¿Puede la COVID-19 causar diabetes? Esto es lo que necesitas saber

Nuevos estudios demuestran que el virus de la COVID-19 puede atacar el páncreas, destruir las células que fabrican insulina y causar algunos casos de diabetes.

Por Bill Sullivan
Publicado 11 jun 2021, 13:32 CEST
Insulina

La insulina es una hormona que mantiene a raya la glucemia.

Fotografía de Klaus Ohlenschlaeger, Alamy Stock Photo

Durante la primavera de 2020, médicos de la ciudad de Nueva York, el entonces epicentro de la pandemia en Estados Unidos, advirtieron una cantidad considerable de personas hospitalizadas con COVID-19 que tenían el azúcar en sangre muy elevado, algo denominado hiperglucemia y un rasgo distintivo de la diabetes.

«[A mis colegas y a mí] nos estaba costando mucho controlar la glucemia de algunos pacientes de COVID-19, incluso aquellos sin historial de diabetes», afirma Shuibing Chen, bióloga de células madre de Weill Cornell Medicine. Lo más sorprendente, según Chen, fue que algunos pacientes que no tenían diabetes antes de la infección desarrollaron diabetes de reciente diagnóstico tras recuperarse de la COVID-19.

El virus que causa la COVID-19, el SARS-CoV-2, es más conocido por causar estragos en los pulmones y causar dificultad respiratoria aguda. Pero cómo y por qué un paciente de COVID-19 desarrollaría de repente una enfermedad crónica como la diabetes es un misterio, así como la cantidad de personas que deben afrontar esta complicación.

Un análisis global de 2020 dirigido por el investigador de salud de poblaciones Thirunavukkarasu Sathish en la Universidad McMaster de Canadá desveló que casi el 15 por ciento de los pacientes de COVID-19 graves también desarrollaron diabetes. Pero admite que «es probable que esta cifra sea mayor en personas de alto riesgo, como las prediabéticas». Una investigación dirigida por el endocrinólogo Paolo Fiorina en la Facultad de Medicina de Harvard y publicada en 2021 informaba de que, entre 551 pacientes hospitalizados por la COVID-19 en Italia, casi la mitad sufrían hiperglucemia.

Peter Jackson, bioquímico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, estima que «hasta el 30 por ciento de los pacientes con COVID-19 grave podrían desarrollar diabetes».

Intrigados por el sorprendente vínculo entre la COVID-19 y la diabetes, Chen y Jackson pusieron en marcha investigaciones independientes para descubrir cómo el SARS-CoV-2 podría desencadenar la hiperglucemia. Ambos grupos publicaron sus resultados en el número de mayo de Cell Metabolism.

«Sus hallazgos aportan una información fundamental sobre los mecanismos subyacentes por los que la COVID-19 puede provocar la aparición de diabetes de reciente diagnóstico en pacientes infectados», afirma Rita Kalyani, profesora adjunta de medicina de la División de Endocrinología, Diabetes y Metabolismo de la Universidad Johns Hopkins, que no participó en ninguno de los estudios.

El páncreas, otro blanco del virus de la COVID-19

El SARS-CoV-2 afecta a cada persona de forma muy distinta. Muchas personas sufren solo síntomas leves, pero otras desarrollan una enfermedad grave y potencialmente mortal. A medida que se desarrollaba la pandemia, resultó evidente que este virus podía propagarse más allá de los pulmones y dañar otros órganos importantes, como el hígado, el corazón y los riñones. También quedó claro que la diabetes y la obesidad eran factores de riesgo habituales de COVID-19 grave.

En un estudio anterior, el grupo de Chen cultivó varios tipos de tejidos en el laboratorio y probó cuáles eran vulnerables al virus que causa la COVID-19. «Para nuestra sorpresa, descubrimos que las células beta del páncreas eran muy permisivas a la infección del SARS-CoV-2», afirma Chen. El páncreas, que se encuentra bajo el estómago, es un órgano complejo que consta de numerosos tipos de células que contribuyen a la digestión. También contiene células beta que fabrican insulina, la hormona que acompaña a las moléculas de glucosa desde la sangre a las células del cuerpo, donde se utiliza para obtener energía.

Pero solo porque un virus pueda infectar células cultivadas en una placa de laboratorio no significa que ataque al cuerpo humano del mismo modo. Para garantizar que las observaciones de laboratorio eran un reflejo real de lo que ocurre en humanos vivos, tanto el equipo de Chen como el de Jackson adquirieron muestras de autopsias de pacientes que habían sucumbido a la COVID-19. Ambos grupos detectaron el SARS-CoV-2 en células beta pancreáticas de estos pacientes fallecidos.

Pero ¿cómo se mueve exactamente un virus respiratorio de los pulmones al páncreas? Cuando los pacientes sufren neumonía, la infección en el pulmón puede causar daños en los tejidos que permiten que el virus se filtre de los alvéolos a los vasos sanguíneos, explica Jackson. «Una vez en circulación, el virus puede penetrar en otros tejidos muy vascularizados como el páncreas, el cerebro y los riñones». Otros han especulado que el virus podría introducirse en el torrente sanguíneo filtrándose por los intestinos, lo que podría ocurrir en pacientes sin bacterias intestinales sanas.

Cómo el virus impide la producción de insulina

Ambos equipos de investigación observaron que las células beta infectadas por el SARS-CoV-2 dejaban de fabricar insulina. En el estudio de Jackson, las células beta infectadas morían por apoptosis, una secuencia de autodestrucción programada genéticamente iniciada por las células heridas.

El grupo de Chen descubrió que las células beta infectadas atravesaban un proceso llamado transdiferenciación, que significa que se convertían en otro tipo de célula; una que ya no fabrica insulina. Es posible que algunas células beta infectadas pasen por la transdiferenciación mientras que otras se autodestruyen.

En ambos casos, el resultado final es el mismo: cuando el virus de la COVID-19 ataca las células beta pancreáticas, la producción de insulina disminuye.

Esto puede causar diabetes de tipo 1, que suele deberse a factores de riesgo genéticos que desencadenan una reacción autoinmunitaria que ataca y destruye las células beta. La diabetes de tipo 1 se observa más habitualmente a una edad temprana y requiere que los pacientes se inyecten insulina a diario, ya que su cuerpo ya no fabrica esta hormona. La diabetes de tipo 1 también conlleva un desencadenante ambiental, como una infección, para iniciar la reacción autoinmunitaria.

En cambio, la diabetes de tipo 2, mucho más común, ocurre cuando el cuerpo se vuelve resistente a la insulina que produce. La diabetes de tipo 2 puede gestionarse con cambios en la dieta y ejercicio, aunque a veces se necesita medicación que aumenta la sensibilidad a la insulina.

Es importante seguir estudiando el destino de las células beta infectadas, ya que podría existir una forma de impedir su destrucción en pacientes con COVID-19 grave. El equipo de Chen analizó un gran conjunto de sustancias químicas con la esperanza de encontrar una que impidiera el proceso de transdiferenciación.

Posibles tratamientos

El análisis identificó un compuesto llamado trans-ISRIB que ayudaba a las células beta a mantener su identidad y su capacidad de producir insulina cuando el SARS-CoV-2 las infecta. El trans-ISRIB, que en inglés significa «Inhibidor de la Respuesta de Estrés Integral», es un compuesto descubierto en 2013 capaz de impedir la respuesta normal de las células al estrés. Dichos compuestos están explorándose como posibles tratamientos para prevenir la apoptosis y los daños generalizados.

Chen advierte que «el trans-ISRIB no es un medicamento aprobado por la FDA [Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos], así que todavía no puede utilizarse en pacientes. Pero nuestros estudios respaldan la idea de que podría desarrollarse un nuevo medicamento para impedir que la COVID-19 cause diabetes». El grupo de Jackson descubrió un receptor de proteínas celular llamado neuropilina-1 era fundamental para que el SARS-CoV-2 invadiera las células beta; bloquear este receptor impide que las infecte.

En la comunidad de la investigación también hay un gran interés por desarrollar medicamentos que impidan que las células se destruyan por apoptosis. Están estudiándose unos compuestos experimentales llamados inhibidores de la caspasa, que impiden el suicidio celular, como posibles terapias para mejorar o prevenir la COVID-19 grave. Por desgracia, los inhibidores de la caspasa no han tenido un éxito total en la clínica a pesar de su gran promesa e interés. Sin embargo, «podrían funcionar para la exposición a corto plazo para limitar los daños virales», afirma Jackson.

Chen añade que el SARS-CoV-2 no es el único virus que amenaza al páncreas. «Se ha demostrado que el virus de Coxsackie B, el rotavirus, el virus de las paperas y el citomegalovirus infectan y dañan las células beta. Si son una causa directa de diabetes de tipo 1 ha sido algo polémico». Es necesario seguir investigando para determinar si es posible neutralizar los ataques virales al páncreas, ya bloqueando la infección, ya impidiendo que el virus alcance el órgano.

Kalyani insiste en que estos estudios «subrayan la importancia de vacunarse contra la COVID-19. Las personas que contraen la COVID-19, sobre todo aquellas con prediabetes u otros factores de riesgo de diabetes, deberían hacer saber a los profesionales sanitarios si desarrollan síntomas de hiperglucemia, como micción frecuente, sed excesiva, visión borrosa o pérdida de peso inexplicable».

Estos nuevos hallazgos ponen de relieve que queda mucho por aprender sobre la COVID-19 y sus secuelas. Resulta evidente que, para algunas personas desafortunadas, superar el virus solo será el principio. Podrían surgir complicaciones adicionales dependiendo de qué sistemas del cuerpo hayan sufrido daños tras la infección viral.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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