¿Serviría de algo bombardear el volcán de La Palma?

¿Hasta qué punto es efectivo el uso de explosivos para desviar la destrucción de los volcanes? La primera prueba, realizada en 1937 en Hawái, sentó las bases para más intentos, pero las condiciones para el éxito son extremadamente raras.

Por Robin George Andrews
Publicado 28 oct 2021, 13:02 CEST
Mauna Loa

Una vista aérea muestra la detonación de una bomba en el Mauna Loa durante la erupción de 1935. El ejército estadounidense lanzó 20 bombas de 600 libras sobre el flujo de lava aquella mañana de diciembre para evitar que la roca fundida llegara a la ciudad de Hilo.

Fotografía de Army Air Corps, 11th Photo Section

Cuando el colosal volcán Mauna Loa de Hawai entró en erupción en 1935, las serpientes de roca líquida y al rojo vivo casi llegaron hasta la ciudad de Hilo, que entonces contaba con 16.000 habitantes. Tal y como estamos atestiguando estos días con la erupción del volcan Cumbre Vieja de La Palma en la islas Canarias españolas, durante la erupción de un volcán no hay mucho que se pueda hacer más allá de apartarse del camino y ponerse a cubierto. No obstante, en 1935 los científicos de Hawái decidieron intentar algo un poco diferente.

El 27 de diciembre, un pequeño escuadrón de biplanos Keystone B3 y B4 sobrevoló los torrentes de lava que amenazaban a Hilo y lanzó 20 bombas sobre él, con un total de 3,6 toneladas de TNT.

A pesar de toda esta furiosa potencia de fuego, los bombardeos no pretendían destruir el Mauna Loa, ni siquiera detener su erupción, sino desviar el peligro mediante el bloqueo de los canales rocosos y los túneles subterráneos que la lava seguía hacia Hilo. Esta campaña militar constituyó el primer intento de la humanidad de redirigir la lava con explosivos, y no sería el último. Las condiciones para el éxito son extremadamente raras. No obstante, no todo han sido experiencias fallidas. ¿Podríamos estar ante una opción a tener en cuenta para desencallar la situación que vive la isla de La Palma?

El propio presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo, sugirió la posibilidad de bombardear el volcán de La Palma, asegurando que “desde el punto de vista tecnológico, hay que probarlo”. Surgen muchas preguntas evidentes, pero una lo sobrevuela todo: ¿qué tal fue la experiencia las veces que se intentó antes?

Si nos fijamos en la trayectoria histórica de estos intentos de neutralización, ningún método probado hasta ahora ha impedido que un volcán en erupción desencadene una crisis. Si el volcán sigue escupiendo roca fundida, todas las contramedidas -por muy impresionantes que sean desde el punto de vista tecnológico- acabarán siendo superadas. "Se pueden retrasar las cosas", dice Tobias Dürig, vulcanólogo de la Universidad de Islandia. "Pero al final, el volcán gana".

Con todo, la vulcanóloga Amy Donovan, de de la Universidad de Cambridge, asegura que bombardear un volcán no es un esfuerzo del todo inútil. Cambiar o desviar los flujos de lava "puede hacernos ganar tiempo para las evacuaciones", dice. "Puede ganar tiempo para que la gente recoja sus pertenencias".

Entonces, ¿pueden o no ser útiles los bombardeos estratégicos durante una erupción para proteger a personas y lugares? Como sucede con muchas otras cosas en la vida, la respuesta es complicada. Este llamativo método de mitigación de catástrofes puede funcionar, pero solo si se cumplen algunas condiciones muy específicas. Y algunas de ellas dependen de la suerte.

La lava brota hacia el cielo desde el volcán Cumbre Vieja en La Palma, una de las Islas Canarias españolas, en octubre de 2021. La erupción en curso ha destruido cientos de hogares y cultivos y ha obligado a evacuar a miles de personas.

Fotografía de Europa Press via Getty Images

Deteniendo el infierno hawaiano

El Mauna Loa es un volcán conocido por su infame hiperactividad. En respuesta a sus prolíficas erupciones de los últimos siglos, los habitantes de la cercana Hilo -cuya población actual es de unos 45.000 habitantes- han ideado con el tiempo diversas estrategias para tratar de proteger sus propiedades y medios de vida.

Verano de 1881. Ante una ominosa erupción, los aldeanos decidieron levantar pequeños muros de roca que fueron rápidamente engullidos por el ardiente río de lava. Entonces, la princesa Ruth Keʻelikōlani -descendiente de Kamehameha I, el fundador del Reino de Hawai- se desplazó al lugar y rezó a la diosa del volcán, Pele, y le ofreció ofrendas materiales, como brandy y bufandas. El flujo de lava se detuvo poco después, pero si las súplicas de la princesa no lo hubieran detenido, las autoridades locales estaban preparadas para provocar una explosión en la parte delantera de la corriente de lava con un fuerte suministro de pólvora.

Noviembre de 1935. Las autoridades regresaron a sus explosivas intenciones cuando el Mauna Loa comenzó a entrar en erupción una vez más. Para el 23 de diciembre, parecía que la lava llegaría al nacimiento del río Wailuku, que suministraba agua a Hilo. Como la lava caía en cascada a través de canales y tubos subterráneos creados por ella misma, no sólo dirigían el flujo directamente hacia Hilo, sino que los túneles subterráneos mantenían la lava aislada, de modo que permanecía fundida durante más tiempo del que lo haría de otro modo.

Tras consultar con sus colegas, Thomas Jaggar, fundador y director del Observatorio Volcánico de Hawái perteneciente al Servicio Geológico de Estados Unidos, decidió que no hacer nada no era una opción.

"No creo que nadie haya bombardeado nunca un volcán con la idea de que va a conseguir que se detenga", dice Arianna Soldati, vulcanóloga de la Universidad Estatal de Carolina del Norte. Pero Jaggar sospechaba que si los canales y tubos podían ser parcialmente destruidos, la lava se derramaría en diferentes direcciones, y el suministro de roca fundida que se canalizaba hacia Hilo podría ser cortado.

Se planteó la posibilidad de hacer llegar los explosivos a pie, aunque se descartó rápidamente. En su lugar, Jaggar envió una solicitud al ejército estadounidense, preguntando si no les importaría lanzar algunas bombas desde arriba. El 27 de diciembre, cuatro días después de que Jaggar hiciera su petición, el ejército estadounidense voló con 10 biplanos sobre dos zonas objetivo y golpeó ambas con sus cargas de bombas de demolición MK I de 270 kilos.

El 2 de enero de 1936, el flujo de lava se detuvo, y Hilo se salvó una vez más. Jaggar declaró que era un resultado directo de la campaña de bombardeo, pero algunos pilotos y geólogos expresaron su escepticismo. Varias bombas no dieron en el blanco, y las que dieron en el blanco no parecían causar el tipo de cambios topográficos que Jaggar esperaba ver. Y, por pura coincidencia, la tasa de producción de lava de la erupción disminuyó en la época del bombardeo, un acontecimiento que proporciona una explicación más sencilla para el cese de ese peligroso flujo de lava.

Abril de 1942. Un bombardeo similar se llevó a cabo en el Mauna Loa durante otro de sus paroxismos, justo en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando una de las principales preocupaciones era apagar la luz -de la lava o de las bombas- que podría ayudar a los pilotos enemigos a volar. Al igual que su predecesora, la explosión no pareció tener un efecto significativo en el flujo de lava, dice Hannah Dietterich, geofísica del Observatorio Volcánico de Alaska del USGS. Por muy potentes que fueran esos explosivos, simplemente no eran rivales para el poder de la roca fundida.

Sin embargo, 50 años después y a medio mundo de distancia, las autoridades que se ocupan de otra posible calamidad volcánica decidieron darle a los explosivos una nueva oportunidad. Y esta vez pareció funcionar.

Lecciones del Mediterráneo

El Etna es un vertiginoso volcán situado en la isla italiana de Sicilia, famoso por su actividad casi constante. Lleva entrando en erupción de forma intermitente desde septiembre de 2013 y, a lo largo de 2021, ha protagonizado un asombroso despliegue de estallidos, en gran medida inofensivos, con decenas de fuentes de lava de la altura de un rascacielos saliendo disparadas hacia el cielo desde su cima.

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    El pico del Etna se asoma al paisaje en una imagen de radar tomada en 1994 desde el transbordador espacial Endeavour.

    Fotografía de NASA, Jpl

    Una convulsión magmática que se extendió de 1991 a 1993 "fue la erupción más duradera y voluminosa del Etna en los últimos 350 años", dice Boris Behncke, vulcanólogo del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología de Italia. Su lava amenazó la ciudad de Zafferana Etnea, de 9.500 habitantes, lo que llevó a las autoridades a buscar soluciones creativas.

    En 1983, una erupción menor sirvió de ensayo para bombardear las corrientes de lava del Etna. Ese año, la roca fundida había cubierto algunas tierras de cultivo y se había acercado a una ciudad cercana, pero sin llegar a tocarla. Al percibir una oportunidad, y animados por la presión pública para desviar la lava, se tomó la decisión de desplegar explosivos.

    En pos de la precisión, los ingenieros fueron a pie a colocar los explosivos, deslizándolos en pequeños tubos excavados junto a los canales de lava. Desgraciadamente, la lava coció esos tubos, poniéndolos al rojo vivo, y los ingenieros "temían que si cargaban las cargas en esos agujeros incandescentes, explotarían prematuramente", dice Behncke. Los ingenieros rociaron agua en los tubos para enfriarlos, pero eso provocó dramáticas fluctuaciones de temperatura que deformaron el canal de lava, haciendo que la roca fundida se derramara por los lados incluso antes de que se pudieran desplegar los explosivos.

    El experimento de 1983 fue un fracaso; las explosiones excavaron un nuevo paso inofensivo para la lava, pero no cambió mucho la dirección del flujo, y la abertura pronto se selló sola. Aun así, fue un momento pedagógico muy valioso que preparó a los responsables de las emergencias para lo que ocurriría casi una década después.

    Cuando el Etna volvió a entrar en erupción en 1991, se levantaron barreras de tierra para intentar detener el flujo de lava, pero fueron rápidamente superadas. En la primavera de 1992, "gran parte de esta lava se había cubierto y fluía a través de tubos de lava, que es un excelente mecanismo de supervivencia para un flujo de lava", dice Behncke. En un momento dado, se llamó a los militares estadounidenses para que ayudaran. En lugar de lanzar bombas, eligieron bloques de hormigón: Varios helicópteros sobrevolaron un tragaluz en el tubo de lava y soltaron bloques en su interior en un intento finalmente infructuoso de frenar el flujo de lava en su interior.

    Así que en mayo de 1992, los ingenieros decidieron probar una táctica similar a la utilizada en 1983. Un heroico conductor de un camión volquete abrió primero un camino relativamente seguro hacia la montaña cubierta de lava. A continuación, los equipos pudieron raspar minuciosamente el material de la ladera de un tubo de lava, hacer aberturas y colocar explosivos. En esta ocasión, sabían exactamente dónde colocarlos (7,7 toneladas de material volátil) para conseguir los resultados deseados.

    "Encendieron esa inmensa carga de dinamita y la hicieron volar en pedazos", dice Behncke.

    La mayor parte de la lava se vertió en una serie de canales artificiales, donde se enfrió y endureció. Unas horas después, el flujo de lava que ponía en peligro Zafferana Etnea se detuvo. "Fue una operación exitosa", dice Behncke. La salvación temporal de la ciudad se hizo más duradera cuando, poco después, la erupción del Etna se calmó.

    Bombardear o no bombardear

    Con cerca de 7.000 desalojados y daños materiales que aumentan día tras día, pareciera que el volcán de La Palma estuviese haciendo esfuerzos por formar parte de la historia de detonaciones volcánicas provocadas por el ser humano.

    En La Palma, donde la concentración de dióxido de azufre desde que se inició la erupción volcánica ha superado dos veces el umbral máximo que fija la Unión Europea para declarar la alerta por la presencia de este gas en la atmósfera, la superficie arrasada por las coladas ya cubre 800 hectáreas de terreno. Si la operación del Etna de 1992 fue exitosa, ¿por qué no se plantea para España?

    ¿De qué depende que el bombardeo fracase o no? Según Dietterich, para tener éxito, una operación de desvío del flujo de lava necesita varios componentes clave. Debe tener algo así como un tubo o canal de lava que pueda ser drenado, puntos elegidos con precisión donde se abrirá el tubo o canal, y algún lugar inofensivo para que la lava sea redirigida.

    "Es un escenario muy específico. Mucho más específico de lo que el público cree", dice Sophia Tsang, de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda), que investiga los peligros de las coladas de lava. El lugar de la explosión de desviación también debe estar en una pendiente bastante pronunciada, ya que la lava seguirá la línea de descenso más pronunciada. El Etna es un volcán alto con ángulos de inclinación muy pronunciados. Los volcanes en escudo de Hawai tienen pendientes mucho más suaves, por lo que el uso de explosivos para drenar los canales de lava no merece la pena en muchos casos.

    Incluso si las fisuras surgieran más arriba y hubiera tiempo de utilizar explosivos para desviar el flujo, las ramificaciones legales podrían ser problemáticas. Tal vez se podría desviar la lava lejos de un lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero en su lugar se estrellaría contra un moderno complejo de viviendas.

    "Tienes que poder desviarla a un lugar donde no haya nada, ni propiedad privada, ni infraestructuras, nada", dice Soldati. Eso rara vez ocurre. Basta con mirar la erupción del flanco de 2018 del Kilauea de Hawái, o la actual erupción del volcán Cumbre Vieja de La Palma: en ambos casos, las fisuras eruptivas se abrieron justo al lado de las casas de la gente, lo que hace que cualquier uso de explosivos para desviar esa lava sea imprudente.

    Izquierda: Arriba:

    Izquierda: Columnas de ceniza se elevan desde el bosque durante una erupción masiva del volcán Kilauea en la Gran Isla de Hawái en mayo de 2018. La erupción de la parte baja de Puna, que duró hasta agosto, envió flujos de lava y fuentes destructivas a las subdivisiones cercanas y sobrepasó una carretera estatal.

    Fotografía de Usgs, Handout, Anadolu Agency, via Getty
    Derecha: Abajo:

    Derecha: El Kilauea volvió a entrar en erupción en septiembre de 2021, levantando la superficie crepitante del lago de lava en la cima del volcán.

    Fotografía de L. DeSmither, Usgs

    En muchos casos, "siempre vas a acabar molestando a alguien", dice Donovan, de la Universidad de Cambridge.

    Además, muchas personas que viven en Hawái tienen una importante conexión espiritual con los volcanes del estado, y bombardearlos se considera un acto ofensivo.

    El camino de la paz

    Hay otras formas menos dramáticas de desviar los flujos de lava, según un estudio reciente de Tsang y sus colegas.

    La erupción en 1973 del volcán Eldfell, en la isla islandesa de Heimaey, amenazó con destruir un puerto de importancia nacional. Los equipos de emergencia consiguieron frenar el flujo de lava rociándolo con miles de millones de galones de agua de mar durante cinco meses seguidos, un acto de apagado épico que sólo se detuvo cuando la propia erupción se quedó sin jugo. Pero es poco probable que este método se pueda recrear en cualquier lugar que no esté junto al mar.

    Las barreras diseñadas para impedir o redirigir el flujo de lava son un método mucho más común. "Parecen hacer ganar tiempo de forma más fiable que los bombardeos", dice Tsang.

    A diferencia de los bombardeos, se pueden situar barreras alrededor de los volcanes antes de una erupción. Se habla de colocarlas alrededor del Nyiragongo, un volcán extremadamente peligroso en la República Democrática del Congo que entró en erupción con efectos devastadores el pasado mes de mayo. Pero este tipo de proactividad no siempre es posible. La lava suele brotar de fisuras y respiraderos que se abren de forma imprevisible en una amplia extensión de un volcán, lo que dificulta la colocación preventiva de barreras.

    "La lava no es un fluido estándar", dice Stavros Meletlidis, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional de España. Hace su propia topografía y aplica una fuerza de arrasamiento y un calor abrasador a su entorno. Actúa como una fiera hadeana, cambiando de dirección y velocidad a su antojo.

    Cualquiera que intente detener el desenfreno destructivo de una erupción, dice Dietterich, debe recordar que está "muy a merced del volcán".

    Porque no importa lo que pongas en su camino, dice Donovan, "si el monstruo sigue en erupción, va a superar todas tus barreras y todos los agujeros que hayas puesto en el suelo de todos modos".

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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