Descubierta vida microbiana en las partes más secas del desierto de Atacama

Los microbios extremos detectados en el árido desierto de Atacama proporcionan pistas sobre cómo podrían sobrevivir hipotéticos organismos en el subsuelo marciano.

Por Michael Greshko
Publicado 22 mar 2018, 14:20 CET
Las flores nacen durante un raro periodo húmedo en el desierto chileno de Atacama en agosto de 2017.
Fotografía de Martin Bernetti, AFP, GETTY IMAGES

El desierto chileno de Atacama es lo más cerca que podríamos estar en Marte sin tener que viajar hasta allí: salado, azotado por fuertes vientos y tan seco que sería fácil pensar que carece de vida.

Pero un nuevo estudio confirma que dentro de estos suelos aparentemente yermos, la vida espera pacientemente una oportunidad de resurgir. A pocos centímetros bajo la superficie del Atacama, cepas de bacterias, hongos y otros microbios se han adaptado para resistir la fuerte aridez, la dañina radiación ultravioleta y la salinidad extrema.

Estos organismos permanecen inactivos la mayor parte del tiempo, pero cuando el agua líquida hace su —poco frecuente— aparición, los microbios se despiertan de su letargo y vuelven a la vida. (Descubre lo extraño que es nuestro hogar en Nuestro planeta (One Strange Rock), que se estrenará el domingo 25 a las 22.00 en National Geographic).

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El descubrimiento, publicado en febrero en Proceedings of the National Academy of Sciences, demuestra las increíbles habilidades de la vida en la Tierra para prosperar en lugares sorprendentes. Es más, el hallazgo proporciona pistas de como hipotéticas formas de vida podrían resistir la dureza de Marte después de que la superficie del planeta se secara hace miles de millones de años. Quizá los microbios marcianos hayan pervivido hasta el día de hoy, aguardando en las profundidades del subsuelo un goteo de agua excepcionalmente raro.

Despertados por la lluvia

En comparación con Marte, que no ha visto lluvia en eones, el Atacama parece un paraíso. Pero según estándares de la Tierra, el desierto chileno tiene una sequedad infernal. Algunas zonas reciben menos de 6 milímetros de lluvia al año, o menos de un uno por ciento de la media de precipitaciones anuales del siglo XX en los Estados Unidos continentales. Ha permanecido así de seco tanto tiempo que las sales que trae el viento se han acumulado sin desaparecer.

Para resistir en episodios de aridez, sería factible que los organismos se autodeshidrataran y permanecieran inactivos, pero es difícil que este tipo de hibernación funcionara. Aunque los organismos podrían estar protegidos de ciertos daños, al permanecer inactivos, sus mecanismos de reparación natural no funcionan.

«Es el tipo de situación en la que estás condenado si lo haces y estás condenado si no lo haces», explica Penelope Boston, directora del Instituto de Astrobiología de la NASA becada por National Geographic.

Estudios anteriores habían descubierto indicios de vida microbiana en el suelo hiperárido del Atacama, pero era posible que estos microbios fueran intrusos traídos por el viento que pronto morían en el durísimo entorno. Para saber si existía alguna forma de vida allí, los investigadores necesitaban estudiar el suelo a lo largo del tiempo para comprobar cómo respondían a los cambios en el entorno.

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    En marzo de 2015, un equipo dirigido por Dirk Schulze-Makuch, astrobiólogo en la Universidad Técnica de Berlín, se aventuró en el Atacama semanas después de que cayera el equivalente a un año de lluvia en la región y provocara inundaciones y hermosas floraciones en algunas partes.

    El equipo cavó hoyos de hasta un metro de profundidad en zonas a las que, según determinaron químicamente, no habían accedido humanos. Volvieron en 2016 y en 2017 para recoger más muestras y comprobar los cambios de cualquier microbio que estuviera presente a medida que el paisaje desolado volvía a secarse.

    De vuelta en el laboratorio, el equipo de biólogos examinó la tierra y descubrió ADN, que reveló que las zonas más húmedas más cercanas a la costa de Chile tenían poblaciones de microbios más grandes y diversas que los puntos más secos tierra adentro. También observaron indicios de una molécula llamada ATP —la moneda universal de las células para almacenar y transportar energía—, así como los bloques de construcción de las membranas celulares.

    A medida que el terreno se secaba tras las lluvias de 2015, los investigadores observaron una disminución de los niveles de ATP, lo que uno esperaría si los microbios que se despertaron con la lluvia hubieran vuelto a un estado de hibernación.

    Los hallazgos son un testimonio de «la increíble adaptabilidad de la vida para autosustentarse en lugares donde a veces solo llueve una vez por década», afirma Schulze-Makuch. «Con solo un poco de humedad, la vida puede persistir y convertir esa zona —con muy poca agua, grandes tasas de alta radiación ultravioleta y tensiones químicas— en un hábitat, al menos uno pasajero».

    Perforando en busca de pruebas

    Los investigadores dicen que los resultados podrían contribuir a futuras búsquedas de vida en Marte, pero no nos confundamos: Marte es mucho más inhóspito que el Atacama.

    La fina atmósfera del planeta rojo y la falta de un campo magnético planetario significan que la radiación llega fácilmente a la superficie. Estos rayos pueden dañar a las células directamente y generar potentes oxidantes, como los productos químicos que componen la lejía.

    «Estas cosas se alimentan de compuestos orgánicos, así que es muy improbable que exista vida en la superficie de Marte», afirma el coautor del estudio Samuel Kounaves, químico de la Universidad de Tufts y ex director científico del lander de Marte Phoenix de la NASA.

    En misiones futuras a Marte habrá que perforar a varios metros bajo tierra para intentar encontrar vida. Al menos una misión en cola se ciñe a este propósito: el rover ExoMars de la Agencia Espacial Europea, que está previsto que aterrice en 2020, tiene una capacidad de perforación de unos dos metros bajo tierra.

    Mientras tanto, las investigaciones en el Atacama y en otros puntos del planeta seguirán su curso, proporcionando a los científicos pruebas valiosas, aunque imperfectas, de la naturaleza de nuestro vecino de color rojizo.

    «Son fundamentales», dice Boston sobre estos lugares terrestres. «Pero ninguno de ellos es Marte».

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