Por qué el estrés por la pandemia genera desorden y cómo romper ese ciclo

Los espacios de trabajo desordenados incrementan los niveles de estrés y ansiedad, que a su vez hacen que las personas sean más desorganizadas.

Por Rebecca Renner
Publicado 5 ago 2020, 11:33 CEST

La oficina de Albert Einstein en Princeton, fotografiada horas después de la muerte de Einstein y capturada tal y como la dejó el ganador del Nobel, en Princeton, Nueva Jersey, el 18 de abril de 1955.

Fotografía de Ralph Morse, The LIFE Picture Collection via Getty Images

El desorden comenzó con el material de oficina habitual: papeles y bolígrafos sueltos. Conforme se prolongaba el encierro en casa, Sarah Frances Hicks vio que se iban acumulando otro tipo de objetos en su mesa. El abuelo de Hicks había fallecido antes del comienzo de la pandemia y estaba clasificando sus pertenencias para pasar el tiempo durante el confinamiento. Hicks, que no es muy de comenzar proyectos nuevos antes de terminar los empezados, permitió que esa misión llenara su mesa con un pequeño ukelele-banyo, bastones de majorette, el estuche de un violín, cantorales viejos y el portátil de su abuelo. Su productividad se vio afectada.

«Soy incapaz de trabajar con desorden», cuenta Hicks, una escritora autónoma de Orlando, Florida, que en circunstancias normales prefiere trabajar en cafeterías. «Necesito que todo esté en orden para concentrarme en mi trabajo. Cuando veo desorden, no puedo pensar en otra cosa hasta que hago algo al respecto».

Hicks no es la única que tiene esta sensación, que se ha intensificado a medida que más gente se ve obligada a trabajar desde casa debido a la COVID-19. Desde principios del siglo XX y quizá mucho antes, la sabiduría popular ha vinculado el éxito a la meticulosidad. «La limpieza está junto a la santidad», dijo el teólogo John Wesley en un sermón de 1778.

Más recientemente, los neurocientíficos y los psicólogos han estudiado cómo influye el desorden en nuestra cognición, emociones, salud mental, comportamiento y capacidad de decisión, entre otras cosas. Los investigadores han establecido vínculos entre los entornos de trabajo de mala calidad, como las oficinas ruidosas con luz excesiva, y la reducción de la productividad y satisfacción laborales. Las mesas de trabajo desorganizadas, específicamente, parecen incrementar los niveles de estrés y ansiedad.

“Las imágenes ordenadas dan a algunos observadores una sensación de calma, pero cuando reina el desorden, este puede provocar una reacción de alarma.”

Las técnicas de neuroimagen han demostrado que los cerebros de algunas personas reaccionan de forma subconsciente a las meras imágenes de orden y organización. Las imágenes ordenadas dan a algunos observadores una sensación de calma, pero cuando reina el desorden, este puede provocar una reacción de alarma. En muchos casos, los niveles de cortisol se disparan y esa persona sufre extenuación emocional o se agota más rápidamente. Este caldo emocional puede incluso afectar a nuestras relaciones.

Para otras personas, el desorden es una marca de creatividad.

Laurence J. Peter, conocido por haber formulado el «Principio de Peter», preguntó: «Si un escritorio abarrotado es síntoma de una mente abarrotada, ¿de qué es síntoma, entonces, un escritorio vacío?». Esta frase se suele atribuir erróneamente a Albert Einstein, cuyo escritorio estaba muy desordenado, al igual que los de otros innovadores como Thomas Edison y Steve Jobs. En un estudio de la Universidad de Minnesota, los estudiantes que trabajaban en mesas abarrotadas tenían ideas más creativas que los que trabajaban en zonas más limpias.

Está claro que el desorden causa más estrés a algunas personas que a otras. Y aunque la solución para la gente a quien le molesta —limpiar el desorden— puede parecer sencilla para algunos, muchos viven en entornos que no pueden cambiar, así que soportarlo se convierte en una necesidad.

La ciencia de la atención

Sabine Kastner, profesora de neurociencia y psicología en la Universidad de Princeton, comenzó a investigar la ciencia de la atención en 2008. Kastner sentía curiosidad por cómo reacciona el cerebro humano a la aleatoriedad y la variación en nuestros entornos, así que diseñó un estudio en el que enseñaba imágenes de escenas callejeras a los participantes mientras les tomaba una imagen resonancia magnética funcional (IRMf), que muestran el flujo de la sangre a las partes activas del cerebro.

En varios experimentos a lo largo de varios años, Kastner pidió a los participantes que se concentraran en un objeto de las imágenes, como una persona o un coche. En todos los casos, observó un aumento de la actividad en la corteza frontal —que desempeña un papel clave en el control cognitivo, la memoria de trabajo, la atención y las reacciones emocionales— en las IRMf. Los cerebros de los participantes gastaban más energía en intentar concentrarse que en procesar cualquier elemento de la imagen.

«A muchos no se nos da bien procesar el desorden. Puede resultar abrumador y hacer que nuestros cerebros tengan que trabajar más para completar tareas sencillas», afirma Kastner. Cuanto más contradictorio sea el estímulo que recibimos, más tiene que esforzarse nuestro cerebro para filtrar qué necesitamos.

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    Cuando nuestros cerebros no están sometidos a la presión de varios objetos que compiten, es mucho más fácil concentrarse. En 2011, Kastner descubrió que la gente que limpiaba sus casas o espacios de trabajo era capaz de concentrarse mejor y era más productiva. Otros equipos de investigación han confirmado que disminuir las distracciones visuales puede reducir la carga cognitiva y liberar la memoria de trabajo.

    El entorno no solo influye en la atención, sino también en las hormonas y el estado de ánimo. El desorden puede hacer que nuestros cuerpos liberen cortisol, la hormona del estrés vinculada a las reacciones de alarma. La exposición al desorden a largo plazo puede inducir estrés crónico y el desorden parece estresar más a las madres, según un estudio de 2009. Otro estudio de 2010 demostró que las mujeres se estresan más por el desorden que sus maridos. Independientemente del género, el desorden parece hacer que algunas personas procrastinen como respuesta al estrés.

    La mente y el desorden

    Aunque quizá los colegios no vuelvan a la normalidad en nuestro mundo pospandémico, antes de la COVID-19 algunos profesores aprovechaban el poder de la neurociencia para crear espacios ordenados y centrados en el aprendizaje.

    Jared Smith, un profesor de inglés de educación excepcional en un instituto de Tampa, Florida, sabe que las clases organizadas y cómodas son mejores entornos de aprendizaje que las caóticas y las desordenadas. Así que convirtió su clase en un espacio acogedor, decoró las paredes con arte y remplazó las mesas tradicionales por mesas móviles y sillas con ruedas. Enfatizó la limpieza, los espacios abiertos y la flexibilidad a la hora de sentarse. Cuenta que, tras realizar todos esos cambios, subieron las notas de todos sus alumnos. Con todo, cambiar su clase para proporcionar un beneficio psicológico a sus alumnos no era solo por las notas. Dice que, por la forma en que actuaban en su clase, sabía que los alumnos se sentían bienvenidos.

    Muchos de los alumnos de Smith ya tenían dificultades de aprendizaje por sus características excepcionales. «Ya iban a adaptarse más que cualquier otro estudiante», explica Smith. «Tenía que darles formas para hacerlo, para que controlaran su propio espacio y se sintieran cómodos, para que todo lo demás pasara a un segundo plano y pudieran concentrarse en aprender».

    Si limpiar es difícil, existen otras soluciones. Al igual que muchas personas que pasan la pandemia en casa, Hannah McLane, neuróloga y especialista en medicina ocupacional en Filadelfia, está haciendo malabarismos con el trabajo y el cuidado de los niños. Con todo, a diferencia de muchas personas que se estresan por el desorden durante la pandemia, McLane puede recurrir a su formación en neurociencia para obtener algo de perspectiva. Sabe que estar en casa tiene distracciones, así que aplica una estrategia de atención plena (o mindfulness en inglés) y recomienda lo mismo a sus clientes.

    «Cuando estás sentada en una habitación intentando trabajar, tu mente puede saltar a varias cosas diferentes y decirte que hagas otra cosa», explica McLane. «Ves un plato sucio y tienes que limpiarlo. Ves un vestido en el suelo y tienes que recogerlo. Esto puede conducirte hacia una serie de pensamientos y hacer que te estreses por lo que tienes que hacer o que lo hagas directamente, aunque tengas que concentrarte en otra cosa».

    “Cuando veas que tienes pensamientos sobre el desorden, pregúntate si ya lo has pensado antes. ¿Necesitas estar pensando en ello ahora mismo? ¿Puedes escribirlo en lugar de actuar?”

    por HANNAH MCLANE, NEURÓLOGA Y ESPECIALISTA EN MEDICINA OCUPACIONAL

    Si el desorden afecta a tu capacidad para trabajar desde casa, intenta ordenar o reducir otras distracciones, como el ruido. Si no puedes deshacerte del desorden, McLane recomienda desarrollar una práctica de atención plena, que puede ayudarte a dejar de preocuparte sobre los problemas de la casa y a concentrarte en el trabajo.

    «Cuando veas que tienes pensamientos sobre el desorden, pregúntate si ya lo has pensado antes. ¿Necesitas estar pensando en ello ahora mismo? ¿Puedes escribirlo en lugar de actuar?», dice McLane. «La atención plena ayuda a dejar de pensar demasiado, a comprender los procesos de pensamiento responsables de la procrastinación y a superar las distracciones».

    Las personas que mejor trabajan desde casa no son necesariamente las más ordenadas, sino aquellas que se han enseñado a sí mismas a evitar las distracciones o, al menos, a no reaccionar a ellas. En otras palabras, las percepciones de nuestro entorno nos afectan más que el entorno en sí mismo.

    Para algunas personas, el desorden puede resultar estimulante. «Depende de lo que pueda soportar tu cerebro», explica Kastner. «No hay una solución única para todos. Nuestras capacidades tienen un espectro muy amplio. Hay mucha diversidad en las capacidades de nuestro cerebro».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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