, ambas destinadas al comercio de mascotas. Los perezosos de tres dedos son más suaves y tienen más demanda que los de dos dedos, que pueden ser "rabiosos y furiosos", dice Plese. Para facilitar su manejo, los cazadores furtivos suelen arrancarles los dientes y cortarles las largas uñas, a veces con tanta brusquedad que les cortan las puntas de los dedos.

        Los perezosos están especialmente adaptados a vivir, comer, dormir, aparearse y criar a sus hijos en las copas de los árboles de las selvas tropicales de América Central y del Sur. Los racimos de hojas anchas y redondeadas que parecen flores de las Cecropias, por ejemplo, forman una parte crucial de la dieta de los perezosos. Son criaturas frágiles, dicen los expertos, que no superan fácilmente el trauma de ser arrancados de sus hogares en las copas de los árboles, mantenidos en jaulas y alimentados con la comida equivocada.

        "Todos llegan muy hambrientos, muy sedientos, muy agotados y muy deprimidos", dice Plese sobre los perezosos que llegan a su santuario. "Por cada uno que ha llegado aquí, tres han muerto. A veces vienen aquí a morir en paz".

        El número de perezosos rescatados o entregados a la Fundación AIUNAU comenzó a dispararse a mediados de la década de 2000, dice Plese. Los traficantes "vendían bebés en riñoneras" a lo largo de la Ruta 25, la arteria que va desde Medellín al corazón de la región de los perezosos de Córdoba. La espectacular biodiversidad de la región, su proximidad a Centroamérica y su accesibilidad al océano la convierten en un nexo de unión para la caza furtiva de animales salvajes, una de las principales empresas ilícitas de Colombia, junto con el tráfico de personas y de drogas.

        El investigador

        Amaury Javier Tovar Ortega tiene un perezoso de peluche en su escritorio y una foto de Isaac Bedoya en la pantalla de su ordenador. Estamos en su oficina de Sincelejo, en el norte de Córdoba, donde es investigador criminal de la Fiscalía General de la Nación. Tovar me dice que Bedoya tiene la misma edad que él: ambos tienen 50 años.

        El traficante de perezosos Isaac Bedoya mira fijamente la pantalla del ordenador de Amaury Javier Tovar Ortega, investigador de la Fiscalía General de la Nación en Sincelejo. Bedoya pasó casi tres décadas traficando con perezosos -alrededor de 10.000, calcula Tovar- cerca de su ciudad natal, Colomboy. En 2013, tras una investigación de meses, Tovar lo detuvo. Condenado dos años después a arresto domiciliario, Bedoya no tardó en volver a vender perezosos.

        Fotografía de Juan Arredondo

        Tovar recuerda haber visto por primera vez perezosos a la venta en la carretera cuando era adolescente, a finales de los años 80, cuando visitaba a sus tías en Colomboy, uno de los muchos pueblos pequeños que salpican las fértiles tierras de cultivo de Córdoba. Este es el valle del río Sinú, una arteria que serpentea a través de verdes praderas y bosques tropicales hasta desembocar en el mar Caribe. Se cree que la región alberga una de las poblaciones más densas de perezosos de Colombia.

        La carretera que atraviesa Colomboy conecta Bogotá y Medellín, en el centro de Colombia, con las populares ciudades costeras de Barranquilla y Cartagena, en el norte. Los colombianos que compran perezosos, dice Tovar, son en su inmensa mayoría turistas que viajan por carretera y actúan por impulso; pagan entre 26 y 176 euros por una cría.

        "Había entre ocho y 10 personas en la carretera, con uno o dos perezosos cada una", recuerda Tovar. 

        De niño, dice que le fascinaban los animales y la naturaleza, pero "los vendedores de perezosos no me molestaban entonces porque no sabía que era un delito". En la universidad, estudió agricultura, y luego empezó a trabajar con un comerciante de pieles de reptiles, donde se encargaba de garantizar que las exportaciones cumplieran la normativa internacional sobre comercio de fauna. A mediados de la década de 1990, trabajó en un proyecto de investigación sobre perezosos, ayudando a observar el comportamiento y los hábitos alimenticios de los perezosos salvajes. 

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          El control del tráfico de fauna salvaje en el exuberante paisaje de Córdoba es complicado. Gran parte del territorio boscoso, donde abundan los perezosos, está bajo el dominio del Clan del Golfo, el mayor cártel de la droga de Colombia. Los cazadores furtivos suelen llegar a acuerdos con miembros del clan que les permiten operar en el territorio dominado por el cártel.

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          Un cartel desgastado por el tiempo en una carretera a las afueras de Montería, en la provincia de Córdoba, educa a los conductores sobre la necesidad de proteger la fauna salvaje, incluidos los perezosos, los monos y las tortugas. Córdoba ha sido durante mucho tiempo el centro del comercio ilegal de perezosos en Colombia.

          fotografías de Juan Arredondo, National Geographic

          Fue entonces, dice Tovar, cuando descubrió "cómo gritaban las madres perezosas cuando les quitaban sus crías", dice. "Empecé a interesarme por perseguir esos delitos. Quería proteger a los perezosos". 

          En 2004, decidió dar un giro a su vida profesional. Hizo un curso de dos años sobre investigación técnica y criminología en un colegio de Sucre y en 2008 se incorporó a la Fiscalía General del Estado como investigador. 

          A mediados de los años 90, Bedoya se había convertido en un rostro familiar para Tovar en sus desplazamientos hacia y desde Colomboy. Bedoya se acercaba primero a un coche, dice Tovar, y cuando daba el visto bueno, sus cómplices cogían perezosos escondidos en agujeros que habían cavado al lado de la carretera y los mostraban para que los compradores se lo pensaran. 

          "El comportamiento de Bedoya era el de un líder", dice Tovar. 

          Mientras hablamos, Bedoya nos mira fijamente desde la pantalla del ordenador: cara estrecha, ojos oscuros y desafiantes, piel brillante por el sudor.  

          Tovar pasa de la foto de Bedoya a los documentos que acumuló durante una investigación de un año, desde principios de 2012 hasta abril de 2013, destinada a atrapar al hombre que había observado casualmente durante años. 

          Bedoya estaba enfadado, era desconfiado y tenía poca educación, dice Tovar, pero "dirigía una empresa criminal muy organizada". Sin duda, era "un cartel". Hacían la mayor parte de sus negocios entre noviembre y abril, los meses de playa y la temporada de partos de los perezosos. Los hombres llevaban un mapa que marcaba los lugares donde encontrar hembras a punto de dar a luz, dice Tovar.

          Tovar dice que vio a Bedoya vendiendo perezosos más de 200 veces entre 1985 y 2015. Calcula que Bedoya y su equipo vendían tres perezosos al día durante seis meses del año y hasta 10 al día entre diciembre y febrero, lo que supone unos 10 000 animales en tres décadas. 

          Tovar y varios compañeros pasaron meses escondidos en el monte alrededor de la ruta 25 en Colomboy, fotografiando a Bedoya y sus cómplices mientras vendían perezosos. El 3 de abril de 2013, actuaron.

          En una camioneta, Tovar y una agente que se hacía pasar por su esposa se acercaron lentamente a Bedoya. En la parte trasera, cuatro oficiales de la fiscalía se escondían en cajas. Otros 15 agentes esperaban en las colinas de los alrededores. Tovar y su compañero se detuvieron junto a Bedoya, y la agente fingió que quería comprar un bebé perezoso. Bedoya pidió 32 euros. Tovar regateó hasta 22 euros.

          Bedoya abandonó la carretera y regresó con dos bebés perezosos. Cuando Tovar fingió buscar su cartera, sacó la mano por la ventanilla abierta y golpeó el lateral del coche. Esa fue la señal para que sus compañeros se acercaran. 

          Cuando la policía entró en escena, Tovar detuvo a Bedoya, acusándolo de uso ilegal de recursos naturales renovables. 

          La ley colombiana prohíbe la captura, posesión, exportación, uso y venta no autorizada de recursos naturales renovables, categoría que incluye a los animales salvajes. Las infracciones conllevan una pena de prisión de entre cinco y más de 11 años. 

          En enero de 2015, mientras Bedoya estaba a la espera de juicio, la policía local le sorprendió vendiendo perezosos de nuevo. Lo dejaron libre, según Tovar, que dice no saber por qué y que no tenía jurisdicción para intervenir. "Si te preocupas mucho", dice Tovar, "algo pasará. Si no te importa, no pasa nada". 

          Cuatro meses después, un juez federal condenó a Bedoya a cinco años y cuatro meses de arresto domiciliario por los cargos originales de 2013. El abogado de Bedoya había llegado a un acuerdo de culpabilidad que se tradujo en una pena leve y en la desestimación de otro cargo por daños al medio ambiente. 

          Una cosa es imponer una pena y otra hacerla cumplir. En 2017, dice Tovar, Bedoya incumplió su arresto domiciliario y se puso a vender perezosos de nuevo. El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC), el organismo encargado de vigilar a los presos y las cárceles de Colombia, no respondió a las múltiples solicitudes de comentarios de National Geographic. 

          Un día de 2017, dice Tovar, Bedoya vio un coche de policía que se acercaba y, mientras se alejaba corriendo, un camión lo rozó. A los pocos meses del accidente, dice Tovar, Bedoya estaba de vuelta en la carretera vendiendo perezosos. No volvió a ser detenido.  

          "Creo que Isaac se hizo adicto al tráfico de perezosos", dice Tovar. "Sabía que no iba a parar... Son regiones muy pobres. Con la venta de un perezoso, puede comer durante 10 días". 

          La madre 

          Encontrar a Bedoya será un reto. Nadie parece saber dónde está. Tovar y el fiscal William Orlando Jacquiel dicen que puede haber sido liberado anticipadamente de su arresto domiciliario. Solo el INPEC lo sabría. En el escrito de acusación de 2013, la dirección del domicilio de Bedoya figura como "un lado de la plaza del barrio El Carmen" en Colomboy, un pueblo de unos 4000 habitantes. Ningún registro posterior de su caso ofrece más detalles.

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            Paula Villada lleva más de 10 años trabajando en la Fundación AIUNAU de Medellín, donde ella y la fundadora Tinka Plese cuidan de los perezosos rescatados. Hablando con franqueza sobre los horrores que ha presenciado en una década de cuidado de perezosos maltratados, Villeda dice: "Tengo fe, pero ya no tengo fe en la humanidad".

            Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

            Comenzamos nuestra búsqueda en Colomboy, en la comisaría de policía, un edificio pequeño y achaparrado, que se levanta solo en una parcela polvorienta justo al lado de la carretera principal. Natalia entra a preguntar por la dirección de Bedoya, mientras Juan y yo esperamos junto al coche. 

            Vuelve minutos después. "No saben quién es", dice. Nos quedamos atónitos. ¿Cómo es posible que la policía de una pequeña ciudad no sepa de la existencia de un famoso traficante de perezosos que vive bajo arresto domiciliario durante varios años en su jurisdicción? Vigilar a los delincuentes condenados con arresto domiciliario no es su trabajo, le dijo un oficial a Natalia; es responsabilidad del INPEC. 

            Tovar dice que la policía en los pueblos pequeños se rota regularmente, lo que podría explicar cómo ha pasado desapercibido. Sin embargo, dice, con un caso de alto perfil como el de Bedoya, los oficiales deberían saber quién era. 

            En la ciudad, nos encontramos con un joven llamado Joaquín Basillo y dos de sus amigos a la salida de una cafetería. Basillo dice que conoce a Bedoya pero que hace mucho tiempo que no lo ve. 

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            Villada observa cómo un perezoso de dos dedos de cuatro meses mira la comida. Cada año, el centro recibe docenas de perezosos de las autoridades regionales de vida silvestre o de miembros del público. Los cazadores furtivos, dice Plese, a veces cortan las uñas de los perezosos de forma tan drástica que les cortan los dedos. Algunos les quitan los dientes a los perezosos de dos dedos más agresivos. Otros están desnutridos. "A veces vienen aquí a morir en paz", dice Plese.

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            Una cría de perezoso de dos dedos se asoma a una cesta en la Fundación AIUNAU. Las cestas, dice Plese, proporcionan un refugio acogedor, imitando el cálido abrazo de los brazos de su madre. Los perezosos de dos dedos no son tan explotados como los de tres dedos porque pueden ser más agresivos con los humanos. "Si hay algo de lo que estoy realmente orgulloso", dice Plese, "es que nunca me ha mordido un perezoso de dos dedos".

            fotografías de Juan Arredondo, National Geographic

            ¿No está bajo arresto domiciliario? pregunto. Se ríen. 

            "Lo de la pulsera, el arresto domiciliario... es todo falso", dice Basillo. Las baterías rara vez se cargan. "Ya sabes cómo es Colombia", bromean los hombres. Desde 2016, Bedoya ha ido y venido a su antojo, añade Basillo. Lo último que supo es que Bedoya estaba en Antioquia, al sur de Córdoba. 

            "¿Quieres conocer a su madre?". 

            Nos subimos a las motos y nos dirigimos a toda velocidad hacia las afueras de la ciudad. Chapoteando en el barro y pasando entre vacas, nos detenemos en el vértice de una colina y bajamos hasta una pequeña granja en el valle. 

            Un burro atado a un poste rebuzna cuando nos presentamos a la madre de Bedoya, María Encarnación Guevara, que nos hace señas para que entremos en su patio cubierto y nos sentemos en sillas de plástico dispuestas en semicírculo. Cálida y acogedora, al principio cree que somos del Gobierno, que venimos a hablar con ella sobre los cheques de la pensión que está esperando. Basillo explica que somos periodistas y que hemos venido a preguntar por su hijo. 

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              Los perezosos de dos dedos rescatados comen rodajas de manzana en la Fundación AIUNAU. Fundada en 1996, la organización ofrece a los perezosos rescatados del comercio de mascotas un entorno tranquilo que imita su hábitat natural, con ramas de árboles, comida colgada y un contacto humano mínimo. En los últimos 25 años, Plese ha rehabilitado y liberado a más de 300 perezosos en su hábitat natural. Una cantidad equivalente a tres veces más no ha logrado sobrevivir.

              Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

              Ya sin sonrisa, Encarnación se sienta, con una postura rígida. "Me quedé viuda hace 10 años", comienza. "Si no fuera por Isaac, no habría podido ganarme la vida". 

              "Hace tres años, lo dejó [la venta de perezosos] y ahora sólo trabaja en la agricultura". Pregunto dónde, pero ella ignora mi pregunta. 

              "Cuando no puede venir a casa, encuentra la manera de enviar dinero", dice. Le pregunto cómo se sintió después de que lo detuvieran.

              "Me sentía muy dolida por las cosas que la gente decía de él", dice Encarnación. Respira profundamente. "Creo que hay formas de ganar dinero sin delinquir. Es la palabra de Dios".

              Hace una pausa, se inclina hacia delante en su silla y levanta la voz: "Mucha gente estaba [traficando]. Pero él era el único al que la gente señalaba". Mueve la cabeza hacia Basillo y sus amigos.

              "Vosotros, vosotros y todos vosotros lo habéis hecho", dice, señalando con un dedo a cada uno. "¿Por qué mi hijo?"

              Los hombres no responden. "He oído que algunos siguen haciéndolo, pero no es asunto mío", dice Encarnación, levantando las manos.

              Se levanta y camina hacia la puerta de su casa. Nuestra conversación ha terminado.

              Me voy consternado. Había venido a Córdoba en busca de un capo; he acabado persiguiendo a un fantasma. 

              Los jóvenes

              La organización criminal transnacional más poderosa de Colombia, el Clan de Golfo, es uno de los varios grupos paramilitares que controlan el territorio entre los pueblos de la Ruta 25. Sus dirigentes alojan a los cazadores furtivos en sus dominios a cambio de que les informen sobre operaciones de la policía o el ejército, dice Alexis Mendoza, jefe de la unidad de policía medioambiental de Córdoba. 

              Un bebé de dos meses se aferra a un árbol en su recinto. Las crías de perezoso de tres dedos están muy solicitadas como mascotas en Colombia y como accesorios para selfies en toda América Latina y Estados Unidos. En AIUNAU, los afortunados que consiguen prosperar son liberados al cabo de un año. "Cuando la gente habla de rehabilitación", dice Plese, "piensa que sólo hay que alimentar a los animales. Yo me paso días y noches observándolos. Me han enseñado muchas cosas. Los llamo niños del bosque".

              Fotografía de Juan Arredondo, National Geographic

              "Es mutuamente beneficioso", dice, y complica aún más los esfuerzos para detener a los cazadores furtivos de perezosos. Con sólo siete agentes para patrullar los 23 980 kilómetros cuadrados de Córdoba, la unidad de policía medioambiental ya parte con desventaja. 

              Eso significa que los cazadores de perezosos más jóvenes, como Yilber Benites y Yarlis Morales, los hombres a los que vi capturar un perezoso en las afueras de Altos de Polonia, pueden estar seguros de que pueden llevar a cabo su negocio prácticamente con impunidad.

              El 30 de marzo, poco más de un año después de que acompañara a Benites y Morales, la principal autoridad ambiental de la zona (la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y San Jorge, o CAR-CVS) anunció que había establecido un puesto de control para interceptar el tráfico de fauna silvestre en la carretera que pasa por Altos de Polonia. Las publicaciones de la agencia en Facebook, Twitter e Instagram mostraban una foto de policías de guardia en el lugar exacto en el que conocí a Benites. 

              He intentado ponerme en contacto con Benites y Morales desde nuestro encuentro, sin suerte. Quiero saber si el puesto de control o la pandemia han afectado a sus actividades de comercio de perezosos. Según Mendoza, el tráfico de animales salvajes por carretera se redujo en los primeros meses de la pandemia, ya que los viajes nacionales prácticamente se detuvieron. Pero el tráfico en internet de fauna silvestre (especialmente de aves y tortugas) aumentó mientras el país estaba bajo control. Sin embargo, a principios de 2021, el tráfico por carretera volvió a aumentar, según Mendoza. 

              Al día siguiente de que CAR-CVS anunciara el retén, volvieron a publicar: "Continúan las actividades de registro, control y educación ambiental en el distrito de Altos de Polonia". 

              Varios cordobeses comentaron las publicaciones. Un hombre calificó la medida de propaganda para hacerse una foto y dijo que había pasado por el lugar y no había visto a ningún policía, y una mujer dijo después que había visto a gente que seguía vendiendo animales salvajes en ese tramo de la carretera.

              CAR-CVS no respondió a la petición de National Geographic de hacer comentarios.

              El 11 de diciembre, CAR-CVS volvió a Altos de Polonia. Los residentes, según los agentes, lanzaron contra su furgoneta piedras y otros objetos pesados, rompiendo las ventanas. Un portavoz de la CVS dijo a los medios de comunicación locales que la acción era una represalia por el intento de la agencia de controlar el tráfico de fauna silvestre en el pueblo.

              Cuando Natalia, Juan y yo vimos por primera vez a Benites y a los demás desde lejos a finales de 2019, eran solo cuatro jóvenes en el arcén de la carretera, sujetando palos. Los pájaros cantores caídos, con los tobillos atados a los palos, se posaban encima. De vez en cuando, un pájaro se caía y colgaba de la cuerda, hasta que uno de los hombres lo volvía a colocar. 

              El sol abrasador nos calienta a todos. 

              Nos saludamos, ya que el encuentro había sido concertado por un amigo local de un contacto de Natalia. Estaban a punto de ir a buscar un perezoso que habían visto antes, y Benites nos invitó. 

              "Se remonta a 50 años atrás", dijo Benites sobre el comercio de perezosos mientras pasábamos por el pueblo hacia el bosque. "Empecé a capturar animales cuando tenía nueve años. Mi padre me enseñó, y mi abuelo le enseñó a él". 

              Benites explicó que vigilan dónde están los perezosos adultos y las hembras preñadas, pero que ahora tienen que buscar más lejos porque los agricultores despejan más bosque para los cultivos. Dijo que a veces también tienen perezosos bebés en casa, alimentándolos con leche de vaca y esperando a que tengan unos meses antes de venderlos. 

              Él, Morales y dos amigos trabajan juntos, dice Benites. Sólo en diciembre y enero venden entre 20 y 30 perezosos, con lo que ganan entre 100 y 200 dólares por animal y se reparten la ganancia entre cuatro. 

              "Vendemos animales por necesidad", dice Benites. Para los niños de Altos de Polonia, "terminas la escuela secundaria y eso es todo. El Gobierno nos ignora". Las opciones se limitan a trabajar en las granjas vecinas, por lo que apenas supone un salario digno, o a cazar furtivamente y vender animales, dijo. 

              Morales dijo que en el pasado, CAR-CVS ha intentado ayudar a la gente de la comunidad organizando talleres para enseñarles a hacer y vender artesanías como cuencos tejidos, con la condición de que dejaran de traficar con animales mientras participaban en el programa. Los jóvenes lo intentaron, dijo, pero tuvieron que comprar sus propios suministros y pagar por un espacio en un mercado de Bogotá, y para cuando los miembros de la comunidad dividieron las ganancias, simplemente no valía la pena.

              Mientras caminábamos, de repente vieron un perezoso en lo alto de un árbol, un macho adulto. Era invisible para mí. "Puede que no tengamos títulos, pero tenemos muchos conocimientos sobre los animales", dice Benites. "A veces tenemos más conocimientos que la gente del [CAR-CVS]. ¿Por qué no nos llevan a trabajar con ellos?". 

              Entonces, a unos 100 metros del árbol con el macho, vieron a la hembra en el árbol de Cecropia con la cría que juzgaron demasiado joven para llevársela.

              El búho

              La última vez que vi a Benites, estábamos en la zona de restaurantes de un centro comercial en Montería, a una hora de autobús de su casa. Había dicho que quería hablar más, así que se desvió de camino a Medellín, donde se dirigía a vender un búho cazado furtivamente. Un intermediario de allí tenía un cliente que quería el ave como mascota. 

              Escondió el búho en algún lugar antes de sentarse a hablar. Después de graduarse en el instituto, dijo Benites, fue a un instituto técnico local para formarse como técnico médico. Es un trabajo estable con un salario decente. Pero la escuela costaba unos 70 euros al mes. "Vendiendo animales es como me lo pagué", dijo. 

              El dinero ha sido especialmente escaso desde que Benites tenía 10 años. Fue entonces cuando su padre, que conducía un taxi y también vendía animales, se fue a trabajar un día y nunca volvió a casa. No se encontró su cuerpo, y Benites cree que un grupo armado lo mató. "En aquella época desaparecían a mucha gente", dice. Cada vez más, Benites tuvo que cuidar de su madre, sus seis hermanos y sus tres hermanas. 

              Intentó seguir estudiando. Pero no pudo seguir pagando las cuotas y abandonó los estudios. Fue entonces cuando se dedicó a la caza furtiva a tiempo completo. 

              Me hizo recordar algo que había dicho Mendoza, el policía medioambiental: mucha gente en las zonas rurales de Córdoba es pobre, pero no todos trafican con la fauna. El medio de vida de Benites era producto de la desesperación, agravada por la tragedia personal, y de sus propias decisiones.

              Quería que Benites comprendiera que la publicación de esta historia podía ponerle en peligro. Dijo que lo sabía y se puso a llorar. Yo también lo hice. "Realmente quiero dejarlo", dijo entre lágrimas, "pero no tengo otra opción. Espero por Dios que las cosas mejoren". 

              Me subí a mi taxi y Benites se fue a recoger su lechuza y a tomar el autobús a Medellín. 

              Al final, en esto consiste el cartel de los perezosos. No se trata de una empresa criminal sofisticada e interconectada, sino de la oferta y la demanda en su forma más elemental: turistas que quieren crías de perezosos y jóvenes desesperados que los cazan para venderlos y ganarse la vida. 

              Las interacciones individuales al borde de la carretera se convierten en un mercado. Se cree que el escurridizo Isaac Bedoya ha traficado con 10 000 perezosos durante 30 años, unos 28 al mes. Es más o menos el mismo número mensual que Benites y Morales, que representan a una nueva generación de luchadores, dicen que venden durante la temporada alta. Apenas es suficiente para sobrevivir, dijo Benites. "Si sigo así vendiendo animales, no lo conseguiré. El dinero que ganamos es apenas suficiente para comer". 

              Cuando pregunté a Benites y a sus amigos de Altos de Polonia si sabían dónde podía encontrar a Bedoya, respondieron con sonrisas vacías. Luego admitieron que no sabían realmente quién era.

              El reportaje de este artículo fue publicado originalmente en nationalgeographic.com y financiado en parte por el Fondo de Periodismo Ambiental de la Sociedad de Periodistas Ambientales.

              Wildlife Watch es un proyecto de investigación periodística entre National Geographic Society y National Geographic Partners que se centra en los delitos y la explotación de la fauna salvaje. Lee más historias de Wildlife Watch aquí, y conoce más sobre la misión sin ánimo de lucro de National Geographic Society en natgeo.com/impact. Envíe sus sugerencias, comentarios e ideas de historias a NGP.WildlifeWatch@natgeo.com.

              Natasha Daly es redactora de National Geographic, donde cubre la intersección entre animales y cultura. Síguela en Twitter e Instagram.

              Juan Arredondo es un fotógrafo colombiano-estadounidense cuyo trabajo se centra en la desigualdad social y los derechos humanos. Síguelo en Instagram y Twitter.

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