¿Cómo se garantizará la eficacia de una vacuna anti-COVID-19 en las personas más vulnerables?

Cuesta enseñar trucos nuevos a un sistema inmunitario envejecido, lo que podría complicar la búsqueda de una vacuna eficaz contra la COVID-19.

Por Roxanne Khamsi
Publicado 20 jul 2020, 13:39 CEST

Un empleado toma la temperatura a Jenny Nelle, residente de un centro de mayores AWO en Kassel, Alemania.

Fotografía de Swen Pförtner, PICTURE ALLIANCE VIA GETTY IMAGES

Hay un órgano que es crucial para combatir la COVID-19 y para comprender por qué la enfermedad afecta tanto a las personas mayores. Si quieres saber dónde está, pon el dedo en medio del pecho, muévelo hacia arriba por el esternón y para justo antes de llegar al cuello. Justo ahí, tras el hueso y entre los pulmones, se encuentra la glándula que despertó la curiosidad de Edith Boyd en la década de 1930: el timo.

Boyd se dispuso a comprender cómo afecta el envejecimiento a su tamaño. Procedió a examinar los datos de 10 000 autopsias recopilados en la Universidad de Minnesota, donde era profesora adjunta, y analizó la información recogida por científicos de cuatro países europeos. Así, confirmó un patrón intrigante: el tamaño del timo parecía aumentar durante la pubertad, pero después disminuía de forma constante.

Pasarían otros 30 años hasta desentrañar el propósito del timo; entonces, era el último órgano importante cuya función aún no se había desvelado. Al parecer, era la fuente de los linfocitos T, un conjunto importante de combatientes de patógenos, algunos de los cuales también ayudan al sistema inmunitario a generar más defensas, como los anticuerpos.

Este descubrimiento, combinado con los hallazgos de anatomistas como Boyd, revelaría por qué las enfermedades infecciosas emergentes como la COVID-19 pueden propinar un golpe doble en adultos mayores. En primer lugar, el envejecimiento agota el arsenal de linfocitos T adaptativos a medida que el timo se llena de tejido graso. Por consiguiente, el sistema inmunitario está peor preparado para combatir virus nuevos. Un análisis del 17 de julio de más de 50 000 muertes con coronavirus en Estados Unidos determinó que un 80 por ciento eran personas de más de 65 años.

“Debido a la COVID-19, los investigadores tienen que prestar más atención que nunca a la eficacia de las vacunas en personas mayores.”

En segundo lugar, el timo envejecido también podría complicar el desarrollo de una vacuna para la pandemia. Las vacunas proporcionan instrucciones a nuestro sistema inmunitario y los linfocitos T ayudan a transmitirlas. A los 40 o 50 años, el timo ha agotado la mayor parte de su reserva del tipo de linfocitos T que pueden aprender a identificar patógenos desconocidos y «adiestrar» a otras células inmunitarias para combatirlos. Muchas vacunas dependen de estos linfocitos T.

Debido a la COVID-19, los investigadores tienen que prestar más atención que nunca a la eficacia de las vacunas en personas mayores. Por ejemplo, Moderna Therapeutics, que publicó los primeros resultados del ensayo en fase 1 de su nueva vacuna de ARNm, está llevando a cabo su ensayo en fase 2 específicamente en adultos de 55 años o más.

«Hasta hace relativamente poco, la comunidad de las vacunas se ha centrado en gran medida en salvar las vidas de los niños pequeños. Las personas que más necesitan la vacuna son las personas en las que la vacuna podría no funcionar», explica Martin Friede, coordinador de la Iniciativa para la Investigación de Vacunas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Friede añade que los ensayos en personas mayores también son fundamentales porque no todo el mundo envejece igual. No todo se reduce al timo: algunas personas pueden seguir practicando deporte, mientras que otras son demasiado frágiles para caminar, y estas diferencias en la vitalidad individual podrían traducirse en reacciones diferentes a una vacuna.

Los fabricantes de medicamentos pueden modificar sus vacunas para aumentar las probabilidades de proteger a las personas mayores. Pero dichas modificaciones —y que los escépticos de las vacunas las acepten— pueden ser complejas.

Estimular la inmunidad envejecida

Los fabricantes de vacuna tienen algo de experiencia con la «inmunosenescencia» —la disfunción del sistema inmunitario envejecido— en lo que respecta a la gripe. Las personas mayores son más susceptibles y las vacunas contra la gripe suelen protegerlas menos.

Para resolverlo, el gigante de las vacunas Sanofi Pasteur, por ejemplo, creó una vacuna antigripal llamada Fluzone para personas de más de 65 años que contiene cuatro veces la cantidad de antígeno, un componente molecular de un patógeno que puede hacer que el cuerpo genere anticuerpos defensivos. Un estudio de 2014 desveló que la versión con esta dosis era un 24 por ciento más eficaz que la dosis normal.

Otra forma de potenciar la eficacia de las inmunizaciones antigripales en personas mayores es utilizar adyuvantes, ingredientes añadidos que potencian el estímulo del sistema inmunitario por parte de la vacuna. La vacuna Fluad, por ejemplo, contiene el adyuvante MF59, derivado parcialmente del escualeno, un aceite natural producido por la piel y las plantas.

Los adyuvantes se han empleado en vacunas durante casi un siglo y no solo contra la gripe ni para las personas mayores. Sin embargo, los antivacunas han acusado incluso a los adyuvantes probados de ser peligrosos.

Por ejemplo, un adyuvante a base de escualeno llamado AS03 de la farmacéutica GSK se empleó en una vacuna contra la pandemia de gripe porcina de 2009. La vacuna se retiró del mercado cuando se dieron casos de narcolepsia en Escandinavia y nunca estuvo en el mercado en Estados Unidos. Un estudio de 2014 en 1,5 millones de personas llevado a cabo por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades estadounidenses no halló vínculos entre la vacuna y la narcolepsia, pero los grupos antivacunas han seguido culpando al adyuvante y propagado la idea de que provocaba reacciones inmunitarias excesivas.

A los médicos les preocupa que la desinformación sobre los adyuvantes haga que las personas duden a la hora de si ponerse o no la vacuna anti-COVID-19.

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    «Los antivacunas buscan cualquier motivo para rechazar una vacuna», cuenta Wilbur Chen, que dirige estudios clínicos en adultos en el Centro de Desarrollo de Vacunas y Salud Global de la Universidad de Maryland. «Ahora, su argumento es: “Oh, esos adyuvantes son peligrosos”», añade.

    Con todo, Chen advierte que los fabricantes de vacunas no deben consentirlo: «El problema cuando abordamos sus preocupaciones es que, sin querer, eso les otorga legitimidad y después dicen: “¿Veis como sí que era una preocupación real? Por eso lo han cambiado”».

    GSK ha declarado que producirá grandes cantidades de adyuvante AS03 para su posible uso por parte de socios que están desarrollando varias vacunas anti-COVID-19. La empresa indica que la narcolepsia que sufrieron algunas personas tras recibir la vacuna contra la gripe porcina fue desencadenada por una reacción al propio virus de la gripe H1N1 que circulaba en la población.

    Lo viejo no es nuevo

    La edad no siempre determina el desenlace clínico de la COVID-19. Hay noticias que hablan de personas centenarias que han superado la enfermedad y de adolescentes que no. Un nuevo estudio en la revista Science documenta una serie de respuestas inmunitarias a la COVID-19, independientemente de la edad, como una que básicamente era una falta de respuesta.

    Esa falta de respuesta en algunas personas mayores del estudio «podría estar vinculada a la inmunosenescencia», especula Michael Betts, inmunólogo de la Facultad Perelman de Medicina de la Universidad de Pensilvania y autor del estudio. «Algunas personas reaccionarán mejor que otras y ahora no sabemos necesariamente cuáles son las causas».

    La inmunosenescencia no es solo el agotamiento de determinados linfocitos T. También debilita la respuesta inmunitaria «innata», la primera línea de defensa que establece el cuerpo contra los microbios invasores, incluso antes de generar anticuerpos que puedan reconocer un antígeno específico.

    Y lo que es peor, la inmunosenescencia no es el único reto al que se enfrentan los investigadores que tratan de diseñar vacunas anti-COVID-19 para personas mayores. Hay cada vez más pruebas de que muchos ancianos tienen otro problema: su sistema inmunitario está ocupado combatiendo virus que pueden causar infecciones de por vida cuando entran en el cuerpo, como el citomegalovirus (CMV), que suele ser benigno.

    «A veces, en ancianos, el 20 por ciento del sistema inmunitario está dedicado al CMV. Inhibir todos estos virus tiene un precio», explica David Kaslow, vicepresidente de medicinas esenciales de PATH, una organización sin ánimo de lucro de Seattle.

    Los científicos lo denominan «inflammaging» (palabra compuesta por inflammation y aging): el sistema inmunitario está estancado en un estado inflamatorio. Esto podría dificultar que el cuerpo detecte un nuevo patógeno como la COVID-19 o que lo estimule una vacuna anticoronavirus.

    «Es como estar en una habitación con mucho ruido en la que alguien pide ayuda», explica Friede. «No se le oye».

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    Los investigadores que intentan estudiar los problemas del envejecimiento inmunitario en laboratorios se enfrentan a un problema peculiar: la falta de ratones viejos. Mantener a ratones mayores es caro, así que los proveedores no suelen tener muchas existencias.

    «Intenté hacer un pedido de ratones viejos la semana pasada con nuestro proveedor habitual», cuenta Byram Bridle, inmunólogo viral de la Facultad de Veterinaria de Ontario en la Universidad de Guelph, Canadá. «No tienen ratones viejos y hace poco han empezado un programa para permitir que algunos ratones envejezcan. No tendrán ratones de 18 meses hasta enero de 2021».

    Por último, los investigadores de vacunas se enfrentan al problema fundamental de la COVID-19: nunca nos habíamos topado con el nuevo coronavirus. Otras vacunas que se han adaptado a las personas mayores, como las antigripales y la vacuna contra el herpes, son vacunas de refuerzo, según Friede, porque todo el mundo se ha expuesto a la gripe y la mayoría de las personas mayores han tenido la varicela, el virus que también causa herpes.

    Además, debido a la exposición a coronavirus causantes de resfriados durante toda la vida, los ancianos podrían contar con un repertorio de anticuerpos que se fijen al SARS-CoV-2, el virus que provoca la COVID-19. Esto podría obstaculizar que el cuerpo diseñe mejores anticuerpos contra él. «Podría ser perjudicial para la infección», afirma Betts.

    O quizá lar infecciones pasadas con microbios como estos podrían ser positivas. Hay nuevas pruebas de que la exposición al brote de SARS de 2003 o a coronavirus de animales ha otorgado a algunas personas una reacción con linfocitos T contra el SARS-CoV-2. Se necesitan estudios más amplios para determinar el alcance de esta protección y qué podría significar para una vacuna, ya que el virus podría ser completamente nuevo para muchos sistemas inmunitarios.

    «En el caso de la COVID-19, es probable que tengamos que preparar a la población contra algo que nunca ha visto», afirma Friede.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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