Los hijos de los supervivientes de Chernóbil no presentan un exceso de mutaciones genéticas

El estudio más grande y avanzado de su tipo actualiza los resultados pasados y proporciona nuevos detalles sobre cómo la lluvia radioactiva ha causado determinados cánceres.

Por Michael Greshko
Publicado 23 abr 2021, 12:45 CEST
Centro de Tiroides de Minsk, Bielorrusia

En el Centro de Tiroides de Minsk, Bielorrusia, los pacientes reciben tratamiento por los efectos destructivos de la radiación en la glándula tiroidea tras haberse expuesto a la lluvia radiactiva del accidente nuclear de Chernóbil en 1986.

Fotografía de Gerd Ludwig, Nat Geo Image Collection

La mañana del 26 de abril de 1986, un reactor en una central nuclear en el actual norte de Ucrania explotó y empezó a arder, desencadenando el que se convertiría en el accidente nuclear más mortal de la historia. El fuego expulsó nubes inmensas de lluvia radiactiva que entró en los pulmones de las personas, se asentó en las casas, los campos de cultivo y los pastos del ganado, y se infiltró en sus alimentos. Leche, salami y huevos se habían convertido, en palabras de un ingeniero nuclear, en «un subproducto radiactivo».

Desde entonces, los investigadores han vigilado la salud de las poblaciones que vivieron la catástrofe de Chernóbil, desde los habitantes de los pueblos cercanos hasta los «liquidadores» que limpiaron y construyeron un enorme sarcófago de hormigón en el lugar. Casi 35 años después, un equipo internacional ha analizado los efectos genéticos de la catástrofe y los dos estudios resultantes han revelado nuevos detalles tranquilizadores.

El mayor estudio de este tipo realizado hasta la fecha, publicado el jueves en la revista Science, disipa los temores de que los padres y madres expuestos a la radiación de Chernóbil hayan transmitido un exceso de mutaciones a los niños concebidos tras la exposición. Los investigadores esperan que los resultados beneficien a otras poblaciones afectadas por accidentes nucleares, como los desplazados por la fusión de la central nuclear japonesa de Fukushima Daiichi en 2011.

«Si hay una mutación perjudicial, será rara. No podemos afirmar que no vaya a ocurrir nunca, pero no lo consideramos una crisis común de salud pública», explica el autor principal de ambos estudios, Stephen Chanock, director de la División de Epidemiología y Genética del Cáncer del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. «Creemos que [los hallazgos] deberían ser tranquilizadores».

Las personas conocidas como «liquidadores» ayudaron a construir un «sarcófago» de acero y hormigón para contener los restos del reactor que provocó el desastre de Chernóbil. Las autoridades lo actualizaron unos 30 años después con un arco de contención de acero llamado Nuevo Confinamiento Seguro.

Fotografía de Mike Hettwerr

«Aunque el estudio... no puede excluir por completo que se produzcan tales efectos, de este trabajo se desprende que los riesgos son mucho menores de lo que se cree actualmente», afirma Robert Ullrich, vicepresidente de la Fundación para la Investigación de los Efectos de la Radiación, una cooperación entre Estados Unidos y Japón con sede en Hiroshima y Nagasaki. Ullrich no participó en los estudios. «Si se confirman estos resultados, creo que se justificarían grandes cambios en las estimaciones de riesgo actuales».

El otro estudio del equipo, también publicado en Science, examina la relación entre la lluvia radiactiva de Chernóbil y cientos de casos de cáncer de tiroides en las personas expuestas. El trabajo proporciona nuevos detalles sobre cómo surgieron estos cánceres, pero los investigadores también descubrieron que los cánceres causados por la radiación no tienen ningún «biomarcador» único que los distinga.

Las dos investigaciones ponen de manifiesto cuánto ha mejorado el estudio del cáncer los avances más modernos en el ADN y la importancia continua de estudiar cómo afecta la radiación a la salud humana.

«Los dos estudios representan hitos fundamentales en la evaluación de los efectos de la radiación en humanos en respuesta al accidente de Chernóbil», escribió por correo electrónico Shaheen Dewji, médica experta en radiación en la Universidad A&M de Texas que no participó en el estudio.

Durante décadas, los investigadores han estudiado a los supervivientes de las bombas atómicas de 1945 en Hiroshima y Nagasaki para determinar los vínculos entre la radiación y los riesgos para la salud a largo plazo. Pero dichos desastres representan grandes dosis de radiación absorbida a lo largo de un periodo corto. En cambio, Chernóbil expuso a las poblaciones a niveles de radiación más bajos en periodos ligeramente más largos, una pauta que no se ha estudiado mucho, sobre todo a gran escala y con las nuevas técnicas de ADN.

Para comprender los riesgos que plantean estos niveles de radiación, los científicos se han basado en gran medida en estudios de ratones de laboratorio. Algunos estudios genéticos anteriores de las personas afectadas por el accidente de Chernóbil alegaban haber hallado indicios de mutaciones hereditarias, como un estudio de 1996 que descubrió cambios excesivos en los «minisatélites» de los niños, tramos del ADN repetidos y propensos a las mutaciones que no codifican proteínas.

Los minisatélites examinados en el estudio de 1996 no tienen vínculos evidentes con las consecuencias para la salud. Revisiones posteriores de publicaciones científicas revelaron que, si los padres afectados por la radiación transmitían mutaciones a sus hijos, los riesgos para la salud eran bajos. Los nuevos estudios contaron con más participantes que estudios pasados de Chernóbil y, gracias a la tecnología moderna, pudieron analizar más en profundidad el ADN de los pacientes.

El genetista de la Universidad de Leicester Yuri Dubrova, autor principal del estudio de 1996, cuenta por correo electrónico que, aunque es necesario seguir investigando el esperma y los óvulos humanos, «los autores [de los nuevos estudios] han hecho un trabajo excelente: una muestra impresionante y una cobertura muy alta del genoma».

No hay un exceso de mutaciones en la siguiente generación

Entre 2014 y 2018, un equipo dirigido por Meredith Yeager, investigadora del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, secuenció los genomas de 130 niños concebidos después del accidente y nacidos entre 1987 y 2002, así como los genomas de sus progenitores. El estudio se centró en las familias en las que al menos uno de los progenitores había estado a menos de 70 kilómetros de Chernóbil o había trabajado como «liquidador» para limpiar el lugar.

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    Esta noria de Prípiat (Ucrania) iba a inaugurarse un mes después de la explosión de la central; aún no se ha utilizado.

    Fotografía de Mike Hettwerr

    El equipo de Yeager también utilizó datos anteriores para reconstruir la dosis de radiación que había recibido cada progenitor. Por ejemplo, las gónadas de los padres del estudio habían absorbido una dosis media de 365 miligrays, aproximadamente cien veces más de la que recibirían en una radiografía pélvica normal.

    Para comprobar si la radiación había afectado al ADN de los hijos, los investigadores realizaron un seguimiento de las mutaciones de novo, las pequeñas variaciones en el ADN de un niño que no están presentes en ninguno de sus progenitores biológicos. Este tipo de mutaciones se producen de forma natural, ya que la maquinaria celular que copia nuestro ADN cuando se dividen las células —incluidas las que producen el esperma y los óvulos— comete errores. De media, cada uno de nosotros es portador de entre 50 y cien de estas mutaciones aleatorias en nuestro propio genoma que distinguen nuestro ADN del de nuestros progenitores.

    En principio, si la radiación hubiera afectado a los hijos, los investigadores esperarían ver más mutaciones en aquellos cuyos progenitores habían estado expuestos a mayores dosis de radiación. Pero cuando Yeager y sus colegas examinaron el ADN de las familias, no detectaron ninguna relación de este tipo. El factor que más influía en la cantidad de mutaciones de novo era la edad del padre.

    Un retrato detallado del cáncer de tiroides

    Los estudios también profundizan en cómo la lluvia radiactiva de Chernóbil causó cáncer en la tiroides, una glándula con forma de mariposa que desempeña un papel fundamental en el metabolismo humano. El cáncer de tiroides es muy tratable y tiene una tasa de supervivencia superior al 90 por ciento. En los primeros 20 años después de Chernóbil, muy pocas personas murieron por cánceres de tiroides vinculados a la lluvia radiactiva.

    Investigaciones anteriores habían revelado que las personas expuestas a la lluvia radiactiva de Chernóbil presentaban un mayor riesgo de cánceres papilares de tiroides, sobre todo los que eran niños pequeños en aquel momento. Esto se debe a que la lluvia radiactiva tenía yodo-131, un tipo de yodo radiactivo, que se filtró en el suministro local de alimentos tras asentarse en los campos de cultivo y los pastos del ganado. Cuando la gente consumió leche y verduras contaminadas, sus cuerpos absorbieron el yodo-131 y lo acumularon en la tiroides. La radiación que desprendía este yodo-131 dañó el ADN de las células tiroideas.

    Ahora, gracias a los avances en las técnicas genéticas, se podría utilizar el conjunto de datos de Chernóbil para empezar a «averiguar cómo un carcinógeno realmente causa cáncer», dice Lindsay Morton, epidemióloga del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos y autora principal del estudio.

    Camas oxidadas abandonadas en una escuela de Prípiat, Ucrania.

    Fotografía de Mike Hettwerr

    Morton y sus colegas estudiaron muestras de tejido de 440 ucranianos a los que se les había diagnosticado cáncer de tiroides, 359 de los cuales se habían expuesto a la radiación de Chernóbil. La mayoría eran mujeres y habían vivido en Kiev, capital de Ucrania, durante el accidente de Chernóbil. También eran jóvenes: de media, tenían unos siete años en el momento de la exposición y 28 cuando se les diagnosticó el cáncer.

    El equipo de Morton también sabía la cantidad de radiación que habían absorbido las tiroides de estas personas. En el caso de 53 participantes del estudio, los investigadores habían medido directamente los niveles de radiactividad de sus tiroides en 1986. Entrevistaron al resto para saber dónde vivían y qué comían en la época del accidente de Chernóbil, lo que permitió estimar la dosis de radiación probable que habían absorbido.

    «Este estudio es la primera vez que hemos vinculado imágenes moleculares a esta escala con datos de exposición muy detallados», afirma Morton.

    Mientras Morton y sus colegas profundizaban en los datos, detectaron señales claras de los efectos de la radiación en el ADN. Cuanto mayor era la dosis de radiación de una persona, más probable era que sus células tiroideas presentaran un tipo de mutación llamada rotura de la doble hélice del ADN. También descubrieron que, cuanto más joven era una persona cuando se exponía a la radiación, más pronunciadas eran las alteraciones. Por ejemplo, cuanto mayor era la dosis de radiación a la que se había expuesto una persona, más probable era que faltaran pequeñas secciones en el ADN de sus tumores.

    El equipo de Morton también observó un exceso de casos de «fusión de genes»: mutaciones en las que las hebras de ADN sufrían roturas completas y, cuando la célula trataba de reparar los daños, se unían las piezas incorrectas. Este tipo de mutaciones también pueden producirse en casos «espontáneos» de cáncer de tiroides, pero suelen ser más raras.

    «La radiación ha trucado la baraja», dice Chanock, director de la división del Instituto Nacional del Cáncer. Sin embargo, la radiación no introdujo ninguna carta propia en la baraja. Aunque Morton y sus colegas buscaron por todas partes, no encontraron ninguna «firma» propia de la radiación en la forma en que las células cancerosas expresaban sus genes o los marcaban químicamente.

    Según Morton y Chanock, si los cánceres poseen una firma así, debe estar presente solo en las primeras fases del cáncer. Una vez se producen las mutaciones fundamentales que provocan el cáncer, esos genes toman el relevo bioquímicamente y eliminan cualquier huella de la radiación, como una ola que destruye un pequeño castillo de arena. «Es un tumor y al tumor le da igual haber recibido radiación antes», dice Chanock. «Tiene una mente evolutiva propia, por así decirlo».

    Ullrich añade que los hallazgos del estudio respaldan las ideas anteriores de los científicos sobre cómo la radiación incrementa el riesgo de cáncer. «Este es el primer estudio que ha sido capaz de caracterizar de forma exhaustiva los cánceres relacionados con la radiación en detalle», dice.

    Los estudios de los supervivientes de Chernóbil deben continuar

    Los estudios deberían informar a los científicos sobre los riesgos generales de la radiación ionizante para la salud, sobre todo en las poblaciones afectadas por accidentes nucleares, como los evacuados del incidente de Fukushima de 2011. Chanock espera que los resultados tranquilicen a las personas desplazadas por Fukushima, que liberó una décima parte de la radiación que emitió Chernóbil y, en teoría, entrañaría un riesgo mucho menor de mutaciones hereditarias.

    Pero los autores del estudio y los expertos externos están de acuerdo en que queda trabajo por hacer, sobre todo para rastrear los efectos para la salud de la radiación de Chernóbil durante las próximas décadas.

    «Hay muy pocos estudios de personas expuestas a radiación a edades tempranas con datos de seguimiento hasta la edad adulta», señala Eric Grant, jefe adjunto de investigación de la Fundación para la Investigación de los Efectos de la Radiación en Japón. «Los supervivientes de la bomba atómica son una de esas cohortes [y] la cohorte de Chernóbil será otra con iniciativas de seguimiento continuas».

    Evgenia Ostroumova, epidemióloga de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de Lyon, Francia, hizo hincapié en que aún es necesario financiar investigaciones sobre Chernóbil, para conocer mejor las consecuencias para la salud de las dosis bajas de radiación, consecuencias que sólo saldrán a la luz con más tiempo y diligencia.

    «Para conseguir una evaluación sólida y exhaustiva de los efectos de Chernóbil sobre la salud y no perder una información científica valiosa, las partes interesadas no pueden actuar de forma independiente», escribió en un correo electrónico. «Tenemos que aunar esfuerzos y actuar ya, sin más demora».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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