En busca de una cura para la fatiga crónica o encefalomielitis miálgica

Una nueva investigación revela conexiones entre determinadas bacterias intestinales y el síndrome de fatiga crónica, una dolencia a menudo relacionada con la COVID larga.

Por Betsy Ladyzhets
Publicado 10 mar 2023, 12:47 CET
Micrografía electrónica de barrido coloreada de un excremento humano

Los microbios del intestino humano ayudan a digerir los alimentos y contribuyen a la absorción de nutrientes, partes fundamentales de la salud general. Esta micrografía electrónica de barrido coloreada a mano revela la gran cantidad y variabilidad de bacterias presentes en los excrementos humanos.

Fotografía de Martin Oeggerli, Micronaut. Kindly supported by University Hospital Basel and School of Life Sciences, FHNW

Un creciente número de investigaciones sugiere que el microbioma intestinal podría desempeñar un papel importante en una enfermedad crónica debilitante que ha ido en aumento. La enfermedad, conocida como encefalomielitis miálgica y comúnmente llamada síndrome de fatiga crónica, se caracteriza por fatiga intensa, problemas gastrointestinales, dolor muscular y problemas cognitivos como dolores de cabeza y dificultad para concentrarse, entre otros síntomas. Suele aparecer tras una infección vírica, pero los científicos no comprenden bien cómo funciona la enfermedad y no existen tratamientos conocidos.

En España, entre 120 000 y 200 000 personas padecen encefalomielitis miálgica/síndrome de fatiga crónica (EM/SFC). En Estados Unidos el número es aún mayor: antes de la pandemia, los investigadores calculaban que hasta 2,5 millones de estadounidenses padecían la enfermedad. Esta cifra ha aumentado drásticamente en los últimos años debido a que los síntomas a largo plazo tras las infecciones por COVID-19 a menudo cumplen los criterios de EM/CFS. En la actualidad se calcula que entre ocho y 23 millones de estadounidenses padecen COVID de larga duración, según la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos.

Dos estudios recientes financiados por los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos apuntan a cambios en el microbioma como posible causa del EM/SFC, y ofrecen nuevas vías para diagnosticar y atender a las personas con esta dolencia. Se descubrió que ciertas bacterias del intestino que producen sustancias implicadas en el metabolismo y el sistema inmunitario eran menos abundantes en los pacientes con EM/SFC que en los grupos de control.

El aparato digestivo humano alberga billones de microorganismos que ayudan a digerir los alimentos y envían señales a otras partes del organismo. El intestino "debería ser una selva tropical muy rica y diversa", afirma Suzanne Vernon, directora de investigación del Centro Bateman-Horne, uno de los principales centros de investigación sobre EM/SFC. Vernon plantea la hipótesis de que las infecciones víricas como la COVID-19 pueden provocar una "alteración" de este ecosistema intestinal, que a menudo se manifiesta en forma de náuseas, diarrea y otros síntomas gastrointestinales.

En la mayoría de las personas, el microbioma vuelve rápidamente a la normalidad. Pero para algunos, "la alteración intestinal permanece", dice Vernon, lo que provoca problemas a largo plazo en la regulación de muchas funciones corporales.

A medida que los científicos conozcan mejor los cambios en el microbioma asociados a estas enfermedades, podrán encontrar formas de diagnosticar mejor a los pacientes e incluso desarrollar tratamientos. Los síntomas de EM/SFC son similares a "una bola de nieve que se acumula", dice Lawrence Purpura, especialista en enfermedades infecciosas del Centro Médico de la Universidad de Columbia que atiende a pacientes con COVID de larga evolución y estudia sus microbiomas. "Si intervenimos antes, podríamos evitar potencialmente que esa bola de nieve se agrande desde el principio", afirma.

(Relacionado: Cómo afrontas el dolor podría empeorarlo)

Alteraciones en el intestino

En los dos estudios recientes publicados en Cell Host & Microbe, grupos de investigación de la Universidad de Columbia y el Jackson Laboratory, un instituto sin ánimo de lucro con sede en Maine, realizaron análisis detallados de los microbios presentes en muestras de heces de pacientes con EM/SFC y los compararon con controles sanos.

Los dos grupos descubrieron que especies bacterianas similares estaban menos presentes en los pacientes con EM/SFC que en los pacientes de control. Se centraron en las bacterias que producen butirato, un ácido graso que interviene en la regulación del metabolismo y el sistema inmunitario. El butirato desempeña varias funciones: dirige la respuesta del organismo a las infecciones, protege la barrera entre el intestino y el sistema circulatorio, regula los cambios genéticos de las células, etc., explica Brent Williams, autor principal del estudio de Columbia. Williams y sus colegas analizaron exhaustivamente el papel del butirato en los intestinos de los pacientes con EM/SFC, identificando incluso una correlación entre niveles bajos de bacterias productoras de este ácido y síntomas más graves.

Hallazgos paralelos del equipo del Laboratorio Jackson sugieren que las bacterias que producen butirato podrían utilizarse para diagnosticar el EM/SFC. Investigaciones anteriores habían identificado problemas en el microbioma de pacientes con EM/SFC, pero los nuevos hallazgos ayudan a aclarar qué microbios podrían estar relacionados con la enfermedad. "Lo que hicieron los nuevos estudios fue ir un paso más allá e identificar realmente las distintas especies bacterianas", afirma Vicky Whittemore, directora del programa del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de los NIH, que no participó en la nueva investigación.

Los nuevos estudios también incluyeron cohortes de pacientes mayores que las investigaciones anteriores, con unos 100 pacientes en el estudio de Columbia y 150 en el estudio del Jackson Laboratory. El estudio de Columbia reclutó a pacientes de cinco centros de EM/SFC de todo el país, un paso importante porque los microbiomas cambian debido a la ubicación, dice Williams. Vernon, que colaboró en el reclutamiento de pacientes y la recogida de muestras para el estudio del Jackson Laboratory, afirma que obtener resultados similares a partir de "una muestra tan amplia y diversa" fue notable.

El trabajo del Jackson Laboratory comparaba además dos grupos de pacientes con EM/SFC, uno diagnosticado en los últimos cuatro años y otro que llevaba más de 10 años padeciendo la enfermedad. El grupo diagnosticado recientemente tenía microbiomas más dañados y menor diversidad de especies, afirma la investigadora principal, Julia Oh, lo que sugiere que el ecosistema intestinal se recupera con el tiempo.

Sin embargo, los pacientes que llevaban más tiempo con la enfermedad presentaban más signos de problemas metabólicos graves y síntomas peores, aunque sus microbiomas eran más similares a los del grupo de control. Esto podría sugerir que los cambios a corto plazo en el microbioma contribuyen a la disfunción a largo plazo del sistema inmunitario, afirma Oh, aunque el propio intestino se recupere.

Según los autores, es necesario seguir investigando las bacterias productoras de butirato y otras especies identificadas en los estudios para estudiar estos posibles biomarcadores del EM/SFC. Si los resultados se repiten, podrían utilizarse bacterias intestinales específicas para diagnosticar la enfermedad, que en la actualidad se identifica únicamente en función de los síntomas.

Los hallazgos apuntan además hacia posibles tratamientos, como probióticos o ajustes de la dieta centrados en el microbioma, aunque los pacientes que han estado enfermos durante largos periodos pueden necesitar fármacos que alivien los daños causados a su metabolismo o sistema inmunitario.

En Columbia, Williams planea implantar muestras del microbioma de pacientes con EM/SFC en ratones como siguiente fase de su investigación. Su objetivo es averiguar "si los síntomas se desarrollan como resultado del microbioma" y si los tratamientos centrados en el microbioma podrían ayudar a aliviar esos síntomas.

"Es posible que podamos modificar el microbioma en las fases iniciales de la enfermedad para mitigar o ralentizar su progresión", afirma Oh. Futuros ensayos clínicos podrían probar los efectos de suplementos bacterianos específicos en la salud del microbioma.

Pero algunos pacientes no esperan a los ensayos clínicos y optan por experimentar con los suplementos y las dietas que ya están disponibles. Whittemore ha tenido pacientes que se han puesto en contacto con ella personalmente para pedirle consejos sobre la dieta y los probióticos, que pueden incluir la limitación de los alimentos que se asocian con la inflamación del sistema inmunitario, como la carne roja, y la adición de alimentos fermentados como el yogur o el chucrut.

"Estaría muy bien realizar un estudio en personas en fases más tempranas de la enfermedad para ver si, de hecho, este tipo de tratamientos sencillos devolverían sus intestinos a un estado más normal", afirma Whittemore. Los autoexperimentos entre pacientes podrían proporcionar pistas para tales estudios. En un proyecto de este tipo, conocido como Bioma de la Remisión, dos pacientes con EM/SFC que trabajaban como científicos antes de enfermar están probando distintos suplementos bacterianos que podrían ayudarles a aliviar sus síntomas.

Whittemore añade que las personas con COVID larga tienden a ser diagnosticadas más rápidamente que las que padecen EM/SFC, por lo que esta enfermedad ofrece una nueva oportunidad para estudiar cómo una infección vírica puede afectar al microbioma y desencadenar síntomas a largo plazo.

Además de la investigación, la mejora de la formación médica sobre el EM/SFC y la COVID prolongada puede ayudar a identificar y tratar a los pacientes. "Hay cientos de miles de personas que no han sido diagnosticadas ni tratadas y que intentan salir de una grave enfermedad posviral", afirma Tamara Romanuk, una de las pacientes-investigadoras del Bioma de la Remisión. "Los médicos que sepan lo que hacen" podrían diagnosticar mejor a estas personas y ayudarles a controlar sus síntomas, afirma, aunque los tratamientos formales puedan tardar años en llegar.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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