La plaga de langostas que afecta al África oriental podría deberse al cambio climático

La actividad humana ha alterado un patrón de circulación oceánica y provocado una rara convergencia de fenómenos que ha causado las plagas.

Por Madeleine Stone
Publicado 17 feb 2020, 13:52 CET
Enjambre de langostas
Cientos de millones de langostas del desierto han irrumpido en Kenia desde Somalia y Etiopía, donde no se habían observado enjambres tan numerosos en 25 años. Los insectos están diezmando los campos de cultivo y amenazan una región ya vulnerable.
Fotografía de Ben Curtis, Ap

El África oriental está sufriendo una crisis que parece sacada del Éxodo: una plaga de langostas está propagándose por la región y ha puesto en peligro el suministro de alimentos de decenas de millones de personas. Los vastos enjambres de esta plaga temida están causando estragos en las tierras de cultivo y los pastos, ya que devoran todo lo que se encuentran a su paso en cuestión de horas. La escala de esta plaga de langostas, que ya afecta a siete países del África oriental, carece de precedentes en la historia reciente.

Los insectos responsables de este caos son las langostas del desierto que, pese a su nombre, proliferan tras periodos de precipitaciones intensas que provocan floraciones de vegetación en sus hábitats áridos de África y Oriente Medio. Los expertos sostienen que el culpable principal ha sido un episodio prolongado de tiempo excepcionalmente húmedo, con varios ciclones que han afectado al África oriental y a la península arábiga en los últimos 18 meses. A su vez, las últimas tempestades están vinculadas al dipolo del océano Índico, una oscilación irregular de las temperaturas que hace poco fue muy marcada y que también se ha vinculado a los incendios que han devastado Australia oriental.

Por desgracia, algunos expertos sostienen que podría ser un heraldo de lo que está por venir conforme el aumento de las temperaturas en la superficie del mar carga las tormentas y el cambio climático inclina la balanza a favor de patrones de circulación como el que sentó las bases de los desastres transoceánicos de este año.

«Si observamos este aumento continuo en la frecuencia de los ciclones, creo que podemos asumir que habrá más brotes de langostas en el Cuerno de África», afirma Keith Cressman, encargado de pronosticación de langostas de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

El seguimiento de la plaga

Según Cressman, la crisis de las langostas del desierto se remonta a mayo de 2018, cuando el ciclón Mekunu pasó sobre un desierto vasto y despoblado en el sur de la península arábiga (conocido como desierto de Rub al-Jali) y llenó de lagos efímeros el espacio entre las dunas de arena. Como las langostas del desierto se reproducen libremente por la zona, es probable que esto diera pie a la ola inicial. Entonces, en octubre, nació el ciclón Luban en la parte central del mar Arábigo, que marchó hacia el oeste y descargó lluvia sobre la misma región, cerca de la frontera entre Yemen y Omán.

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    Las langostas del desierto pueden vivir aproximadamente tres meses. Cuando una generación ha madurado, los adultos ponen huevos que, en las condiciones adecuadas, pueden eclosionar y formar una nueva generación hasta 20 veces más grande que la anterior. Cressman explica que las langostas del desierto pueden aumentar sus poblaciones de forma exponencial en las generaciones sucesivas. En última instancia, estos dos ciclones de 2018 permitieron que se reprodujeran con éxito tres generaciones de langostas en solo nueve meses, multiplicando por 8000 el número de insectos que zumbaban sobre el desierto arábigo.

    Entonces, las langostas empezaron a migrar. Cressman cuenta que para el verano de 2019 los enjambres ya avanzaban sobre el mar Rojo y el golfo de Adén y se adentraban en Etiopía y Somalia, donde disfrutaron de otra etapa de reproducción en los meses siguientes. Las langostas podrían haberse quedado ahí y no haber seguido de no ser porque el pasado octubre el África oriental registró lluvias otoñales intensas y generalizadas, algo poco común. La guinda del pastel fue un raro ciclón a finales de la estación, en diciembre, que tocó tierra en Somalia. Estos fenómenos provocaron otro episodio reproductivo.

    Mientras las langostas se multiplicaban, invadían zonas nuevas. Para finales de diciembre, empezaron a llegar los primeros enjambres a Kenia y se desplazaron a gran velocidad por las zonas septentrional y central del país. Para enero, Kenia ya sufría la peor infestación en 70 años. Yibuti y Eritrea también empezaron a sufrir plagas de langostas y el 9 de febrero los enjambres empezaron a llegar al nordeste de Uganda y al norte de Tanzania.

    Preparados para lo peor

    Lo peor de esta plaga podría estar por llegar. Cressman explica que las lluvias otoñales «hicieron que la situación desembocara en algo no muy habitual, pero muy peligroso» al permitir que se reprodujeran al menos otras dos generaciones de langostas.

    Teme que, para junio, las langostas del desierto se hayan multiplicado por 400 y provoquen la devastación generalizada de los cultivos y los pastos en una región que ya es extremadamente vulnerable a la hambruna. Según la FAO, más de 13 millones de personas en Yibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia y Somalia sufren «inseguridad alimentaria grave» y hay otras 20 millones personas en riesgo de sufrirla.

    «Todo depende del momento», afirma Cressman, que explica que la mayoría de los cultivos se plantan al principio de la primera estación lluviosa en el África oriental, en marzo o abril. «Cuando empieza la estación lluviosa y los agricultores estén listos para cultivar, eso coincidirá con la nueva generación de enjambres».

    La convergencia de las condiciones climáticas y meteorológicas insólitas han avivado la plaga.

    Los ciclones de 2018 que favorecieron la reproducción de las langostas en la península arábiga fueron poco comunes. Como indica la NASA, el mar Arábigo puede pasar años sin formar un solo ciclón. Aunque 2018 fue un año particularmente tormentoso, 2019 fue extremo, ya que el océano Índico septentrional batió muchos récords, como la cantidad máxima de días con huracanes y el máximo de «energía ciclónica acumulada», un indicador del poder destructivo de la estación. La insólita tormenta de diciembre fue un síntoma más.

    Estas tempestades, sobre todo las de 2019, estaban vinculadas al dipolo del océano Índico, que oscila entre positivo, negativo y neutral conforme las temperaturas marinas suben y bajan en el Índico. Cuando el dipolo del océano Índico es negativo, los vientos del oeste empujan el agua cálida hacia Australia y llevan más lluvia al sur del continente. Cuando es positivo, los vientos del oeste se debilitan y permiten que el agua caliente (y las precipitaciones) se desplacen hacia el África oriental.

    El ciclón Mekunu sobre la costa oriental de África el 25 de mayo de 2018. Quizá fuera uno de los ciclones que contribuyeron a los enjambres de langostas del África oriental.
    Fotografía de NASA Worldview

    Según Wenju Cai, climatólogo de la agencia científica nacional de Australia, CSIRO, el dipolo del océano Índico fue positivo durante el otoño de 2018. A continuación, fue ligeramente negativo durante unos meses antes de elevarse hasta su punto más positivo desde 1870 el otoño pasado. Las condiciones resultantes que han experimentado Australia y el África oriental son precisamente lo que esperábamos.

    «La estación ciclónica hiperactiva que trajo consigo lluvias intensas a la península arábiga fue la consecuencia de una fuerte fase positiva del dipolo del océano Índico, el mismo patrón que intensificó una sequía de récord en Australia», afirma Bob Henson, meteorólogo de Weather Underground.

    Investigaciones recientes sugieren que este patrón podría ser cada vez más común en un mundo más cálido. Un estudio de 2014 dirigido por Cai determinó que en la peor situación hipotética de emisiones de carbono, podría triplicarse la frecuencia de los fenómenos positivos en el dipolo del océano Índico para finales de siglo. En un estudio posterior en 2018, los investigadores determinaron que si el planeta se calienta solo 1,5 grados (un objetivo que podríamos sobrepasar en la próxima década), podrían duplicarse las fases positivas extremas del dipolo del océano Índico. Según Cai, ya hay pruebas de que el dipolo del océano Índico exhibe tendencias generales más positivas.

    Si eso provocará más plagas de langostas es una pregunta sin responder, pero se trata de una posibilidad preocupante. Aparte de los patrones de circulación oceánica, el cambio climático está calentando los mares del mundo y se prevé que esto provocará precipitaciones más intensas. Una investigación reciente sugiere que el calentamiento global en el mar Arábigo ya aumenta la intensidad de los ciclones otoñales. Asimismo, otras investigaciones han vinculado el cambio climático al empeoramiento de las sequías y la falta de lluvias en todo el África oriental, algo apunta a un futuro incierto, pero más peligroso sin lugar a dudas.

    Aunque los científicos siguen explorando cuál será el futuro del clima en el África oriental, las organizaciones humanitarias están luchando para prevenir que empeore la crisis de langostas. El mes pasado, la FAO exhortó a la comunidad internacional a destinar hasta 76 millones de dólares a las operaciones de control de plagas y a proteger a los agricultores y los pastores de cinco países afectados por las langostas. Cressman espera que llegue el dinero, pero le preocupa el momento en el que lo hará. Mientras los insectos siguen multiplicándose, la necesidad de ayuda podría aumentar considerablemente, sobre todo si no se aplican cuanto antes medidas de control más agresivas.

    «Básicamente, necesitamos que se tomen medidas para ayer», afirma Cressman.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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