Por qué los humanos estamos programados para sentir asco

Gracias a la evolución, evitamos cualquier cosa que nos repugna para protegernos de las enfermedades. Pero la ciencia también demuestra que el asco puede ser un arma de doble filo.

Por Rebecca Renner
Publicado 31 mar 2021, 11:56 CEST
Imagen de un niño con un perro

Aunque el asco suele proteger a la gente de enfermar, ensuciarnos un poco puede tener sus ventajas. Varios estudios demuestran que los niños de menos de un año que interactúan físicamente con un perro tienen un 13 por ciento menos de probabilidades de desarrollar asma.

Fotografía de Louise Johns

A finales de la década de 1860, Charles Darwin propuso que sentir repugnancia puede tener un fin evolutivo. El asco, escribió, era innato e involuntario, y había evolucionado para impedir que nuestros ancestros consumieran alimentos en mal estado que pudieran matarlos. Darwin planteó la hipótesis de que los seres humanos antiguos más propensos a la repulsión sobrevivieron y transmitieron sus genes, mientras que los más atrevidos con la comida murieron.

Con todo, durante años los científicos no prestaron mucha atención al asco. Habría que esperar hasta principios de los años noventa para que el asco recibiera más atención en la investigación psicológica y conductual. Desde entonces, los científicos han identificado diferentes tipos de asco y han explorado cómo afectan a nuestro comportamiento.

La investigación demuestra que Darwin no se equivocaba: el asco es una faceta importante del sistema inmunitario conductual, un conjunto de acciones influidas por algunos de los instintos más primitivos que mantienen nuestros cuerpos en perfectas condiciones.

«A la hora de mantenernos sanos, el asco se asocia a menos infecciones, así que es una emoción útil en contextos de enfermedades», afirma Joshua Ackerman, profesor adjunto de psicología en la Universidad de Míchigan. En enero, por ejemplo, un equipo de investigadores informó de que a las personas que de forma innata son más propensas al asco les ha ido mejor durante la pandemia de COVID-19, probablemente porque se sienten inclinadas a realizar más acciones higiénicas, como lavarse las manos.

Sin embargo, el asco es mucho más complejo de lo que Darwin imaginó. Varios estudios también demuestran que las cosas que nos dan asco surgen de un mosaico de respuestas innatas y diversas experiencias vitales que dependen de nuestra cultura y entorno. Y para algunas personas el asco puede ir demasiado lejos e impedir que hagan las cosas repugnantes que nos mantienen sanos, como consumir alimentos fermentados abundantes en probióticos.

«Puede ser un arma de doble filo porque también se asocia con la aversión a cosas poco conocidas, como los alimentos, algunos de los cuales podrían mejorar nuestra salud y funcionamiento inmunitario», afirma Ackerman.

Esto es lo que dice la ciencia sobre los efectos protectores del asco, por qué a algunas personas —sobre todo los niños— les atraen las cosas repugnantes y cómo los humanos hemos «pirateado» esta respuesta psicológica para encajarla en diversas normas culturales y sacar algunos beneficios intrigantes para la salud.

Las raíces del asco

En 2005, un equipo de antropólogos se adentró en la frontera ecuatoriana de la selva amazónica para conocer a los shuar, una tribu indígena conocida en el pasado por crear las cabezas reducidas de sus enemigos asesinados. Ahora repudian la práctica y muchas comunidades acogen el comercio, el turismo y a científicos de todo el mundo que quieren aprender sobre su forma de vida. Una de esas visitantes fue Tara Cepon-Robins, experta en parásitos de la Universidad de Colorado, en Colorado Springs.

Casi un siglo y medio después de que Darwin redactara su propuesta sobre el asco, Cepon-Robins había decidido estudiar cómo la cultura, el entorno y la emoción influyen en cómo los humanos protegen sus cuerpos de las enfermedades. Hasta entonces, la mayoría de los estudios similares se centraban en culturas industrializadas. Pero para entender mejor el propósito evolutivo del asco, los investigadores tenían que estudiarlo en un entorno con muchos patógenos que se pareciera más a la forma de vida de nuestros antepasados.

El papel del miedo y la ansiedad en la evolución humana
Sentir miedo y ansiedad no es agradable, pero ambas son emociones importantes que impulsan la evolución humana. Nuestros cerebros reaccionan a las amenazas y preparan nuestros cuerpos para lo que podría avecinarse. Pero ¿cuál es la ciencia responsable de esta reacción inherente? ¿Tiene consecuencias?

En las sombras neblinosas de los Andes, algunos de los voluntarios shuar vivieron en cabañas tradicionales con suelos de tierra, mientras que otros vivieron en casas con pisos de hormigón y tejados de metal. Muchos participaron en actividades de subsistencia —como la caza, la pesca, la horticultura y la recolección— que los acercaban a posibles patógenos, como nematodos y tricocéfalos, que proliferan en suelos contaminados con excrementos. Cepon-Robins preguntó a 75 participantes qué les repugnaba.

«La mayoría sentía asco por cosas como pisar heces directamente y beber chicha, una bebida que se prepara masticando yuca y escupiéndola», explica Cepon-Robins. La chicha es una bebida fermentada tradicional y una de las principales fuentes de agua en las comunidades shuar más rústicas. Lo que repugnaba a los participantes no era la propia chicha, sino la persona que la preparaba. «Lo que les daba asco era beber chicha de alguien que estaba enfermo o tenía los dientes podridos», afirma.

A continuación, los investigadores tomaron muestras de sangre y heces de los participantes y compararon su salud con su nivel de asco. Según informó el equipo en febrero en Proceedings of the National Academy of Sciences, las personas con mayor sensibilidad al asco tenían menos infecciones virales y bacterianas.

En las comunidades estudiadas, los encuestados no podían evitar cosas que pueden asquear a algunas personas en culturas industrializadas, como la tierra, y su asco no las protegía de parásitos más grandes. Con todo, el asco las ayudaba a minimizar el contacto con las secreciones corporales que podrían ser portadoras de enfermedades microbianas, por lo que Cepon-Robins cree que el asco evolucionó para defender a nuestros antepasados de las enfermedades, tal y como propuso Darwin.

Si eso es cierto, ¿por qué a muchos niños les entusiasman el barro y la mugre?

¿Por qué nos encanta lo asqueroso?

En un giro en cierto modo contradictorio para la teoría de Darwin, puede que a los niños les encanten las cosas asquerosas porque les proporciona una ventaja evolutiva.

Ya sabemos que no todos los microbios son malos para nosotros. De nuestra microbiota intestinal hasta los gérmenes de nuestra piel, los microbios trabajan con nuestro sistema inmunitario para mantener el equilibrio del cuerpo y protegernos de los patógenos, entre otras cosas. La ciencia también nos dice que permitir un poco de suciedad, sobre todo con actividades que acerquen a los niños a la tierra o a los animales, los ayuda a construir sistemas inmunitarios más fuertes que pueden combatir mejor las enfermedades.

«No se trata tanto de que se ensucien como de permitir que interactúen con el mundo que los rodea», explica Jack Gilbert, profesor de pediatría en la Universidad de California en San Diego. Gilbert no persigue a sus hijos con toallitas desinfectantes. Permite que experimenten con el abanico de microbios de la naturaleza porque sabe que sus futuros sistemas inmunitarios dependen de ello.

«Los niños que interactúan físicamente con un perro, con menos de un año, tendrán un 13 por ciento menos de probabilidades de desarrollar asma», cuenta. «La reducción en niños que crecen en una granja interactuando con muchos animales tienen es del 50 por ciento. Esa exposición es muy importante para detener enfermedades alérgicas crónicas».

La infancia es básicamente un campo de entrenamiento para el sistema inmunitario o, al menos, lo es hasta cierta edad. Un estudio de 2014 demuestra que, para la mayoría de los niños, la sensibilidad al asco empieza en torno a los cinco años. Esa es justo la edad a la que los niños son más propensos a exponerse a formas de vida microbianas más peligrosas, como el virus respiratorio sincicial y la Giardia, un parásito microscópico que causa diarrea.

«Esta es una edad a la que habrán sido destetados y empiezan a descubrir la comida por sí solos y a meterse muchas cosas en la boca, pero sus sistemas inmunitarios no están desarrollados al cien por cien», afirma el autor del estudio Joshua Rottman, profesor adjunto de psicología en el Franklin & Marshall College en Lancaster, Pensilvania. «Cada año mueren muchos niños pequeños debido a patógenos y parásitos. En parte quizá sea porque no sienten asco».

Las cosas repugnantes también resultan atractivas para algunos adultos. Inspeccionamos cuidadosamente el contenido de nuestros pañuelos, vemos películas sangrientas, disfrutamos de alimentos viscosos y a muchos les encanta explotar las espinillas. ¿Qué nos pasa?

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    “Hay varias cosas que son patógenas y universalmente repugnantes, como las heces, el vómito, las heridas abiertas, el pus... Lo siento, qué conversación tan asquerosa.”

    por LAITH AL-SHAWAF, UNIVERSIDAD DE COLORADO, ESTADOS UNIDOS

    Lo cierto es que es un tema de debate, pero los investigadores tienen algunas ideas. Algunos expertos, Rottman incluido, atribuyen nuestro entusiasmo con el asco al «masoquismo benigno», en el que nuestros cerebros hallan placer en cosas negativas. Otros sostienen que lo que hace que lo asqueroso sea tan atractivo es nuestra inclinación subconsciente por resolver problemas.

    «Está relacionado con el valor de aprender acerca de una amenaza para poder protegernos mejor en el futuro o neutralizar la amenaza en el momento», afirma Laith Al-Shawaf, profesor adjunto de psicología en la Universidad de Colorado, Estados Unidos. «Así que si tu hijo tiene una herida abierta de la que sale pus, tienes que aprender sobre ella para asistir a tu hijo y ayudarlo».

    Ambas ideas podrían ser ciertas. También existe una tercera hipótesis: la suciedad puede ser beneficiosa para los sistemas inmunitarios de los adultos, dice Gilbert. «Yo veo el sistema inmunitario como un jardinero», explica. «Está ahí para mantener el jardín de microbios con los que tenemos contacto a diario, para mantener los buenos y expulsar los malos. Los buenos tienen repercusiones enormes en nuestra salud».

    ¿Universalmente repugnante?

    Con todo, para la mayoría de los adultos, lo que repugna a los humanos difiere según la cultura y el entorno (aparte de una breve lista de cosas habituales).

    «Hay varias cosas que son patógenas y universalmente repugnantes, como las heces, el vómito, las heridas abiertas, el pus... Lo siento, qué conversación tan asquerosa», dice Al-Shawaf entre risas. «También los alimentos podridos. La carne podrida es casi universalmente asquerosa y el elemento común de estas cosas es que tienen un riesgo patógeno».

    Sin embargo, incluso las cosas hacia las que estamos programados a sentir asco podrían tener beneficios para la salud.

    «Muchas culturas nómadas del Ártico en lugares como Groenlandia y el norte de Escandinavia comen carne podrida», afirma Rottman. «Lo cierto es que las ayuda a obtener vitamina C y prevenir el escorbuto. Así que es una parte habitual de su dieta; no la consideran repugnante».

    Por increíble que parezca, la carne podrida formaba parte de la dieta paleolítica. Permitir que la carne se pudra facilita su digestión y al reducir su pH ayuda a retener la vitamina C, también conocida como ácido ascórbico. En cambio, la práctica más habitual de cocinar la carne degrada esa vitamina crucial. Los antiguos pueblos árticos que sentían asco hacia la carne podrida podrían no haber sobrevivido al invierno.

    La sensación excesiva de asco, la fobia a alimentos desconocidos o una falta de educación cultural también pueden impedir que algunas personas coman o vivan de forma más atrevida y quizá que disfruten de beneficios similares. Muchas personas en sociedades occidentales disfrutan consumiendo gambas, pero pueden negarse comer otros artrópodos como los grillos, un alimento básico en otras partes del mundo. Comer grillos no tiene nada de malo. Simplemente no estamos acostumbrados a ellos, pero cada vez más gente fomenta los grillos como una fuente de proteínas más responsable con el medioambiente.

    Investigadores de varios campos siguen explorando el asco para poder entender mejor el mundo y a nosotros mismos. El asco forma parte del equilibrio de la sociedad. Si sentimos muy poco, podemos enfermar. Si sentimos demasiado, puede aislarnos y ser perjudicial para nuestra salud. Seguir desentrañando este complejo mosaico podría ayudar a los investigadores a descifrar una serie de comportamientos humanos.

    «Hay cosas generales que nos dan asco, pero puede darse una habituación», afirma Cepon-Robins. «Los enfermeros se acostumbran a los fluidos corporales. Nuestro miedo a las cosas que pueden ser un pelín asquerosas se desgasta cuando estamos expuestos a ellas una y otra vez, y no nos matan».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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