¿Cuál será la huella de la pandemia en el desarrollo de los niños a largo plazo?

La COVID-19 ha transformado la realidad de los niños durante una etapa vital de su desarrollo. Los expertos explican las luces y las sombras sobre las secuelas que podrían derivarse de estos cambios y cómo podemos minimizarlas.

Por Cristina Crespo Garay
Publicado 21 feb 2022, 10:27 CET
Escuela Elemental Walter P. Carter

Las alumnas se sientan en clase el primer día de infantil en la Escuela Elemental Walter P. Carter en Baltimore, el 16 de noviembre de 2020.

Fotografía de Rosem Morton, T​he New York Times

Cuando se inició la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, uno de los puntos más desconocidos e importantes de su estudio se halló en descubrir con la mayor agilidad posible las claves de su transmisión. Mientras la comunidad científica internacional analizaba sin descanso su presencia en el aire y su capacidad de transmisión a través de las vías respiratorias, por contacto entre personas o a través de superficies infectadas, el uso de las mascarillas y el distanciamiento social se fueron colando silenciosamente en nuestra realidad.

Aparentemente, se trataba de dos medidas inocentes que protagonizaban la única posibilidad viable de frenar una pandemia mundial hasta hallar una vacuna, y su puesta en marcha ha sido en efecto una medida vital a nivel internacional para frenar los contagios. Sin embargo, más de dos años después, las consecuencias de su utilización masiva y constante siguen siendo una gran incógnita poco estudiada.

A lo largo del desarrollo de la pandemia, las consecuencias en nuestra vida diaria y nuestra salud mental se han visto reflejadas a menudo en un aumento de la ansiedad, la preocupación, la soledad y todas las posibles derivadas del aislamiento social y la falta de contacto con nuestros allegados. Sin embargo, el impacto más profundo en nuestro desarrollo, tanto como individuos como sociedades, aún están por descubrirse, sobre todo en etapas vitales para el desarrollo, durante la infancia y adolescencia.

“Tenemos que valorar el coste-beneficio, hasta ahora la incidencia era altísima y no había información, pero ahora debemos ser más críticos en la valoración, porque no estamos dándole importancia a otros factores que tienen que ver con el aprendizaje en etapas clave que pueden tener efectos a largo plazo que no estamos tasando”, afirma Arantxa Cuervo Ferrer, neuropsicóloga de Neural, una empresa de rehabilitación neurológica con clínicas en varias ciudades de España.

A pesar de que aún queda mucho camino por recorrer a lo largo de los próximos años para hallar las respuestas sobre qué consecuencias tendrá esta pandemia en la salud mental, el día a día ya muestra evidencias reveladoras para los profesionales que acompañan el aprendizaje. “Quizá a corto plazo no lo estamos viendo porque seguimos en un estado anormal, pero a largo plazo irán saliendo evidencias de estas dificultades”.

Si esta experiencia pandémica de la primera infancia presagiará consecuencias académicas, de salud mental o de desarrollo a largo plazo depende de los desafíos individuales de cada familia, según afirma James Griffin director del Instituto Nacional de Salud Infantil y desarrollo humano Kennedy Shriver.

Las secuelas según las capacidades

“Todos estamos en la misma tormenta, pero no estamos en el mismo barco”. Por tanto, las circunstancias individuales de cada familia serán determinantes para las consecuencias que afronte cada niño. “Si los niños y las familias tenían dificultades antes, la pandemia probablemente las empeoró”, afirma Griffin.

En esta línea, Cuervo Ferrer coincide: “El rostro nos da mucha información, cuando partimos de una base en la que podemos leer otro tipo de informaciones quizá no suponga ningún problema, pero cuando el niño parte de una base donde faltan elementos en una etapa tan tierna, sí supone una gran pérdida de oportunidades”.

La experta explica que, además, el cúmulo de circunstancias supuso un caldo de cultivo al que se añade la ausencia de terapias durante la pandemia y el hecho de que se tratase de un momento sobrevenido que no hemos podido anticipar. “Fue un cambio muy brusco donde niños con discapacidades pasaron de cero a 100, de tener rutinas a tener que buscar rutinas nuevas, y a dejar de recibir la ayuda que tanto necesitan durante meses. A eso se sumó otro factor, y es que en sanidad se priorizó la urgencia”.

Además de las propias consecuencias del aislamiento o las mascarillas, las preocupaciones sobre las situaciones anormales que ha provocado la pandemia van más allá. Durante una etapa temprana cuya importancia vital en el desarrollo se conoce bien, la preocupación aumenta en torno a lo que puede acarrear un crecimiento en un entorno de preocupación y problemas económicos, pérdida de seres queridos o estrés crónico.

“Nosotros digitalizamos las terapias con la mayor agilidad posible porque no podíamos dejar a la gente sola en esto, pero en la gran mayoría de sitios de apoyo no se reaccionó y los niños se quedaron sin algo imprescindible para su vida”, explica Cuervo Ferrer.

Por ejemplo, en niños con algún tipo de dificultad del lenguaje, el uso de la mascarilla les está privando, de base, del aprendizaje de los fonemas, que no se aprenden solo escuchando, sino por imitación, según explica la experta. “Además, hay mucha información que solo están recibiendo de una, dos o tres fuentes, lo que puede afectar también a nivel de la capacidad de leer las emociones en la sociedad”.

Consecuencias en las etapas más tempranas

Sin embargo, esta preocupación en cuanto a la primera infancia podría no tener fundamento a menos que haya deficiencias en el cuidado o casos concretos complicados. Según Said Pollak, psicólogo y científico del cerebro que estudia el desarrollo infantil en la Universidad de Wisconsin-Madison, contrariamente a lo que se puede pensar, el tiempo extra en el hogar podría haber sido un beneficio para los bebés, ya que a su edad sus padres son su único referente y su mayor necesidad es tener una atención sensible.

Al reincorporarse a las clases tras el frenazo que provocó la pandemia, el retraso en el aprendizaje respecto a años anteriores fue evidente para los profesores. “Tenemos niños que son bebés, no se ha dado el salto en el desarrollo que debería haber habido entre los bebés de meses y una edad en la que casi son niños”, afirma Lorenzo Valle, profesor de niños de 3 años. Sin embargo, afirma que “el retraso en el desarrollo por haber perdido un año o por las mascarillas no nos preocupa, se igualará”.

“Hasta alrededor de los dos años, los niños realmente no juegan con otros niños”, dice Griffin. “Se involucran en lo que los psicólogos llaman juego paralelo, sentándose cerca, a menudo con juguetes similares, pero jugando de forma independiente. A los tres años, el juego se vuelve más imaginativo y la mayoría de los niños anhelan pasar tiempo con amigos”.

En este sentido, un estudio mostró resultados prometedores para niños de entre seis y 36 meses de edad, al evaluarles para ver si cumplían con los hitos del desarrollo. Entre las habilidades estudiadas, examinaron las motoras, la respuesta a los extraños, el reflejo de la sonrisa y el lenguaje, entre otras.

“Nuestros hallazgos fueron generalmente tranquilizadores”, dice la coautora Bernadette Sobczak. “En los grupos de seis meses y 12 meses, hubo una diferencia muy pequeña en la comunicación en comparación con los evaluados antes de la pandemia”.

En niños un poco mayores, entre tres y seis años, están apareciendo algunas deficiencias. Anna Johnson, psicóloga del desarrollo y profesora adjunta en la Universidad de Georgetown, afirma que hay un desarrollo social claramente interrumpido y retrasos en el desarrollo en algunos niños.

El distanciamiento social también ha traído consigo una disminución del contacto físico entre las personas, algo básico para el desarrollo emocional normal que pasó a ser un motivo de peligro. Sin embargo, el sentido común de la gestión de este tipo de situaciones en el día a día juegan un papel muy importante, según Valle. “Los niños ya son un grupo burbuja a raíz de toda la situación, es decir, que no pueden juntarse con nadie, pero si un niño se cae y está llorando, es inhumano no atenderle desde la cercanía”.

Debido a las necesidades que conllevan las etapas de desarrollo, los niños han sido uno de los grupos más condicionados por las restricciones en su día a día, así como uno de los más vigilados mientras se buscaban los grandes focos de contagios. “Los niños han seguido teniendo muchas restricciones en los colegios, con mascarilla y distanciamiento en todas las clases y patios, mientras los adultos teníamos cada vez menos restricciones y llenábamos los bares y los exteriores sin mascarillas”, afirma Valle.

¿Y durante la adolescencia?

Además de los niños, donde se pone mucho el foco por tratarse de las edades más tempranas, un grupo de especial vulnerabilidad son los adolescentes. A muchos niveles aún caminamos a ciegas y ante estos interrogantes, los expertos aún observan con cierto vértigo y preocupación los años venideros.

“La palabra es preocupante, porque si bien en las primeras fases del desarrollo estás adquiriendo hitos cognitivos, en la adolescencia estás en la fase social, necesitas salir a la vida y no han podido. A día de hoy vemos que son niños mucho más inseguros que utilizan la mascarilla como un recurso social para ocultarse”, afirma Cuervo Ferrer.

“A esta situación se le añade el uso de pantallas, cuyo uso está demostrado que hace a la gente menos empática. Si sumamos el déficit en el desarrollo de la empatía por el uso de pantallas y el asociado al uso de las mascarillas, ¿qué nos vamos a encontrar?”.

Valle coincide: “En el caso de los adolescentes me parece más grave, porque mis alumnos han partido de una situación de pandemia y ahora sólo están sumando en positivo, pero los adolescentes han cambiado su situación y tienen que recuperar la anterior, lo que puede llegar a tener más efecto”.

Suplementar las carencias 

En este punto del desarrollo y del conocimiento sobre la pandemia, es importante plantearse qué alternativas pueden llevarse a cabo para compensar de forma eficaz todo el trastorno ocasionado, explica Cuervo Ferrer. “Como padres, como profesionales, tenemos la obligación de dar suplementos a nuestros hijos para compensar esas posibles carencias, igual que les darías vitaminas en los momentos necesarios. Aunque pueda parecer un detalle sin importancia, quizá toque ver una peli en familia y debatir sobre ella para desarrollar esa posible empatía perdida”.

Otro de los nuevos retos que ha puesto sobre la mesa la pandemia es el de la necesidad de educar a los padres sobre los peligros de esta nueva realidad para tratar de actuar lo antes posible ante las consecuencias. Como sociedad, nuestro aprendizaje al respecto también va sobre la marcha, pero “es importante estar ojo avizor para identificar los problemas a tiempo”, afirma la experta. “Por ejemplo, está habiendo un pico muy alto de problemas de lenguaje, y es muy importante como padres actuar a tiempo ante ese retraso en el desarrollo”.

En ocasiones, según explica, la terapia avanza mucho con las familias pero nadie acompaña ese esfuerzo en el colegio. “Nadie tiene culpa al inicio de la pandemia, pero después de un margen de un año en el que se podía haber reaccionado, a menudo es el sobre-esfuerzo voluntario de los profesores lo que está salvando la situación en ciertos casos”, afirma Cuervo.

En su clase, Valle comenzó a tener iniciativas nuevas que fomentasen, dentro de los aprendizajes, aquellos relacionados con las carencias que detecta en el grupo a nivel de desarrollo cognitivo, de psicomotricidad o de relaciones sociales.

“Ojalá todos los profesores tuvieran la visión para darse cuenta de que estamos en un momento muy sensible y que, como sociedad y como profesionales, desde todas las áreas, tenemos la obligación de aportar desde nuestro papel para contrarrestar los efectos de la pandemia en esa generación”, afirma Cuervo.

Como sociedad, ante una situación sobrevenida de tal magnitud que nos ha obligado a una adaptación tan brusca, la importancia de la observación constante, la adaptación y el sentido común pueden marcar la diferencia para que una situación derive o no en un problema. “Por ejemplo, que no conozcas la cara de tu profesor es algo impensable para poder tomarlo de referente, pueden seguirse las medidas de seguridad pero adaptarnos en base al sentido común”, señala.

Sobre la pregunta de hasta qué punto puede llegar a afectar, la experta reconoce su preocupación. “Ha sido algo sobrevenido a nivel mundial que impide tomar medidas planificadas, y es obvio que, más allá del lenguaje y otras habilidades, entre las consecuencias también está una pérdida fuerte de poder experimentar y desarrollar la inteligencia emocional que necesitamos para vivir en sociedad, convivir en pareja, tener amigos, y todo lo necesario para estar bien. Y estamos hablando de privarnos de buenas habilidades e inteligencia emocional, es un intangible muy poderoso”.

Según Cuervo, una vez que sabemos que hay más factores de riesgo, que hay que tener juicio crítico entre los pros y los contras y que hay alternativas para compensar todo esto, un último punto muy importante es ser comprensivos como sociedad y mantener un estado de vigilancia para tratar de ser conscientes de cómo estamos todos emocionalmente, tanto como individuos como a nivel de colectivo, sería muy importante.

“En la metáfora de la tormenta y el barco, lo importante es hacer consciente a todo el mundo de que hay tormenta”, concluye Cuervo Ferrer. “No influye tanto el barco como la tripulación, en este tiempo he visto a ferrys encallarse y a cascarones de nuez llegar a tierra; lo importante es la implicación de quienes van a bordo”.

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